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martes, 4 de octubre de 2016

La culpa no fue de Alan Greenspan; él fue solo un empleado de los banqueros, así como lo son los legisladores e incluso el mismo presidente Obama ( es por eso que ninguno de los culpables de la crisis financiera e hipotecaria del 2007 está preso por las estafas).// Por SEBASTIAN MALLABY encontrado en el WSJ

La culpa no fue de Alan Greenspan; él fue solo un empleado de los banqueros, así como lo son los legisladores e incluso el mismo presidente Obama  ( es por eso que ninguno de los culpables de la crisis financiera e hipotecaria del 2007 está preso por las estafas).

La culpa no fue de Alan Greenspan

http://lat.wsj.com/articles/SB12466167522824294725904582354121922042032?tesla=y


Contrario al banquero central seguro que muchos percibieron, el ex presidente de la Fed estaba lleno de dudas


Alan Greenspan en una foto de archivo de 2005.



Alan Greenspan en una foto de archivo de 2005. PHOTO: LARRY DOWNING/REUTERS

Por SEBASTIAN MALLABY

martes, 4 de octubre de 2016 19:45 EDT

Si existe un consenso en la economía hoy en día es que los bancos centrales dejaron de ser los magos que en algún momento pensamos que eran.

Los conservadores los atacan por imprimir dinero en forma irresponsable mientras que los progresistas los acusan de no hacer lo suficiente para reactivar una economía estancada.


Todos parecen mirar con nostalgia una era anterior, cuando un presidente omnisciente de la Reserva Federal de Estados Unidos manejaba la economía con tal destreza que lo apodaban “el maestro”.

El maestro era, sin lugar a dudas, Alan Greenspan. Sin embargo, las ideas que ahora se imponen acerca de su extensa gestión al frente del banco central, entre 1987 y 2006, están alarmantemente equivocadas. Lejos de ser un sabio omnisciente, Greenspan estaba lleno de dudas acerca de la dirección de la Fed. Se preguntaba en voz alta si la calma que reinaba en la economía y su propia reputación exaltada podía desembocar en problemas. “Cuando las cosas se vuelven demasiado buenas, los seres humanos se comportan espantosamente mal” comentó ante un grupo de colegas.



Además, lejos de ser un convencido partidario de la capacidad de los mercados para regularse a sí mismos, Greenspan agonizaba acerca de su inestabilidad. A menudo les recordaba a sus audiencias del crash que produjo la Gran Depresión de los años 30, sólo para después presenciar la crisis financiera de 2007-2008, que puso fin a su estatus de maestro y a muchas otras cosas.



Tuve una idea de las dudas que abrumaban a Greenspan mientras hacía la investigación para mi libro sobre su vida y su carrera.

Durante las entrevistas que le realicé en su oficina, cada vez que le preguntaba acerca de los inicios de su desarrollo intelectual, noté que su vista subía en dirección de un voluminoso archivador en una de las estanterías. Suponiendo que podría contener su tesis de doctorado de 1977, que había desaparecido hace años de los registros públicos, le pregunté si guardaba una copia. Cuando vio que miraba fijamente al archivador, me respondió que sí.



La tesis doctoral perdida arroja nueva luz sobre su figura. Durante los 18 años y medio que pasó como presidente de la Fed, llegó a encarnar la idea popular de un banquero central moderno: un activista que no tiene ningún inconveniente en proteger la economía de las turbulencias con transfusiones de dinero.

 La tesis de Greenspan, no obstante, parte de un lugar muy distinto. Se basa en un trabajo que presentó por primera vez en 1959, cuando aún estaba bajo la influencia de la excéntrica novelista y filósofa libertaria Ayn Rand.

En su tesis, en lugar de considerar el activismo de la Fed como un baluarte contra la inestabilidad, formuló una crítica que lo llevó a denunciar la creación del organismo como “uno de los desastres históricos de la historia estadounidense”.



Durante su gestión como presidente de la Fed, Greenspan permitió el crecimiento de burbujas en forma reiterada y sostuvo que era mejor permitir el máximo crecimiento y empleo durante los ciclos exuberantes de la economía. Mientras la inflación estuviera bajo control, indicó, era correcto expandir la oferta de dinero.

En su tesis doctoral, no obstante, adoptó la postura opuesta: según el joven libertario, la Fed tenía una obligación, un deber claro e inviolable, de evitar la impresión de dinero que alentaba la formación de burbujas financieras. Si se deja que los mercados asciendan a alturas vertiginosas, los consumidores, que se sentirán más pudientes, gastarán en forma insostenible y acumularán deudas excesivas. Al ver que los precios de los activos no paran de subir, los empresarios se apresurarían a construir nuevos activos —fábricas, depósitos, condominios— y acumularían todavía más deudas en el proceso.

En suma, las burbujas inducen a las familias y las empresas a extremar sus finanzas con un exceso de deuda. La creación de la Fed había sido un desastre “histórico” precisamente porque no podía resistir la tentación de imprimir demasiado dinero, lo que degradaba los hábitos de la prudencia y nutría las burbujas que el joven Greenspan temía.


¿Qué importancia tiene esto ahora? Después de la crisis de 2008, cuando la opinión sobre Greenspan pasó de la reverencia a la malevolencia, los comentaristas lo acusaron de permitir que surgiera una burbuja hipotecaria de proporciones monstruosas por ideología o ignorancia. Los críticos lo acusaron de no ver el costo de las recesiones provocadas por la deuda, donde el ahorro se vuelve más importante que el gasto y la inversión, y de confiar ingenuamente en la eficiencia de los mercados.


Pero la tesis perdida del maestro demuestras que tales críticas no son acertadas. Greenspan no fue complaciente sobre las posibles catástrofes que se escondían en los balances de resultados, es un tema que lo había preocupado durante décadas. Lejos de ser ignorante al respecto, era el que más sabía.



Su preocupación por la fragilidad financiera es la trama olvidada de su carrera. Designado como presidente de la Fed a mediados de 1987, lo primero que hizo fue convocar a los expertos bursátiles del organismo al temer, con justa razón, que una burbuja estaba por explotar pronto. Durante los próximos años, afrontó la crisis de las instituciones de ahorro y préstamos; una crisis de los bienes raíces comerciales en 1991-92 y un estallido del mercado de bonos en 1994.



Dos años después, en tal vez las únicas dudas expresadas públicamente por Greenspan sobre las burbujas, se refirió célebremente a la “exuberancia irracional” en Wall Street.


Posteriormente, en enero de 2004, cuando los precios inmobiliarios empezaban a tener cara de burbuja, repitió la advertencia y predijo la reiteración del estallido de las acciones tecnológicas. “Pareciera que hubiésemos regresado a los años 90”, señaló ante sus colegas. “Los posibles efectos son significativos”.


En suma, el temor juvenil de Greenspan sobre las finanzas lo acompañó a lo largo de su gestión al frente de la Fed. Mucho antes de la crisis de 2008 había entendido las lecciones que tras la crisis fueron celebradas como ideas nuevas.


Por cierto, cabe la pregunta:

¿Si Greenspan comprendía los peligros de las burbujas, por qué permitía que se desarrollaran e insistía en público que la mejor manera de abordarlas era corregir los desequilibrios que producían una vez que estallaban?

La mayor parte de la explicación tiene que ver con el entorno político. Cuando fue nombrado presidente de la Fed, Greenspan ya era un veterano de mil batallas en Washington tras haber servido en los gobiernos de los presidentes republicanos de Richard Nixon en adelante. Como un experimentado combatiente de la burocracia, calculó que si se movía en forma enérgica contra las burbujas sólo provocaría frustración y un escrutinio político hostil.



Su cautela fue reivindicada. Cuando intentó frenar la toma de riesgos haciendo un llamado, por ejemplo, a restringir las actividades de las entidades hipotecarias respaldadas por el gobierno, sintió la presión.

El complejo inmobiliario industrial lo denunció por no entender el financiamiento de los créditos hipotecarios y creó anuncios de televisión devastadores para disuadir a los legisladores de apoyar los llamados de Greenspan para una intervención de los reguladores.



Es demasiado fácil y reconfortante atribuir a Greenspan los presuntos errores intelectuales que explican la crisis de 2008, imaginar que solamente porque aprendimos el lenguaje de los mercados que suben o bajan demasiado y de las recesiones de los balances de resultados nos habíamos vacunado contra un nuevo colapso financiero. Desafortunadamente, los orígenes de la crisis no están en las fallas de comprensión del maestro, lo que sería fácil de corregir. En lugar de ello, están en las fallas de nuestra política.

En medio de una campaña electoral como la que se vive actualmente en EE.UU., ¿quién apostaría a que ahora estamos más seguros?

Sebastian Mallaby es un Paul A. Volcker Senior Fellow de Economía Internacional en el Council of Foreign Relations. Este ensayo es adaptado de su nuevo libro “The Man Who Knew: The Life and Times of Alan Greenspan”, algo así como El hombre que sabía: La vida y los tiempos de Alan Greenspan.

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