La
culpa no fue de Alan Greenspan; él fue solo un empleado de los banqueros, así
como lo son los legisladores e incluso el mismo presidente Obama ( es por eso que ninguno de los culpables de la
crisis financiera e hipotecaria del 2007 está preso por las estafas).
La
culpa no fue de Alan Greenspan
http://lat.wsj.com/articles/SB12466167522824294725904582354121922042032?tesla=y
Contrario al
banquero central seguro que muchos percibieron, el ex presidente de la Fed
estaba lleno de dudas
Alan
Greenspan en una foto de archivo de 2005. PHOTO: LARRY DOWNING/REUTERS
Por SEBASTIAN MALLABY
martes,
4 de octubre de 2016
19:45 EDT
Si existe un
consenso en la economía hoy en día es que los bancos centrales dejaron de ser
los magos que en algún momento pensamos que eran.
Los conservadores los atacan por
imprimir dinero en forma irresponsable mientras que los progresistas los acusan
de no hacer lo suficiente para reactivar una economía estancada.
Todos
parecen mirar con nostalgia una era anterior, cuando un presidente omnisciente
de la Reserva Federal de Estados Unidos manejaba la economía con tal destreza
que lo apodaban “el maestro”.
El maestro
era, sin lugar a dudas, Alan Greenspan. Sin
embargo, las ideas que ahora se imponen acerca de su extensa gestión al frente
del banco central, entre 1987 y 2006, están
alarmantemente equivocadas. Lejos de ser un sabio omnisciente, Greenspan estaba
lleno de dudas acerca de la dirección de la Fed. Se preguntaba en voz alta si
la calma que reinaba en la economía y su propia reputación exaltada podía
desembocar en problemas. “Cuando las cosas se vuelven demasiado
buenas, los seres humanos se comportan espantosamente mal” comentó ante
un grupo de colegas.
Además,
lejos de ser un convencido partidario de la capacidad de los mercados para
regularse a sí mismos, Greenspan agonizaba acerca de su inestabilidad. A menudo
les recordaba a sus audiencias del crash que produjo la Gran Depresión de los
años 30, sólo para después presenciar la crisis financiera
de 2007-2008, que puso fin a su estatus de maestro y a muchas otras
cosas.
Tuve una
idea de las dudas que abrumaban a Greenspan mientras hacía la investigación
para mi libro sobre su vida y su carrera.
Durante las
entrevistas que le realicé en su oficina, cada vez que le preguntaba acerca de
los inicios de su desarrollo intelectual, noté que su vista subía en dirección
de un voluminoso archivador en una de las estanterías. Suponiendo que podría
contener su tesis de doctorado de 1977, que había desaparecido hace años de los
registros públicos, le pregunté si guardaba una copia. Cuando vio que miraba
fijamente al archivador, me respondió que sí.
La tesis
doctoral perdida arroja nueva luz sobre su figura. Durante los 18 años y medio
que pasó como presidente de la Fed, llegó a encarnar la idea popular de un
banquero central moderno: un activista que no tiene ningún inconveniente en
proteger la economía de las turbulencias con transfusiones de dinero.
La tesis de Greenspan, no obstante, parte de
un lugar muy distinto. Se basa en un trabajo que presentó por primera vez en
1959, cuando aún estaba bajo la influencia de la
excéntrica novelista y filósofa libertaria Ayn Rand.
En su tesis,
en lugar de considerar el activismo de la Fed como un baluarte contra la
inestabilidad, formuló una crítica que lo llevó a denunciar la creación del
organismo como “uno
de los desastres históricos de la historia estadounidense”.
Durante su
gestión como presidente de la Fed, Greenspan permitió el crecimiento de
burbujas en forma reiterada y sostuvo
que era mejor permitir el máximo crecimiento y empleo durante los ciclos
exuberantes de la economía. Mientras la inflación estuviera bajo control,
indicó, era correcto expandir la oferta de dinero.
En
su tesis doctoral, no
obstante, adoptó la postura opuesta: según el joven libertario, la Fed tenía
una obligación, un deber claro e inviolable, de evitar
la impresión de dinero que alentaba la formación de burbujas financieras.
Si se deja que los mercados asciendan a
alturas vertiginosas, los consumidores, que se sentirán más pudientes, gastarán
en forma insostenible y acumularán deudas excesivas. Al ver que los precios
de los activos no paran de subir, los empresarios se apresurarían a construir
nuevos activos —fábricas, depósitos, condominios— y acumularían todavía más
deudas en el proceso.
En suma, las
burbujas inducen a las familias y las empresas a extremar sus finanzas con un
exceso de deuda. La creación de la Fed había sido un
desastre “histórico” precisamente porque no podía resistir la tentación
de imprimir demasiado dinero, lo que degradaba los hábitos de la prudencia y
nutría las burbujas que el joven Greenspan temía.
¿Qué
importancia tiene esto ahora? Después de la crisis de 2008, cuando la opinión sobre Greenspan pasó de la reverencia a la
malevolencia, los comentaristas
lo acusaron de permitir que surgiera una burbuja hipotecaria de proporciones
monstruosas por ideología o ignorancia. Los críticos lo acusaron de no ver
el costo de las recesiones provocadas por la deuda, donde el ahorro se vuelve
más importante que el gasto y la inversión, y de confiar ingenuamente en la
eficiencia de los mercados.
Pero la
tesis perdida del maestro demuestras que tales críticas no son acertadas.
Greenspan no fue complaciente sobre las posibles catástrofes que se escondían
en los balances de resultados, es un tema que lo había preocupado durante
décadas. Lejos de ser ignorante al
respecto, era el que más sabía.
Su
preocupación por la fragilidad financiera es la trama olvidada de su carrera.
Designado como presidente de la Fed a mediados de 1987, lo primero que hizo fue
convocar a los expertos bursátiles del organismo al temer, con justa razón, que una burbuja estaba por explotar pronto.
Durante los próximos años, afrontó la crisis de las instituciones de ahorro y
préstamos; una crisis de los bienes raíces comerciales
en 1991-92 y un estallido del mercado de bonos en 1994.
Dos años
después, en tal vez las únicas dudas expresadas públicamente por Greenspan
sobre las burbujas, se refirió célebremente a la
“exuberancia irracional” en Wall Street.
Posteriormente,
en enero de 2004, cuando los precios inmobiliarios empezaban a tener cara de
burbuja, repitió la advertencia y predijo la reiteración del estallido de las acciones tecnológicas. “Pareciera que
hubiésemos regresado a los años 90”, señaló ante sus colegas. “Los posibles
efectos son significativos”.
En suma, el
temor juvenil de Greenspan sobre las finanzas lo acompañó a lo largo de su
gestión al frente de la Fed. Mucho antes de la crisis de 2008 había entendido
las lecciones que tras la crisis fueron celebradas como ideas nuevas.
Por cierto,
cabe la pregunta:
¿Si Greenspan comprendía los peligros
de las burbujas, por qué permitía que se desarrollaran e insistía en público
que la mejor manera de abordarlas era corregir los desequilibrios que producían
una vez que estallaban?
La
mayor parte de la explicación tiene que ver con el entorno político. Cuando fue nombrado presidente de
la Fed, Greenspan ya era un veterano de mil batallas en Washington tras haber
servido en los gobiernos de los presidentes republicanos de Richard Nixon en
adelante. Como un experimentado combatiente de la burocracia, calculó que si se movía en forma enérgica
contra las burbujas sólo provocaría frustración y un escrutinio político hostil.
Su cautela
fue reivindicada. Cuando intentó frenar la toma de
riesgos haciendo un llamado, por ejemplo, a restringir las actividades de las
entidades hipotecarias respaldadas por el gobierno, sintió la presión.
El
complejo inmobiliario industrial lo denunció por no entender el financiamiento
de los créditos hipotecarios y creó anuncios de televisión devastadores para disuadir a los
legisladores de apoyar los llamados de Greenspan para una intervención de los
reguladores.
Es demasiado
fácil y reconfortante atribuir a Greenspan los presuntos errores intelectuales
que explican la crisis de 2008, imaginar que solamente porque aprendimos el
lenguaje de los mercados que suben o bajan demasiado y de las recesiones de los
balances de resultados nos habíamos vacunado contra un nuevo colapso
financiero. Desafortunadamente, los orígenes de la crisis no están en las
fallas de comprensión del maestro, lo que sería fácil de corregir. En lugar de ello, están en las fallas de nuestra política.
En medio de
una campaña electoral como la que se vive actualmente en EE.UU., ¿quién
apostaría a que ahora estamos más seguros?
— Sebastian Mallaby es un Paul A. Volcker Senior Fellow
de Economía Internacional en el Council of Foreign Relations. Este ensayo es
adaptado de su nuevo libro “The Man Who Knew: The Life
and Times of Alan Greenspan”, algo así como El
hombre que sabía: La vida y los tiempos de Alan Greenspan.
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