La
revolución transgénica está fracasando por la aparición de malezas súper resistentes
y las semillas son carísimas así que en ese mal momento fue comprado por la
Bayer
Detrás
de la venta de Monsanto, las dudas sobre la revolución transgénica
http://lat.wsj.com/articles/SB12276218683120244367104582316413803329668?tesla=y
Desde su
introducción en los cultivos de Estados Unidos dos décadas atrás, las semillas
transgénicas se han vuelto tan ubicuas y multifuncionales como los teléfonos
móviles.
Maiz no
transgénico es cultivado en Malden, Illinois PHOTO: BLOOMBERG
Por
JACOB BUNGE
viernes,
16 de septiembre de 2016
0:03 EDT
Detrás de la
ola de fusiones multimillonarias en la agroindustria, el sector agrícola
estadounidense atraviesa un momento de cambio que amenaza el predominio de los
cultivos modificados genéticamente.
Desde su
introducción en los cultivos de Estados Unidos dos décadas atrás, las semillas
transgénicas se han vuelto tan ubicuas y multifuncionales como los teléfonos
móviles. Los científicos insertaron genes para hacer que los cultivos repelan
insectos, sobrevivan a potentes herbicidas y necesiten menos agua, y que
produzcan aceites con menos grasas saturadas, eliminando a su vez los intentos
de los agricultores de lograr alteraciones químicas. El Departamento de
Agricultura de EE.UU. (USDA, por sus siglas en inglés) estima que 94% de la
superficie plantada con soya en ese país y 92% de la del maíz corresponden a
variedades transgénicas.
No obstante,
debido a los magros retornos de la actual economía agrícola, es cada vez más
difícil para los cultivadores justificar los altos precios de las semillas
genéticamente modificadas. El gasto en semillas de cultivos casi se ha
cuadruplicado desde 1996, cuando Monsanto Co. se convirtió en la primera
compañía que comercializó estas variedades biotecnológicas. En los últimos tres
años, sin embargo, los precios de los principales cultivos han estado en
descenso, y ahora muchos agricultores pueden llegar a perder dinero.
La
agricultura biotecnológica también ha mostrado limitaciones, dada la forma en
que ciertas malezas están evolucionando para resistir los herbicidas, obligando
a los agricultores a adquirir una gama más amplia de productos químicos.
Algunos, citando los rendimientos decrecientes de las tan alabadas variedades
biotecnológicas, están empezando a recurrir a las semillas tradicionales.
“[Por] el
precio que estamos pagando ahora por la semilla biotecnológica, no podemos
obtener sus beneficios”, asegura Joe Logan, un agricultor de Ohio. Este año,
Logan cargó su sembradora con semillas de soya que cuestan US$85 la bolsa, casi
cinco veces lo que pagaba hace dos décadas. En la próxima primavera boreal,
planea sembrar muchos de sus campos de maíz y soya con semillas no
biotecnológicas para ahorrar dinero.
Esas
presiones han desatado un frenesí de acuerdos entre los principales proveedores
de semillas y pesticidas del mundo. Bayer AG anunció el miércoles un acuerdo
para comprar Monsanto por US$57.000 millones, lo que crearía una de las mayores
empresas de agroquímicos del mundo. DuPont Co. y Dow Chemical Co. buscan una
fusión que con el tiempo daría lugar a la escisión de una empresa agrícola
combinada, así como de otras dos unidades. Syngenta AG acordó en febrero
venderse por US$43.000 millones a China National Chemical Corp., después de
rechazar una propuesta de adquisición de Monsanto.
Grupos del
sector están apuntando a reducir los costos y aumentar su escala en respuesta a
los precios declinantes de las cosechas, lo que ha a su vez ha obligado a los
fabricantes de semillas, agroquímicos, fertilizantes y tractores a reducir los
precios de sus insumos y despedir personal.
“El auge de
los cultivos ha terminado”, declararon analistas de Sanford C. Bernstein &
Co. en una nota de investigación el año pasado, en medio de otra abundante
cosecha en EE.UU. tras dos temporadas récord de producción de maíz.
Luego de esa
seguidilla de cosechas excepcionales, las cotizaciones de los dos principales
cultivos estadounidenses cayeron en picada. Este año, los agricultores de
EE.UU. ganarán colectivamente US$9.200 millones menos que en 2015 y 42% menos
que en 2013, según el USDA.
La agencia
pronostica que los precios del maíz, la soya y el trigo se mantendrán cerca de
sus actuales bajos niveles durante la próxima década, y Bernstein ha proyectado
que a las compañías de semillas les será difícil aumentar los precios por
encima de la inflación en los próximos tres a cinco años.
La premisa
de las semillas biotecnológicas era simple: las plantas transgénicas capaces de
crecer incluso cuando se aplica un herbicida contra todo tipo de malas hierbas
permitirían a los agricultores comprar menos químicos. Los cultivos, al
secretar sus propias toxinas antiplagas, reducirían también el uso de
insecticidas. El maíz, la soya y el algodón eran mercados naturales, al abarcar
millones de hectáreas en EE.UU.
Monsanto y
otras compañías podían cobrar una prima por sus semillas transgénicas “Roundup
Ready” (diseñadas para resistir el herbicida de Monsanto), cobrándoles a los
agricultores una parte de lo que en teoría ahorrarían en agroquímicos y mano de
obra.
Con el
tiempo, la empresa llegó a la fórmula que se convertiría en estándar de la
industria: por cada dólar que las semillas biotecnológicas permitirían a los
agricultores ahorrar en pesticidas y mano de obra, Monsanto retendría cerca de
33 centavos, en la forma de una “tarifa tecnológica” agregada al costo de cada
bolsa de semillas.
Monsanto
luego sacó al mercado semillas de soya transgénicas capaces de sobrevivir al
glifosato, el versátil herbicida en su Roundup, y semillas de algodón que
repelen gusanos.
Jim Kline,
presidente de Kline Family Farms, que cultiva maíz, soya y trigo cerca de
Hartford City, Indiana, tenía sentimientos encontrados respecto de estas
innovaciones. “Para mí, eliminó el arte de lo que estábamos haciendo”, dice.
Observó cómo sus vecinos que habían luchado mucho tiempo para mantener los
campos de soya limpios de malas hierbas plantaban semillas desarrolladas en
laboratorio y enseguida tenían campos inmaculados color esmeralda.
Al
principio, el uso de semillas genéticamente modificadas permitió a la familia
de Kline contratar empleados que no sabían cómo detectar las malas hierbas
emergentes, lo que ayudó a la empresa a cuadriplicar la superficie cultivada a
mediados de los años 90.
La
estrategia le rindió frutos a Monsanto, que en 2000 inició un proceso para
escindirse de su matriz, Pharmacia Corp., y formar otra entidad centrada en la
agricultura. Monsanto obtuvo ganancias por la venta de sus propias semillas y
por la concesión de licencias genes de cultivos a otras compañías, tales como
DuPont y Syngenta. Debido a que muchos cultivos transgénicos fueron diseñados
para resistir el glifosato, que Monsanto introdujo en los años 70, la empresa
de St. Louis consiguió más clientes para su herbicida estrella.
A comienzos
de este siglo, más de la mitad de la superficie sembrada de soya y un cuarto de
la de maíz en EE.UU. usaban variedades biotecnológicas. También se hizo cada
vez más caro. En 2006, el costo promedio de las semillas de soya se había más
que duplicado desde la década anterior, mientras que el precio de las de maíz
creció 63%, de acuerdo con datos del USDA.
Durante el
mismo período surgieron señales de advertencia en los campos. Los científicos
confirmaron que ciertas malezas, como el amor de hortelano y el ballico, habían
evolucionado para resistir al glifosato, irrumpiendo a través de brotes de
cultivos pese a que un año atrás el herbicida los habría eliminado.
Invasores
más problemáticos, tales como el Amaranthus tuberculatus y el Amaranthus
palmeri, también desarrollaron resistencia al glifosato y comenzaron a asfixiar
otros cultivos. Estas “super malezas” obligaron a los agricultores a llenar los
tanques de sus pulverizadores con herbicidas más antiguos y potentes como
dicamba y 2,4-D. En algunos casos, los agricultores tenían que atacar las malas
hierbas con azadón.
El
rendimiento de los cultivos, en muchos casos, no logró mantener el ritmo del
aumento del costo de las semillas. En los últimos 10 años, el agricultor de
soya promedio registró un crecimiento por hectárea de apenas 4%, a 48 bushels,
según datos del USDA, por detrás del alza de precios de las semillas. El
rendimiento del maíz subió 21%.
Jim
Zimmerman, un agricultor que cultiva maíz, soya y trigo cerca de Rosendale,
Wisconsin, dice que el auge de la biotecnología ha mejorado la agricultura a
pesar de algunos problemas.
Cuenta que
el uso de semillas de maíz y soya resistentes a Roundup le permitió ahorrar
decenas de miles de dólares en combustible para tractores y en horas de trabajo
en fumigación para matar las malas hierbas, ayudando además a proteger su suelo
de la erosión. El ahorro de costos en los últimos años ayudó a Zimmerman a
mandar a sus hijos a la universidad, dice. En la próxima temporada, también
planea sembrar semillas biotecnológicas.
Robert
Fraley, director de tecnología de Monsanto que ayudó a desarrollar las primeras
variedades transgénicas en los años 80, asegura que los agricultores seguirán
siendo fieles a estos cultivos.
“Incluso en
condiciones económicas difíciles como las que hemos visto el último par de años
desde el lado de fijación de precios, los agricultores siguen comprando las
semillas de alta tecnología porque les ahorran dinero en insecticidas y otros
insumos”, dice.
Kyle
Stackhouse, que cultiva cerca de 650 hectáreas de maíz y soya cerca de
Plymouth, Indiana, cuestiona el valor de las costosas semillas.
Después de
cambiar todos sus campos de soya y casi tres cuartas partes de sus campos de
maíz por variedades biotecnológicas, Stackhouse determinó hace unos 10 años que
las semillas biotecnológicas no estaban produciendo cosechas lo suficientemente
grandes como para justificar su precio. “Los rasgos [genéticos] no estaban
poniendo dólares en nuestro bolsillo”, afirma.
Stackhouse
dice que desde hace 3 años no usa cultivos biotecnológicos. Estima que gasta
normalmente unos US$131 por hectárea en semillas de soya y US$99 en
plaguicidas, en comparación con US$205 que solía gastar en semillas de soya
transgénica y US$59 en productos químicos. Esto representa un ahorro de US$34
por hectárea.
Desde 2013,
el mundo ha producido millones de toneladas más de maíz, soya y trigo de lo que
ha consumido, de acuerdo con el USDA. Desde su máximo de 2012 de alrededor de
US$8 el bushel, el precio del maíz cayó a la mitad a mediados de 2014 y desde
entonces se ha negociado principalmente entre US$3,50 y US$4 por bushel. A finales
de agosto descendió a US$3,015. Los precios de la soya han caído 46% desde su
máximo de 2012.
Monsanto
prevé cobrar más por sus semillas más nuevas y de mejor rendimiento, y
probablemente baje el precio de las versiones más antiguas. En general, los precios
de Monsanto subirán “un poquito”, dice Fraley.
Kevin
Cavanaugh, director de investigación de Beck’s Hybrids, una empresa de semillas
que no cotiza en bolsa con sede en Atlanta, Indiana, dice que los agricultores
se están volviendo más inteligentes a la hora de comprar semillas
biotecnológicas.
Los
productores que están planificando las compras para la próxima siembra están
dejando a un lado las semillas diseñadas para repeler un escarabajo que ataca
el maíz, que no ha sido un gran problema en partes del este del cinturón
agrícola estadounidense donde Beck’s vende semillas, señala Cavanaugh.
Aunque las
variedades biotecnológicas aún constituyen alrededor de 86% de las ventas de
semillas de maíz de Beck’s, el porcentaje de variedades no modificadas que
vende ha subido cerca de 17% desde 2014. “Los agricultores están diciendo: ‘No
veo suficiente valor, o suficiente presión [de las plagas], para justificar
estas tecnologías’”, cuenta.
Stine Seed
Co., con sede en Adel, Iowa, ha aumentado su producción de semillas de maíz no
biotecnológicas en respuesta al ajuste presupuestario de los agricultores, dice
Myron Stine, presidente de la compañía. “Vemos una tendencia en la que los
productores se van a alejar [de las semillas transgénicas], porque son caras”,
asevera.
Kline, el
agricultor de Indiana, a mediados de septiembre estaba reparando una
cosechadora mientras se preparaba para la cosecha de maíz de este año, sembrada
con semillas que contienen genes que protegen contra el Roundup y los gusanos
que comen sus raíces. Sin embargo, ya ha realizado pedidos de reserva de
semillas para el próximo año, cuando prevé que sólo alrededor de dos tercios de
sus campos de maíz sean sembrados con semillas genéticamente modificadas.
“Los precios
de los commodities bajan todos los días”, dice Kline. Dado que la agricultura
biotecnológica no está funcionando tan bien como solía, “¿por qué gastar el
dinero?”, se pregunta.
—Andrew
Tangel
contribuyó a
este artículo.
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