Mario
Vargas Llosa (nobel de literatura) opina sobre el ratero ex presidente peruano
Alejandro Toledo .
Las
delaciones premiadas
http://elpais.com/elpais/2017/02/17/opinion/1487335185_775112.html
Revelaciones como las del potentado
Odebrecht abren una oportunidad en los países latinoamericanos para hacer un
gran escarmiento contra los mandatarios corruptos
MARIO
VARGAS LLOSA
18
FEB 2017 - 20:39
FERNANDO
VICENTE
Algún día
habrá que levantar un monumento en homenaje a la compañía brasileña Odebrecht,
porque ningún Gobierno, empresa o partido político ha hecho tanto como ella en
América Latina para revelar la corrupción que corroe a sus países ni, por
supuesto, obrado con tanto empeño para fomentarla.
La historia
tiene todos los ingredientes de un gran thriller. El veterano empresario Marcelo Odebrecht, patrón de la compañía,
condenado a diecinueve años y cuatro meses de prisión, junto con sus
principales ejecutivos, luego de pasarse un tiempito entre rejas anunció
a la policía que estaba dispuesto a contar todas las pillerías que había
cometido a fin de que le rebajaran la pena. (En Brasil llaman a esto “las
delaciones premiadas”). Comenzó a hablar
y de su boca —y las de sus ejecutivos— salieron víboras y ponzoñas que han
hecho temblar a todo el continente, empezando por sus presidentes actuales y
pasados. El señor Marcelo Odebrecht me recuerda al tenebroso Gilles de
Rais, el valiente compañero de Juana de Arco, que, llamado por la Inquisición
de Bretaña para preguntarle si era cierto que había participado en un acto de
satanismo con un cómico italiano, dijo que sí, y que, además, había violado y
acuchillado a más de 300 niños porque sólo perpetrando esos horrores sentía
placer.
La compañía Odebrecht ha gastado cerca de 800 millones de
dólares en coimas (sobornos) a jefes de Estado, ministros y funcionarios para
obtener licitaciones y contratos que, casi siempre escandalosamente
sobrevaluados, le permitían obtener ganancias sustanciosas. Esto venía
ocurriendo hace muchos años y, acaso, nunca hubiera sido castigado si entre sus cómplices no estuviera buena parte de la
directiva de Petrobras, la petrolera brasileña que, investigada por un
juez fuera de lo común, Sergio Moro —es un milagro que esté todavía vivo—, destapó la caja de los
truenos.
Espero que
Toledo sea juzgado y si es culpable, pague por sus robos y por su enorme
traición
Hasta el
momento hay tres mandatarios latinoamericanos implicados en los sucios
enjuagues de Odebrecht: de Perú, Colombia y Panamá. Y la lista sólo acaba de comenzar. El que está en la situación más
difícil es el expresidente peruano Alejandro Toledo, a
quien Odebrecht habría pagado 20 millones de dólares para asegurarse los
contratos de dos tramos de la Carretera Interoceánica que une, a través de la
selva amazónica, al Perú con el Brasil. Un juez ha decretado contra Toledo, que
se halla fuera del Perú en condición de prófugo, prisión preventiva de
dieciocho meses mientras se investiga su caso; las autoridades peruanas han
dado aviso a la Interpol; el presidente Kuczynski ha llamado al presidente
Trump pidiendo que lo devuelva al Perú (Toledo tiene un trabajo en la
Universidad de Stanford) y el Gobierno israelí ha hecho saber que no lo
admitirá en su territorio mientras no se aclare su situación legal. Hasta
ahora, él se niega a regresar, alegando que es víctima de una persecución
política, algo que ni sus más ardientes partidarios —le
quedan ya pocos—pueden creer.
Me apena
mucho el caso de Toledo porque, como ha recordado Gustavo Gorriti en uno de sus
excelentes artículos, él encabezó con gran carisma y valentía hace 17 años la
formidable movilización popular en el Perú contra la dictadura asesina y
cleptómana de Fujimori y fue un elemento fundamental en su desplome. No sólo
yo, toda mi familia se volcó a apoyarlo con denuedo. Mi hijo Gonzalo se gastó
los ahorros que tenía en la gran Marcha de los Cuatro Suyos, en la que miles,
acaso millones, de peruanos se manifestaron en todo el país a favor de la
libertad. Mi hijo Álvaro dejó todos sus trabajos para apoyar a tiempo completo
la movilización por la democracia y, a la caída de Fujimori, su campaña
presidencial hasta la primera vuelta, y fue uno de sus colaboradores más
cercanos. Luego, algo extraño ocurrió: rompió con él, de manera precipitada y
ruidosa. Alegó que había oído, en una reunión de Toledo con amigos empresarios,
algo que lo alarmó sobremanera: Josef Maiman, el
expotentado israelí, dijo que quería comprar una refinería que era del Estado y un canal de televisión.
(Maiman, según las denuncias de Odebrecht, ha sido el testaferro del
expresidente y sirvió de intermediario, haciendo llegar
a Toledo por lo menos 11 de los 20 millones recibidos bajo mano para
favorecer a aquella empresa). Cuando ocurrió aquello, pensé que la
susceptibilidad de Álvaro era exagerada e injusta y hasta tuvimos un
distanciamiento. Ahora, me excuso con él y alabo sus sospechas y olfato
justiciero.
Espero que
Toledo regrese al Perú motu proprio, o lo regresen, y sea juzgado
imparcialmente, algo que, a diferencia de lo que ocurría durante la dictadura
fujimorista, es perfectamente posible en nuestros días. Y si es encontrado
culpable, que pague sus robos y la enorme traición que habría perpetrado con
los millones de peruanos que votamos por él y lo seguimos en su campaña a favor
de la democratización del Perú contra los usurpadores y golpistas. Lo traté
mucho en esos días y me parecía un hombre sincero y honesto, un peruano de
origen muy humilde que por su esfuerzo tenaz había —según le gustaba decir—
“derrotado a las estadísticas”, y estaba seguro de que haría un buen gobierno.
Lo cierto es que —pillerías aparte, si las hubo— lo hizo bastante bien, pues en
esos cinco años se respetaron las libertades públicas, empezando por la
libertad para una prensa que se encarnizó con él, y por la buena política
económica, de apertura e incentivos a la inversión, que hizo crecer al país.
Todo eso ha sido olvidado desde que se descubrió que
había adquirido costosos inmuebles y dio unas explicaciones —alegando
que todo aquello había sido adquirido por su suegra ¡con dinero del celebérrimo
Josef Maiman!— que en vez de exonerarlo nos parecieron comprometerlo todavía
más.
Las
“delaciones premiadas” de Odebrecht abren una oportunidad soberbia a los países
latinoamericanos para dar un gran escarmiento a los mandatarios y ministros
corruptos de las frágiles democracias que han reemplazado en la mayor parte de
nuestros países (con las excepciones de Cuba y Venezuela) a las antiguas
dictaduras. Nada desmoraliza tanto a una sociedad como advertir que los
gobernantes que llegaron al poder con los votos de las personas comunes y
corrientes aprovecharon ese mandato para enriquecerse, pisoteando las leyes y
envileciendo la democracia. La corrupción es, hoy en día, la amenaza mayor para
el sistema de libertades que va abriéndose paso en América Latina luego de los grandes fracasos de las dictaduras
militares y de los sueños mesiánicos de los revolucionarios. Es una
tragedia que, cuando la mayoría de los latinoamericanos parece haberse
convencido de que la democracia liberal es el único sistema que garantiza un
desarrollo civilizado, en la convivencia y la legalidad, conspire contra esta
tendencia positiva la rapiña frenética de los gobernantes corruptos.
Aprovechemos las “delaciones premiadas” de Odebrecht para sancionarlos y
demostrar que la democracia es el único sistema capaz de regenerarse a sí
mismo.
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2017.
© Mario Vargas Llosa, 2017.
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