Reporte de guerra en el
Estado de Borno, en Nigera, territorio del grupo guerrillero islámico Boko
Haram filial del Estado Islámico (es la versión
occidental, no tenemos la otra versión del mismo Boko Haram pero se deduce que
el ejército oficial también emplea la táctica de tierra arrasada y secuestra a
todos, como narra el autor que sostiene el ejército se los llevo a todos los
simpatizantes y probablemente los mato y esas casa vacías sirven ahora a los refugiados
En
el infierno de Boko Haram
http://internacional.elpais.com/internacional/2017/02/23/actualidad/1487852862_930917.html
EL PAÍS
viaja al Estado de Borno, en Nigera, territorio del
grupo terrorista Boko Haram. Allí, 1,5 millones de personas se agolpan
sin apenas comida ni agua en los pocos pueblos que controla el Ejército
NACHO
CARRETERO
Maiduguri
(Nigeria) 26 FEB 2017 -
09:38 CET
En la región
de Borno, norte de Nigeria, todo el mundo
recuerda el momento en el que vio por primera vez a los milicianos de Boko
Haram. “Fue un lunes”, dice una mujer. “Eran las tres de la madrugada”, dice un
chico. “Era martes, después del rezo”. Todos saben la hora, el día y lo que
estaban haciendo en ese momento. El momento en el que irrumpió Boko Haram en
sus vidas.
En el caso
de Fatana Abdul (nombre ficticio) era jueves. Con un hiyab azul, un hilo de voz
y sentada en el suelo de la tienda de campaña de un campo de refugiados, cuenta
que era la una de la madrugada cuando Boko Haram llegó a su aldea en la región
de Marte. "Llevaba varias noches durmiendo mal. Me encontraba enferma,
como un mal presentimiento. Esa noche tampoco estaba durmiendo", dice. Y
en su desvelo escuchó, a lo lejos, disparos. "Enseguida oí también ruido
de motos y gritos". Habían llegado.
Los milicianos
entraron desbocados en la aldea de Fatana. "Disparaban sin parar", recuerda. Abrazada a su familia, Fatana esperaba en
su casa lo inevitable. "Agarraron a mi marido y... -hace una pausa- y le
cortaron la cabeza delante de mí. Después me agarraron y me llevaron con
ellos". Atrás dejó a sus dos hijos, de 7 y 9 años, a los que nunca ha
vuelto a ver. En unos minutos su vida se rompió. Fatana estuvo tres meses
secuestrada por Boko Haram.
“¿Qué pasó
después, cuando te llevaron?”. “Eso no te lo puedo decir. Lo que pasó luego no
te lo puedo decir”. Sí cuenta Fatana que, el segundo día de su cautiverio, la
declararon esposa de un combatiente. Y habla también de las que eran sus
obligaciones: junto a otras cien mujeres, tenía que cocinar, lavar la ropa y mantener
en orden y limpio el campamento donde las retenían. También cortar leña. Por la
noche, dormir con su nuevo marido.
"No me
atrevía a quejarme, a pesar de que estaba muy cansada, con dolores. Si alguna
se quejaba, le pegaban. Nos recordaban todo el tiempo que éramos
esclavas", explica Fatana. “Me vistieron con un burka negro y unos
calcetines negros que daban mucho calor”.
Las reglas
eran estrictas: “Si nos cruzábamos con algún hombre teníamos que detenernos y
mirar al suelo. Sólo podíamos hablar si nos preguntaban algo. Nos hacían rezar
cinco veces al día. A las mujeres embarazadas o mayores las vendían”.
“¿Mayores?”. “Sí, de 30 o más. No les sirven como esposas, así que las vendían
como ganado”.
Había
consecuencias para quien no cumplía lo estipulado. “Una vez
que eras declarada
mujer de uno de ellos no podían matarte. Pero sí podían matarte si los
rechazabas. Si te niegas a casarte, te matan de un disparo. Si te niegas a
dormir con ellos, te cortan el cuello”. “¿Aun así, alguna se negó?”. Fatana
asiente.
Cuenta
Fatana que, por las noches, la mayoría de los miembros del grupo se iban para
combatir. Era entonces cuando aprovechaban para hablar entre ellas con
susurros. “Hablábamos de nuestras vidas anteriores, de nuestros maridos
verdaderos. También planeábamos escaparnos”. En una de esas noches, mientras
los hombres rezaban, Fatana y otras dos mujeres se alejaron por el bosque y
escaparon. Se cruzaron con una patrulla del Ejército y fueron trasladadas a un
campo de refugiados. Vive allí en la actualidad, sola y con una cicatriz en la
pierna que certifica haber sido propiedad de Boko Haram. “Me la hicieron con un
cuchillo”, cuenta. Una niña de nueve años que escucha pide enseñar también su
marca. Se remanga la falda y muestra una profunda cicatriz en su pierna
delgada.
El
sinsentido
Nigeria
es, a día de hoy, la primera economía de África y un país partido en dos.
El
sur es cristiano, occidentalizado en sus áreas urbanas y con recursos naturales
e industriales.
El
norte es musulmán, la ley vigente es la Sharia, suelo desértico sin recursos y
tasas de pobreza, analfabetismo y desempleo a la altura de las regiones más
deprimidas de África.
Uno de los Estados más castigado es Borno. Y en Borno
nació Boko Haram, que podría traducirse como "La educación
occidental es pecado".
Fue en el
año 2002 en Maiduguri, su capital, una ciudad de
un millón de habitantes de calles sin asfaltar, niños descalzos mendigando y
mercados abarrotados junto a desguaces improvisados donde se agolpan camiones y
coches abandonados. Maiduguri es gris y negro, cubierto
de arena y polvo.
La mayor
parte del territorio del Estado de Borno se
encuentra hoy bajo control de Boko Haram. Sólo las 28 principales ciudades y pueblos del Estado
permanecen manejadas por el Ejército
En origen, Boko Haram fue un movimiento islámico radical dedicado a
asistencia social, adoctrinamiento y protestas constantes contra el Gobierno
central, al que recriminaban la corrupción, el abandono y los desmanes
del Ejército. “En ciudades de Borno como Gowle, el 80%
de los vecinos se mostraba hace solo unos años partidario de Boko Haram.
En Maiduguri casi un tercio simpatizaba”. Lo cuenta el
jefe de seguridad de una ONG presente en la zona.
Ustaz
Mohamed Yusuf era el líder entonces y en el año 2009 decidió revolverse en armas contra el
Gobierno. Terminaría ese año ejecutado por la policía
en un callejón de Maiduguri. Heredó el cetro Abubaker
Shekau, actual líder y quien, en el año 2011, cambió el rumbo del grupo
hacia el sinsentido. Hacia la violencia extrema.
Arrancó la guerra.
Durante el
conflicto, Boko Haram juró lealtad a Al Qaeda y
se hizo globalmente conocido en el año 2014 por el secuestro de 200 niñas en
una escuela de Chibok (pueblo de Borno a unos 100 kilómetros de Maiduguri) que
promovió aquello de #bringbackourgirls (la mayoría de aquellas niñas jamás ha
vuelto y representan una ínfima parte de las 10.000 mujeres y niñas que, según
el Gobierno nigeriano, Boko Haram ha secuestrado desde el inicio de la guerra).
Finalmente, en el año 2015, se declararon filial del
Estado Islámico.
Desde que
Shekau tomó el control y arrancó el conflicto, Boko Haram ha dejado de dar
asistencia, de adoctrinar y de protestar contra el Gobierno. Las acciones se
reducen ahora a mantenerse activos en la contienda: asaltan
aldeas y pueblos para conseguir víveres, secuestran hombres para hacerlos
combatientes y mujeres para esclavizar, atacan
convoyes militares para lograr armas y matan a todo aquel que no se pliega
a su forma de pensar. Su objetivo final es instaurar un califato.
El conflicto
está mediáticamente opacado por la tragedia de Siria, pero prosigue crudo y sin
tregua en el norte de Nigeria. Afecta también al resto de países de la cuenca
del lago Chad: Níger, Chad y Camerún, donde se
suceden los ataques.
En el infierno de Boko Harampulsa en la foto
GRÁFICO | El
territorio de Boko Haram
La mayor
parte del territorio del Estado de Borno -epicentro de la crisis- se encuentra
hoy bajo control de Boko Haram. Sólo las 28 principales ciudades y pueblos del
Estado permanecen manejadas por el Ejército, incomunicadas entre sí,
inalcanzables por carretera. Como islas. Fuera de ellas, los combatientes
islamistas se mantienen en movimiento y dominan el terreno. Cuando el Ejército
aprieta, se refugian en santuarios como el bosque de
Sambisa, al sur de la capital, o en la zona fronteriza con Camerún.
Desde allí llevan a cabo emboscadas e insisten en intentar tomar algunos de estos 28 pueblos a salvo. Es una guerra tan declarada
como desconocida.
Cada
día son asesinados, secuestrados o reclutados decenas de vecinos de las zonas
rurales de Borno que no
han abandonado a tiempo sus casas. Alrededor de pueblos como Rann o Pulka -controlados por el Ejército y, actualmente,
frentes de batalla- el intercambio de fuego es intenso, con los combatientes de
Boko Haram intentando tomar las localidades a la fuerza. ONG como Oxfam, que
organizó esta visita, tienen que llevar víveres cada semana a estos pueblos en
helicóptero. Un cooperante asegura que el aislamiento está dejando al menos 200 muertos cada semana en estos lugares, ya que
en la mayoría de estos 28 santuarios se agolpan miles de desplazados, huidos de
las aldeas atacadas, confiando en que Boko Haram no rompa el cordón militar que
les protege. Y luchando por conseguir un agua y una comida que ya eran escasas
antes de su llegada.
En total, son 1,4 millones las personas que han tenido que abandonar
sus aldeas para refugiarse en esta suerte de islas urbanas vacías de
recursos. El escalofrío llega cuando un periodista nigeriano especializado en
Boko Haram y que pide no publicar su nombre explica que, aproximadamente otro millón y medio de personas permanecen
todavía en el interior del Estado, lejos de las ciudades protegidas. “Algunos
están escondidos, me pregunto alimentándose de qué; otros viven en aldeas
controladas por Boko Haram obligados a obedecer. Son los olvidados”.
Cuando se
sobrevuela el Estado de Borno se pueden ir viendo, sobre el terreno marrón y
arenoso, las aldeas quemadas y destruidas. El dibujo de una región arrasada,
abandonada, inhóspita.
Y pese a
ello, en cada pueblo y aldea, aunque minoritarios y
silenciosos, todavía existen simpatizantes de Boko Haram. Casi siempre
jóvenes sin educación, trabajo ni modo de vida que ven en afiliarse a la causa
terrorista una salida. En el sur de Maiduguri, la
capital, hay ataques y atentados casi cada semana. Y son llevados a cabo
por chavales de la ciudad. En los pueblos hay bombas y
disparos casi a diario.
Siete
militares murieron la semana pasada en una emboscada. “Pero no se sabe mucho fuera de
aquí porque esto se ve como un problema local”, explica el periodista
nigeriano. “Boko Haram no ha atentado en Occidente ni tampoco pone en peligro
recursos para la exportación. Por tanto, no hay intervención como sí la hay en
Siria o Irak”.
Esclavos
de Boko Haram
Naciones
Unidas estima en siete millones el número de víctimas del conflicto en términos
humanitarios.
Unos 5 millones de
personas están en riesgo de hambruna. Aproximadamente
2,5 millones están fuera de sus casas, desplazados o refugiados en los
países vecinos.
Unas 150.000 personas
han sido asesinadas.
Al menos 2.000 han muerto de hambre sólo en Borno.
Más de
10.000 mujeres y niñas han sido secuestradas: casi todas violadas, muchas
obligadas a casarse con combatientes y otras, casi siempre niñas, empujadas a
suicidarse en mercados o mezquitas con chalecos explosivos adosados a sus
cuerpos.
Mujeres
refugiadas hacen cola en un campo de refugiados para acceder a un kit de
higiene. PABLO TOSCO
Tagana
Goni Ali tiene 29 años.
Es de Muntina, una de las miles de aldeas vacías de Borno. Huyó de ella cuando
entró Boko Haram, a tiros, hace un año y medio. Ahora vive en Kawar Maila, el
barrio paradoja: se trata de una zona de la ciudad de Maiduguri en la que la mayoría
de vecinos simpatizaba con Boko Haram. El Ejército los
sacó de allí y las casas vacías las ocupan ahora desplazados como
Tagana.
Es un barrio
de chabolas, casas semiderruidas, basura
acumulada, canales de agua marrón y cabras comiendo entre los niños que juegan
descalzos. “Antes vivía en una casa bonita, teníamos comida y dinero. Ahora no
tenemos nada, pero estamos seguras aquí”. Tagana salió corriendo con su bebé en
la espalda cuando llegó “la insurgencia”, como
ella los llama. En brazos llevaba otra hija, de seis años. El peso le hizo caer
y sus perseguidores, tal y como la propia Tagana relata, comenzaron a golpearla
en el suelo con palos y las culatas de las armas. El bebé fue el involuntario
escudo. Murió por los golpes. A la otra hija se la llevaron. No la ha vuelto a
ver.
A las
afueras de la ciudad, no muy lejos del barrio de Tagana,
se extiende el campo de desplazados más grande de Borno. En Muna Garage viven unas 32.000 personas. Sobre el polvo
se levantan cabañas, se suceden improvisados corrales de vacas esqueléticas y
un grupo de mujeres espera bajo un árbol a ser interrogadas: acaban de llegar
al campo, sin marido, y son sospechosas de ser esposas de combatientes.
Ridwen
Ehmid es uno de los obligados vecinos de Muna Garage. Tiene 44 años y era profesor de
inglés en Gashajar, su pueblo natal, muy cercano
a la frontera con Níger. Es un hombre robusto, de barba blanca y ojos vivos con
facilidad para humedecerse. En su tienda de campaña, sobre varias alfombras
amontonadas, cuenta cómo fue el día en el que llegó Boko Haram a su aldea. “Era
muy temprano y yo iba caminando hacia la escuela. Escuché un disparo, pero como
normalmente había soldados alrededor del pueblo, no le presté atención”.
Después llegaron más disparos y los gritos que paralizaron el rostro de Ridwen. “¡Allahu Akbar! ¡Allahu Akbar! [Alá es el más
grande]. Eran ellos”.
“Los chicos
de Boko Haram entraron en el pueblo disparando a todo. A cualquier cosa. A
niños, a mujeres, a todo. Y todos corriendo, gritando, saltando. Una
estampida"
Era enero de
2015 aquella mañana en la que llegó Boko Haram. “Yo tuve suerte porque tenía móvil. Así que
llamé a mi mujer y le dije que cogiera a los niños y saliese corriendo del
pueblo”. Ridwen también empezó a correr. Todo el mundo empezó a
correr.
“A ver cómo
te lo explico”, dice Ridwen rascando el suelo con su dedo. “Los chicos de Boko Haram
entraron en el pueblo disparando a todo. A cualquier cosa. A niños, a mujeres,
a todo. Y todos corriendo, gritando, saltando. Una estampida. La gente se
tropezaba, saltaba o caía muerta. Gritaban”. Ridwen se dirigió hacia el río Komadugu Yobe, que marca la frontera entre Nigeria y
Níger.
“La gente se
lanzaba para cruzar. Detrás nos perseguían los milicianos, disparaban. Del otro
lado estaba el Ejército esperando para ayudarnos”. La mujer y los hijos de
Ridwen estaban allí y cruzaron juntos con el impulso del pánico. “Alrededor veía cómo se hundían algunas personas que no
sabían nadar. Una mujer desapareció bajo el agua cuando le alcanzó una
bala. Cuando logramos llegar al otro lado, los de Boko Haram se dieron la
vuelta y regresaron al pueblo.
Se fueron
Ridwen y los demás supervivientes con lo puesto. Así es como huyen todos de Boko Haram. La milicia irrumpe en las aldeas y la
gente huye en estampida sin tiempo de llevarse nada. Y sin nada llegan a
pueblos vecinos, asentamientos o campos de refugiados. Ridwen y su familia se
instalaron en Muna Garage. “Ahora no tenemos nada -dice Ridwen-. Se lo
llevó todo el viento”. Toma aire. “Son el mal”.
La
generación perdida
Antes
de que estallara el conflicto, las fronteras entre Nigeria y sus vecinos eran
permeables. Los habitantes las consideraban anécdotas y las atravesaban
a menudo para visitar familiares de la misma etnia o acudir a mercados. Hoy están militarizadas. Y las carreteras y caminos
inutilizados. Las rutas han quedado en suspenso. Los comerciantes se han
arruinado. Los campesinos no pueden cultivar para subsistir. La vida ha
quedado interrumpida en la cuenca del Lago Chad.
Un hombre
reza en el campo de refugiados de Muna Garage, en Maiduguri. PABLO TOSCO
En la zona
hablan de la generación perdida. Toda una remesa de niños que no acudirá a la
escuela. Toda una franja de población cuyo único objetivo es sobrevivir.
Jakkana
es una aldea a unos 25 kilómetros de la capital Maiduguri. Está fuera de la zona de control
militar, pero hace meses que no es atacada por Boko Haram. La carretera hasta
alcanzar el pueblo está plagada de baches. El paisaje se vuelve desértico, con
casas abandonadas, gasolineras destrozadas y grupos de jóvenes armados. Son
miembros de la Civilian Joint Task Force (CJTF),
una milicia compuesta por vecinos de la zona que apoyan al Ejército contra Boko
Haram.
En el check
point que han dispuesto a la entrada de Jakkana, los chavales esperan con
fusiles y machetes. Uno de ellos se llama Mohamed Goni. No recuerda su edad.
Asegura que no cobra por ser un banga, como se denomina a estos milicianos. “Lo
hago para proteger al pueblo”. “¿No tienes miedo?”. “No. Son seres humanos,
como yo”. Y la respuesta permite saber que, en Borno, no poca gente considera a
Boko Haram una suerte de demonios, de violentos seres sobrenaturales.
Jakkana
muestra su depresión:
pendiente de no volver a ser atacada, el pueblo discurre a lo largo de una
carretera gastada que acumula basura en las cunetas. No hay agua corriente y la electricidad llega de vez en cuando.
El sol se alía con la arena y el viento para impedir abrir los ojos.
CHARLA CON
EL AUTOR
En el
infierno de Boko Haram
Nacho
Carretero compartirá con los lectores su experiencia durante más de dos semanas
en Nigeria el próximo martes 28 de febrero a las seis de la tarde. Será en la
página de Facebook de EL PAÍS.
Un chico
llamado Abdul Kadir Musa cuenta que tuvo que dejar Boboshe,
su aldea, y refugiarse en Jakkana después de un ataque de Boko Haram.
Habla con las manos colgando, inútiles, como si fueran dos pesos muertos. Abdul
tiene 20 años y apenas se le escucha al hablar.
Cuenta que,
cuando los chicos de Boko Haram llegaron a Boboshe, no le dio tiempo a salir
corriendo. “Me cogieron, me ataron con los brazos a la espalda a un poste de
madera. A los pocos ancianos que quedaban en la aldea les dijeron: quien lo
desate, lo matamos. Y se fueron”. Abdul estuvo unas 20 horas sujeto. “Yo
lloraba y gritaba, me dolía mucho. Finalmente, un anciano me desató. Y me
escapé”. Abdul no puede mover los brazos. En las vendas que cubren sus muñecas
se amontonan las moscas.
Dicen en
Nigeria que el próximo mes de mayo van a sacar a Fatana, Ridwen, Abdul y a
todos los demás desplazados de los 28 pueblos donde están refugiados y los van
a llevar a campos que el Gobierno está construyendo. Dicen también en Nigeria
que no le ven final a la guerra. La guerra que casi nadie conoce.
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