El
presidente Donald Trump llega a la Casa Blanca agitando el populismo y el
nacionalismo.
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"Desde hoy, América primero", proclama
en su toma de posesión el nuevo mandatario de EE UU
MARC
BASSETS
Washington
21 ENE 2017 - 02:50 CET
El populismo más agresivo y el nacionalismo más desacomplejado
se instalaron este viernes en la Casa Blanca. Donald John Trump (Nueva York,
1946) dio el tono a su presidencia con el mismo discurso apocalíptico y
antisistema que en menos de dos años le ha llevado de ser un estrafalario
constructor y showman televisivo a convertirse en el 45º presidente de Estados
Unidos.
En la
ceremonia inaugural, momento solemne en
el que los nuevos presidentes suelen lanzar un mensaje de unidad, el
republicano Trump arremetió contra las élites de
Washington, se postuló como representante de los perdedores de la globalización
y prometió colocar el eslogan América primero en el centro de sus políticas.
Trump es Trump, y no cambiará como presidente.
El
presidente de EE UU, Donald Trump, durante la ceremonia en la que ha jurado el
cargo este viernes, en Washington. MANDEL NGAN (AFP) / VÍDEO: REUTERS-QUALITY
En el año
antiestablishment, cuando de Londres a París y de Viena a Washington políticos
de todo signo sacuden el orden establecido, la irrupción de Trump en el
sanctasanctórum del poder mundial es un triunfo rotundo e inesperado para este
movimiento. Trump no habló en términos de izquierda y derecha, y eludió las
propuestas más ideológicas, como la construcción del muro o la revocación de la
reforma sanitaria del presidente Barack Obama. Articuló, con su lenguaje de frases
breves y eslóganes memorables, una visión que oponía el pueblo contra las
élites, y la nación contra el extranjero.
“Los olvidados y olvidadas
de nuestros país dejarán de estar olvidados”, dijo el republicano Trump, en un discurso de 15
minutos muy parecido a la versión más extrema de los que pronunciaba en la
campaña electoral que le dio la victoria el 8 de noviembre ante la demócrata
Hillary Clinton. “Nunca
volveréis a ser ignorados”.
Rodeado de
los máximos representantes del poder en Washington, entre ellos el expresidente
Obama, ante un público escaso comparado con otras ocasiones, Trump retrató a EE UU como un país en un estado de crimen y caos en el que
las élites se han enriquecido y han maquinado a espaldas del pueblo. Al
escuchar al nuevo presidente cargando contra “el pequeño grupo que cosecha los premios del
Gobierno en la capital de nación mientras el pueblo soporta su coste”,
era difícil pensar que las autoridades que le acompañaban ante el Capitolio no
se sintieran aludidas.
“Vamos a
quitarle el poder a Washington y devolvéroslo a vosotros, el pueblo americano”, comenzó. “El 20 de enero de 2017 será recordado como el
día en que el pueblo se convirtió de nuevo en el gobernante de la nación”,
añadió.
Antes, al
mediodía en punto, hora local, Trump puso la mano sobre dos ejemplares de la
Biblia —uno que le regaló su madre y otro que perteneció a Abraham Lincoln, el
presidente que liberó a los esclavos— y repitió las 35 palabras del juramento y
se convirtió en el 45º presidente de EE UU.
A lo lejos,
frente a él, en la semivacía explanada del National Mall, los monumentos a los
gigantes americanos: Lincoln, Washington, Martin Luther King, Jefferson, los
líderes que sentaron las bases de una nación que, con reveses y nunca en línea
recta, quiso proyectarse como un modelo de democracia, de apertura al mundo y
diversidad.
Investidura de Obama vs toma de posesión de
Trump
La toma de
investidura de Obama (izq) en comparación con la de Trump
En algunos
momentos el discurso parecía inspirado en la retórica de Ronald Reagan. En su
primera inauguración, el republicano Reagan dijo que había que resistir a la
tentación de creer que “el gobierno por un grupo de élite es superior al
gobierno por y para el pueblo”, y que “el gobierno no tiene otro poder que el
que le concede el pueblo”.
Pero el tono
de Trump era muy distinto, no optimista y confiado como el de Reagan, sino
pesimista y tenebroso. “Esta carnicería americana se detiene aquí y ahora”, dijo
después de describir un país azotado por los cierres de fábricas, la educación
deficiente y la plaga de las drogas.
Fue un
discurso más populista que conservador, y también nacionalista, con acentos
victimistas y autárquicos.
“Hemos defendido las
fronteras de otras naciones al tiempo que rechazábamos defender las nuestras, y
hemos gastado miles de millones de dólares en otros países mientras la
infraestructura americana se deterioraba y declinaba. Hemos hecho ricos a otros
países mientras la riqueza, la fuerza y la confianza en nuestro país desaparecía
del horizonte”,
dijo.
“A partir de ahora, será
América primero. Cada decisión que tomemos en comercio, impuestos, inmigración,
asuntos exteriores se tomará en beneficio de los trabajadores americanos y de
las familias americanas”.
El presidente Donald Trump llega a la Casa
Blanca agitando el populismo y el nacionalismover fotogalería
FOTOGALERÍA|
Toma de posesión de Donald Trump
El
America first, o América primero, refleja el proteccionismo de la nueva Administración pero también
tiene resonancias pasadas. America first era el eslogan de los filonazis y
antisemitas estadounidenses contrarios a la entrada de EE UU en la Segunda
Guerra Mundial. La breve referencia en el discurso a las alianzas
internacionales, que Trump ha cuestionado, la usó para decir que estas debían
ampliarse y servir para “erradicar el terrorismo islámico radical completamente
de la faz de la tierra”.
Trump llega
a la Casa Blanca como el nuevo presidente más impopular en cuatro décadas, bajo
el signo de la división social que él mismo atizó durante la campaña, y entre
protestas en la calle y un boicot de decenas de congresistas del Partido
Demócrata. Estados Unidos no lo recibe con entusiasmo. Su rival en las
elecciones, Hillary Clinton, le sacó casi tres millones de votos de ventaja, y
solo ganó gracias al sistema de elección presidencial basado en la ponderación
de voto por Estados en vez en el voto popular absoluto. Desde que Richard Nixon
juró por segunda vez el cargo en 1973 no se había visto una inauguración tan
crispada como esta. Nixon acabó destituido un año y medio después.
Medidas
rupturistas
El ritual
del traspaso de poder es el momento más monárquico de una república que se
fundó en rebelión contra la Corona británica. La ceremonia que garantiza la
continuidad pacífica de la democracia comenzó a primera hora de la mañana con
los Trump saliendo de la Blair House, la residencia frente a la Casa Blanca
donde tradicionalmente se alojan el presidente electo y su esposa la noche
anterior a asumir el poder. De ahí se desplazaron a la vecina iglesia
episcopaliana de San Juan, conocida como la iglesia de los presidentes. Y de
ahí a la Casa Blanca para tomar un té con los Obama. Juntas, la familia que ha
ocupado la residencia de los presidentes en los últimos ocho años y la que la
reemplazará en los cuatro próximos se dirigieron al Capitolio para la ceremonia
de investidura.Tras el acto, los Obama ha volado a Palm Springs (California)
para pasar unos días de descanso.
Trump
quiere empezar la presidencia con medidas que hagan visible la ruptura, como la
retirada del acuerdo comercial con 11 países de la cuenca del Pacífico y
decretos sobre la inmigración o la ley sanitaria. En julio, cuando aceptó la nominación del Partido
Republicano en la convención en Cleveland, prometió que el 20 de enero “se restaurará la seguridad” en Estados Unidos, y el 21
“los americanos finalmente se despertarán en un país en el que las leyes (…) se
aplican”.
Con el
discurso inaugural, el tiempo de la retórica ha terminado. De una vez empezará
a desvelarse cómo gobernará el presidente Donald J. Trump. Acaba el tiempo de
las palabras y de sus mensajes. Es la hora de los
hechos.
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