¿Cómo
gobernará Trump? el mundo entra en una era de Hiper incertidumbre política y económica
este 20 de enero .
http://elpais.com/elpais/2017/01/16/opinion/1484590853_237959.html
Carece de programa, porque ni él
mismo pensaba ganar.
Para él,
será fácil abandonar el acuerdo TPP o endurecer la
política de inmigración; pero será más difícil abolir
el ‘Obamacare’ o denunciar el Tratado nuclear con Irán
JORGE
DEZCALLAR
18
ENE 2017 - 00:00 CET
¿Cómo
gobernará Trump?
RAQUEL
MARIN
La elección
de Donald Trump plantea el problema crucial de intentar saber cómo va a
gobernar, si va a hacer lo que ha dicho durante la campaña más polarizada y
bronca de la historia norteamericana, o si el ejercicio del poder le va a
moderar y la respuesta no es fácil.
Como ha
dicho Kissinger, este es el primer presidente que llega “sin maletas” a la Casa Blanca.
Lo que se sabe es que va a tener mucho poder porque
controlará el Ejecutivo, el Congreso (Obama perdió la Cámara en 2010 y el
Senado en 2014) y, cuando nombre al sucesor de Antonin Scalia, se
garantizará también un Tribunal Supremo afín que le ayude a poner en marcha esa
gran revolución conservadora que muchos esperan.
El principal
problema para cualquier observador es que probablemente ni el mismo Trump
esperaba ganar, y
eso le hace no tener un programa definido y explica las dudas que
rodean la formación de su equipo de gobierno. Esa es la
explicación amable.
La otra es
que Trump no tiene ideas claras, todo para él es negociable, dice una cosa y la
contraria, se deja influir por la última persona que le visita y se guía más
por su instinto que por la reflexión ponderada.
Su
problema no es tener un mal programa de gobierno sino no tener ninguno, vivir en una improvisación constante
a base de twitters que nadie controla, porque eso genera inseguridad.
Así, su
rechazo de la política de “Una Sola China”
plantea la duda de saber si es un órdago antes de abrir una complicada
negociación comercial, si es un cambio radical y preparado con cuidado de la
política que Estados Unidos defiende desde Nixon, o si Trump contestó la
llamada de la presidente de Taiwán sin consultar antes con nadie. También
parece dispuesto a dar un giro radical a la política seguida hasta ahora sobre
el conflicto israelo-palestino.
Por eso es
legítimo que preocupen su arrogancia, su ignorancia, su adanismo (I alone can
fix it), su improvisación, la influencia que en sus decisiones de gobierno
puedan tener los negocios que tiene repartidos por el mundo y de los que no se
separa y, por fin, quiénes le vayan a asesorar... cuando se deje, una vez que
ya se ha peleado con las agencias de Inteligencia.
Los que ya conocemos inspiran muchas dudas. Tampoco aclaran mucho su primera
rueda de prensa o las discrepancias internas que asoman tras la presentación de
Tillerson ante el Senado.
La esperanza
es que el sistema logre moderar alguna de las iniciativas del nuevo presidente
Las ideas
que conforman el núcleo duro de su pensamiento no son muchas y se centran en un acendrado proteccionismo que le hace rechazar los
tratados de libre comercio, y en una desconfianza de
los foros y alianzas internacionales que
considera obsoletos y un estorbo a su libertad de acción, desde una
mentalidad de empresario que busca beneficios inmediatos sin comprender que son
un seguro antes que una inversión. Piensa que el cambio
climático es un fraude, admira a líderes fuertes
y autoritarios y no va a perder el tiempo en tratar de extender la democracia
en el mundo o en defender los derechos humanos.
También será
reacio a embarcarse en aventuras exteriores porque cree
con el 86% de sus compatriotas que las guerras emprendidas en Oriente Medio desde 2001 no han servido para nada y
tampoco han hecho al país más seguro.
Además de
este catálogo básico, Trump ha dicho que haría muchas otras cosas, algunas de
las cuales parecen más factibles que otras, mientras que algunas son
imposibles. Entre las más fáciles están las de reducir impuestos;
abandonar el Transpacific Partnership (TPP), lo que echará a toda la
cuenca del Pacifico en brazos de China y de su Asociación Regional de Libre
Comercio, que excluye a los EEUU; endurecer la política
migratoria y abolir las restricciones medioambientales de Obama.
Más complicado será echar abajo su reforma sanitaria, algo
que Trump considera absolutamente prioritario, porque dejaría sin cobertura a treinta millones de americanos pobres que, como
dice Krugman, son quienes le han votado.
No está
claro que el Congreso le vaya a dar el billón de
dólares que necesita para renovar las infraestructuras, porque eso aumentaría el deficit, ni que quiera pagar
el muro con México, sin que sea previsible que lo levanten los mexicanos.
Denunciar
el Acuerdo Nuclear con Irán simplemente no depende de Washington porque se trata
de un tratado multilateral, los demás firmantes no están por la labor y
además Teherán está cumpliendo con sus obligaciones.
Y la promesa
de doblar el PIB hasta el 4% anual no es
realista, como tampoco parece fácil crear empleo en los
altos hornos o en las cuencas de carbón.
De otras
cuestiones polémicas, Trump simplemente ha dejado de hablar o ha dado marcha
atrás, como la absurda pretensión de procesar a Hillary Clinton o su inicial
entusiasmo con la tortura y, en especial, el waterboarding. También parece
haber moderado su postura ante el cambio climático. Algo es algo.
Trump parece
dispuesto a favorecer un mundo multipolar, con varios centros de poder
La elección
de Trump señala el final de la época de la PostGuerra Fríaa basada en el “consenso de Washington” (democracia liberal y la economía de
mercado) con instituciones multilaterales fuertes y el respaldo militar
de los EEUU como gendarmes del planeta, una combinación que Fukuyama creía
imbatible.
Porque
aunque la globalización ha conducido a un enriquecimiento y aproximación
macroeconómica entre los países (en 1960 EEUU, Europa y
Japón representaban el 70% del PIB mundial y hoy rondan el 50%), sus
excesos, la falta de vigilancia y de regulación (o las mismas sinvergonzonerías
de los reguladores) han creado dentro de los países bolsas de miseria,
desempleo y aumento de las desigualdades. Es contra esto que Trump ha
construido su victoriosa estrategia electoral, porque ha captado mejor que
nadie el fracaso de las democracias liberales para
distribuir mejor la riqueza y porque ha jugado con los miedos de las
clases medias a perder el empleo por la tenaza de la deslocalización
empresarial y la llegada de inmigrantes que, si además hablan otra lengua o
tienen otra pigmentación, son percibidos como una amenaza.
Trump
parece dispuesto a abandonar la política multilateralista de Obama para ir
hacia un mundo multipolar
con varios centros de poder en tensión recíproca, en un contexto de
proteccionismo y de debilidad de las instituciones internacionales encargadas
de la resolución de conflictos. Un mundo que será menos seguro si Washington
abandona el sistema de alianzas que ha construido desde 1945, y que será más
pobre si se encierra detrás de muros proteccionistas, que abren la puerta a
guerras comerciales. Barry Eichengreen, profesor de
Economía Internacional en Berkeley ha acuñado el término híper-incertidumbre que quizás habrá que extender al
terreno político. Y eso no es bueno.
La esperanza
es que las cosas se vean de otra forma desde el Despacho Oval o que el sistema
logre moderar algunas de las iniciativas del nuevo presidente, al estilo de la
serie británica Yes, minister, donde celosos funcionarios evitan que el
ministro de turno haga más tonterías que las estrictamente necesarias; en caso
contrario habría que gritar aquello de ¡mujeres y niños primero!
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