Nueva crisis a la
vista
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13
de junio de 2016. 11:59h
Raúl Salgado. Madrid.
Nueva
crisis a la vista
Las alarmas
han saltado.
Y no dejan
de sonar.
La caída de
los beneficios empresariales, de la productividad y de la inversión en Estados
Unidos,
la crisis de los emergentes,
el
hundimiento de las materias primas,
el pinchazo del gigante asiático...
«La probabilidad de volver
a entrar en recesión en 2017 es altísima». Lo afirma, con rotundidad, Juan Ignacio Crespo, el
único economista español que predijo la crisis de 2008. Y el Fondo Monetario Internacional (FMI) no cesa de revisar sus
expectativas de crecimiento a la baja.
Se
trataría de una recesión global, dada la pérdida de pulso que está sufriendo la economía mundial y que
se manifiesta de manera más evidente en la desaceleración del crecimiento en
países clave como China, cuyo PIB ha pasado de crecer a un ritmo próximo al 15% en el segundo trimestre de 2007 a otro, bien
distinto, del 6,7% en el primer trimestre de 2016.
Crespo ha
escrito
«¿Por qué en 2017 volveremos a entrar en
recesión?»
(Deusto), y
también señala como factor de riesgo el puro paso del tiempo.
Y es que la economía estadounidense ha estado
en expansión durante los últimos siete años.
«Para
mediados de 2017, si la crisis no se hubiera iniciado antes, su duración habría
sido de 96 meses y sólo habría habido otras dos de mayor duración en una
historia de 33 ciclos económicos documentados. De ahí, que esté llegando a los
límites conocidos de lo que son las expansiones económicas en Estados Unidos».
Los dos motores más importantes de la
economía global, EE UU y China, están al límite
de sus capacidades,
lo que puede llevar a pensar que se aproxima lenta e inexorablemente otra
recesión mundial.
Crespo
piensa que la economía española se vería arrastrada por la caída del resto de
países.
Además, el
autor opina que España tiene motivos propios para que su economía sufra un frenazo.
Y, entre
ellos, destaca la necesidad de reducir el déficit público hasta un nivel inferior al 3% en 2017.
Eso supone,
si se toma como referencia inicial el 5,1% de déficit
de las administraciones públicas en 2015, un ajuste cercano a los 23.000 millones de euros, entre aumentos de ingresos y
recortes del gasto que, de llevarse a cabo con rigor, serían suficientes por sí
mismos para hacer que –salvo circunstancias fortuitas de especial buena suerte–
la economía española entrara en recesión.
Los indicadores
que vaticinan una nueva crisis son muy variados. Van desde algunos muy
generales a otros de relevancia local, pero que «son síntomas de deterioro
económico internacional». Entre los más generales, y a la cabeza de todos los
demás, Crespo señala que la caída en promedio del
precio de las materias primas que se ha venido produciendo a lo largo de los
últimos cinco años ha sido un indicio de la desaceleración que ha
sufrido la economía mundial. El autor sostiene que a esa caída de precios
también ha contribuido al exceso de capacidad generado en el sector de las
materias primas, lo que, a su vez, acelerará la llegada de la recesión, ya que
«es un sector en el que la inversión empresarial
quedará paralizada durante años, hasta que se produzca un ajuste entre
oferta y demanda –el exceso de oferta sobre demanda en el sector energético
está entre uno y dos millones de barriles de petróleo diarios–».
Frenazo
del comercio
Otro de los
síntomas de la decadencia de la economía mundial es el hecho de que los beneficios de las empresas estadounidenses y europeas estén
sufriendo fuertes pérdidas.
Así, las
compañías que cotizan en el S&P 500 acumulan ya
tres trimestres de caídas –5,1% en el primer trimestre–. Asimismo, las
europeas incluidas en el índice Eurostoxx 600 se
dejaron un 10,4% durante los tres primeros meses del año.
Pues bien, cuando eso sucede, «rara es la
ocasión en que las respectivas economías no entran en recesión»,
apostilla.
Y es que
todas estas turbulencias bursátiles se reflejan en un estancamiento, o
retroceso, del comercio mundial, cuyo volumen ha caído entre el último
trimestre de 2015 y el primero de 2016 un 1,7%.
En este
sentido, el PIB de Singapur –al tratarse de un «hub» o polo de comercio internacional–
sirve como indicador adelantado, y en la actualidad sufre una fuerte regresión de sus exportaciones e importaciones, y
un nulo crecimiento económico.
Más allá del
frenazo del comercio mundial, Crespo piensa que la
mayor amenaza procede del excesivo endeudamiento de la economía china y de su
consecuente capacidad devastadora que pueden tener las dificultades de
pago en su banca en la sombra, que se estima que
alcanza un patrimonio de 3,5 billones de dólares.
«Parece que
se están produciendo los mismos fenómenos que llevaron a la crisis de las
hipotecas «sub-prime» o hipotecas basura en 2007-2008 en EE UU: exceso de
apalancamiento; inversión en productos de elevada rentabilidad, pero cuya
capacidad de pago parece muy escasa por tratarse de productos emitidos por
empresas inviables; mal emparejamiento entre
la financiación a corto plazo y la inversión a plazos largos; inversión en
productos apalancados...».
El autor de «¿Por qué en 2017 volveremos a
entrar en recesión?» cree que esta nueva crisis en algunos países –como China– podría ser más dura que la de 2008-2009, así
como en aquellos que se encuentren muy volcados hacia el comercio
internacional. Sobre todo, los de Oriente Lejano y los emergentes productores
de materias primas. Y agrega que «en España el impacto adicional no tendría por
qué ser especialmente malo, puesto que esta vez ya no queda ninguna burbuja por
pinchar». De forma paralela, Crespo apuesta por una duración aproximada de 15
meses.
«Los bancos centrales comprarán acciones»
Crespo ve
difícil evitar la inminente crisis que anuncia en su nuevo libro. Y es que la
economía mundial sufre demasiados desajustes que, antes o después, deberán
reconducirse. El mayor desafío será la transformación de la economía china
desde su modelo actual, basado en la inversión y desarrollo de la industria
pesada, a otro más propio de economías maduras. El autor también defiende que
el sistema económico se dirige hacia una nueva
especie de capitalismo de Estado. Su tesis es que llegado el momento de la
recesión, con la consiguiente caída del precio de los activos financieros y
reales, los bancos centrales se volcarán en estabilizar
la situación, inyectando liquidez y comprando todo lo que haga falta: ya no sólo bonos, sino también acciones. «Ello llevará
a una etapa transitoria de mayor intervencionismo del Estado en la economía,
aunque sin voluntad de permanencia, sino de solución de emergencia», sentencia.
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