El
impacto real de la ‘brexit’ sería gradual y global
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PHOTO: HANNAH MCKAY/EUROPEAN PRESSPHOTO AGENCY
Por GREG IP
jueves,
23 de junio de 2016 0:02
EDT
A algunos
expertos les preocupa que si los británicos deciden abandonar la Unión Europea,
los mercados financieros se hundan y precipiten una recesión. Tales
predicciones son en gran medida conjeturas y, probablemente, exageradas.
Las mayores
consecuencias serían más sutiles, graduales y de
alcance global.
Una brexit
representaría el más claro repudio sufrido hasta el momento por el consenso de
posguerra en favor de una integración global cada vez más profunda. Este
consenso ya se está resquebrajando ante el creciente avance del proteccionismo
y del sentimiento antiinmigrante en todo el mundo.
Un mayor agrietamiento socavaría las perspectivas de crecimiento mundial,
nubladas ya por el envejecimiento de la población y por una productividad
miserable.
Aquel
consenso a favor de una mayor integración ha resistido admirablemente el paso
del tiempo. Desde la fundación de la Unión Europea en
1957, 28 países se han unido a ella y ninguno la ha abandonado (con la
excepción de Groenlandia, un territorio danés, y de Argelia, una ex colonia
francesa).
En realidad,
es poco común que un país abandone deliberadamente un pacto comercial, excepto
para unirse a uno mejor. Desde la creación de la Organización
Mundial del Comercio en 1948 con el nombre de Acuerdo
General sobre Aranceles y Comercio, 162 países se han integrado. No se
ha ido ninguno.
Esto se debe
en gran parte a que las élites gobernantes han aceptado
la justificación económica de la integración.
Esta aumenta el tamaño del mercado,
expone a las empresas locales a una
mayor competencia y
acelera la difusión de nuevas ideas a
través de la inversión extranjera y la inmigración.
Los
economistas Scott Bradford y Robert Lawrence estimaron en 2004 que si se
retornara a las normas comerciales que imperaban en los años 30, el mundo sería 7% más pobre
Hasta que se
unió a la UE en 1973, la economía de Gran Bretaña
estaba retrocediendo respecto de las
de Francia y Alemania. Margaret Thatcher se
convirtió en primera ministra en 1979 y comenzó a reducir la injerencia del
Estado en la economía. Desde entonces, el ingreso per cápita británico ha
crecido igual de rápido, o más rápido, que los de Francia y Alemania.
El punto
débil de este éxito económico es su frágil legitimidad política. A los
defensores de la salida británica de la UE, o brexit, les irrita desde hace
tiempo la interferencia de la UE en los asuntos británicos. Los tratados internacionales como la UE y la OMC son por
naturaleza no democráticos en la medida en que obligan a los signatarios a
atarse las manos para el bien común.
Las
empresas británicas se quejan de la intromisión de la UE en sus mercados, pero salen
beneficiadas cuando esa misma intromisión derriba barreras comerciales en el
continente.
Los críticos
dicen que la integración global enriquece a las élites a expensas del
trabajador promedio.
También es
una crítica infundada. Por un lado, los trabajadores más calificados han ganado
de manera desproporcionada, pero además cada trabajador es también un
consumidor y por lo tanto se beneficia cuando la competencia internacional hace
que los productos sean mejores y más baratos.
Doug Irwin,
historiador del comercio internacional en Dartmouth College, señala que si dos millones de empleados estadounidenses
pierden para siempre US$15.000 en ingresos anuales —una estimación extrema
de los efectos del comercio con China— y si al mismo tiempo 320 millones de consumidores
estadounidenses ganan sólo US$100
gracias al comercio internacional, los beneficios para el conjunto de la
sociedad superan los costos.
En el
balance final, incluso la inmigración es probablemente
beneficiosa. El Centro para el Desempeño
Económico de la London School of Economics estima que los inmigrantes de la UE a Gran Bretaña están mejor
educados y tienen más probabilidades de estar trabajando que los oriundos del
Reino Unido, y que pagan más en impuestos que lo que reciben en beneficios.
Si Gran
Bretaña deja la UE, el país no sufriría una implosión: no habría un retorno a
la economía sobreprotegida y excesivamente regulada de la era previa a
Thatcher.
Eso no
quiere decir que no habría costos. De los 13 estudios
independientes que buscaron medir los efectos de la
brexit, ocho concluyeron que Gran Bretaña estaría peor y tres que estaría mejor. (El resto obtuvo resultados
combinados). Aun así, las estimaciones del gobierno británico de una caída del
crecimiento de entre 0,2 y 0,6 puntos porcentuales durante más de 15 años no
serían suficientemente evidentes para los ciudadanos comunes y corrientes.
Sin embargo,
esos costos son reales. Más importante aún es que pasar
de una trayectoria de fronteras más abiertas a fronteras más cerradas mermará
levemente el crecimiento a largo plazo de Gran Bretaña.
Debido a que
el aumento de la productividad ha promediado
recientemente en torno a cero, la nación no está
en condiciones de afrontar esa perspectiva. Las consecuencias tampoco se
detendrán en las costas británicas. Si a corto plazo la brexit no tiene graves
consecuencias, ello podría alentar a los políticos que se oponen a la UE en Francia y Holanda, quienes al igual que los
defensores de la brexit, se han beneficiado de la ansiedad antiinmigrante de la
población más que de las preocupaciones económicas.
También
coincidiría con el avance del proteccionismo
en el mundo. Global Trade Alert, un
organismo con sede en Ginebra, ha contabilizado 714 edictos oficiales que
prohíben a empresas extranjeras producir o abastecerse localmente a cambio de
contratos de acceso al mercado o de contratos públicos.
El mes
pasado, Jeffrey Immelt, el presidente ejecutivo de
General Electric, dijo que las compañías estaban siendo obligadas a
organizar sus negocios en torno a este tipo de medidas. “Solíamos tener un
sitio para hacer las locomotoras; ahora tenemos múltiples sitios globales que
nos dan acceso a los mercados. Una estrategia de localización
no puede ser clausurada por políticas proteccionistas”.
Disgregar la
producción entre más plantas puede proteger a una empresa de los impulsos
proteccionistas de los gobiernos, pero también reduce la productividad y aumenta los costos para sus clientes. Multiplicados
a través de muchos países y empresas, los efectos de estas medidas crecen.
Gary
Hufbauer, economista del Instituto Peterson de Economía Internacional, cree que
la desaceleración del crecimiento del comercio mundial desde
2010 —por la que en parte culpa al proteccionismo— ha reducido el PIB mundial
en 2,7%
Si Gran
Bretaña deja la UE, es previsible que tal cifra crezca en el futuro.
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