Quién era Igor Kosoturov, el mercenario ruso muerto en Siria y "olvidado" por Vladimir Putin
Formaba parte del Grupo Wagner, los soldados privados que hacen el trabajo sucio que el Kremlin no quiere reconocer
Vladimir Putin se hace el desentendido. El jefe del régimen ruso dice ignorar qué es el Grupo Wagner, los mercenarios privados que provocan estragos en Siria. El mismo que aseguran envió a la desmembrada nación su amigo y contratista favorito, Yevgeny Prigozhin, uno de los zares de la riqueza rusa.
Pero algo se quebró el pasado 7 de febrero entre el tenebroso Grupo Wagner y el Kremlin. Ese día un bombardeo norteamericano contra fuerzas del régimen de Bashar Al-Assad en Deir Ezzor terminó con la vida de Igor Kosoturov, uno de los cinco comandos contratados por Rusia que perecieron durante el ataque y que luchaban junto a las tropas de Damasco.
Moscú tardó una semana en reconocer que cinco ciudadanos de su país habían muerto durante la lluvia de bombas de la coalición liderada por los Estados Unidos. Pero los negó. Los ignoró como tropa propia. En un comunicado el Ministerio de Relaciones Exteriores aclaró que no se trataba de "soldados rusos". Eso habría provocado un severo enojo en los miembros de varias unidades de esa agrupación criminal.
Pero pese a la negativa pública, la historia de Kosoturov se hizo conocida. Ex soldado de las fuerzas especiales de Rusia, este comando era miembro desde hacía tiempo del Grupo Wagner. Había operado en el este de Ucrania durante el conflicto alentado por el Kremlin para tomar el control de aquel país.
Kosoturov se unió a ese cuerpo mercenario mucho después de dejar las fuerzas a principios de los 2000 luego de haber servido para "la madre patria" durante la guerra con Chechenia. Era un un comando de élite, como el resto de sus camaradas y sumamente patriota. Probó suerte como comerciante en su ciudad, Asbest, en el centro de Rusia. Pero no tuvo buenos resultados. Y en 2015 fue parte de los mercenarios que se trasladaron a Ucrania para desestabilizarla por voluntad de Putin.
El año pasado, él y su grupo se trasladaron a Siria. En un mes, como parte de Wagner, podía ganar lo que conseguiría en ocho meses de trabajo en su ciudad natal. No lo pensó. Además, sentía que hacía patria, aunque sabía que su uniforme -verde, como el de siempre- no llevaría la bandera rusa.
Los amigos, como Nadezhda Ostapchuk, le advertían sobre el peligro que representaba viajar a Siria, ese país donde la ley no existe y donde todo vale. Son muchos los que mueren allí, se le avisaba. "¿Qué te hace pensar que yo seré uno de ellos?", replicaba, según recuerda su allegado. Confiaba en sus capacidades, en su profesionalismo, en sus camaradas. Y en su patria, que finalmente miró para otro lado cuando llegó el momento final, de acuerdo a The Wall Street Journal.
A principios de este mes tanto él como su unidad de soldados privados fueron derivados a cuidar una refinería en Deir Ezzour. El 7 de febrero fue trasladado a otra que debían recuperar. Fue allí donde recibió el bombardeo de los drones norteamericanos que pusieron fin a su oscura vida de asesino a sueldo. Pago por el Kremlin, desde luego.
Un miembro de su unidad busca sus restos para llevarlos a su familia. "El gobierno se lavó las manos con ellos", dijo en declaraciones al diario neoyorquino. Sin embargo, ni él ni su familia tienen suerte en recuperar su cuerpo. Seguramente jamás regrese a su hogar.
El gobierno ruso continúa con su negación: "Hay ciudadanos rusos en Siria que fueron allí por voluntad propia en busca de varios objetivos", indicó en un comunicado el Ministerio de Relaciones Exteriores. Los críticos del régimen ruso asegura que el Kremlin utiliza a estos grupos irregulares para evitar que la moral del pueblo vuelva a caer al ver morir a sus soldados. No quieren repetir la historia de Afganistán ni la de Chechenia. Putin es cuidadoso: aún teme a la opinión pública.
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