Una
historia de cómo la entrada de China al comercio mundial arruino a la industria
del mueble en EEUU y dejo 2,400,000 de desempleados , ahora en China están subiendo los salarios
pero otros países están cobrando menos .además arruino a todo tipo de industrias intensivas en mano de obra ; los más afectados fueron los blancos de mayor edad, poco educados y
pobres
justo los que votaran por Trump
Nota del autor del blog. (Y todo fue
para que los chinos se olvidaran del marxismo y se volvieran capitalistas y la nombraron
en 1978 (después del golpe de estado en
el buro político contra la línea proletaria) creó la nación más favorecida por
EEUU )
Cómo
el auge de China ‘creó’ a Donald Trump
http://lat.wsj.com/articles/SB10664452030010624109004582245993501299850?tesla=y
Su surgimiento como potencia
comercial sacudió a la economía estadounidense con más violencia que la que los
economistas y las autoridades fueron capaces de prever
Frances
Wade, una empleada de la fábrica de muebles Century Furniture en Hickory,
Carolina del Norte. PHOTO: MIKE BELLEME FOR THE WALL STREET JOURNAL
Bob
Davis y Jon Hilsenrath
jueves,
11 de agosto de 2016
19:37 EDT
HICKORY,
Carolina del Norte—A
finales de la década de los 90, este centro
de fabricación de muebles parecía estar protegido de las fuerzas destructivas
de la globalización. Trabajadores siderúrgicos despedidos de Virginia
Occidental, Tennessee y otros estados llegaban aquí para conseguir nuevos
trabajos construyendo camas, mesas y sillas para los hogares estadounidenses. La tasa de desempleo era de menos del 2%.
Hoy, Hickory
aún sufre las consecuencias de una serie de crisis económicas que la afectaron
desde entonces, ninguna de ellas más poderosa que el ascenso
de China como potencia exportadora.
La invasión de muebles importados
hizo quebrar fábricas, eliminó miles de puestos de trabajo y contribuyó a que
el desempleo superara el 15% en 2010.
Stuart
Shoun, un obrero de 59 años, se quedó sin empleo tres veces desde 1999. Después
de uno de esos despidos, Hickory se puso a estudiar arquitectura en una
universidad local, pero no pudo encontrar trabajo y regresó a la industria de
los muebles. Ahora gana US$45,000 al año, lo mismo que hace casi 20 años y
US$14.000 menos después de ajustar ese valor por inflación.
Su hijo
Steven es un tapicero que maneja un depósito de chatarra y que desalienta a su
propio hijo, actualmente en la universidad, de trabajar en la industria que dio
a Carolina del Norte el mote de “Capital Mundial de los Muebles”. Steven dice
que su padre culpa a “la gente que dirige nuestro país
y que dirige nuestras empresas” por los padecimientos económicos de
Hickory.
Ambos apoyan
la candidatura de Donald Trump a la presidencia, a pesar de que no tienen
intención de votar. “No creo que un voto haga diferencia”, dice Stuart Shoun.
Cuando el
auge de importaciones de Japón, México y los “Tigres”
asiáticos como Taiwán llegó a EE.UU., muchas ciudades y pueblos fueron
capaces de adaptarse.
Pero con
China fue un caso diferente. Su surgimiento como potencia comercial sacudió a
la economía estadounidense con más violencia que la que los economistas y las
autoridades fueron capaces de prever y aun de entender hasta muchos años más
tarde. La mano de obra de EE.UU. se adaptó a los cambios más lentamente de lo
que se esperaba.
Lo que
ocurrió con las importaciones chinas es un ejemplo de cómo gran parte de la
sabiduría económica convencional que imperaba a finales de 1990 —incluyendo el papel del comercio
internacional, la tecnología y los bancos centrales— se ha ido
desmantelando lentamente desde entonces.
Las
consecuencias de esta transformación están sembrando un profundo descontento
político en EE.UU. en este año electoral. La
desilusión con la globalización ha alimentado una de las temporadas políticas
menos convencionales de la historia moderna de este país, con Bernie
Sanders, y sobre todo Donald Trump, sacando provecho del potente sentimiento
adverso al libre comercio.
Ambos
candidatos presidenciales dirigieron gran parte de sus críticas al Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (TLC o Nafta), de 1994, que impulsó las
importaciones desde México. Pero el verdadero culpable, aun en aquel entonces,
fue China, dicen hoy los economistas.
Muchas
fábricas que se trasladaron de EE.UU. a México lo
hicieron para igualar los precios de China, y algunas de las nuevas
fábricas mexicanas ayudaron a mantener empleos al norte de la frontera.
Por ejemplo:
telas hechas en EE.UU. se convierten en prendas de vestir en México que luego
son vendidas alrededor del mundo por empresas estadounidenses.
David
Autor, un economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), que
estudia las relaciones entre el comercio internacional, los mercados laborales
y el cambio tecnológico, llama a la economía de China
una “roca de 500 toneladas parada sobre una cornisa”. En algún momento
se va a caer y aplastará todo lo que está por debajo de ella. “Simplemente
no sabemos cuándo” ocurrirá, dice.
Los
economistas han sostenido durante mucho tiempo que si bien el libre comercio
crea ganadores y perdedores, los resultados netos son beneficiosos para la
mayoría. Los consumidores estadounidenses ganaron con las importaciones de bajo
costo, que les permitieron comprar a bajos precios bicicletas, joyas y
utensilios de cocina, entre muchos otros productos. Las empresas
estadounidenses ganaron el acceso a los mercados extranjeros.
Se esperaba
que los trabajadores de las industrias expuestas a las importaciones mejoraran
su capacitación laboral o se mudaran a alguna parte del país que ofreciera
nuevas oportunidades.
En
la década de 1970, la invasión japonesa golpeó en gran medida industrias ubicadas en ciudades con
grandes bases manufactureras que podían ofrecer otras alternativas a quienes
perdían su trabajo. En Akron, Ohio, tradicional centro de la industria del
neumático de EE.UU., químicos de la universidad local ayudaron a crear una
industria de polímeros que hoy emplea a decenas de miles de trabajadores, dijo
David Lieberth, ex vicealcalde de Akron que se ha convertido en una suerte de
historiador de la ciudad.
China
puso de cabeza muchos de esos supuestos. Ningún otro país se ha acercado a su
combinación
de vasta población en edad laboral,
salarios
súper bajos, a
poyo
del gobierno,
moneda
barata y
aumento
de la productividad.
Las importaciones procedentes de
China como porcentaje de la producción económica de EE.UU. se duplicaron en los
cuatro años
siguientes a la incorporación del país a la Organización
Mundial del Comercio en 2001.
México tardó 12 años
en lograr lo mismo después del Nafta.
Japón
tardó el mismo tiempo después de haberse convertido en un gran proveedor de
EE.UU. en 1974.
William
Hicks, operador de la banda de lijado de Century Furniture. PHOTO: MIKE BELLEME
FOR THE WALL STREET JOURNAL
Al año pasado, las importaciones procedentes de China representaban
el equivalente de 2,7% del Producto Interno Bruto de EE.UU. Esto es un
punto porcentual más del máximo logrado por Japón o México.
Por otro
lado, la ola de importaciones de Japón afectó a un
grupo limitado de industrias avanzadas, en su mayoría automóviles, acero y
electrónica de consumo.
Las importaciones de bajo costo de
China, en cambio, barrieron todo EE.UU. y afectaron a todo tipo de sectores,
desde los productores de electrónicos en San José,
California,
los
de artículos deportivos en el condado de Orange, California,
los de joyería en Providence, Rhode Island,
los
de zapatos en West Plains, Missouri,
los
de juguetes en Murray, Kentucky, y
los de sillas en Tupelo, Mississippi, entre muchas otras industrias y
comunidades.
“Al alentar a China a
comerciar [con nosotros], necesitábamos políticas internas que minimizaran el
impacto de lo que iba a suceder”, dice Gordon Hanson, profesor de economía de la Universidad
de California, San Diego. La falta de estas políticas, dice, fue “un error
catastrófico”.
Un grupo de
economistas que incluye a Hanson y Autor estima que la competencia de China fue
responsable de la pérdida de 2,4 millones de puestos de
trabajo en EE.UU. entre 1999 y 2011. En el mismo período, el empleo
total en el país creció 2,1 millones, a 132,9 millones.
Esta región
de Carolina del Norte solía ser un motor de crecimiento, pero las importaciones
chinas hundieron la economía local. PHOTO: MIKE BELLEME FOR THE WALL STREET
JOURNAL
En la década
de 2000, en los distritos del Congreso donde la competencia de las
importaciones chinas aumentó rápidamente, también aumentó la polarización
política, dicen ambos investigadores tras examinar el historial de votación.
Los candidatos “ideológicamente estridentes” reemplazaron a los moderados,
escribieron en un estudio.
En las
primarias republicanas presidenciales de este año, según un análisis realizado
por The Wall Street Journal, Donald Trump ganó en 89 de los 100 condados más
afectados por la competencia de China, entre ellos Catawba,
donde se encuentra Hickory. En las primarias de
marzo, Trump obtuvo aquí el 44% del voto republicano, imponiéndose a otros 11
candidatos.
Sanders
ganó las primarias demócratas en 64 de los 100 condados más expuestos en los
estados del norte y en el centro del país. Ese patrón no se mantuvo en el sur, donde Hillary
Clinton era fuerte entre los votantes negros.
Hickory, una
ciudad tranquila de cerca de 40.000 habitantes, solía tener un fragante olor a
laca de madera. A finales de los 90 era una ciudad en auge. La competencia
extranjera desplazó a la industria local de la confección, pero la de los
muebles prosperó.
Los
fabricantes de muebles pensaron que estaban relativamente a salvo de las importaciones porque sus productos eran
voluminosos, costosos para el envío de larga distancia y a menudo involucraban
trabajo artesanal.
Pero luego cayeron los costos del transporte, y muchos
estadounidenses optaron por los bajos precios por encima de todo lo demás.
El empleo manufacturero en el condado de Catawba y sus
alrededores cayó de 79.000 en 2000 a 38.000 en 2014. Casi la mitad de la
caída fue causada por la pérdida de trabajos en la industria del mueble.
El año
pasado, las importaciones totales de
muebles y accesorios procedentes de China por parte de EE.UU. alcanzaron los
US$20.400 millones, frente a US$4.400 millones de 2000, según cálculos de
la Oficina del Censo. Entre los estados especialmente afectados se encuentran
Carolina del Norte, Virginia, Tennessee, Iowa y Wisconsin.
EE.UU.
importa hoy el 73,5% de todos los muebles que consume, dice Jerry Epperson, un analista
del banco de inversiones Mann, Armistead & Epperson Ltd. en Richmond,
Virginia. Más de la mitad de ese porcentaje procede de China.
“Estábamos
todos bastante sorprendidos por la velocidad” del cambio, dice Alex Bernhardt
Jr., presidente ejecutivo de Bernhardt Furniture Co.,
un fabricante de propiedad familiar con sede en Lenoir, Carolina del Norte, a
unos 30 kilómetros de Hickory.
Bernhardt
y otros fabricantes de
muebles dicen que sin darse cuenta ayudaron a China cuando enviaron técnicos
para ofrecer orientación. Otros fabricantes de muebles enviaron también
herramientas, piezas e instrucciones para la fabricación, completamente en
máquinas, de muebles con intrincados diseños.
Alex
Shuford, de 42 años, es el presidente ejecutivo de la empresa familiar RHF
Inc., propietaria de Century Furniture, en Hickory.
La ayuda estadounidense a los
fabricantes chinos, dice, “fue como si Ford hubiera ayudado a Toyota”.
Century
y Bernhardt
sobrevivieron gracias a que se concentraron en hacer
muebles a pedido, en especial tapizados, para consumidores de EE.UU.
Bernhardt ahora cuenta con 1.600 empleados en Carolina del Norte, frente a
2.800 que tenía en 2000, mientras que Century redujo los 1.323 trabajadores que
empleaba en el estado en 2003 a 845 hoy.
Las
políticas del gobierno para hacer frente
a las importaciones chinas fallaron, incluyendo esfuerzos para cobrar
derechos de importación. En 2004, una coalición de fabricantes de muebles ganó
un caso comercial contra China y recaudó US$309 millones en aranceles.
Stanley
Furniture Co., de High Point, Carolina del Norte, recibió la mayor tajada, que ascendió a US$83,5
millones. Pero al año pasado sólo tenía 71
trabajadores, en comparación con 2.600 en la década anterior. Stanley
invirtió fuertemente en una línea de muebles para niños hecha en EE.UU., pero
fracasó.
Alex Shuford
III, presidente de Century Furniture. PHOTO: MIKE BELLEME FOR THE WALL STREET
JOURNAL
“Invertimos
millones en el esfuerzo por salvar puestos de trabajo”, dice el presidente de
la empresa, Glenn Prillaman.
Stuart
Shoun, el maquinista de Hickory, dice que en 1977, cuando se mudó de Mountain
City, Tennessee, a Hickory, era un “hillbilly” (algo así como pueblerino) de 20
años en busca de un trabajo estable. Las rutas que conducían a los trabajos en
Hickory eran llamadas Hillbilly Highway, algo así como la Autopista de los
Pueblerinos.
Cuando
llegaron los despidos, a Shoun le sorprendió ver que algunos de sus compañeros
despedidos le pedían ayuda con las instrucciones para los formularios de ayuda
porque no sabían ni leer ni escribir. “¿Cómo podían siquiera llenar las
solicitudes [de trabajo]?”, recuerda haber pensado.
Más tarde
fue contratado para dirigir una fábrica de muebles en China, con un salario de
cerca de US$100.000, casi el doble de lo que ganaba antes. “La oferta decía:
‘Usted tal vez quiera irse de Carolina del Norte a China, porque allí es adónde
va la industria’”, dice. Pero no quiso dejar a su familia y rechazó el puesto.
Durante las
oleadas de importaciones anteriores, ciudades y trabajadores de EE.UU. se
reinventaron. En la década de los 80, Detroit se recuperó de la competencia
japonesa cuando el fabricante de automóviles Chrysler, bajo el liderazgo de Lee Iacocca, emergió como símbolo del renacimiento
americano. Chrysler es ahora parte de Fiat Chrysler
Automobiles NV.
Hoy los trabajadores
despedidos se ajustan más lentamente al impacto de China. En Hickory y en todo
EE.UU. hay menos gente dispuesta a desarraigarse para seguir oportunidades de
trabajo en otras partes del país, según datos migratorios. Entre los motivos
para no mudarse de ciudad, los economistas citan el aumento de familias con dos
ingresos, el envejecimiento de la población, la crisis habitacional y el
aumento del costo de la vivienda en lugares como San Francisco y Austin, Texas.
Los
esfuerzos del gobierno para ayudar a los trabajadores despedidos no han ayudado
mucho. El programa formal de Washington para reentrenar a los trabajadores
golpeados por la competencia de las importaciones paga por dos años de
matrícula universitaria y extiende los pagos de seguro de desempleo.
Una
evaluación que el Departamento de Trabajo encargó en 2012 halló que los
participantes en ese programa, especialmente los mayores de 50 años, por lo
general ganan menos cuatro años después de haber comenzado el programa que los
que no lo comenzaron nunca. Estos últimos volvieron a trabajar con mayor
rapidez.
Shuford, el
presidente ejecutivo de Century, llama a este programa “una curita para una economía que tiene cortada
una arteria”.
En Hickory,
los trabajadores despedidos fueron a las universidades locales [que también dan
títulos vocacionales después de dos años de estudio, y que son consideradas de
menos jerarquía que un programa universitario de cuatro años], pero a menudo no
pudieron conseguir empleo luego de graduarse. Tras perder su puesto en 2006,
Shoun pensó que aprender diseño arquitectónico le ayudaría a conseguir un mejor
trabajo. Pero cuando egresó en 2008, el mercado de
vivienda se estaba derrumbando, así que volvió al negocio de los
muebles.
Un gabinete
de aserradoras en la fábrica de Century Furniture en Hickory. PHOTO: MIKE
BELLEME FOR THE WALL STREET JOURNAL
Su ex
esposa, Michelle Surratt, que apenas terminó la escuela primaria, perdió su
trabajo en 2006 y recurrió a la Asistencia de Ajuste del Comercio Internacional
para obtener un diploma de educación secundaria, pero nunca tomó el examen de
matemáticas requerido porque le tiene “miedo de los números”, dice. Surratt, de
58 años, gana US$9.69 por hora reparando tapizados. Hace unos 15 años ganaba
cerca de US$1 más por hora como operadora de maquinaria en una fábrica.
Muchos
trabajadores suponen que no están hechos para la universidad y recurren a un
subsidio por discapacidad de la Seguridad Social después de haber trabajado
años en una fábrica. Entre 2000 y 2013, el número de residentes del condado de
Catawba con esos subsidios aumentó 86%, en comparación con un aumento del 61%
en Carolina del Norte y 65% en todo EE.UU.
Anthony
“Tony” Crawford, un tapicero, se lesionó una rodilla y la espalda cuando
tropezó con marcos de madera apilados en el piso de una fábrica de muebles en
2009. Durante el auge de la industria, ganaba US$29 por hora y trabajaba horas
extras. Hoy de 45 años, ahora vive con una fracción de sus antiguos ingresos.
“Gané mi dinero con mis manos”, dice. “Volver a la escuela no era una opción”.
En años
recientes, Hickory ha mostrado algunos signos de recuperación. La tasa de
desempleo fue en junio de 5%, ligeramente superior al promedio nacional. Gran
parte de la mejoría en la tasa de desempleo de Hickory se debe a la reducción
de la fuerza laboral en alrededor de 25.000 puestos de trabajo, o 13%, desde
2001. Esto significa que hay menos gente para contar
como desempleados.
Apple Inc.,
Google, de Alphabet Inc., y Facebook Inc. han establecido centros de datos en
un tramo de la autopista nacional 321, antiguamente conocida como Furniture Row
(algo así como El camino de los muebles). Pero estas plantas no emplean a mucha
gente. Bed, Bath & Beyond Inc. tiene un centro de datos de 4.500 metros
cuadrados con 10 trabajadores.
Frente a la escasez de mano de obra
especializada,
Bernhardt hace publicidad en los cines pidiendo tapiceros y ofrece bonos de
US$1.000 para hacer más atractivo el empleo.
Autor, el
economista del MIT, dice que ahora que los salarios en
China están en alza y que la producción ha empezado a trasladarse a países de
costos más bajos, como Vietnam, lo peor probablemente ya ha pasado. Pero
esto es poco consuelo para las víctimas de la industria de los muebles de
Hickory. Pocos de ellos podrán recuperar el terreno económico que perdieron.
“Todo lo que
oíamos era China, China, China”, dice Lonnie Joiner, ex jefe de Shoun. “Yo
culpaba a las grandes corporaciones y a su codicia”.
Joiner dice
que apoya a Trump, quien ganó su simpatía con “honestidad cruda y descaro”
y con sus duras palabras sobre el comercio internacional.
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