Reporte
de guerra en Sirte bastión de la filial del Califato de Iraq y La Gran Siria en
Libia (el pentágono y el presidente Obama
dice los desparecen en menos de un mes).
“La
cuenta atrás ha comenzado, la ofensiva final contra el ISIS está cerca”
http://www.elconfidencial.com/mundo/2016-08-09/libia-estado-islamico-sirte-eeuu-isis-gadafi-bombardeos_1244294/
Los
bombardeos de EEUU han suspendido la rutina en la ciudad-cuartel de Sirte a la espera de la ofensiva final
contra ISIS. Puede llegar en días. Viajamos al frente de la lucha en Libia
Un miliciano
repara la 'dushka' instalada en una 'pick-up' antes de disparar, en Sirte
(Foto: Laura Jiménez).
LAURA
JIMÉNEZ. SIRTE (LIBIA)
09.08.2016 – 19:57 H.
Una tarde
cualquiera de un día cualquiera llegan al hospital de campaña instalado a las
afueras de Sirte tres cadáveres. No los bajan de las ambulancias, porque ya no
se puede hacer nada por ellos, a diferencia de los heridos a los que descargan
en camilla, rodeados de un enjambre de enfermeros y curiosos que corren hacia
el interior del edificio. Dentro, el cirujano no trabaja solo, porque media
docena de personas se arremolinan en torno a cada una de las dos mesas de
operaciones disponibles para cotillear más que asistir la operación.
El hospital
es una casa reconvertida a unos 15 kilómetros del centro de la ciudad, pasada
ya la señal que da la bienvenida a Sirte. Las ambulancias son vehículos modelo
familiar en los que se han sustituido los asientos traseros por bancadas. Y los
combatientes muertos lo son porque a uno le atravesó el cuello el disparo
certero de un francotirador y los otros dos ‘volaron’ por un explosivo que no
advirtieron a su paso. Eso dicen en el corrillo formado a las puertas. También
hay quien asegura que no fueron bombas, sino un mortero. No cambia mucho las
cosas.
Es una tarde
cualquiera de un día cualquiera en el tercer frente de guerra contra el Estado
Islámico, donde aviones estadounidenses bombardean
desde hace una semana posiciones estratégicas de los ‘yihadistas’ en su bastión
mediterráneo en Libia. No toca ofensiva de las fuerzas supuestamente
apoyadas por el Gobierno de Unidad Nacional (GNA,
en siglas en inglés) como la que dejó 25 muertos en un solo asalto hace unas
tres semanas. El centro de comunicaciones de la operación Bonyan al-Marsus (Estructura Sólida) asegura que el
envite definitivo se aproxima, después de que las primeras acciones de la
campaña aérea hayan allanado el camino.
'La cuenta
atrás ha comenzado', comenta a El Confidencial uno de los portavoces,
'esperamos entrar pronto en la fase final de la batalla contra Daesh. El fin
está cerca, es cuestión de días'
“La cuenta atrás ha
comenzado”, comenta
a El Confidencial uno de los portavoces, “el centro de mando está reunido y
esperamos entrar pronto en la fase final de la batalla contra Daesh (acrónimo
despectivo en árabe del ISIS, anterior nombre del Estado Islámico)”. “No
podemos decir cuándo se producirá exactamente”, continúa, “pero
el fin está cerca, es cuestión de días”.
El
Pentágono prometió “semanas” y el presidente Barack Obama se dio un mes de
plazo para finiquitar el
nido ‘yihadista’ donde sobreviven los acólitos del autoproclamado califa Abu
Bakr al-Bagdadi.
Según ha
confirmado el mando de operaciones en África (US
AFRICOM), los once ataques dirigidos hasta ahora han inhabilitado un tanque T-72, dos vehículos de apoyo
militar, un tanque T-55, tres piezas de equipamiento de ingeniería pesada (una,
una excavadora), dos ‘pick-up’ armadas con automáticas, un lanzagranadas y dos
camiones de suministros.
Además, se
ha bombardeado una sola “posición de combate enemiga”, que en jerga militar es
la forma de decir “edificio desde el que disparan continuamente con rifles de
largo alcance a los milicianos libios”.
Milicianos
libios aliados del Gobierno apoyado por la ONU lanzan un cohete contra
posiciones del ISIS en Sirte, el 4 de agosto de 2016 (Reuters).
El
frente de Hay Dollar,
último barrio arrebatado al ISIS, está lleno de esas posiciones, por lo que los
cadáveres siguen llegando aunque la consigna sea no moverse, de momento.
“Espero que acabe pronto”, desea Mohamed, estudiante de Medicina destacado en el
hospital como enfermero voluntario, “está muriendo mucha gente”. Como la decena
de compañeros que van y vienen por el recinto se ha ‘mudado’ a la ‘jaima’
instalada a las espaldas de la villa, rodeada de contenedores-refrigerador,
contenedores-generador y contenedores-dormitorio con aire acondicionado donde
no quedan centímetros de moqueta cuando se echan al suelo todos los colchones.
Algunos de
los chavales han dejado su trabajo en hospitales de Misrata,
Trípoli y otras ciudades para unirse a la causa. Uno de ellos es Ali, un
jovencísimo y escurridísimo enfermero con una cicatriz que le cruza el ojo aún
amoratado por el culetazo de un ‘kalashnikov’. Se golpeó en un accidente de la
ambulancia en la que iba de copiloto camino del frente. Al menos no fue un coche-bomba,
como el que reventó cinco vehículos cuyas fotos muestra Usama mientras conduce sin chaleco antibalas y con un casco
enganchado al freno de mano de la furgoneta en la que aún se aprecian restos de
pegamento sobre el blindaje por encargo.
Un muro que
da a ninguna parte separa los toldetes donde los milicianos calientan té con
vistas al centro internacional de conferencias que Gadafi construyó como una
fortaleza y que los yihadistas utilizan de base de operaciones
Usama, al
que le pilló el atentado, se ríe de pura supervivencia. A Alí, sin embargo, le
inquieta el futuro. “Somos un país débil”, recela, “no
tenemos Ejército, no tenemos seguridad, tenemos miedo y estamos asustados de
que cualquiera pueda venir a robar nuestro país”.
Se refiere a
la intervención estadounidense, solicitada por el
primer ministro designado para el GNA, Fayez Serraj, y que recuerda a la
misión de la OTAN que en 2011 ayudó a los rebeldes libios a librarse de Muammar
Gadafi tras 42 años de dictadura. Ali arruga la nariz: “Sí, ayudan, pero
estamos asustados”.
La batalla
contra el Estado Islámico en Sirte, que arrancó en mayo, se acabó enquistando
en junio tras un avance velocísimo. Las fuerzas libias se comieron más de 50
kilómetros hasta el centro de la ciudad en tres semanas. Después, la guerra
tornó en el enfrentamiento barrio por barrio, callejón por callejón, que se ha
‘institucionalizado’ ahora, convirtiendo el fuego de artillería en banda sonora
de cada tarde.
En el
distrito de Giza, donde se ha detenido la
brigada 175, un muro que da a ninguna parte separa los toldetes donde los
milicianos calientan té con vistas a Ouagadougou, el centro internacional de
conferencias que Gadafi construyó como una fortaleza y que los ‘yihadistas’
utilizan de base de operaciones. “No tenemos órdenes de avanzar”, confirma
Mustafa, sentado frente a un agujero en la pared. Tampoco podrían, lo que se
abre ante ellos es al menos un kilómetro de terreno yermo hasta el enjambre del
Estado Islámico. Salir sería como retar al enemigo a hacer tiro al blanco.
“No hay nada
que nos proteja”, dice Ali sobre la montañita de arena donde observa retumbado
en una alfombra, “en la línea de árboles (que se presupone el jardín del
complejo) se ven los francotiradores de vez en cuando”.
La cuadrilla ha estado contando todo el día
los ataques aéreos que han plantado fumarolas en el horizonte. Uno, de EEUU, sobre las 11.00 de la mañana a la izquierda
del hospital Ibn Sina, junto al depósito de agua
y la antena de telecomunicaciones; varios, de los aviones con los que cuenta el
mando central libio, por la tarde.
Un miliciano
misratí observa desde el perímetro de seguridad el Hospital Ibn Sina y el
Palacio de Congresos de Ouagadougou, cuartel general del ISIS en Sirte (Foto:
Laura Jiménez).
No recuerdan
cuál ha sido el total, como tampoco aciertan muy bien a dar nombre a las
localizaciones que señalan porque, admiten, no conocen una ciudad en la que no viven. Los combatientes del
frente oriental, en su mayoría procedentes de Misrata (a unos 300 kilómetros al
oeste), solo están allí de paso, reusando las viviendas vacías que dejaron
atrás los más de 90.000 desplazados que han huido desde febrero de 2015, cuando
el ISIS se hizo con la ciudad, según datos de la Misión de la ONU para Libia
(UNSMIL).
Sirte
sería una ciudad fantasma si no funcionara como un hormiguero miliciano. El viernes, a la hora del rezo, ni
siquiera los guardias que custodian las barricadas de arena y chatarra en la
rotonda de Zaafran están en sus puestos. La placita, con una clínica detrás
donde los doctores de urgencia aseguran que les han dado el fin de semana libre
porque “no va a pasar nada”, es el lugar donde los hombres de negro solían
escenificar las atrocidades que acompañan a la bandera del llamado Califato:
apedreamientos, crucifixiones, ahorcamientos y el resto del catálogo de
salvajadas a las que asistían hasta los niños sacados de sus casas.
Ahora
Zaafran da acceso al frente.
Durante la
mañana, no se escuchan disparos que agüen la salida de la mezquita.
Los cafés
improvisados que se han instalados en los locales reventados que se diseminan
por la carretera se van llenando.
En esas
mismas galerías había antes comercios de estética para señoras coquetas,
barberías o tiendas de ultramarinos.
Ahora los escaparates lucen rosetones de
mortero, a los carteles les ha comido las letras el fuego y las paredes
resisten decoradas por balazos. El escenario parece un retablo puntillista de
tanto agujero.
Un puesto
aquí y otro allá reparten bocadillos, té y café a quien se acerca. Todos
hombres, casi todos en traje de fatiga, la mayoría al volante de camionetas
armadas. Se aparca de cualquier modo. La guerra ha creado un pequeño
ecosistema, transformando la ciudad vacía y asolada en una especie de cuartel
en el que discurre una vida de uniformes de camuflaje y ‘pick-ups’ con
ametralladoras oxidadas que se disparan inesperadamente mientras alguien las
engrasa. En vísperas del arranque de la “fase final”, cuando algunas familias
comienzan a reocupar sus casas en las afueras, resulta imposible imaginar qué
quedará en pie de la ex “perla” gadafista tras un año como bastión del Estado
Islámico.
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