El
frente numero 1 de las FARC y otras unidades se pronuncian en contra de los acuerdos de paz
del revisionismo armado de su dirigencia con el gobierno de Colombia ( informe Por KEJAL VYAS del WSJ )
.
La
larga guerra de Colombia con las FARC se acerca a su fin; ahora viene lo más
difícil
http://lat.wsj.com/articles/SB11995845847751293922404582205752481019494?tesla=y
Por KEJAL VYAS
viernes,
22 de julio de 2016
19:28 EDT
CALAMAR,
Colombia—Desde hace
años, los guerrilleros del llamado Frente 1, o Frente
Primero, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)
sobrevivieron a bombardeos aéreos y combates, raciones miserables y
enfrentamientos nocturnos con ejércitos de hormigas rojas que caminaban sobre
sus improvisadas camas en medio de la selva.
Sin embargo,
para ellos y para muchos de los 6.800 combatientes de
las FARC dispersos por territorio colombiano, lo que tienen por delante
es una nueva y, en cierto modo, más abrumadora fase: la paz. “Nuestro mundo
está a punto de ser puesto volteado”, dijo Carolina Torres, de 37 años, quien
lleva 22 años en la guerrilla y trabaja de enfermera en el Frente.
Cincuenta
y dos años después de que las FARC se alzaron en armas, los guerrilleros que alguna vez soñaron
con la toma del poder están en una encrucijada: sus comandantes están cada vez
más cerca de sellar un acuerdo de paz con el que alguna vez fue su enemigo
jurado, el gobierno de Colombia. El mes pasado, después de tres años y medio de
negociaciones en Cuba, las FARC y el gobierno
acordaron un alto el fuego permanente como parte de un plan para el desarme y
la desmovilización de la organización guerrillera, lo que pondría fin al
conflicto armado más prolongado del mundo.
Guerrilleros
de las FARC hacen ejercicios en un campamento en la selva. ENLARGE
Guerrilleros
de las FARC hacen ejercicios en un campamento en la selva. PHOTO: CARLOS
VILLALÓN PARA THE WALL STREET JOURNAL
Cuando
llegue la paz, los mandos supremos de la organización —algunos de ellos
comunistas formados en el antiguo bloque soviético— se pondrán al frente de un
nuevo partido político. No obstante, algunos inconformes, que durante años se
enfrentaron con las fuerzas antiguerrilleras, temen la
perspectiva del desarme y la reintegración en la sociedad, según dijeron
a The Wall Street Journal decenas de rebeldes
durante una reciente de conversaciones en su campamento selvático en el sur del
país.
Muchos de
los rebeldes, veinteañeros desgarbados que nunca han estado en una ciudad o
estudiado otra cosa que no sean tácticas de combate y doctrina leninista,
dijeron que desconfiaban del proceso de paz. Algunos advirtieron que si la
transición no funciona para ellos, volverían a rebelarse. Esta no es una
amenaza vacía en un país donde otros grupos insurgentes disueltos se
transformaron en bandas de narcotraficantes.
De hecho,
poco después de la visita del Journal, una facción rebelde del Frente 1 emitió
un comunicado rechazando el proceso de paz y prometiendo continuar la lucha.
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PHOTO:
CARLOS VILLALÓN PARA THE WALL STREET JOURNAL
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CARLOS VILLALÓN PARA THE WALL STREET JOURNAL
Hora de
comer: miembros de la FARC preparan morcillas con la sangre de un cerdo y
trozos de una res recién sacrificada, mientras un guerrillero cocina para sus
camaradas en un campamento oculto en la selva. ENLARGE
Hora de
comer: miembros de la FARC preparan morcillas con la sangre de un cerdo y
trozos de una res recién sacrificada, mientras un guerrillero cocina para sus
camaradas en un campamento oculto en la selva. PHOTO: CARLOS VILLALÓN PARA THE
WALL STREET JOURNAL
“Tienes que
ser realista”, dijo un joven guerrillero que utiliza el nombre de Camarada
Kevin Victorino y ha luchado en las FARC durante 11 años.
“Si se firma un acuerdo y
todos nosotros no estamos totalmente de acuerdo con él, tomaremos las armas de
nuevo, o nos iremos a otro grupo”, aseveró el hombre de 28 años, aferrando su fusil bajo un
pesado aguacero que convirtió el suelo del campamento en un lodazal. “Eso sí es
un riesgo”.
El
presidente Juan Manuel Santos ha apostado su mandato a la conclusión de un
conflicto que desde mediados de los años 60 ha dado lugar a más de 220.000
muertes y el desplazamiento de millones de agricultores pobres. Con sólo dos
años más en la presidencia, Santos y sus negociadores están trabajando
febrilmente para llegar a un acuerdo final y ponerlo en práctica antes del fin
de su mandato.
En el
acuerdo sellado el 23 de junio, las FARC se comprometieron a que luego de la
firma del acuerdo final, sus casi 100 unidades se
congregarán en 23 “zonas de concentración” repartidas en otras tantas
aldeas. Allí, durante un proceso que durará seis meses, los guerrilleros
entregarán sus armas a una comisión de verificación de Naciones Unidas.
El Estado se
comprometió a garantizar la seguridad de los rebeldes desarmados, que temen
represalias de caudillos regionales. Y la guerrilla acordó someterse a
tribunales especiales que investigarán atrocidades cometidas en el conflicto,
lo que potencialmente podría hacerles pasar un tiempo en la cárcel.
Para las
FARC, el premio es la oportunidad de participar en la vida política.
Sin embargo,
para los cerca de 100 combatientes que viven en
este campamento escondido en la profundidad de la selva, la idea de una nueva Colombia genera incertidumbre y desconfianza.
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PHOTO:
CARLOS VILLALÓN PARA THE WALL STREET JOURNAL
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CARLOS VILLALÓN PARA THE WALL STREET JOURNAL
Guerrilleros
del Frente 1 en la selva en el este de Colombia. ENLARGE
Guerrilleros
del Frente 1 en la selva en el este de Colombia. PHOTO:
CARLOS VILLALÓN PARA
THE WALL STREET JOURNAL
Muchos de
ellos —que temen dar sus nombres reales— se preguntan por qué tienen que
renunciar a los fusiles de asalto y los lanzagranadas que han portado por tanto
tiempo.
“¿Por qué no podemos hacer
política con armas?”,
preguntó un guerrillero que usa el alias de Zenyi. Cuando tenía 11 años, su
padre, también un rebelde, lo incorporó a las FARC. Zenyi, que aprendió a leer
hace cinco años, dijo que sus favoritos son El arte de la guerra de Sun Tzu y
libros de historia sobre las FARC y Mao Zedong.
“Santos
tiene todo un ejército detrás de él”, dijo con voz suave el joven de 27 años
mientras lustraba su arma al lado de una trinchera de 1,20 metros de
profundidad junto a la cama donde duerme.
Ese tipo de
dudas acerca de lo que traerá para ellos la paz ha llevado a algunos rebeldes del
Frente 1 a emitir recientemente un comunicado que decía: “Hemos
decidido no desmovilizarnos”.
“Continuaremos
la lucha por la toma del poder”, agregaba el comunicado.
Funcionarios
del gobierno dicen que unos 50 guerrilleros formarían
parte de esa rebelión, planteando dudas acerca de qué harían otras unidades.
Desde La Habana, los comandantes de las FARC les advirtieron que si no vuelven
al redil no podrán llamarse a sí mismos FARC o usar “sus armas”.
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PHOTO:
CARLOS VILLALÓN PARA THE WALL STREET JOURNAL
Una
guerrillera lee un manual editado por las FARC que explica el proceso de paz,
mientras otro camarada muestra una herida de combate. ENLARGE
Una
guerrillera lee un manual editado por las FARC que explica el proceso de paz,
mientras otro camarada muestra una herida de combate. PHOTO: CARLOS VILLALÓN
PARA THE WALL STREET JOURNAL
Por su
parte, el gobierno de Santos dijo que combatirá a los rebeldes que se resisten.
“Cualquiera que tenga
alguna duda, que mejor la deje a un lado y se acojan, porque es la última
oportunidad que tienen para cambiar de vida”, dijo Santos en un discurso reciente,
pidiendo a todas las unidades guerrilleras que se preparen para desarmarse. “Porque
de otra forma terminarán —se los aseguro— en una tumba o en una cárcel”.
Para Zenyi y
otros como él, sin embargo, este pedazo de selva es su casa, un lugar donde el
Frente 1 funciona como un feudo y navega los ríos libremente. En un pequeño
pueblo con el único teléfono en la región, van a comprar verduras en ropa de
combate, con granadas colgadas de sus pechos. Esta
unidad ejerce su autoridad sobre más de 80.000 campesinos, muchos de los
cuales cultivan coca, la hoja usada para hacer cocaína. Funcionarios del
gobierno dicen que los rebeldes aquí no sólo cobran impuestos a los
agricultores, sino que además trafican la sustancia terminada.
Para llegar
hasta este campamento hay que recorrer un largo camino que serpentea a través
de un laberinto de afluentes en el departamento de Guaviare, donde aldeas de
casuchas de madera dan paso a bosques vírgenes. Río abajo, los únicos signos de
la civilización son los ocasionales bidones de gasolina flotando vacíos en la
corriente.
Las FARC
marcan su territorio claramente con carteles de color azul celeste similares a
vallas de publicidad de carretera colocadas a lo largo de los cursos de agua. “FARC-EP — 50 años de lucha por la justicia y la paz”,
se lee en un cartel. Otro cartel muestra la cara del ex comandante de las FARC Alfonso Cano, muerto a manos del Ejército
colombiano. “Indestructible, sereno, vivo”, dice
el cartel.
Miembros de
las FARC navegan por el río Itilla para trasladarse de un campamento a otro.
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Miembros de
las FARC navegan por el río Itilla para trasladarse de un campamento a otro.
PHOTO: CARLOS VILLALÓN PARA THE WALL STREET JOURNAL
En esta
selva no hay carreteras, electricidad o teléfonos. Con una presencia casi
inexistente del Estado, la única ley aquí es la del Frente
1, una unidad de más de 200 combatientes aguerridos, la mitad de los
cuales estaban asignados al campamento visitado por el Journal.
Forman parte
del Bloque Oriental de las FARC, que durante seis años tuvo como rehenes a tres
contratistas del Departamento de Defensa de Estados Unidos y a la candidata
presidencial colombiana Ingrid Betancourt. El Bloque Oriental también es
conocido por depender en gran medida de las ganancias de la droga.
En Cuba, los
comandantes de las FARC dicen que se están alejando del tráfico de drogas, así
como del uso de niños soldados y la extorsión, que llevaron a que EE.UU. y la
Unión Europea designaran al grupo como organización terrorista. Aquí, sin
embargo, el papel prominente de la coca en la financiación de las operaciones
de la guerrilla se conversa abiertamente entre los guerrilleros, que citan con
frecuencia la llamada Ley 002 de las FARC. Esta
norma, dicen, les da derecho a cobrar impuestos a los productores de coca. El
gobierno de Colombia afirma que los rebeldes se han aprovechado de las negociaciones
en Cuba para aumentar las cosechas. En
2015 los cultivos de coca crecieron 39% en comparación con el año previo,
de acuerdo con un reporte que Naciones Unidas publicó la semana pasada sobre la
base de imágenes satelitales.
“No hay nada malo con
ponerle un impuesto a la coca”, dijo Oscar Toro, de 27 años, que pasó de ser un trabajador
menor de edad en una fábrica de DVD piratas a peón de una plantación de coca
antes de hacerse combatiente.
Para Toro,
volver a la vida civil significa regresar a una sociedad que, según él, lo ha
rechazado. No puede concebir la integración en un sistema capitalista que le
han enseñado a despreciar. Cuando se le preguntó qué habilidades podría aportar
a la vida civil, sonrió y mencionó su talento para hacer bombas.
El
comandante del Frente 1 de las FARC, quien se hace llamar Iván Lozada, trabaja
en un campamento secreto en el sudeste de Colombia. ENLARGE
El
comandante del Frente 1 de las FARC, quien se hace llamar Iván Lozada, trabaja
en un campamento secreto en el sudeste de Colombia. PHOTO: CARLOS VILLALÓN PARA
THE WALL STREET JOURNAL
“Una cosa
que me ha gustado hacer y algo en lo que soy bueno son los explosivos, volar
soldados”, dijo Toro, un joven corpulento y con bigote, mientras sorbía café
instantáneo azucarado de un tarro de metal con las palabras “Ejército
Colombiano” grabadas en su base.
“Es difícil
saber” cuántos soldados he matado, reconoció Toro. “A veces hay un pedazo de un
cuerpo aquí y otra por allá”, dijo, contando sus experiencias de combate.
En la
superficie, la guerrilla parecía estar tratando de prepararse para este nuevo
capítulo en sus vidas. Y en cierto sentido, el proceso de paz ya ha dado
algunos frutos: se acabaron los días de arrastrarse penosamente por la selva
para escapar de los misiles guiados por láser lanzados
por aviones Super Tucano o las largas caminatas a la civilización para
atacar a las patrullas del Ejército.
La mayoría
de los guerrilleros dijeron que hacía más de un año que no disparaban sus
armas. En los últimos 12 meses, sólo cuatro personas han muerto en Colombia por
el conflicto: un civil y tres soldados del Ejército.
El
comandante de este destacamento guerrillero, Iván Lozada, un veterano de 24
años con un ojo de vidrio y uno de los 18 hijos de una familia pobre de
agricultores, hasta hace poco se había esforzado en ayudar a sus subordinados a
prepararse para la incorporación a una nueva vida.
Lozada da
una clase de formación marxista en la que los rebeldes ponen en escena obras de
teatro que cuentan la historia de las FARC como víctimas de la lucha de clases
y debaten la aplicación del marxismo a un mundo moderno del que saben muy poco.
Soñaban con
convertir a Colombia en un país que nunca han visitado: Cuba. Los guerrilleros
visten camisetas con la bandera cubana y boinas con la imagen del icónico líder
guerrillero Ernesto “Che” Guevara.
El propósito
de estas reuniones, explicó Lozada, era mantener la unidad ideológica mientras
se embarcan en un camino incierto.
“Hoy en día
no estamos haciendo tantos ejercicios militares”, dijo, mientras sostenía en
sus manos un libro sobre la vida de Fidel Castro. “Ahora estamos enfocados en
los estudios”.
Un
guerrillero se baña en un río. ENLARGE
Un
guerrillero se baña en un río. PHOTO: CARLOS VILLALÓN PARA THE WALL STREET
JOURNAL
Las sesiones
diarias comienzan a las 4:50 a.m. Los rebeldes tienen que caminar en la
oscuridad para llegar a unos bancos de madera que hacen de aula improvisada,
guiándose a veces por unas cuerdas.
Después de
hacer ejercicios en la ropa de combate que visten todo el día, los guerrilleros
se sientan en los bancos y leen el libro de estatutos de las FARC, en el que la
organización se compromete a proteger los derechos de
los agricultores y a mantener lejos de estas tierras a las codiciosas
multinacionales.
Mientras un
rebelde lee, otros parecen estar pasando por todas las etapas de los
estudiantes de secundaria aburridos: bostezan, sueñan despiertos y susurran
chistes al oído de sus compañeros. Al caer la tarde, se reúnen para ver
películas de batallas de las FARC en una laptop alimentada por un generador a
gas, en lo que llaman la “hora cultural”.
No obstante,
en un país
capitalista —Colombia es el aliado más cercano de EE.UU. en América Latina—
hay poco en las enseñanzas impartidas por Lozada que pudiera ser relevante para
la sociedad actual. Lozada mismo dice que rara vez ha salido de la selva
tropical. Nunca ha oído hablar de McDonald’s —o del concepto de comida rápida—
ni ha estado en una ciudad. Y rara vez ha tenido su fusil más allá del alcance
de la mano.
“No creo que
vaya a dejar el campo”, aseveró Lozada, que luego se contó entre los
comandantes que se declararon en contra de las negociaciones de paz.
Es difícil
entender por qué alguien querría vivir esta vida. Los rebeldes comen una dieta
rica en almidón que incluye arroz, papas y pescado de río, a menudo guisado con
el mismo cubito de condimento salado. Duermen en hojas de palma. La vida
cotidiana significa lidiar con picaduras de mosquitos portadores de malaria y
evitar serpientes venenosas.
Los rebeldes
se retiran a sus camas a las 6 de la tarde, después de lo cual hacer ruido o
incluso encender un cigarrillo está prohibido como medida de seguridad contra
la vigilancia aérea. Esto lleva a muchos guerrilleros a fumar como chimeneas
durante la tarde.
Las
relaciones entre hombres y mujeres requieren del consentimiento de Lozada,
quien dice que toma su decisión luego de considerar la salud mental de los
combatientes y cerciorarse de que no tengan enfermedades de transmisión sexual.
En el campamento, las parejas pueden compartir la cama sólo los miércoles y
domingos.
Rebeldes
como Torres, la enfermera de esta unidad, duda que las destrezas que aprendió
aquí, como realizar una cirugía de apendicitis, sean útiles en la sociedad
colombiana. Como marxista, dijo, no puede verse a sí misma lidiando con el
ajetreo cotidiano, tratando de ganar dinero para sobrevivir.
“Todo el
mundo afuera sólo piensa en capital, en sus intereses personales”, sostuvo,
añadiendo que ella duda que el proceso de paz vaya a funcionar. “La oligarquía
es muy tramposa”, dijo.
Otros —como
un joven de 21 años que se hace llamar Exneider y se unió a los rebeldes por su
amor a las armas— dicen que simplemente se han acostumbrado a vivir aquí.
Exneider, que llevaba un lanzagranadas, dijo
que las FARC le enseñaron disciplina y a vivir un estilo de vida regimentado y
espartano. Contó que en su antigua vida cultivaba coca
y ganaba US$15 por día, que en su mayoría gastaba en whisky Old Parr.
“Esto es
como la universidad”, dijo sobre la vida en la selva. “Aquí se aprende a ser un
ser humano”.
Hay
combatientes con aspiraciones modestas para una vida después de las FARC.
Una
guerrillera de 25 años que se hace llamar Mileidy afirmó que quiere estudiar
danza. Y un amigo suyo, Marlon, que abandonó la escuela en tercer grado para
unirse a las FARC, sueña con ser enfermero.
“Cuando
pienso en eso”, dijo, “veo que fue un error abandonar la escuela”.
No obstante,
en sus conversaciones con el Journal, la
mayoría de los rebeldes se mostraron escépticos.
Uno de los
guerrilleros más viejos, un rebelde de 60 años conocido como Livardo, recordó
que en los años 80 los paramilitares de derecha mataron a más de 1.000 miembros
de la Unión Patriótica, un partido político que las FARC ayudaron a fundar.
Livardo teme que ahora pase lo mismo, a pesar de que el acuerdo de paz incluye
disposiciones para la protección de los rebeldes desarmados.
Cuando se le
preguntó si se iba a desmovilizar y entregar su fusil de asalto, Livardo, que
llevaba un sombrero camuflado y una bufanda roja, sonrió pícaramente.
“Oh, eso es
algo que voy a tener que pensar bastante”, dijo. “Otros pueden entregar las armas
antes de mí, yo voy a estar al final de la fila”.
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