Los
enemigos de la innovación
http://elpais.com/elpais/2016/07/22/ciencia/1469179145_789347.html
En los
últimos 600 años las sociedades humanas se han opuesto a la llegada del café,
la imprenta, la agricultura mecanizada, los frigoríficos, la música grabada o
los transgénicos con tácticas muy parecidas
NUÑO
DOMÍNGUEZ
Madrid
24 JUL 2016 - 00:30 CEST
Un
agricultor de Paraguay analiza maíz transgénico AFP
“No hay
ninguna idea inteligente que pueda ganar aceptación general sin mezclarla antes
con un poco de estupidez”. La frase es de Fernando Pessoa y toca un problema
que las sociedades humanas afrontan desde que comenzaron a existir: la
oposición a nuevas tecnologías que pueden cambiar el mundo.
Desde el
café a la agricultura mecanizada, pasando por la electricidad, los refrigeradores
o la música grabada, la historia está llena de ejemplos de cómo las sociedades
humanas se han resistido a adoptar innovaciones sin las que hoy no podríamos
entender el mundo.
“Es una reacción que
está en nuestro ADN, en la forma en la que está organizada nuestra mente”, explica a Materia Calestous Juma,
experto en innovación y cooperación internacional de la Universidad de Harvard
(EE UU). Juma fue jefe de la Convención de Diversidad Biológica de Naciones
Unidas y como tal vivió de primera mano debates internacionales sobre nuevas
tecnologías como los transgénicos. Ahora ha reunido su trabajo de investigación
de años en el libro Innovación y sus enemigos (Innovation
and its Enemies, Oxford University Press), un recorrido por casi 600
años de historia analizando algunos de los casos de oposición a nuevas ideas y
tecnologías que tenían el potencial de transformar el mundo.
En 1866,
durante la Exposición Universal de París, Luis Napoleón III lanzó un reto a los
científicos: encontrar una fuente de proteínas alternativa a la mantequilla que
fuera más barata. En su cabeza estaba la necesidad de alimentar a una población
cada vez más empobrecida y a un ejército famélico y amenazado por la voluntad
expansionista de otras potencias europeas. El premio lo ganó Hippolyte
Mège-Mouriés, inventor de la margarina.
Mientras
Europa adoptó el nuevo producto, en EE UU provocó el nacimiento del lobby de la
industria láctea, que emprendió una guerra abierta contra el alimento. Los
productores lograron que el lácteo se prohibiera en varios estados y esas leyes
fueron sostenidas hasta por el Tribunal Supremo. Para conseguir frenar el
consumo del nuevo producto, mucho más asequible que la mantequilla, la
industria se sirvió de estudios científicos inventados y campañas de odio
diciendo que la margarina era “antiamericana” porque contenía un producto
importado, el aceite de coco. La industria estigmatizó a los hogares que la
consumían porque estaban usando un producto barato, lo que cuestionaba la
capacidad del padre de familia de proveer para los suyos.
Los
productores de margarina reaccionaron sustituyendo el aceite de coco por el
derivado de plantas más “americanas” como el algodón y la soja y establecieron
alianzas con los productores nacionales de estas cosechas. La demanda de
margarina creció hasta que su consumo rebasó a la mantequilla en los años 50
del siglo XX, después de que se derogaran las leyes aprobadas contra ella a
mediados del siglo anterior.
Este “es uno
de los mejores ejemplos de cómo la industria afectada, usando instrumentos
legales, puede dañar o eliminar nuevas tecnologías”, escribe Juma.
El
café, los tractores en
la agricultura, los refrigeradores o la imprenta en el mundo musulmán también
fueron objeto de campañas de desprestigio. El primero
sufrió durante siglos la prohibición impuesta por autoridades religiosas
musulmanas, que cerraron por ley las cafeterías. Lo hicieron no tanto
por la infusión en sí como porque se consumía en lugares de esparcimiento donde
se hablaba y compartían ideas, el sitio perfecto para que surgiesen voces
disidentes con el poder establecido. Las cafeterías se prohibieron en la Meca,
Isfahán, Cairo y Constantinopla durante 200 años.
Cuando
el café saltó del Imperio Otomano a Europa, el efecto fue el mismo y los reyes de algunos países
decretaron el cierre de cafeterías y "clubes del café" que comenzaban
a aparecer en las universidades. Antes de que Italia fuese la patria del
expreso, el país se resistió al nuevo producto por miedo a que dañase al sector
del vino. Pero el papa Clemente VIII hizo una
inteligente defensa de la infusión en 1600: “Esta bebida de Satán es tan
deliciosa… que sería una pena que sólo los infieles puedan usarla. Engañaremos
a Satán bautizándola y haciéndola una bebida genuinamente cristiana”,
escribió.
Juma traza
paralelismos entre las tácticas y argumentos usados en el pasado y los que
dominan polémicas actuales como la de los transgénicos, el rechazo a las
vacunas o la inteligencia artificial. A los transgénicos se les llama “Comidas Frankenstein”.
Al
café se le tildó de “alcohol juvenil” en India, y en Inglaterra, Francia y
Alemania alertaban de que producía esterilidad.
Las comidas refrigeradas eran “alimentos embalsamados”, el
teléfono, “instrumento del demonio” y la margarina
“mantequilla de toro”.
La supuesta
novedad disruptiva de algunos productos es muchas veces la causa para su
rechazo. En el caso de los organismos modificados genéticamente, se trata de
variantes vegetales que han sido modificadas genéticamente para producir
toxinas Bt, que eliminan a las plagas más habituales del maíz y otros
vegetales. A pesar de que el medio de usar el Bt de esta forma es nuevo, el
concepto en sí es muy antiguo, tan tradicional casi como la agricultura, pues
ya en el antiguo Egipto se usaban toxinas Bt
para evitar las plagas en la agricultura, escribe Juma.
En 1942, el
sindicato de músicos más importante de EE UU prohibió a sus miembros hacer
discos y llamó a todos sus miembros a una huelga contra
la industria discográfica.
Pensaban que
la grabación de canciones acabaría con la música en directo. Los responsables
del sindicato llegaron a exigir como compensación que las radios contratasen a
músicos y que solo estos estuvieran capacitados para darle la vuelta a los
vinilos.
En parte
tenían razón al predecir la pérdida de muchos empleos, escribe Juma, pero la
llegada de los discos transformó la industria hasta convertirla en un sistema
donde los artistas pueden alcanzar un poder y riqueza impensables.
Juma resalta
que nuestras sociedades no han mejorado mucho desde hace seis siglos a la hora
de gestionar la llegada de tecnologías transformadoras y esto supone un riesgo,
pues cada vez más dependemos de ellas para afrontar problemas globales como la escasez de alimentos y la pobreza en un planeta superpoblado,
el desarrollo de energía limpia e inagotable, o la búsqueda de nuevos
remedios contra las enfermedades de la vejez .
La conclusión
del autor es que “las sociedades no se oponen a las ideas porque
sean nuevas, sino porque perciben pérdida”, ya sea de trabajos,
ingresos o el desmantelamiento de un modo de vida concreto. Los mismos dilemas
que ocasionó el café hace siglos están hoy presentes con la agricultura
transgénica y, en un futuro, lo estarán en otros campos. Los más acuciantes,
dice Juma, son la inteligencia artificial, la edición genómica y la impresión
en 3D
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