La
inteligencia artificial y la nueva especie humana (vamos a tener que
desarrollar una inteligencia aumentada que sepa pensar hibridando procesos
neuronales y procesos electrónicos, y que tendremos que fomentar desde
la escuela)
http://www.lavanguardia.com/cultura/culturas/20160723/403420914390/inteligencia-artificial-nueva-especie-humana.html
El filósofo José Antonio Marina
propone apostar por la “colaboración” entre la inteligencia humana y la
artificial
La
inteligencia artificial y la nueva especie humana
Dios da vida a a era robótica
(Getty)
JOSÉ
ANTONIO MARINA,
Barcelona
23/07/2016 13:06 | Actualizado a 24/07/2016
00:54
Se
disparan las alarmas
Divertidos
por los trending topics, hemos dejado de interesarnos por lo que está realmente
sucediendo. Nicholas Carr lo denunció en
Superficiales.
¿Qué
está haciendo internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011).
El efímero
oleaje oculta el mar de fondo. Nuestro
futuro se está diseñando en laboratorios, universidades, centros de
investigación, empresas innovadoras.
Pero
seguimos pendientes del móvil instantáneo, creyendo que así estamos a la
última. Corremos el riesgo de no enterarnos de lo que sucede hasta que no lo
vemos instalado en el escaparate de un gran almacén. Este artículo trata de una
de esas corrientes profundas que están determinando nuestro futuro, sin que
seamos conscientes de ello.
Me refiero a
los prodigiosos avances en Inteligencia Artificial
(IA).
Su auge está
provocando voces alarmadas. Stephen Hawking, el famoso
físico, piensa que su triunfo puede significar “el fin de la especie humana”.
Elon
Musk, creador de PayPal
y otras empresas de alta tecnología, dijo en una conferencia en el MIT que con
la inteligencia artificial estamos “summoning the demon”, invocando al diablo.
Bill
Gates ha afirmado que la
gente debería ser consciente de los riesgos que entraña. Grandes compañías han
lanzado la iniciativa OpenAI para intentar que estos
cambios, que consideran inevitables, se den dentro de un entorno
democrático.
Cuentan con
un presupuesto inicial de mil millones de dólares, lo que no es mal modo de
empezar. Otros autores, como Ray Kurzweil,
auguran que en el año 2040 emergerá la singularidad,
una nueva especie producida por la
fusión del ser humano con la tecnología.
Kurzweil no es un escritor de novelas de ciencia ficción, sino el director de investigaciones de Google. Un peso pesado.
Cada vez se habla mas de transhumanismo.
Luc
Ferry, un conocido
intelectual francés, exministro de educación, acaba de publicar un voluminoso
libro con ese título. El núcleo del transhumanismo es
la “ampliación de la naturaleza humana” en su aspecto biológico y su
aspecto intelectual. La Inteligencia Artificial es la gran protagonista. Hemos
entrado en la era de los algoritmos perfectos.
Un
algoritmo es una fórmula exacta que dirige los procesos que resuelven un
problema.
Son
mecanismos para conseguir automáticamente un objetivo, los que hacen, por
ejemplo, que funcionen las aplicaciones
de un móvil.
Esperamos
que sean capaces de resolver todos nuestros problemas.
Como ha
señalado Evgeny Morozov en su combativo libro La locura del solucionismo tecnológico (Katz, 2015),
aspiramos a vivir de soluciones recibidas, que nos eviten tener que pensar en
ellas. De hacerlo se encargará la Inteligencia Artificial. La inteligencia no radicará fundamentalmente en nuestras
cabezas, sino en el gigantesco sistema al que estaremos conectados.
El
problema se plantea,
sobre todo, cuando los sistemas de Inteligencia Artificial
no se limitan a manejar datos, sino que toman decisiones. El 6 de mayo
del 2010, la bolsa de Nueva York sufrió lo que se denomina flash crash . Las
cotizaciones habían caído por la mañana un cuatro por ciento, por la
preocupación sobre la deuda europea. A las 2,32 de la tarde, se puso en marcha
el algoritmo de venta de una gran institución, para deshacerse de un gran
número de contratos de futuro vendiéndolos a un ritmo controlado minuto a
minuto por la liquidez de la bolsa. Esos futuros fueron comprados por compradores algorítmicos de alta frecuencia, programados
para vendérselos inmediatamente a otros programas. Esa velocidad llevó al
primer algoritmo vendedor a interpretar que la liquidez del mercado era enorme
y a aumentar su velocidad de venta. Durante unos segundos, millones de dólares
se emplearon en operaciones disparatadas, que valoraban un activo erráticamente
de 0 a 100.000 dólares. Afortunadamente, otros algoritmos de salvaguarda
paralizaron el caos, lo que no impidió que el algoritmo que había desencadenado
el proceso ganara en muy pocos minutos cuarenta millones de dólares. Este
suceso llamó la atención sobre los problemas que podía causar la asociación de programas individuales bien diseñados
pero que producían fenómenos imprevistos.
Ramón López de Mántaras, uno de los pioneros de la IA en España,
cree que debería prohibirse que robots inteligentes operen autónomamente en
bolsa, por ejemplo en las HFT (Negociaciones de Alta Frecuencia).
Pero
¿qué es la inteligencia artificial?
Antes de
dejarnos llevar por el alarmismo de estos hechos y opiniones, me gustaría
explicar en qué consiste la IA. Plagiando la expresión de Rafael Alberti (“Perdonadme, yo he nacido con el
cine”) podría decir que yo he nacido con la IA. En 1956, siendo yo un
adolescente, la expresión apareció en la famosa Conferencia
de Dartmouth .
Allen
Newell y Herbert Simon
(que luego ganó el premio Nobel de Economía) presentaron un programa capaz de
hacer por su cuenta demostraciones de teoremas de alta matemática. El pionero
había sido Alan Turing, quien afirmó: “Existirá Inteligencia Artificial cuando en
una conversación a ciegas no seamos capaces de distinguir entre un ser humano y
un programa de computadora”.
En Dartmouth
se creyó que se conseguiría en diez años. Ya entonces sonaron voces alarmistas:
la supremacía de la inteligencia humana tenía sus horas contadas. Joseph Weizenbaum elaboró un programa llamado Eliza
que imitaba a una terapeuta. En realidad, era un conjunto muy sencillo de
rutinas, pero que daban al usuario la impresión de haber encontrado por fin un
psicólogo que le comprendía a la perfección.
Weizenbaum
se asustó de su creación y recomendó que no se prosiguiera con la IA. El
consejo fue superfluo porque la IA se atascó. Su éxito al producir pensamiento
matemático, hizo pensar a sus creadores que utilizando sistemas de lógica
formal cada vez más potentes aumentarían la capacidad de la IA. Pero se
empantanaron en actividades que los humanos hacemos sin ninguna dificultad y
que para las máquinas resultaban inaccesibles. Por ejemplo, reconocer patrones
imprecisos, como la escritura a mano o la voz o los rostros.
Las
investigaciones sobre IA hicieron su primera travesía del desierto. El interés,
y los fondos, decayeron, hasta que en los años ochenta Japón
lanzó su Proyecto de Sistemas de Quinta Generación, una masiva
arquitectura de computación en paralelo, en la que pusieron grandes esperanzas.
También proliferaron los sistemas expertos, programas que intentaban copiar el
modo de pensar de profesionales de un campo. Las expectativas no se cumplieron
y la IA sufrió su segunda travesía del desierto. Las cosas cambiaron en los
años noventa. Se empezó a investigar sobre redes
neuronales similares a las del cerebro y sobre algoritmos genéticos.
La
aplicación de potentes sistemas estadísticos, y del cálculo de probabilidades,
se concretó en programas que eran capaces de aprender. Se denomina deep
learning a esta capacidad, que, a mi juicio, ha supuesto el gran salto en la
IA. Por ejemplo, un ordenador puede aprender a reconocer expresiones orales por
un proceso de entrenamiento, por ensayo y error. Un programa puede simular el
proceso de aprendizaje de un bebé e irse construyendo a sí mismo.
¿Pueden
conocer los ordenadores?
Hasta hace
poco tiempo, los ordenadores podían manejar información, pero los datos reales
sólo podía percibirlos la inteligencia humana. Los programas manejaban
abstracciones, pero la capacidad de abstraer era una exclusiva nuestra.
Intentaré
explicar este complejo asunto con sencillez. ¿Recuerdan ustedes la distinción
entre significante y significado, que aprendieron en el bachillerato? Un
significante –en el caso del ordenador una secuencia de ceros y unos– tiene un
significado. Los ordenadores computan signos, sin saber lo que significan. Eso
sólo lo sabemos nosotros, los humanos, que construimos ordenadores y diseñamos
programas. Bueno, habría que poner esa frase en pasado. Los nuevos sistemas
informáticos pueden crear significados. Ha sido la gran revolución. En este
momento, los investigadores están diseñando programas
para que los ordenadores adquieran los sentidos de la vista, el oído o el tacto.
Lo que hay
en el fondo de estas habilidades es la capacidad de reconocer patrones.
Escribo en
mi jardín.
Frente a mí
tengo un conjunto de superficies verdes: el césped, los arbustos, los árboles y
una mesa verde. Puedo identificar los diferentes objetos. Antes, un ordenador
podía fotografiar el mismo paisaje que veo yo. Ahora el ordenador puede
aprender a reconocer qué verde pertenece a un arbusto o al césped. Sabe
reconocer los patrones que definen cada objeto, identificarlos, separarlos y
manejarlos. No sólo eso. Puede agrupar los patrones por sus semejanzas: árboles, hierbas, mesas. En eso
consiste la capacidad de abstraer. Y una vez que ha aislado los patrones
perceptivos, puede unirlos lingüísticamente en una descripción. Los
ordenadores aprenden a narrar. En ese momento, ¿podemos decir que el ordenador
está conociendo el paisaje?
El progreso
ha sido acelerado sobre todo desde que los gigantes informáticos –Facebook, Google, Amazon, Microsoft, Baidu, etcétera– han
entrado en el negocio. Al comienzo de su historia, la IA aspiraba sólo a
imitar la inteligencia humana. Ahora, los nuevos sistemas pueden hacer
operaciones que van más allá de la capacidad humana y no sólo por velocidad de
cálculo. Por ejemplo, pueden descubrir patrones en gigantescas masas de datos.
Es lo que hace el data mining .
Realidad
e inteligencia aumentada
Ya habíamos
asumido que los robots iban a desplazar a los humanos de los trabajos
mecánicos, pero ahora aparece la posibilidad de que nos desplacen también de
trabajos intelectuales.
El profesor Andrew Ng, que trabaja en Baidu,
cree que los programas de traducción vocal de la escritura permitirán a
millones de iletrados, por ejemplo en China, escuchar lo que está escrito en
internet. En el 2014, Microsoft presentó un programa de ordenador capaz de
traducir en tiempo real. Es decir, una persona habla en inglés, pero su
interlocutor le escucha en alemán. Google Translate (servicio de traducción
inmediata en noventa lenguas) va a hacer innecesario el aprendizaje de idiomas,
al traducir simultáneamente.
El año
pasado Google pagó unos cuatrocientos millones de
dólares por DeepMind, una empresa inglesa que trabaja “para construir potentes algoritmos de aprendizaje de
propósito general”, es decir, para que las máquinas puedan aprender cualquier cosa.
Facebook
tiene su propio laboratorio dirigido por Yann LeCun.
Un programa como Narrative Science escribe
automáticamente artículos informativos, y es utilizado por la revista Forbes.
Kensho Technologies puede responder a preguntas sobre
temas financieros revisando gigantescas masas de información y respondiendo en
lenguaje natural a los pocos segundos. En el 2011, el programa Watson, de IBM, ganó el concurso de televisión
Jeopardy!, que mezcla conocimientos e ingenio. Ya se están comercializando
programas de realidad aumentada, como las Google Glass
o las Microsoft HoloLens. El portador recibe información simultáneamente
a través de dos canales. Uno, procede de su cerebro. El segundo, de poderosos
bancos de datos informáticos. Este canal puede actuar de mediador con el mundo,
transformando nuestra experiencia. Y esto no ha hecho más que empezar. Si no
quiere enterarse, puede seguir pendiente del trending
topics, de las batallitas políticas, de los eslóganes brillantes. Pero,
se lo advierto, pueden acabar convirtiéndose en marionetas contentitas.
La
omnipresencia de la inteligencia artificial, la generalización de esa realidad
aumentada, nos exige repensar muchas cosas. Entre ellas, nuestros sistemas
educativos. Acorde con esos cambios, vamos a tener que
desarrollar una inteligencia aumentada que sepa pensar hibridando procesos
neuronales y procesos electrónicos, y que
tendremos que fomentar desde la escuela… cuando sepamos cómo hacerlo. En
un número reciente de la revista The Economist,
dedicado a la Inteligencia Artificial, se lee: “Aunque la Inteligencia
Artificial total de la que habla Hawking está aún lejos, las sociedades deben
prepararse para la aparición de seres autónomos no humanos”.