Populismo
en América Latina: ni efectivo ni sostenible
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3 octubre 2015
Casi un tercio de los
latinoamericanos son pobres y uno de cada cinco vive incluso en pobreza
crónica. Modelos populistas no ayudan a superar la pobreza, sino que
consolidan un status quo de desigualdad.
Ballungsgebiet Sao Paulo in Brasilien
La reducción
de la pobreza en la región se estancó en los últimos tres años por la
desaceleración económica consecuencia de la caída de las exportaciones.
Según la CEPAL, el 28 por ciento de los latinoamericanos son hoy
pobres (167 millones), de los cuales 71 millones
viven en extrema pobreza. En uno de cada cinco casos, la pobreza es
crónica, según datos del Banco Mundial.
Para OXFAM, unos 200 millones
de personas que habían salido de la pobreza
están hoy incluso en riesgo de volver a ella.
Entre los
más afectados por la pobreza, según CEPAL, se cuenta un país cuyo Gobierno se
ufana de sus “logros sociales”: Venezuela, donde
la pobreza aumentó de 25,4 por ciento al 32,1
por ciento entre 2012 y 2013.
En la Argentina, otro país que apuesta por un modelo
“nacional y popular”, la pobreza es hoy del 27,5 por
ciento, según cifras de la Universidad Católica (UCA).
Funciona
solo a corto plazo
¿Hasta qué
punto son efectivos y sostenibles los modelos redistributivos populistas? “No
son efectivos ni sostenibles. Fueron
financiados por el boom de las commodities y con déficits presupuestarios.
Se
aumentaron los gastos sociales y las subvenciones en
salud, alimentos, medicamentos y combustibles, pero se descuidaron
necesarias inversiones en infraestructura, educación e innovación tecnológica”,
dice el Dr.
Ralph Rotte, profesor de Politología y Economía en la Universidad RWTH, de
Aquisgrán.
Y agrega: “Ese
tipo de política redistributiva funciona solo a corto plazo y con altos precios
de las materias primas y las commodities”.
Lateinamerika: Entwicklung der Armut und der
extremen Armut in Millionen, 1980-2014 Spanisch
A pesar de
altas tasas de crecimiento en la época de auge, la financiación
de los presupuestos con déficit llevó a una inflación
desmesurada. Eso, unido a un creciente dirigismo
estatal, una gran burocracia y a menudo irrespeto al Estado de derecho, tuvo nefastas
consecuencias:
“Ese conjunto de
factores provocó fuga de capitales, ahuyentó a potenciales inversionistas y
sembró desconfianza en los mercados financieros respecto a esas economías”, agrega Rotte.
Las
alternativas existen
Si el modelo
populista-asistencialista no funciona, ¿cuál es la alternativa? “Alternativas
existen: una política económica y social
que apueste por inversiones, la iniciativa privada, la competitividad y una
paulatina apertura hacia el exterior.
Prioritarias son más
inversiones del Estado en infraestructura y educación, la creación de
incentivos para inversionistas nacionales y extranjeros que ayuden a modernizar
y diversificar la economía y una mayor integración económica, tanto a nivel
regional como global”, dice Rotte.
En
investigaciones económicas empíricas se ha demostrado que una política
económica de ese tipo puede ir asociada además con redistribución,
mayores impuestos a los ricos y transferencias a las pobres, lo que
lleva a un mayor consumo, más demanda, más crecimiento y empleo.
Pero para
los regímenes populistas, eso supone un doble dilema:
“Los resultados de esas
políticas no se ven a corto, sino más bien a largo plazo y estas exigen un
retirada parcial del Estado, una política económica y un Estado de derecho
confiables y una verdadera democracia”.
Ninguno de
esos puntos parece compatible con el 'Socialismo del siglo XXI' ni con el
peronismo a la Kircher”, resalta Rotte.
Profundización
de la desigualdad
Por otra
parte, llama la atención que modelos populistas y asistencialistas fomentan el clientelismo y el nepotismo, como en Venezuela y la corrupción,
como en Brasil.
Para Rotte,
no es nada inusual: “El asistencialismo está concebido como instrumento del
clientelismo, para atar a parte de la población al Gobierno y asegurar mayorías
populistas. Por eso no pueden separarse. Por otro lado, el modelo parte de una
creciente influencia del Estado y de un rechazo ideológico de los mecanismos de
adjudicación de recursos a través del mercado. Eso lleva a un aumento de la burocracia y con ello del nepotismo y la
corrupción”.
La falta de
sostenibilidad de los modelos asistencialistas conduce además a que estos no
solo fallen en combatir la pobreza, sino que provoquen todo lo contrario. “En
caso de una crisis, los ajustes necesarios, por ejemplo en caso de una
bancarrota estatal, golpean sobre todo a los más pobres. El ingreso y el
patrimonio retornan a la desigualdad inicial e incluso la profundizan, en vista
de que la educación y la cualificación, debido a las omisiones del sistema,
fueron desatendidas”, concluye Rotte.
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