La
guerra por el voto de los pobres en Perú
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Viaje a los cerros de Lima, donde
Keiko Fujimori y Verónika Mendoza libran una batalla clave
CARLOS
E. CUÉ
JACQUELINE
FOWKS
San
Juan de Lurigancho 8 ABR 2016 - 20:13 CEST
Un parque de
patinetas en San Juan de Lurigancho, Perú. Juanjo Fernández
Para el
mundo y buena parte de los peruanos, Alberto Fujimori es un dictador que está
en la cárcel por corrupción y atentados contra los derechos humanos. Para
Isabel, que baja del cerro polvoriento con calles de tierra a las afueras de
Lima donde tiene su chabola, es el hombre que puso sillas en el colegio de sus
hijos y nietos. Esta mujer de 55 años, como millones de limeños, vino del
interior del Perú huyendo de una miseria y se quedó atrapada en otra, la de los
cerros de esta megalópolis de 10 millones de habitantes abigarrados. Otros
llegaron en los 80 huyendo de la violencia de Sendero Luminoso.
Para ellos,
que no tienen nada, cada pequeño avance es un mundo. “En mi familia todos vamos
a votar por Keiko Fujimori. Cuando su papá llegó, los niños se sentaban en
ladrillos en la escuela. Con él llegaron carpetas, computadoras. Nos dio
colegios, luz, agua. Esta era zona roja (dominada por Sendero Luminoso) y trajo
al ejército”, cuenta Isabel, que vive en Balcones de Bayóvar. “La hija va a ser
como el padre o mejor. Dicen que él hizo cosas feas, pero no sabemos, no
tenemos información. Lo que dicen los mayores es que ayudó mucho al barrio”,
asegura su sobrina, Carmen, que también votará a Keiko. “Con su papá nos
regalaron zapatos, y mejoró la seguridad, antes no se podía bajar de los cerros
de noche”, remata Candelaria, otra vecina.
Las
elecciones en Perú, un país que pese a su crecimiento en los últimos años
mantiene enormes bolsas de pobreza (24% de la población) se deciden sobre todo
entre los pobres de Lima y del interior. Allí hay una encarnizada batalla entre
Fujimori, con su populismo de derecha –“tengo los pantalones bien puestos para
acabar con los delincuentes, los mandaremos a prisiones a 4.000 metros de
altura, bien lejos”, bramó en el cierre de campaña con el público enardecido- y
Verónika Mendoza, la candidata de la izquierda que critica el modelo económico
peruano que mantiene a esos millones de personas atrapadas en la miseria.
Esta batalla
casa por casa se ve muy bien en Bayóvar (San Juan de
Lurigancho) donde acaba el modernísimo tren que acerca al centro y que
contrasta con el paisaje de alrededor: casas de ladrillo y techo de chapa sin
acabar, polvo por todas partes, cerros ocupados por miles de chabolas. El miedo
se cuela por todas partes. Algunas calles están cerradas con vallas por los
propios vecinos para dificultar la entrada de delincuentes en coche.
Apolinario
es uno de los protagonistas de esa pelea cuerpo a cuerpo por el voto. Ha
instalado en su zapatería el local de Veronika Mendoza en la zona Proyectos
Especiales, un “asentamiento humano”, como lo llaman aquí. Y trata de recordar
a los vecinos lo que fue Fujimori. Sabe que lo tiene difícil, en su barrio el
fujimorismo es fuerte, pero ve posiblidades. “Aquí regalaron cocinas, picos,
lampas, cemento. La gente aquí no es ingrata. Pero otros muchos saben lo que
pasó con Fujimori, los desaparecidos, la corrupción, se robaron todo. Humala
nos traicionó, fue uno más de la derecha. Pero la gente sabe quién defiende de
verdad al pueblo, Veronika está muy fuerte. Va a estar parejo. Algunos creen
que Keiko nos va a proteger de la inseguridad pero otros saben que es mentira,
ya nos engañaron, creo que mucha gente aprendió”, asegura Apolinario.
El barrio
está dividido. Como el Perú. En el llano Verónika parece más fuerte. En los
cerros más pobres Keiko. El otro candidato, Pedro Pablo Kuczynski,
prácticamente no compite aquí, su voto está en la clase media y alta. Todo gira
en torno a ese apellido japonés –una emigración muy fuerte en este país en el
siglo XIX- que de una u otra manera domina la política peruana hace casi 30
años. “Todos los candidatos tienen su pasado, menos Verónika, es nueva, pero da
un poco de miedo”, resume Daysi, que tiene un puesto de comidas. “Por la china
no vamos a votar, para que tape todo lo que hizo Montesinos [la mano derecha de
Fujimori, artífice de la represión]”, sentencia José mientras remueve la chicha
morada que vende. Su mujer pela patatas y asiente.
Los Fujimori
han construido su imperio político sobre los pobres. Basta ver el mitin de
cierre de campaña de Keiko en Lima. Son las 22:00 cuando termina de hablar, a
gritos, mostrándose como una líder fuerte, mesiánica, como su padre. Es muy
tarde en un país que se levanta temprano, pero allí están centenares de mujeres
de rasgos indígenas con sus hijos dormidos a la espalda. Algunas dan de mamar a
sus bebés en pleno mitin. Todos vuelven
con autobuses pagados por la organización. El dinero se ve por todas partes,
drones sobrevuelan el mitin, los grupos de cumbia más famosos animan la espera.
Una figura popular de la farándula peruana, Fiorella Cayo, pide al público
que olvide la parte mala de Fujimori. “¿Tú fuiste un santo?”, le pregunta
micrófono en mano a alguien. “¿Quién fue un santo? Yo tampoco tuve padres
santos”, grita.
Pero Verónika Mendoza también es fuerte en este sector popular.
Habla quechua perfecto, viene de Cusco, que fue capital del imperio Inca,
conoce su lenguaje y conecta con ellos. La batalla feroz por el voto de
los pobres no ha acabado. Si Mendoza pasa a la segunda
vuelta del 7 de junio será mucho más dura, a todo o nada.
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