Los
emergentes aprenden la lección
http://lat.wsj.com/articles/SB10716115295886923525904582000582806784946?tesla=y
Ninguna
economía emergente importante ha necesitado un rescate. En la foto, Ciudad de
México. PHOTO: OMAR TORRES/AGENCE FRANCE-PRESSE/GETTY IMAGES
Por GREG IP
lunes,
11 de abril de 2016
19:33 EDT
Durante los
últimos años, los capitales han estado saliendo de los mercados emergentes ante
la desaceleración del crecimiento global, el desplome de los precios de las
materias primas y la perspectiva de un alza de las tasas de interés en Estados
Unidos. Por extraño que parezca, ninguna de las grandes economías en desarrollo
ha caído en una cesación de pagos.
Normalmente,
la ausencia de una crisis no es algo digno de mención. Pero en este caso lo es,
ya que demuestra lo mucho que los países emergentes han aprendido sobre los
peligros inherentes de los sistemas de tipos de cambio fijo y, por desgracia,
lo mucho que aún les queda por aprender.
Los mercados
emergentes han sido durante mucho tiempo grandes beneficiarios de la inversión
extranjera, atraída por su potencial económico. Sin embargo, estos flujos de inversión son muy volubles y a menudo se
frenan bruscamente o se revierten por completo.
En su
informe semestral Perspectivas de la Economía Mundial,
el Fondo Monetario Internacional destaca un episodio de desaceleración
de los flujos de capitales entre 1981 y 1985, que coincidió con la crisis de la
deuda externa de los 80, y otro de 1995-2000, superpuesto a la crisis asiática
de 1997-98.
El ciclo
actual de salida de capitales comenzó alrededor de 2010 y ha sido comparado por
sus dimensiones con episodios similares en los años 80 y 90, según el FMI. Sin
embargo, “la
incidencia de crisis de deuda externa en el episodio en curso hasta el momento
ha sido mucho menor” que en el pasado. En realidad, ninguna de las
principales economías emergentes ha necesitado un rescate, con la excepción de
Ucrania, que fue invadida por Rusia, sin duda un atenuante.
Antes, las
economías emergentes anclaban sus tipos de cambio con el dólar para controlar
la inflación y ofrecer certidumbre a empresas e inversionistas. Las tasas de interés locales eran
generalmente mucho más altas que las de EE.UU., por lo que empresas y gobiernos
podían obtener crédito más barato en dólares, siempre y cuando el tipo de
cambio fijo se mantuviera.
Los
inversionistas extranjeros, en tanto, prestaban en moneda local, consiguiendo
retornos más altos de lo que podrían haber logrado en dólares, también siempre
y cuando el tipo de cambio se mantuviera firme. Perversamente, la fe en el tipo de cambio fijo incentivó
la acumulación de deuda en moneda extranjera hasta el extremo de que lo terminó
debilitando. Cuando los inversionistas percibieron que la moneda estaba sobrevaluada (una consecuencia habitual de la
inflación), dejaron de prestar.
La retirada de capital foráneo
ejercía tanta presión sobre la moneda local que ésta colapsaba. Incapaces de
pagar sus préstamos en moneda extranjera, empresas, bancos y gobiernos caían en
cesación de pagos.
En la última
década, los mercados emergentes adoptaron políticas macroeconómicas ortodoxas.
Sus bancos centrales se concentraron exclusivamente en combatir la inflación y
se llenaron de tecnócratas apolíticos con doctorados en universidades
estadounidenses. Los tipos de cambio pasaron de fijos a
flotantes.
La flotación volvió más impredecible
el costo de los préstamos en moneda extranjera, lo cual desalentó el
endeudamiento en dólares.
Como recalca
el FMI, alrededor de 75% de la deuda pública de los países
emergentes está denominada en moneda local, en comparación con cero en 1995.
De
igual manera, alrededor de 70% de la deuda de empresas de mercados emergentes
está en moneda local, frente a 5% en 1995.
“Al paliar
los efectos de los factores globales, las tasas de cambio flexibles parecen
haber ayudado a algunos mercados emergentes a mitigar la desaceleración de los
flujos de capitales”, indica el FMI.
Los tipos de
cambio flotantes han permitido un ajuste mucho más paulatino de las salidas de
capitales, ahorrando a los mercados emergentes el “frenazo” o sudden stop
característico de épocas anteriores. En Europa,
en cambio, el euro actuó como un tipo de
cambio fijo en esteroides al trasladar capital desde las economías del norte a las del sur. Cuando ese dinero
huyó, la zona euro experimentó la madre de todos los
frenazos. Fue Grecia, una economía desarrollada, la que entró en
cesación de pagos, no un país emergente. Fueron los bancos de EE.UU. y el Reino
Unido los que casi colapsaron. Como Guillermo Ortiz, el entonces presidente del
Banco de México, bromeó de manera memorable en 2008: “Esta vez no fuimos
nosotros”.
En suma: la
lección alentadora de los últimos años es que una buena política macroeconómica
puede reducir significativamente la frecuencia y la gravedad de las crisis. La
mala noticia es que esto, por sí solo, no es suficiente.
El FMI
subraya que el crecimiento de los mercados emergentes desde 2010 no se
diferencia mucho del que hubo entre 1995 y 2000, a pesar de la menor incidencia
de las crisis. Brasil se contrajo 3,8% el año
pasado y podría retroceder casi lo mismo durante este año, un desempeño inferior al registrado durante cualquiera de sus crisis
anteriores en los últimos 36 años.
Las razones
son múltiples y van desde la disminución de los precios de las materias primas
a las altas tasas de interés destinadas a reducir la inflación. Pero lo que
subyace a este mal desempeño cíclico son los problemas estructurales de regulación excesiva, inversión inadecuada, crédito bancario
dirigido por el Estado y corrupción, problemas que siguen aquejando en
diversos grados a los mercados emergentes.
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