Analizan
que es inevitable la devaluación en China;
El
problema de los nuevos estímulos de China
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PHOTO: KIM
KYUNG-HOON/REUTERS
Por KEN BROWN
martes,
1 de marzo de 2016 17:35
EDT
En el
momento álgido de la crisis financiera de Estados Unidos, las autoridades iban
de crisis en crisis como un escuadrón de bomberos intentando controlar un
incendio que se extendía rápidamente.
Aunque la
situación en China no es tan grave como lo era la estadounidense en 2008, hay
una sensación similar en torno a los esfuerzos del Estado para mantener el
crecimiento económico al tiempo que pone límite a media docena de crisis
interconectadas.
La lección
que se extrae de la experiencia estadounidense es que correr de fuego en fuego con parches provisionales no hace sino reducir
la confianza. Sólo una acción valiente e integral --la promesa de que no
caerían más bancos en el caso estadounidense-- restablece la confianza.
En China, la bolsa ha perdido casi
una cuarta parte de su valor en lo que va de año, lo que supone un claro voto de no
confianza en los esfuerzos de Beijing.
El último
incendio financiero en China es una reducción de la liquidez causada en gran
medida por la oleada de flujos de efectivo que salen
del país y por el deseo del gobierno de mantener la moneda estable. Ambas
situaciones reducen la cantidad de yuanes en el sistema financiero, que es lo
contrario a lo deseable cuando se intenta estimular una economía.
Tras
fracasar en el intento de reducir la
escasez inyectando miles de millones de yuanes en el sistema, el banco
central chino recurrió a un instrumento más poderoso como es el recorte del porcentaje de dinero que se exige a los
bancos mantener en reserva. Esto liberará más de US$100.000 millones
para créditos nuevos.
Eso nos
lleva al siguiente incendio. China lleva meses
intentando impulsar el crédito, aunque con poco éxito. Y cuando ha
tenido éxito --como cuando impulsó los precios de los inmuebles en ricas
ciudades orientales como Shanghai o Shenzhen-- no ha hecho gran cosa para
ayudar a las pymes necesitadas de préstamos que el Estado sabe que serán el
motor del crecimiento.
Intentar
prestar más en una economía ahogada en deuda suscita otros problemas, especialmente porque muchas
empresas no están generando el suficiente efectivo para hacer frente a sus
pagos actuales y mucho menos para asumir
más deuda. Además, la creciente morosidad en los balances de los bancos les
hace más reacios a prestar.
Estos dos
factores apuntan a otra crisis en
proceso que Beijing deberá abordar: la reforma de
las empresas estatales deficitarias en sectores con una enorme sobrecapacidad,
como el siderúrgico o el de la minería de carbón. Eso probablemente
llevará a la destrucción de muchos empleos y a grandes
pérdidas para los bancos, que se verán obligados a admitir la realidad
de que la mayoría de los préstamos hechos a estas empresas nunca se
recuperarán. Las entidades financieras chinas quieren evitar ambas situaciones.
Pero las
autoridades chinas aún tienen más focos que apagar, como el número ingente de edificios de pisos vacíos
en ciudades pequeñas o los riesgos de grandes pérdidas para los inversionistas
en las instituciones financieras no bancarias del país.
Cada una de
estas situaciones debería ser manejable por sí sola, pero están todas
profundamente interconectadas. La huida de capital
provoca escasez de la liquidez, que
afecta negativamente a los bancos y limita el crédito. Los préstamos a las siderúrgicas no están yendo a industrias
innovadoras, lo que afecta negativamente al crecimiento, y eso, a su vez, desemboca en más estímulos y más
deuda.
Hasta ahora,
Beijing ha logrado mantener las cosas bajo control, en parte con una gran dosis de gasto estatal. Pero ninguna
de estas situaciones ha mejorado.
En última
instancia, el
mejor modo para contener el fuego es devaluar la moneda, lo cual
podría impulsar las exportaciones, traer más efectivo al sistema financiero y
fomentar el crecimiento. Pero China acaba de prometerle al mundo que no entrará
en una guerra de divisas.
Podría
no tener más remedio.
Las monedas de muchos exportadores asiáticos rivales suyos están depreciándose:
el won surcoreano se aproxima a sus mínimos de la crisis financiera y el banco
central japonés parece dispuesto a hacer todo lo posible por hacer caer al yen.
Como el comercio mundial está flojo, los mercados de exportación apenas aportan
nada.
Al
mismo tiempo que dijeron que no devaluarían la moneda, las autoridades chinas hicieron
hincapié en que les quedan muchas herramientas para estimular la economía. Es
cierto, pueden bajar los tipos de interés de nuevo y
reducir más el requisito de reservas. Pero estas dos medidas han
resultado ineficaces hasta ahora, en gran parte porque están diseñadas para
estimular el crédito, lo cual no está ocurriendo por todos los motivos
descritos anteriormente.
Para China,
la medida atrevida que necesita para restablecer la confianza pasaría por un rescate bancario y un plan para reformar sectores en problemas e impulsar a
los que no están creciendo. Entonces, Beijing podría devaluar
el yuan para impulsar el crecimiento y recibir alabanzas por haber hecho
frente a sus problemas de manera exhaustiva.
Sin un plan
así, una devaluación puntual del yuan reduciría la
credibilidad de Beijing, pero eso podría ser lo de menos. Los que tengan
yuanes asumirían que había más devaluaciones en el futuro e intentarían
desprenderse de la moneda cuanto antes. Esto reduciría la liquidez y dejaría al
banco central exactamente donde estaba antes de la reducción del requisito de
reservas bancarias del lunes.
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