La
desprevenida Europa
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La crisis y el terrorismo socavan la
capacidad del continente para protegerse
PAUL
KRUGMAN
28
NOV 2015
Migrantes
caminan bajo la lluvia tras cruzar la frontera griega hacia Macedonia, cerca de
la ciudad de Gevgelija. / ROBERT ATANASOVSKI (AFP)
El día de
Acción de Gracias, tal como lo conocemos, no data de la época colonial, sino de
mediados de la Guerra Civil, cuando Abraham Lincoln
lo convirtió en una festividad federal. Es, en otras palabras, una celebración
de la unidad nacional. Y nuestra unidad
es, sin duda, algo por lo que estar agradecidos. Para entender la razón,
piensen en el desastre que, a cámara lenta, está eclipsando el proyecto europeo
en distintos frentes.
Para quienes
no estén familiarizados con el término, el “proyecto europeo” tiene un significado muy
específico. Se refiere al intento, a largo plazo, de fomentar una Europa pacífica y próspera mediante una
integración económica y social cada vez mayor, un proyecto que se inició
hace más de 60 años con la creación de la Comunidad del
Carbón y el Acero. El esfuerzo siguió adelante con la formación del Mercado Común en 1957; la ampliación de ese mercado
para incluir a los países recién democratizados del sur de Europa; el Acta
Única Europea, que garantiza la libertad de movimiento de las personas y los
productos; una nueva ampliación de la Unión Europea para integrar a los
antiguos países comunistas; el tratado de Schengen, que suprimió muchos
controles fronterizos dentro del continente; y, por supuesto, la creación de
una moneda común europea.
Todas estas
actuaciones podrían considerarse intentos de conferir a Europa muchos de los atributos de un país individual, sin una unión política
formal (al menos, no todavía). La esperanza más o menos explícita de
muchos miembros de la élite europea era que la integración técnica y económica
propiciase poco a poco la unificación psicológica y, en último término, allanase
el camino hacia unos Estados Unidos de Europa.
Y, durante mucho tiempo, el proyecto funcionó muy bien y Europa se fue
volviendo progresivamente más próspera, pacífica y libre.
Pero, ¿cómo
afrontaría el proceso los contratiempos? Después de todo, el proyecto europeo estaba generando una
interdependencia cada vez mayor sin crear ni las instituciones ni, a pesar de
las esperanzas de la élite, la sensación de legitimidad política que se
necesitaría para administrar esa interdependencia si las cosas se torciesen.
Y eso me
lleva a los desastres. A simple vista, podría parecer que la crisis financiera,
la crisis de los refugiados y los atentados terroristas no tienen nada en
común. Pero, en cada uno de estos casos, resulta que la capacidad de Europa
para protegerse a sí misma se ha visto socavada por su unión imperfecta.
Respecto a
la crisis financiera: la inmensa mayoría de los economistas (aunque, por
desgracia, no los políticos) coincide en que los males que aquejan a Europa se
deben sobre todo a los cambios de humor de los
inversores privados, que de un modo imprudente
invirtieron dinero en el sur de Europa tras la creación del euro, para luego cambiar bruscamente de dirección una década después. Sin
embargo, también pasó algo similar en Estados Unidos,
donde el dinero fluyó primero hacia los préstamos
hipotecarios en los “estados arenosos” —Florida, Arizona, Nevada, California—
y después se esfumó. Sin embargo, en
EE UU, las instituciones federales,
desde la Seguridad Social hasta los seguros de depósitos, mitigaron el
sufrimiento causado por ese cambio. En Europa, por desgracia, los Gobiernos
nacionales tuvieron que afrontar el coste de los rescates bancarios y mucho
más, por lo que el endeudamiento excesivo del sector privado pronto se
convirtió en una crisis fiscal.
Por lo que
respecta a los refugiados: las políticas respecto a los inmigrantes en general,
y los refugiados en particular, son horribles en todo el mundo; no tienen más
que escuchar a Donald Trump o Ted Cruz. Pero Europa, además, intenta mantener abiertas las fronteras interiores,
mientras deja el control de las
exteriores en manos de Gobiernos nacionales como el de Grecia, empobrecida
y arrasada por la austeridad. No es de extrañar, por tanto, que vuelvan los
controles fronterizos.
Y
en cuanto al terrorismo:
ninguna sociedad libre puede estar siempre absolutamente segura frente a los
ataques. Pero piensen en lo mucho que se complica todo cuando la lucha
antiterrorista depende en su mayoría de Gobiernos nacionales, cuya capacidad de
control es muy desigual. Imaginen cómo se sentirían los neoyorquinos si la parálisis
política de Nueva Jersey se interpusiese en el camino de cualquier política
antiterrorista eficaz para Nueva York, y ya tienen una idea bastante aproximada
de los problemas que Bélgica le ha generado a Francia.
Lo ideal
sería que Europa respondiese a estos contratiempos reforzando su unión, creando
más instituciones necesarias para administrar la interdependencia. Pero parece
faltar la voluntad política que requiere esa clase de actuación, incluso para
las medidas más evidentes. Por ejemplo, el pasado martes, la Comisión Europea proponía la entrada en vigor gradual
de un sistema paneuropeo de garantía de depósitos,
que es el requisito mínimo
imprescindible para mantener la estabilidad de los bancos dentro de una
unión monetaria. Sin embargo, el plan se enfrenta a una
oposición feroz en Alemania, que lo
considera un regalo para sus vecinos derrochadores.
La
alternativa es dar un paso atrás, que es lo que ya está pasando con los
controles fronterizos. A los dirigentes europeos les preocupa, con razón, que
cada una de estas acciones perjudique al proyecto europeo en general. Pero ¿qué
alternativa realista hay? La verdad es que desconozco la respuesta. Tan solo me
siento agradecido de que Estados Unidos tenga la clase
de unidad con la que Europa solo puede soñar, al menos por ahora. Ya
veremos lo que queda después de que el presidente Trump acabe con ella.
Paul
Krugman es premio Nobel de Economía de 2008. © The New York Times Company, 2015.
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