El fascismo se come a Europa parte XIV
¿Por qué sube la extrema derecha en Europa?
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Ignacio
Ramonet
Una cosa es segura: las elecciones europeas
de finales de mayo se traducirán en un
aumento notable del voto de extrema derecha.
Y por la incorporación al Parlamento Europeo de un
número considerable de nuevos diputados
ultraderechistas.
Actualmente,
estos se concentran en dos grupos:
el Movimiento por la
Europa de las Libertades y de la Democracia (MELD) y.
la Alianza Europea de
los Movimientos Nacionales (AEMN).
Entre
ambos suman 47 eurodiputados, apenas el 6% de los 766
euroescaños (1).
¿Cuántos serán después del 25 de mayo?
¿El
doble?
¿Suficientes
para bloquear las decisiones del Parlamento Europeo y, por consiguiente, el
funcionamiento de la Unión Europea (UE)? (2).
Lo
cierto es que, desde hace varios años y en particular desde que se agudizaron
la crisis de la democracia participativa, el desastre social y la desconfianza
hacia la UE, casi todas las elecciones en los Estados de la UE se traducen en una irresistible subida de las extremas
derechas.
Las recientes encuestas de opinión confirman
que, en los comicios europeos que se avecinan, podría aumentar
considerablemente el número de los representantes de los partidos ultras:
Partido por la Independencia del Reino Unido,
UKIP (Reino Unido) (3);
Partido de la Libertad, FPÖ (Austria);
Jobbik
(Hungría);
Amanecer Dorado (Grecia);
Liga Norte (Italia);
Verdaderos
Finlandeses (Finlandia);
Vlaams
Belang (Bélgica);
Partido de la Libertad, PVV (Países Bajos);
Partido
del Pueblo Danés, DF (Dinamarca);
Demócratas de Suecia, DS (Suecia);
Partido
Nacional Eslovaco, SNS (Eslovaquia);
Partido del Orden y la Justicia, TT (Lituania);
Ataka (Bulgaria);
Partido
de la Gran Rumanía, PRM (Rumanía);
y Partido Nacional-Demócrata, NPD (Alemania).
En
España, donde la extrema derecha estuvo en el
poder más tiempo que en ningún otro país europeo (de 1939 a 1975), esta
corriente tiene hoy poca representatividad.
En
las elecciones de 2009 al Parlamento Europeo sólo obtuvo 69.164 votos (0,43% de los sufragios válidos).
Aunque,
normalmente, alrededor del 2% de los españoles se declara de extrema derecha,
lo cual equivale a unos 650.000 ciudadanos. En enero pasado, unos disidentes
del Partido Popular (PP, conservador) fundaron Vox, un
partido situado a “la derecha de la derecha” que, con jerga franquista,
rechaza el “Estado partitocrático”, defiende el patriotismo y exige “el fin del
Estado de las autonomías” y la prohibición del aborto.
Herederas
de la extrema derecha tradicional, cuatro otras formaciones ultras –Democracia Nacional,
La Falange,
Alianza Nacional y
Nudo Patriota Español– reunidas en la plataforma “La
España en Marcha”, firmaron un acuerdo, en diciembre de 2013,
para presentarse a las elecciones europeas.
Aspiran
a conseguir un eurodiputado.
Pero
el movimiento de extrema derecha más importante de España es Plataforma per Catalunya (PxC), que cuenta con 67
concejales.
Su
líder, Josep Anglada, define a PxC como “un
partido identitario, transversal y de fuerte contenido social” pero con una
dura posición antiinmigrantes:
“En España –afirma
Anglada– aumenta
día a día la inseguridad ciudadana, y gran parte de ese aumento de la
inseguridad y del crimen es culpa de los inmigrantes. Defendemos que cada
pueblo tiene el derecho a vivir según sus costumbres e identidad en sus propios
países. Precisamente por eso, nos oponemos a la llegada de inmigración islámica
o de cualquier otro lugar extraeuropeo.”
En
cuanto a Francia, en los comicios municipales de
marzo pasado, el Frente Nacional (FN), presidido por
Marine Le Pen, ganó las alcadías de una docena de grandes ciudades
(entre ellas Béziers, Hénin-Beaumont y Fréjus).
Y, a escala nacional, consiguió más de 1.600 escaños de
concejales.
Un
hecho sin precedentes. Aunque lo más insólito está quizás por venir. Las encuestas
indican que, en los comicios del 25 de mayo, el FN
obtendría entre el 20% y el 25% de los votos (4).
Lo cual, de confirmarse, lo convertiría en el primer partido de Francia,
por delante de la conservadora Unión por un Movimiento
Popular (UMP), y muy por delante del Partido
Socialista del presidente François Hollande.
Una
auténtica bomba.
El
rechazo de la UE y la salida del euro son dos de los grandes temas comunes de
las extremas derechas europeas. Y, en este momento, encuentran un eco muy
favorable en el ánimo de tantos europeos violentamente golpeados por la crisis.
Una crisis que Bruselas ha agravado con el
Pacto de Estabilidad (5) y sus crueles políticas de austeridad y de recortes,
causa de enormes desastres sociales.
Hay
26 millones de desempleados, y
el porcentaje de jóvenes de menos de 25 años
en paro alcanza cifras espeluznantes (61,5% en Grecia, 56% en
España, 52% en Portugal).
Exasperados,
muchos ciudadanos repudian la UE (6).
Crece el euroescepticismo,
la eurofobia.
Y eso conduce en muchos casos a la
convergencia con los partidos ultras.
Pero
hay que decir también que la extrema derecha europea ha cambiado.
Durante
mucho tiempo se prevalió de las ideologías nazi-fascistas de los años 1930, con
su parafernalia nostálgica y siniestra (uniformes paramilitares, saludo romano,
odio antisemita, violencia racista...). Esos aspectos –que aún persisten, por
ejemplo, en el Jobbik húngaro y el Amanecer Dorado griego– han ido
desapareciendo progresivamente.
En
su lugar han ido surgiendo movimientos menos “infrecuentables” porque han
aprendido a disimular esas facetas detestables, responsables de sus constantes
fracasos electorales.
Atrás
quedó el antisemitismo que caracterizaba a la extrema derecha. En su lugar, los
nuevos ultras han puesto el énfasis en la cultura, la identidad y los valores,
de cara al incremento de la inmigración y la “amenaza” percibida del islam.
Con
la intención de “desdiabolizar” su imagen, ahora abandonan también la ideo
logía del odio y adoptan un discurso variopinto y radical de rechazo del
sistema, de crítica (más o menos) argumentada de la inmigración (en particular
musulmana y rumano-gitana) y de defensa
de los “blancos pobres”.
Su objetivo declarado es alcanzar el poder.
Usan intensivamente Internet y las redes
sociales para convocar manifestaciones y reclutar nuevos miembros.
Y
sus argumentos, como hemos dicho, cada vez encuentran mayor eco en los millones
de europeos destrozados por el paro masivo y las políticas de austeridad.
En
Francia, por ejemplo, Marine
Le Pen ataca con mayor radicalidad que cualquier dirigente político de
la izquierda al “capitalismo salvaje”, a la “Europa ultraliberal”, a los “destrozos de
la globalización” y al “imperialismo económico
de Estados Unidos” (7).
Sus discursos seducen a amplios fragmentos de
las clases sociales trabajadoras azotadas por la desindustrialización y las
deslocalizaciones, que aplauden a la líder del FN cuando declara, citando a un
ex secretario general del Partido Comunista francés, que “hay que detener la inmigración;
si no, se condenará a más trabajadores al paro”. O cuando defiende el “proteccionismo
selectivo” y exige que se ponga freno al libre cambio porque este “obliga
a competir a los trabajadores franceses con todos los trabajadores del
planeta”.
O
cuando reclama la “pertenencia nacional” en materia de acceso a los servicios
de la seguridad social que, según ella, “deben estar reservados a las familias
en las cuales por lo menos uno de los padres sea francés o europeo”.
Todos
estos argumentos encuentran apoyo y simpatía en las áreas sociales más castigadas por el desastre industrial, donde
durante decenios el voto a las izquierdas era la norma (8).
Pero
el nuevo discurso de la extrema derecha tiene un alcance que va más allá de las
víctimas directas de la crisis.
Toca
de alguna manera ese “desarraigo identitario” que muchos europeos sienten
confusamente. Responde al sentimiento de “desestabilización existencial” de
innumerables ciudadanos golpeados por el doble mazazo
de la globalización y de una UE que no cesa de ampliarse.
Tantas
certidumbres (en materia de familia, de sociedad, de nación, de religión, de
trabajo) han vacilado estos últimos tiempos, que mucha gente pierde pie.
En
particular las clases medias, garantes hasta ahora del equilibrio político de
las sociedades europeas, las cuales están viendo cómo su situación se desmorona
sin remedio.
Corren
peligro de desclasamiento. De caer en el tobogán
que las conduce a reintegrar las clases pobres, de donde pensaban (por el
credo en el Progreso) haber salido para siempre. Viven
en estado de pánico.
Ni
la derecha liberal ni las izquierdas han sabido responder a todas estas nuevas
angustias. Y el vacío lo han llenado las extremas derechas. Como afirma Dominique Reynié, especialista de los nuevos
populismos en Europa: “Las extremas derechas han sido las únicas
que han tomado en cuenta el desarraigo de las poblaciones afectadas por la
erosión de su patrimonio material –paro, poder adquisitivo– y de su patrimonio
inmaterial, es decir su estilo de vida amenazado por la globalización, la
inmigración y la Unión Europea” (9).
Mientras
las izquierdas europeas consagraban, en los
últimos dos decenios, toda su atención y su energía a –legítimas– cuestiones
societales (divorcio, matrimonio homosexual, aborto,
derechos de los inmigrantes, ecología), al mismo tiempo unas capas de la población trabajadora y campesina eran abandonadas a su
–mala– suerte.
Sin
tan siquiera unas palabras de compasión. Sacrificadas en nombre de los
“imperativos” de la construcción europea y de la globalización. A esas capas
huérfanas, la extrema derecha ha sabido hablarles, identificar sus desdichas y
prometerles soluciones. No sin demagogia. Pero con eficacia.
Consecuencia:
la Unión Europea se dispone a lidiar con la extrema derecha más poderosa que el
Viejo Continente haya conocido desde la década de 1930. Sabemos cómo acabó
aquello. ¿Qué esperan los demócratas para despertar?
(1) En las elecciones europeas
de 2009, los partidos de extrema derecha obtuvieron el
6,6% de los votos.
(2)
Las encuestas más serias indican que, después del 25 de mayo, el número de
eurodiputados de extrema derecha pasaría de 47 a 71.
Léase “Élections européennes 2014: vers ??une?? extrême droite européenne?”,
Fundación Robert Schuman, http://www.robert-schuman.eu/fr/questions-d-europe/0309-elections-europeennes-2014-vers-une-extreme-droite-europeenne
(3)
Un sondeo realizado por la firma YouGov el 6 de abril de 2014 en el Reino Unido
le atribuye al Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) un 40% de las intenciones de voto y al menos 20
diputados europeos.
(4)
Según un barómetro de imagen del FN realizado en
febrero de 2014 por el Instituto TNS Sofres, el número de franceses que se
adhieren a las ideas del FN es del 34%.
(5)
El Pacto de Estabilidad y de Crecimiento prohíbe a los gobiernos europeos de la
zona euro realizar un déficit presupuestario superior al 3% del PIB.
(6)
El último estudio Eurobarómetro, publicado en diciembre de 2013, revela que
sólo el 31% de los europeos tiene una imagen
positiva de la UE (frente al 48% en marzo de 2008).
(7)
Léase “Nouveaux visages des extrêmes droites”, Manière de voir, n.°134, París,
abril-mayo de 2014.
(8)
Según un sondeo publicado por el diario Le Monde, la imagen de la presidenta
del FN recibe cada vez más opiniones favorables: el 56% de los encuestados cree
que “entiende los problemas cotidianos de los franceses” y el 40%, que
"tiene nuevas ideas para resolver los problemas de Francia".
(9)
Dominique Reynié, Populismes: la pente fatale, Plon, París, 2011.
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