Crece el sentimiento antivacunas. Advierte del peligro mortal de vacunarse y expone sus razones.
Por Daniel Espinoza
L
a vacuna tarda en llegar al tercer mundo. Para ser
más precisos: tarda en llegar al Perú, el último en la
fila de los últimos. Pero ahora resulta que la mitad de
los peruanos –precisamente el 48%, según IPSOS– la
rechazaría. ¿Por qué crece el movimiento antivacunas,
qué “teorías de conspiración” lo nutren?
¿Cómo encararán este nuevo problema de salud pública las
huestes del gobierno peruano?
Pierda cuidado, fanático de la medicina moderna –amante
del síntoma acallado con pastillas y el bisturí capaz de extirpar
décadas de malas costumbres–, la solución ya ha sido puesta
sobre el tapete y promete ser efectiva: la vacunación será requisito para viajar, encontrar trabajo o ir al cine.
Lo mejor de todo es que será un asunto global, de manera que las autoridades locales
no podrán arruinarlo (lo intentarán).
CRISIS “ANTIVAXXER”
Con estas cifras de rechazo al pinchazo,
el Perú se pone a la par del primer mundo,
donde la desconfianza está bien instalada.
Como en otros casos, el mundo en vías de
desarrollo seguramente seguirá la tendencia, para bien o para mal. Irónicamente, las
sociedades que muestran mayor aceptación por las vacunas son las más rezagadas
en lo cultural y científico.
Parece que donde ciertas sociedades
en vías de desarrollo ven “ciencia” –así, en
abstracto, casi como si se tratara de una religión–, otros ven grandes corporaciones pagándoles a científicos venales y reguladores
corruptos para hacer pasar la comercialización de la salud como ciencia, convirtiéndola así en mera herramienta de márquetin.
Las vacunas no vienen del cielo: son fabricadas por grandes corporaciones que
tienen como objetivo primordial el lucro –
no la salud–, y que luego son reguladas por
gobiernos capturados hace décadas por el
lobby. Todos los funcionarios involucrados
son falibles, corruptibles.
La confianza ciega, basada en una vaga
idea de lo que significa que algo venga con
el rótulo de “científico”, es un signo bastante
obvio de estupidez.
Lo que es indiscutible es que el recelo con respecto a la vacuna, en este caso, está más que justificado: no solo se están
fabricando en modo exprés, sino que, además, en el caso de las
norteamericanas y europeas, lo que se está produciendo es un
nuevo y revolucionario método de vacunación basado en el
ARN mensajero, un componente genético.
Esa debería ser una “revolución” en cámara lenta, extremadamente cuidadosa y considerada con cada paso y cada medida de seguridad. Este tipo de tecnología jamás ha sido usada en
el pasado y cualquier consecuencia a largo plazo será conocida
cuando millones ya hayan recibido su dosis. Sí, somos parte del
experimento más grande de la historia.
Si bien el mundo parece tener claro
que las medidas de seguridad usuales
para la fabricación de vacunas no están
siendo respetadas en este caso, no existe
una clara consciencia del riesgo debido a
que las voces que advierten de su gravedad no tienen cabida en el discurso mediático.
Cuando se trata de tocar el tema “antivacunas”, los medios de comunicación
tienen un obvio sesgo que les impide reconocer al elefante en la habitación: la corrupción del sistema neoliberal y su “Gran
Farmacia”. Por eso, solo les queda tratar a
los “antivacunas” como teóricos de la conspiración y seres irracionales. No reconocerán ninguna razón legítima y racional para
la desconfianza. A eso debemos sumarle un gravísimo conflicto
de intereses: “Big Pharma” es un cliente VIP de los medios de comunicación, un anunciante de peso.
La pandemia ha hecho que muchos periodistas se conviertan en meros repetidores de instituciones que deberían estar
vigilando concienzudamente. Lo peor de todo es que toman
por enemigo de salud pública –o peor, por imbécil– a cualquiera que discuta el dictamen oficial. El oficio periodístico siempre
se trató de cuestionar la versión del poder, no de repetirla mecánicamente. El hecho de que se trate, en este caso, de cuestiones científicas y médicas, complica el trabajo periodístico, pero
no cambia la figura.
En suma, las razones para la desconfianza en este experimento de vacunación global son totalmente legítimas, pero no
están siendo ventiladas por la prensa, que miente sin vergüenza al señalar que ellas ya han sido resueltas. Veamos algunas de
ellas, brevemente.
El 1ero. de diciembre del año pasado, los doctores Wolfgang
Wodarg y Michael Yeadon –expresidente del Comité de Salud
del Consejo de Europa y exejecutivo científico en jefe de Pfizer, respectivamente– introdujeron una petición a la Agencia
Europea de Medicina para que detuviera las pruebas clínicas
(de fase III) de la vacuna ARN de la mentada Pfizer, hasta que
se consideren cuatro asuntos de seguridad relacionados a esta
nueva tecnología que, hasta el momento, han sido pasados por
alto olímpicamente:
Primero: la formación de “anticuerpos no-neutralizantes”,
que puede llevar a una reacción inmune exagerada, especialmente cuando la persona vacunada se encuentra con la versión “silvestre”
del virus. Este fenómeno “es conocido desde
hace mucho a raíz de experimentos con vacunas contra el coronavirus en gatos. En el curso
de estos estudios, todos los gatos que inicialmente toleraron la vacuna murieron luego de
contagiarse del virus real”, señala el texto.
Segundo: las vacunas de Pfizer en conjunto con Biontech contienen polietilenglicol. “El
70% de la gente desarrolla anticuerpos contra
esta sustancia”, suscitando reacciones alérgicas, por ejemplo.
Tercero: se espera que las vacunas produzcan anticuerpos contra la proteína de pico
del SARS-CoV-2. Sin embargo, dicho pico
también contiene proteínas homólogas a la
sincitina, que son esenciales para la formación de la placenta en
mamíferos, como los seres humanos. “Debe ser descartado con
absoluta certeza que una vacuna contra el SARS-CoV-2 pueda
gatillar una reacción inmune contra la sincitina-1, ya que de otra
manera podría resultar en esterilidad de tiempo indefinido en
las mujeres vacunadas”.
Cuarto: La corta duración de los estudios no permite una
estimación realista de los efectos secundarios a largo plazo.
“Como en el caso de narcolepsias a raíz de la vacuna contra la
gripe porcina, millones de personas sanas serán expuestas a
un riesgo inaceptable si, acaso, se concede una aprobación de
emergencia pensando en observar los efectos a largo plazo de
manera posterior”. (Corbett Report, 23/12/20).
Con razón nos han hecho firmar documentos que eximen a
las farmacéuticas de cualquier responsabilidad por los posibles
efectos secundarios.
¿Cómo se pasan por alto estos cuestionamientos de seguridad? Planificando formas de
experimentación que no las contemplen. “Big
Pharma” es experta en este tipo de fraudes.
HACIA EL CONTROL TOTAL
La tecnología para el control milimétrico
del ganado humano está lista. Era cuestión
de tiempo antes de que surgiera una justificación potente e incontestable que permitiera instalarla.
En ese sentido, la pandemia de coronavirus le dejará al mundo lo mismo que el
ataque del 11 de setiembre de 2001 contra
las Torres Gemelas: nuevas y cada vez más
draconianas medidas de control y vigilancia
diseñadas para nuestra “seguridad”. Ya lo estamos viendo. La pandemia parirá más de un
“Patriot Act”, el documento que desde el incidente señalado sirve, entre otras cosas, como
carta blanca para la violación arbitraria de la
privacidad de cientos de millones, no solo en
EE.UU.
¿Qué podría ser más conveniente que
una justificación de corte sanitario? Solo faltaba la llegada del bicho adecuado –que es
real, por supuesto– y listo, nuestras nuevas
“necesidades” serían fácilmente inculcadas:
trazado de contactos, control constante e
invasivo de la salud individual, vacunación
global y cuasiobligatoria, cuarentenas cuando la paupérrima infraestructura sanitaria no
aguante más, reuniones sociales prohibidas
(aunque no para los ricos), censura de todo lo
que contradiga a la OMS en internet, etc.
El sueño húmedo de cualquier dictador se hizo tragable
gracias a la excusa sanitaria, ¡justo cuando el sistema capitalista
hacía agua y comenzaban las revueltas!
Hacia el principio de la pandemia, el académico indio y exsubsecretario de Naciones Unidas Ramesh Thakur expresaba su
preocupación por la “completa pérdida de perspectiva” que el
mundo estaba mostrando ante el Covid:
“…la medida en que las mayorías dominantes, en países con
alfabetización universal, han sido aterrorizadas de manera que
entreguen sus libertades civiles e individuales, ha llegado como
un shock aterrador”.
Por supuesto, delató nuestra naturaleza ovejuna, peligrosamente crédula y tendiente a la obediencia. Una naturaleza que
pronto nos llevará a alguna forma moderna de servidumbre,
como vaticinaron George Orwell y Aldous Huxley a mediados
del siglo pasado.
“Por otro lado –decía Thakur–, las evidencias de la escala y
gravedad de la pandemia son sorprendentemente débiles en
comparación con la miríada de riesgos a la salud que enfrentamos cada año. No prohibimos los autos bajo el ardid de que
cada vida cuenta y que solo una vida más perdida en el tráfico
sería demasiado. En su lugar, intercambiamos cierto nivel de
conveniencia por cierto nivel de riesgo a la vida y bienestar”.
Finalmente, hay que resaltar que un par de instituciones globales le dicen qué hacer a naciones que, tras décadas de desfinanciamiento neoliberal de sus respectivos gobiernos, hoy no cuentan
con agencias capaces de hacer frente a una pandemia, por bajo
que fuera el índice de mortandad del virus en cuestión. No hay
posibilidad alguna de soberanía nacional con neoliberalismo y
“estado mínimo”. Hemos renunciado a cualquier posibilidad de
valernos por nosotros mismos y ahora solo queda obedecer a
Gates y a otros agentes de Big Pharma parapetados en la OMS
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