EE.UU.
se equivoca cuando ataca a Alemania por no elevar el gasto fiscal
http://lat.wsj.com/articles/SB12537817972257693530204582074821859731072?tesla=y
El sector
privado alemán se ha demorado en aumentar los salarios, lo que ha contenido la
demanda. PHOTO: JOHN MACDOUGALL/AGENCE FRANCE-PRESSE/GETTY IMAGES
Por GREG IP
miércoles,
18 de mayo de 2016 19:42
EDT
El
Departamento del Tesoro de EE.UU. dio a conocer recientemente una nueva lista
de países que podrían manipular sus divisas. La mención de los nombres de China y Japón no es ninguna sorpresa; ambos países han
aprovechado el debilitamiento de sus monedas para apuntalar sus exportaciones y
son notoriamente hostiles a las importaciones.
No obstante,
la inclusión de Alemania es desconcertante. Alemania no
puede manipular su moneda porque no la tiene, se la ha delegado al Banco Central Europeo. Tampoco puede discriminar
contra las importaciones porque la política comercial de los miembros de la
Unión Europea no se decide en Berlín, sino en Bruselas.
Lo que sí
comparte Alemania con Japón y China es un gran
superávit de cuenta corriente, que mide los intercambios comerciales y
los ingresos de un país con el resto del mundo. El año pasado, dicho superávit alcanzó casi US$300.000 millones, equivalente a
8,5% del Producto Interno Bruto alemán, compartiendo con China el primer
lugar del mundo.
Por definición, un superávit de
cuenta corriente significa que un país consume menos de lo que produce.
En un
entorno caracterizado por la debilidad de la demanda, esto es un problema
serio. De allí que el gobierno del presidente Barack Obama haya llegado a la
conclusión de que Berlín está actuando de manera irresponsable al no permitirse
un mayor déficit fiscal. “Alemania tiene un adecuado espacio de
política pública para proporcionar apoyo adicional a la demanda”, dijo
el informe del Departamento del Tesoro.
EE.UU. se
equivoca. El problema de Alemania no es
el sector público, sino el privado: las empresas tienen que invertir más y los
trabajadores necesitan ganar más, y esto sencillamente no se logra con un
incremento del gasto público.
El superávit de cuenta corriente de China es producto de
decisiones gubernamentales, a menudo poco transparentes, caprichosas y
perjudiciales para sus vecinos. Basta con mencionar el caso del acero
barato que sus fábricas subutilizadas están vendiendo a precios de liquidación
en los mercados globales, una práctica conocida como dumping.
Alemania, en cambio, está obsesionada con las
normas: su oposición a los rescates financieros, a la
compra de bonos por parte del BCE y a una rebaja de la deuda griega
enloquece a sus socios de la zona euro. El presidente del BCE, Mario Draghi,
resume la postura germana en una frase “nein zu allen”, o “no a todo”.
En sus
esfuerzos por lograr que la inflación de la zona euro ascienda a 2%, Draghi
vería con muy buenos ojos un poco de estímulo fiscal. El problema es que los
países que más lo necesitan, como Francia, Italia y
España, están demasiado endeudados como para proveerlo.
Alemania
podría hacerlo, pero no lo necesita. Esto no tendría ninguna importancia si los integrantes de
la zona euro tuvieran una responsabilidad compartida respecto de la deuda y los
impuestos, como ocurre entre los distintos estados de EE.UU. Pero la zona euro
dista mucho de ser una unión fiscal y mientras no lo sea no puede esperarse que los políticos alemanes endeuden a su
país sólo para ayudar sus vecinos.
Alemania
registró el año pasado un superávit fiscal equivalente a 0,7% del PIB. Este año, dicho superávit será borrado
por la combinación de un aumento del gasto para el
reasentamiento de los refugiados y la reducción de impuestos a la renta.
El
Fondo Monetario Internacional reiteró a principios de mes a Alemania su pedido
para que invierta más en infraestructura, un rubro en el que la
inversión no ha acompañado el ritmo del desgaste normal. Ello daría un fuerte
impulso al crecimiento futuro de la economía pero, según calcula el propio FMI,
un alza de la deuda equivalente a 1% del PIB sólo
recortaría el superávit de cuenta corriente en 0,6% del PIB.
La verdad es
que una reducción significativa del superávit de cuenta corriente vía una
política fiscal requeriría déficit fiscales mucho más grandes que los que
Alemania puede justificar en estos momentos. Con un
desempleo de 4,2% (el más bajo de la post-reunificación), una economía operando por encima de su capacidad normal, tasas
de interés en cero y un euro débil, el estímulo fiscal es completamente
innecesario.
Además, la
fuerza laboral germana está envejeciendo y se está reduciendo, erosionando la
capacidad del fisco para pagar la deuda y elevando el costo de los futuros
pensionados. El gobierno estima que de no mediar cambios en la tasa de
natalidad, la inmigración o las pensiones, la deuda
pública alemana se elevará de 71% del PIB en la actualidad a 220% en 2060.
El problema de Alemania no es su sector público, sino su sector
privado. Un reporte realizado por el centro de estudios DIW Berlin
encontró que entre 1990 y 2012 el stock total de
edificios, equipos y otras formas de capital creció menos en Alemania que en
Gran Bretaña, EE.UU. o el resto de la zona euro.
“Las empresas que
pueden invertir lo hacen fuera de Alemania”, señala Marcel Fratzscher, presidente
de la entidad.
Lo que disuade a los empresarios
alemanes de invertir en su propio país es la regulación excesiva, la cambiante
política energética, la escasez de mano de obra calificada y la falta de
infraestructura pública adecuada.
El factor
que más contribuyó al superávit de cuenta corriente es que a inicios de la década de 2000 Alemania flexibilizó mucho más
su mercado laboral, impulsando el empleo al
tiempo que contenía los salarios. Cuando no había una moneda común, esa
política habría sido neutralizada por la fortaleza del marco alemán, pero al
interior de la zona euro, eso se tradujo en una Alemania mucho más competitiva
y dio pie a los crecientes desequilibrios comerciales con sus vecinos.
Luego de la
crisis, éstos han tratado de recuperar su posición competitiva a través de una
“devaluación interna”, manteniendo precios y salarios por debajo de los de
Alemania. No obstante, los costos laborales alemanes, ajustados por
productividad, aumentan menos de 2% al año.
Para que los vecinos de Alemania
puedan hacer una devaluación interna exitosa y que el BCE alcance su meta de 2%
de inflación, los precios y costos alemanes tendrían que subir más de 2% al año. En este sentido, los políticos alemanes no están
exentos de culpa: han atacado repetidamente las políticas monetarias expansivas
del BCE a las que incluso han llegado a culpar por el ascenso de los populistas
de derecha en Europa.
En lugar de
quejarse, podrían ayudar al BCE, alentando a los trabajadores alemanes a pedir
aumentos de salarios y a las empresas a concederlos. Con el tiempo, esto
aumentaría el gasto en importaciones, reduciendo así el superávit en cuenta
corriente y acelerando la recuperación de los otros miembros de la zona euro.
Incluso podría detener el flujo de consejos no solicitados de Washington.
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