¿SE ‘DERRITEN’
TUS NEURONAS
DURANTE UNA
OLA DE CALOR?
Neurobiología. La ONU alerta de que estamos
ya en “la era de la ebullición”. Por fuera nos
torramos. Pero… ¿qué sucede dentro del
cerebro? Nuestras neuronas se ‘deshacen como
la mantequilla’ cuando se superan los 40ºC
Por Israel Zaballa. Fotografía de Miles Willis / Getty
Cri-cri-cri-cri-cri. El sopor al que nos
induce el bochorno veraniego se
parece al monótono canto de las
chicharras. Cri-cri-cri-cri-cri. De pronto,
nuestros pensamientos empiezan a
funcionar a cámara lenta. Cri-cri-cricri-cri. La modorra se despliega por
cada recoveco de nuestro cuerpo. Cricri-cri-cri-cri. Los movimientos se vuelven desganados,
torpes, erráticos. Cri-cri-cri-cri-cri… ¿Verdad que le
suenan estas sensaciones?
Si ha respondido afirmativamente, tranquilo. Ese
aletargamiento, como de caimán sumido en una larga
digestión, es completamente normal. Su cuerpo
reacciona por dentro al calor que siente por fuera.
Muchísimo calor: julio de 2023 ha sido el mes más
ardiente de la historia para la Organización
Meteorológica Mundial (OMM) tras analizar datos del
Servicio de Cambio Climático de Copernicus (C3S).
Al conocer el dato, el secretario general de la ONU,
Antonio Guterres, ha dicho que «entramos en la era de
la ebullición global».
O sea, nos torramos. Y al sentir ese fuego sobre la piel
el organismo actúa tal y como la evolución ha
programado. Nuestras capacidades cognitivas y
motoras entren en modo zombi para sobrevivir al
bochorno exterior. Ese interruptor se encuentra en el
cerebro, tal y como han observado los científicos. Uno
de ellos es José Ángel Morales, neurobiólogo de la
Universidad Complutense de Madrid.
Este profesor e investigador sabe bien cómo
funcionan las cosas dentro de nuestra cabeza cuando
los termómetros se disparan. «Durante las olas de calor,
los problemas para el cerebro y el organismo en general
empiezan desde los 40 grados. A partir de ahí nuestro
cerebro empieza a bloquearse», comenta en la sala
Ramón y Cajal de la
Facultad de Medicina.
Esta estancia está
decorada con grandes
cuadros de temática
científica. Uno de ellos,
dibujado por el propio
Ramón y Cajal para sus clases, representa un tipo de
célula clave para entender nuestra reacción ante las
altas temperaturas. «Son un tipo de neuronas
especialmente sensibles al calor, las neuronas
Purkinje», refiere el científico.
–¿Y qué les pasa?
–Por expresarlo de algún modo, que se fríen por las
altas temperaturas. Cuando hace mucho calor sus
proteínas se deshacen, se empiezan a derretir. Podría
usarse el verbo derretir. Las neuronas son especialmente sensibles a que sus proteínas se derritan
–Se derriten… ¿Literalmente?
–Podría decirse así, ponlo entre comillas. Toda la
membrana de toda célula está formada por proteínas.
¿Qué ocurre con el calor? Es como cuando tenemos un
bloque de mantequilla en el frigorífico. Si lo sacamos
fuera empieza a derretirse y pierde su forma. Sucede lo
mismo con las proteínas, empiezan a desconfigurarse,
a derretirse. Esto pasa en todas las células y en el caso de
las neuronas todavía más. Sobre todo, las Purkinje.
Estas neuronas se encuentran en el cerebelo y son
las responsables de nuestras funciones motoras. Si con
el asfixiante ambiente veraniego usted se siente algo
más torpón o lentorro, puede culpar de ello a estas
células concretas de su cerebro. «Las Purkinje están
implicadas en el control del movimiento y del
equilibrio. Por eso, uno de los síntomas de los golpes de
calor es la desorientación y que estás un poco más
lento a la hora de moverte. Precisamente porque las
Purkinje son las principales neuronas afectadas por los
aumentos de temperatura», aclara Morales.
Pero no hace falta llegar al extremo de sufrir un golpe
de calor para sentir los estragos de ese derretimiento de
nuestras neuronas en nuestros movimientos. «El golpe
de calor es el colofón final, si es que se llega a eso, pero
antes de esa situación la capacidad motora ya se ve
afectada», precisa este investigador.
La referida es una de las explicaciones para esa
especie de inapetencia motriz que nos acompaña
durante el verano. Pero no la única. Si a usted le cuesta
más de la cuenta hacer un sudoku o concentrarse en la
lectura de una novela, el culpable es otro. Debe usted
señalar con el dedo acusador al hipotálamo. ¿Se
acuerda del interruptor que le comentaba al principio?
Pues lo maneja él.
«Es una región del cerebro que hace muchas cosas:
regula el sueño y la temperatura entre otras funciones.
¿Qué pasa con el calor? Que al subir el termómetro el
hipotálamo tiene que centrarse casi exclusivamente en
controlar la temperatura interna del cuerpo. Y al
centrarse en mantenernos por debajo de 40 grados, no
puede prestar atención a otras cosas. Por eso tenemos
esa sensación de apagamiento, esa especie de torrija,
esas pocas ganas de hacer nada», dice Morales.
Así que no es usted, sino el hipotálamo dentro de
usted, el que está distraído. Échele a él la culpa si
invierte más horas de lo normal en la oficina para hacer
algunas tareas. Es el chivo expiatorio que usted
necesita cuando su jefe le tuerza el morro, impaciente
por su tardanza en finiquitar un encargo.
–No me lo diga a mí, jefe, dígaselo a mi hipotálamo.
–Péeeerez…
Detrás de este chistecillo malo hay una gran verdad
biológica. Los investigadores como Morales saben que
el cerebro no puede con la sobrecarga de trabajo: «Si el
hipotálamo está centrado en bajarte la temperatura, la
consecuencia es que a la función de concentración no
le presta tanta atención. De ahí la sensación de
desorientación, de no rendir laboralmente», desarrolla
este neurobiólogo. «Entonces también estás más
irritable, más enfadado, más cansado: es parte del ciclo
de consecuencias que tiene el aumento de la
temperatura».
Todas estas sensaciones no dejan de ser molestias
pasajeras que identificamos con el verano. Pero el
asunto se pone serio cuando hablamos de los golpes
de calor. Una grave situación a la que se llega cuando
falla el mecanismo de regulación de nuestra
temperatura y ésta se dispara por encima de los 40 ºC.
Como seres homeotermos que somos, el objetivo del
cuerpo es mantenernos estables en torno a los 37 ºC. El
problema aparece cuando el hombre del tiempo
anuncia en la tele otro tsunami de calor.
«Si aumenta mucho la temperatura en el exterior, el
tema comienza a complicarse», dice Pilar Cubo, médico
internista y coordinadora del Grupo
de Cronicidad y Pluripatología de la
Sociedad Española de Medicina
Interna (SEMI).
Esta doctora completa la
explicación sobre cómo actúa el
hipotálamo para liberar calor del
cuerpo al medioambiente: «Tiene
que realizar, básicamente, dos
funciones. La primera es aumentar
la cantidad de sangre que llega a la
piel, es lo que llamamos
vasodilatación. La segunda es
activar la sudoración».
En general, esta región del
cerebro es capaz de ejecutar esas
acciones y evitar así que nada malo
ocurra. Pero cuando los
termómetros marcan temperaturas
record, el organismo de algunas
personas puede que no responda
adecuadamente. «Es el caso de
quienes tienen patologías previas
que afectan a los sistemas que
intervienen en la termorregulación
del cuerpo o que están tomando
fármacos que limitan la puesta en
marcha de estos mecanismos», dice
la entrevistada.
Este perfil más vulnerable al
calor encaja con quienes padecen
enfermedades cardiovasculares o
respiratorias, con personas que
sufren de obesidad, con los
diabéticos o incluso con quienes
presentan enfermedades
neurológicas como el Alzheimer.
Este último tipo de pacientes
presenta un doble riesgo. «Porque
aparte de tener las funciones de la
termorregulación alteradas, no son
capaces de detectar que se están
poniendo malos, no tienen ese
sistema de defensa», traslada la
doctora Cubo.
Esa situación de doble
indefensión afecta también a los
mayores. «La gente joven es más
normal que lo detecte a tiempo.
Sentirá que no está bien, que está
nauseoso, por ejemplo. Pero en los
ancianos, o en quienes tienen
patologías crónicas, no siempre es
fácil notar el golpe de calor. No se
dan cuenta de los síntomas o los
confunden con otros que tienen
habitualmente, se conjuntan con
otras cosas», comenta la doctora.
Es muy importante, ante un
golpe de calor, saber identificarlo y
recibir asistencia médica. «Con
síntomas graves hay que actuar. En
caso de pérdida de consciencia,
convulsiones o alteraciones del
comportamiento, hay que
consultar y de forma rápida. La
elevación brusca a 40 grados y
mantenida, que no baja con
antitérmicos, también es un motivo
para buscar asistencia».
Algo en lo que también coincide
José Ángel Morales, el neurobiólogo que nos presentó las células
Purkinje delineadas por Ramón y
Cajal: «El golpe de calor es
realmente peligroso por todo lo que
ocurre. Sobre todo por la
deshidratación. Además del
aumento de temperatura uno de
los síntomas es que la piel empieza
a tener un aspecto seco y rojizo.
Eso, junto con un aumento de la actividad cardiaca y de
la respiración, son las señales de que algo puede ir
mal».
Lo ideal, para Morales, es que a quien sufre el golpe
de calor lo «atiendan profesionales sanitarios, que son
los que saben reaccionar». ¿Pero qué pasa si no hay un
médico cerca? «En ese caso, lo que debe hacerse es
poner a la persona en un ambiente fresco, con ropa
cómoda. Y, sobre todo, dos cosas: hidratación y aplicar
baños o gasas con frío para bajar la temperatura»,
recomienda el investigador.
Aún más aconsejable, claro está, es prevenir no
exponiéndonos al sol. Permanecer en casa durante las
horas más calurosas del día. Buscar, si se está en el
exterior, una buena sombra bajo un árbol o una
sombrilla. Y, como sugiere Morales, evitar «las comidas
copiosas y el consumo de alcohol, algo que acentúa la
deshidratación. Si lo juntas con el verano y las altas
temperaturas supone una mezcla peligrosa».
Inevitablemente, en ambientes tan tórridos como los
de ahora, la tentación es beberse de un trago un
granizado de limón o tomar un helado. Ojo entonces
con lo que Morales llama el golpe de frío.
–¿Y eso también existe?
–Bueno, el término me lo he inventado yo un poco,
pero es la cefalea por un estímulo de frío. ¿Qué
hacemos con el calor? Pues tomarnos algo frío y
entonces nos da ese repentino dolor punzante por
encima de los ojos, como en la frente.
¿Adivina quién está involucrado? Pues sí, nuestro
amigo el hipotálamo… otra vez. Le volvemos loco. Por
un lado, en verano recibe la información de que fuera
hace mucho calor con lo cual activa los mecanismos de
defensa ya referidos: sudor y vasodilatación. Por otro,
cuando tomamos algo frío y lo sentimos en la boca, en
el paladar, el cerebro recibe un mensaje contradictorio.
«Hace frío y hace calor. Llega un momento en que el
nervio trigémino, que va por la parte medial de la cara y
la frente, transmite que algo va mal. ¿Y cómo lo hace?
Con dolor. Por eso hablo también de que se nos congela
el cerebro. Nos da ese dolor intento en la parte frontal y
tienes esa sensación repentina de congelación que no
es grave, simplemente una forma en la que el sistema
nos dice… ¿Qué está pasando aquí?», dice Morales.
Esta situación no es dañina, solo un contratiempo
pasajero. Como el amodorramiento que acompaña a
cada ola de calor. Ese estado soporífero del que
hablábamos al principio también se puede combatir.
Morales recomienda dormir bien: «Es muy importante
hacerlo porque durante la noche es cuando el cuerpo
aprovecha para regular todas sus funciones y el cerebro
aprovecha para lo que yo llamo sacar la basura. Es un
fenómeno que ocurre como en las ciudades. ¿Cuándo
se saca la basura? Por la noche, cuando está todo el
mundo en casa. Pues el cerebro hace lo mismo. Limpia
o saca esos retos que pueden ser dañinos para él
cuando estamos en la fase profunda del sueño».
Aquí surge otro problema. Y es que con el calor
también dormimos peor. ¿Por qué? La respuesta se la
da el científico de la Universidad Complutense y vuelve
a tener que ver con ese órgano al que nos gusta volver
loco: «El hipotálamo, junto con la glándula pineal, es el
que produce melatonina para regular la vigilia. En
función de la información lumínica que recibe de los
ojos, regula cuando dormimos y cuando no. Pero con
las altas temperaturas se bloquea, no sabe qué ocurre y
no es capaz de regular la función del sueño».
Para compensar las horas de sueño perdidas por la
noche, nada mejor que una buena siesta. Morales
prescribe científicamente la tradición de descanso
vespertina de los españoles: «Es recomendable, sobre
todo para personas mayores y niños, especialmente si
se está en un ambiente fresco, aprovechar las tardes
para descansar y recuperar esa falta de sueño».
Puede que esa cabezadita tan española se la eche
usted al aire libre. Será en un pinar cercano a una playa
o entre las encinas que hay a las afueras de su pueblo.
Usted cerrará los ojos y se abandonará a ese dulce
sopor tan disfrutable en verano. Cri-cri-cri-cri-cri.
Las chicharras empezarán a sonar. Cri-cri-cri-cri-cri.
Los pensamientos se volverán lentos. Cri-cri-cri-cri-cri
Información enviada al whatsapp por gral S Gamboa gracias
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