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domingo, 6 de agosto de 2023

¿SE ‘DERRITEN’ TUS NEURONAS DURANTE UNA OLA DE CALOR? de la edición impresa del diario el Mundo de España.

 ¿SE ‘DERRITEN’

TUS NEURONAS

DURANTE UNA

OLA DE CALOR?



Neurobiología. La ONU alerta de que estamos

ya en “la era de la ebullición”. Por fuera nos

torramos. Pero… ¿qué sucede dentro del

cerebro? Nuestras neuronas se ‘deshacen como

la mantequilla’ cuando se superan los 40ºC

Por Israel Zaballa. Fotografía de Miles Willis / Getty



Cri-cri-cri-cri-cri. El sopor al que nos

induce el bochorno veraniego se

parece al monótono canto de las

chicharras. Cri-cri-cri-cri-cri. De pronto,

nuestros pensamientos empiezan a

funcionar a cámara lenta. Cri-cri-cricri-cri. La modorra se despliega por

cada recoveco de nuestro cuerpo. Cricri-cri-cri-cri. Los movimientos se vuelven desganados,

torpes, erráticos. Cri-cri-cri-cri-cri… ¿Verdad que le

suenan estas sensaciones?

Si ha respondido afirmativamente, tranquilo. Ese

aletargamiento, como de caimán sumido en una larga

digestión, es completamente normal. Su cuerpo

reacciona por dentro al calor que siente por fuera.

Muchísimo calor: julio de 2023 ha sido el mes más

ardiente de la historia para la Organización

Meteorológica Mundial (OMM) tras analizar datos del

Servicio de Cambio Climático de Copernicus (C3S).

Al conocer el dato, el secretario general de la ONU,

Antonio Guterres, ha dicho que «entramos en la era de

la ebullición global».

O sea, nos torramos. Y al sentir ese fuego sobre la piel

el organismo actúa tal y como la evolución ha

programado. Nuestras capacidades cognitivas y

motoras entren en modo zombi para sobrevivir al

bochorno exterior. Ese interruptor se encuentra en el

cerebro, tal y como han observado los científicos. Uno

de ellos es José Ángel Morales, neurobiólogo de la

Universidad Complutense de Madrid.

Este profesor e investigador sabe bien cómo

funcionan las cosas dentro de nuestra cabeza cuando

los termómetros se disparan. «Durante las olas de calor,

los problemas para el cerebro y el organismo en general

empiezan desde los 40 grados. A partir de ahí nuestro

cerebro empieza a bloquearse», comenta en la sala

Ramón y Cajal de la

Facultad de Medicina.

Esta estancia está

decorada con grandes

cuadros de temática

científica. Uno de ellos,

dibujado por el propio

Ramón y Cajal para sus clases, representa un tipo de

célula clave para entender nuestra reacción ante las

altas temperaturas. «Son un tipo de neuronas

especialmente sensibles al calor, las neuronas

Purkinje», refiere el científico.

–¿Y qué les pasa?

–Por expresarlo de algún modo, que se fríen por las

altas temperaturas. Cuando hace mucho calor sus

proteínas se deshacen, se empiezan a derretir. Podría

usarse el verbo derretir. Las neuronas son especialmente sensibles a que sus proteínas se derritan

–Se derriten… ¿Literalmente?

–Podría decirse así, ponlo entre comillas. Toda la

membrana de toda célula está formada por proteínas.

¿Qué ocurre con el calor? Es como cuando tenemos un

bloque de mantequilla en el frigorífico. Si lo sacamos

fuera empieza a derretirse y pierde su forma. Sucede lo

mismo con las proteínas, empiezan a desconfigurarse,

a derretirse. Esto pasa en todas las células y en el caso de

las neuronas todavía más. Sobre todo, las Purkinje.

Estas neuronas se encuentran en el cerebelo y son

las responsables de nuestras funciones motoras. Si con

el asfixiante ambiente veraniego usted se siente algo

más torpón o lentorro, puede culpar de ello a estas

células concretas de su cerebro. «Las Purkinje están

implicadas en el control del movimiento y del

equilibrio. Por eso, uno de los síntomas de los golpes de

calor es la desorientación y que estás un poco más

lento a la hora de moverte. Precisamente porque las

Purkinje son las principales neuronas afectadas por los

aumentos de temperatura», aclara Morales.

Pero no hace falta llegar al extremo de sufrir un golpe

de calor para sentir los estragos de ese derretimiento de

nuestras neuronas en nuestros movimientos. «El golpe

de calor es el colofón final, si es que se llega a eso, pero

antes de esa situación la capacidad motora ya se ve

afectada», precisa este investigador.

La referida es una de las explicaciones para esa

especie de inapetencia motriz que nos acompaña

durante el verano. Pero no la única. Si a usted le cuesta

más de la cuenta hacer un sudoku o concentrarse en la

lectura de una novela, el culpable es otro. Debe usted

señalar con el dedo acusador al hipotálamo. ¿Se

acuerda del interruptor que le comentaba al principio?

Pues lo maneja él.

«Es una región del cerebro que hace muchas cosas:

regula el sueño y la temperatura entre otras funciones.

¿Qué pasa con el calor? Que al subir el termómetro el

hipotálamo tiene que centrarse casi exclusivamente en

controlar la temperatura interna del cuerpo. Y al

centrarse en mantenernos por debajo de 40 grados, no

puede prestar atención a otras cosas. Por eso tenemos

esa sensación de apagamiento, esa especie de torrija,

esas pocas ganas de hacer nada», dice Morales.

Así que no es usted, sino el hipotálamo dentro de

usted, el que está distraído. Échele a él la culpa si

invierte más horas de lo normal en la oficina para hacer

algunas tareas. Es el chivo expiatorio que usted

necesita cuando su jefe le tuerza el morro, impaciente

por su tardanza en finiquitar un encargo.

–No me lo diga a mí, jefe, dígaselo a mi hipotálamo.

–Péeeerez…

Detrás de este chistecillo malo hay una gran verdad

biológica. Los investigadores como Morales saben que

el cerebro no puede con la sobrecarga de trabajo: «Si el

hipotálamo está centrado en bajarte la temperatura, la

consecuencia es que a la función de concentración no

le presta tanta atención. De ahí la sensación de

desorientación, de no rendir laboralmente», desarrolla

este neurobiólogo. «Entonces también estás más

irritable, más enfadado, más cansado: es parte del ciclo

de consecuencias que tiene el aumento de la

temperatura».

Todas estas sensaciones no dejan de ser molestias

pasajeras que identificamos con el verano. Pero el

asunto se pone serio cuando hablamos de los golpes

de calor. Una grave situación a la que se llega cuando

falla el mecanismo de regulación de nuestra

temperatura y ésta se dispara por encima de los 40 ºC.

Como seres homeotermos que somos, el objetivo del

cuerpo es mantenernos estables en torno a los 37 ºC. El

problema aparece cuando el hombre del tiempo

anuncia en la tele otro tsunami de calor.

«Si aumenta mucho la temperatura en el exterior, el

tema comienza a complicarse», dice Pilar Cubo, médico

internista y coordinadora del Grupo

de Cronicidad y Pluripatología de la

Sociedad Española de Medicina

Interna (SEMI).

Esta doctora completa la

explicación sobre cómo actúa el

hipotálamo para liberar calor del

cuerpo al medioambiente: «Tiene

que realizar, básicamente, dos

funciones. La primera es aumentar

la cantidad de sangre que llega a la

piel, es lo que llamamos

vasodilatación. La segunda es

activar la sudoración».

En general, esta región del

cerebro es capaz de ejecutar esas

acciones y evitar así que nada malo

ocurra. Pero cuando los

termómetros marcan temperaturas

record, el organismo de algunas

personas puede que no responda

adecuadamente. «Es el caso de

quienes tienen patologías previas

que afectan a los sistemas que

intervienen en la termorregulación

del cuerpo o que están tomando

fármacos que limitan la puesta en

marcha de estos mecanismos», dice

la entrevistada.

Este perfil más vulnerable al

calor encaja con quienes padecen

enfermedades cardiovasculares o

respiratorias, con personas que

sufren de obesidad, con los

diabéticos o incluso con quienes

presentan enfermedades

neurológicas como el Alzheimer.

Este último tipo de pacientes

presenta un doble riesgo. «Porque

aparte de tener las funciones de la

termorregulación alteradas, no son

capaces de detectar que se están

poniendo malos, no tienen ese

sistema de defensa», traslada la

doctora Cubo.

Esa situación de doble

indefensión afecta también a los

mayores. «La gente joven es más

normal que lo detecte a tiempo.

Sentirá que no está bien, que está

nauseoso, por ejemplo. Pero en los

ancianos, o en quienes tienen

patologías crónicas, no siempre es

fácil notar el golpe de calor. No se

dan cuenta de los síntomas o los

confunden con otros que tienen

habitualmente, se conjuntan con

otras cosas», comenta la doctora.

Es muy importante, ante un

golpe de calor, saber identificarlo y

recibir asistencia médica. «Con

síntomas graves hay que actuar. En

caso de pérdida de consciencia,

convulsiones o alteraciones del

comportamiento, hay que

consultar y de forma rápida. La

elevación brusca a 40 grados y

mantenida, que no baja con

antitérmicos, también es un motivo

para buscar asistencia».

Algo en lo que también coincide

José Ángel Morales, el neurobiólogo que nos presentó las células

Purkinje delineadas por Ramón y

Cajal: «El golpe de calor es

realmente peligroso por todo lo que

ocurre. Sobre todo por la

deshidratación. Además del

aumento de temperatura uno de

los síntomas es que la piel empieza

a tener un aspecto seco y rojizo.

Eso, junto con un aumento de la actividad cardiaca y de

la respiración, son las señales de que algo puede ir

mal».

Lo ideal, para Morales, es que a quien sufre el golpe

de calor lo «atiendan profesionales sanitarios, que son

los que saben reaccionar». ¿Pero qué pasa si no hay un

médico cerca? «En ese caso, lo que debe hacerse es

poner a la persona en un ambiente fresco, con ropa

cómoda. Y, sobre todo, dos cosas: hidratación y aplicar

baños o gasas con frío para bajar la temperatura»,

recomienda el investigador.

Aún más aconsejable, claro está, es prevenir no

exponiéndonos al sol. Permanecer en casa durante las

horas más calurosas del día. Buscar, si se está en el

exterior, una buena sombra bajo un árbol o una

sombrilla. Y, como sugiere Morales, evitar «las comidas

copiosas y el consumo de alcohol, algo que acentúa la

deshidratación. Si lo juntas con el verano y las altas

temperaturas supone una mezcla peligrosa».

Inevitablemente, en ambientes tan tórridos como los

de ahora, la tentación es beberse de un trago un

granizado de limón o tomar un helado. Ojo entonces

con lo que Morales llama el golpe de frío.

–¿Y eso también existe?

–Bueno, el término me lo he inventado yo un poco,

pero es la cefalea por un estímulo de frío. ¿Qué

hacemos con el calor? Pues tomarnos algo frío y

entonces nos da ese repentino dolor punzante por

encima de los ojos, como en la frente.

¿Adivina quién está involucrado? Pues sí, nuestro

amigo el hipotálamo… otra vez. Le volvemos loco. Por

un lado, en verano recibe la información de que fuera

hace mucho calor con lo cual activa los mecanismos de

defensa ya referidos: sudor y vasodilatación. Por otro,

cuando tomamos algo frío y lo sentimos en la boca, en

el paladar, el cerebro recibe un mensaje contradictorio.

«Hace frío y hace calor. Llega un momento en que el

nervio trigémino, que va por la parte medial de la cara y

la frente, transmite que algo va mal. ¿Y cómo lo hace?

Con dolor. Por eso hablo también de que se nos congela

el cerebro. Nos da ese dolor intento en la parte frontal y

tienes esa sensación repentina de congelación que no

es grave, simplemente una forma en la que el sistema

nos dice… ¿Qué está pasando aquí?», dice Morales.

Esta situación no es dañina, solo un contratiempo

pasajero. Como el amodorramiento que acompaña a

cada ola de calor. Ese estado soporífero del que

hablábamos al principio también se puede combatir.

Morales recomienda dormir bien: «Es muy importante

hacerlo porque durante la noche es cuando el cuerpo

aprovecha para regular todas sus funciones y el cerebro

aprovecha para lo que yo llamo sacar la basura. Es un

fenómeno que ocurre como en las ciudades. ¿Cuándo

se saca la basura? Por la noche, cuando está todo el

mundo en casa. Pues el cerebro hace lo mismo. Limpia

o saca esos retos que pueden ser dañinos para él

cuando estamos en la fase profunda del sueño».

Aquí surge otro problema. Y es que con el calor

también dormimos peor. ¿Por qué? La respuesta se la

da el científico de la Universidad Complutense y vuelve

a tener que ver con ese órgano al que nos gusta volver

loco: «El hipotálamo, junto con la glándula pineal, es el

que produce melatonina para regular la vigilia. En

función de la información lumínica que recibe de los

ojos, regula cuando dormimos y cuando no. Pero con

las altas temperaturas se bloquea, no sabe qué ocurre y

no es capaz de regular la función del sueño».

Para compensar las horas de sueño perdidas por la

noche, nada mejor que una buena siesta. Morales

prescribe científicamente la tradición de descanso

vespertina de los españoles: «Es recomendable, sobre

todo para personas mayores y niños, especialmente si

se está en un ambiente fresco, aprovechar las tardes

para descansar y recuperar esa falta de sueño».

Puede que esa cabezadita tan española se la eche

usted al aire libre. Será en un pinar cercano a una playa

o entre las encinas que hay a las afueras de su pueblo.

Usted cerrará los ojos y se abandonará a ese dulce

sopor tan disfrutable en verano. Cri-cri-cri-cri-cri.

Las chicharras empezarán a sonar. Cri-cri-cri-cri-cri.

Los pensamientos se volverán lentos. Cri-cri-cri-cri-cri

Información enviada al whatsapp por gral  S Gamboa  gracias 

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