China primero expulsará a EEUU de Asia, luego hará lo mismo en África, y luego someterá a EEUU como a una potencia derrotada.
La tercera China
Muchas son las razones para desconfiar de la globalización china, empezando por sus relaciones asimétricas con todo occidente
Hay tres versiones de China, vigentes en un momento u otro para las actuales generaciones. La más antigua es la maoísta, que sedujo a la izquierda intelectual y terminó pactando con los malvados Nixon y Kissinger. La segunda es la de Deng Xiaoping, relativista y acomodaticia en economía pero dura y autoritaria como la que más: mañana se cumplen 30 años de la matanza de Tiananmen, el gran trauma nacional todavía silenciado. El comunismo chino emprendió en 1989 un camino contrario al soviético: reformas solo económicas, nada de abrir la mano al pluralismo, todo con la bendición de Reagan y Bush padre. El pragmatismo de Deng abrió las puertas a la globalización que hemos conocido, con la división de la cadena de producción que ha enriquecido a los chinos y ha multiplicado el consumo global.
La tercera China, la de Xi Jinping, tiene algo de la primera y mucho de la segunda. Un culto a la personalidad más soportable. De nuevo bien activa la mano de hierro comunista, que nunca se soltó pero cuenta ahora con la tecnología digital del hipercontrol de las personas e incluso de las ideas. Y sobre todo, un proyecto de globalización propia, chinocéntrica, que levanta proyectos alternativos y avanza sus piezas para echar a Estados Unidos del tablero, de Asia primero, luego de África, y al final arrebatarle la hegemonía mundial.
Quien ahora se enfrenta a esta China, tan inteligente como las dos anteriores pero más fuerte y más tecnológica, es el estratega más burdo que jamás haya intentado erigirse en líder del mundo libre. Gracias a Donald Trump, con su amor a los aranceles como arma de destrucción masiva y su aversión al multilateralismo, Pekín acrecienta sus ventajas en todos los continentes y estrecha sus relaciones con Moscú, en una alianza que siempre será a costa de Washington.
Muchas son las razones para desconfiar de la globalización china, empezando por sus relaciones asimétricas con todo Occidente, aprovechando la apertura de mercados para penetrar y su autoritarismo para establecer barreras. No es una cuestión comercial, como aparentan las negociaciones entre Washington y Pekín, ni tan siquiera de seguridad —Trump disfraza con la seguridad nacional todos los contenciosos comerciales—, sino de competencia entre la superpotencia que decae y la que emerge. Siguiendo el rastro de las Chinas anteriores, los europeos no deberíamos permitir que la tercera China se despegara de la globalización liberal y erigiera en su alternativa autoritaria. Pero esto es lo que está promoviendo Trump, el estratega del desastre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario