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miércoles, 14 de febrero de 2024

Ceguera política de EEUU en Asia Occidental

 

Publicada: miércoles, 14 de febrero de 2024 4:44

Antes de la operación ‘Tormenta de Al-Aqsa’ de HAMAS contra Israel, Jake Sullivan enumeró una lista de supuestos logros positivos de la política exterior estadounidense en la región.

Por: Xavier Villar

Ocho días antes de la operación de HAMAS contra Israel, conocida como la operación ‘Tormenta de Al-Aqsa’, el asesor de Seguridad Nacional de EE.UU., Jake Sullivan, enumeró una lista de supuestos logros positivos de la política exterior estadounidense en la región que, en teoría, permitiría a Estados Unidos centrarse en otras regiones. Según Sullivan, “el Medio Oriente hoy está más tranquilo de lo que ha estado en las últimas dos décadas”.

Las declaraciones de Jake Sullivan reflejaban la ceguera política de la administración estadounidense, algo que quedó confirmado materialmente el 7 de octubre cuando HAMAS lanzó su operación contra Israel.

Antes del 7 de octubre, día en que comenzó la operación de HAMAS, había elementos políticos en la región que cuestionaban la supuesta tranquilidad a la que se refería Sullivan. Desde una perspectiva histórico-política de largo plazo, el orden occidental en la región había sido desafiado durante décadas a todos los niveles: político, militar, económico, etc. El discurso de Sullivan, incluso antes del 7 de octubre, carecía de capacidad para articular un futuro político significativo.

Si bien es cierto que la estrategia estadounidense en la región, y específicamente los procesos de normalización entre varios países árabes y la entidad sionista, fueron presentados como éxitos, en la mayoría de esos países se produjo un rechazo mayoritario a esos mismos procesos de “normalización”. La cuestión palestina, es decir, el rechazo por parte de la comunidad musulmana a lo que era visto como una “traición” a la causa palestina, impedía discursivamente que se cerrara el espacio político y se aceptara una determinada visión política, en este caso articulada siguiendo los deseos políticos estadounidenses.

Cuando se acepta una determinada visión política o discurso, se produce lo que se conoce como “sedimentación discursiva”, que es consecuencia de la hegemonía. Esto significa que cuando un discurso es el producto de una voluntad hegemónica, se cree que este discurso o visión política tiene un estatus natural, y se asume que las cosas no podrían haber sido de otra manera.

En el caso concreto del que se está hablando, esto ya no era así, incluso antes del 7 de octubre. Las políticas estadounidenses en la región, así como las de sus aliados regionales, dejaron de ser vistas como “naturales” hace décadas. La Revolución Islámica, en este sentido, jugó un papel fundamental para cuestionar todo el edificio político occidental.

La región, en términos políticos, ya había experimentado lo que se conoce como “des-sedimentación”, que es exactamente lo opuesto a la naturalización de una determinada visión. En otras palabras, la rutinización de la práctica política había sido puesta en suspenso desde hacía mucho tiempo. La presencia política de Irán en la región, junto con el resto de los integrantes del conocido Eje de Resistencia, servía de ejemplo de la incapacidad estadounidense para domesticar la región.

Lo ocurrido el día 7 de octubre forma parte de una tradición de resistencia y rearticulación discursiva que lleva décadas circulando en la región. Dentro de esta tradición, inaugurada en 1979 con la Revolución Islámica, se pueden mencionar también: la guerra Irán-Irak, el ataque de Hezbolá contra los barracones militares estadounidenses en El Líbano en 1983, las repetidas Intifadas (comenzando por la primera en 1987), la formación de HAMAS y la Yihad Islámica, hasta llegar al día 7 de octubre y la operación “Tormenta de Al-Aqsa”.

Cuando Sullivan aseguraba que “el Medio Oriente hoy está más tranquilo de lo que ha estado en las últimas dos décadas”, no estaba teniendo en cuenta todo lo anterior.

Cuando el presidente Biden, el día 18 de octubre, escribió un editorial explicando la política estadounidense en la región y en concreto su postura respecto a Palestina e Israel, Biden explicó: “estamos firmes junto al pueblo de Israel que se defiende contra el nihilismo de HAMAS” y añadió: “la solución de dos estados es la única garantía de seguridad a largo plazo para los pueblos de Israel y Palestina. Aunque pueda parecer que este futuro nunca ha estado más lejos, esta crisis lo ha hecho más necesario que nunca”.

Estas declaraciones de Biden tampoco tenían en cuenta la des-sedimentación de su propio discurso. Biden hablaba como si toda la tradición discursiva antiestadounidense no hubiese ocurrido. Como si fuese posible la reinstauración del discurso hegemónico sin esperar resistencia.

También son interesantes las palabras de Brett McGurk, el coordinador de Medio Oriente y África del Norte del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, quien también hizo declaraciones, en este caso en Baréin, que ponían de manifiesto que hablaba desde un discurso que ya no se sostiene en la región. McGurk dijo: “Estados Unidos apoya a sus amigos; especialmente en caso de amenaza o ataque. En este sentido, nuestro apoyo a Israel no se limita únicamente a la amenaza de HAMAS, sino que se centra en la necesidad de abordar otras amenazas, incluidas Hezbolá, otros grupos respaldados por Irán”.

Por último, es importante detenerse en la supuesta nueva doctrina de la administración Biden para la región, al menos según la formulación dada por Thomas Friedman en su artículo “The Biden Doctrine for the Middle East Is Emerging and Bigger”. Un nuevo intento de revitalizar un discurso agotado.

Vale la pena detenerse un momento en el artículo escrito por Friedman. En el artículo se puede leer: “La base de la doctrina Biden, tal como se define en mi artículo en términos de convergencia de pensamiento estratégico y planificación, se ha consolidado en tres vías interconectadas: La primera vía es una posición firme y decisiva contra Irán. La segunda vía es una iniciativa diplomática sin precedentes para aceptar un estado palestino. Esta iniciativa significa aceptar un estado no beligerante palestino en la costa occidental y la Franja de Gaza. Y por último, La tercera vía es una alianza de seguridad amplia entre Estados Unidos y Arabia Saudí; esta tercera vía incluye también la normalización de las relaciones entre Arabia Saudí e Israel”.

El plan Biden, tal como lo articula Friedman, parece ser un intento de revivir el impulso disciplinador y aceptar solo aquellas visiones políticas domesticadas y asimilables al propio discurso occidental. Es decir, algo que no tiene en cuenta las dinámicas políticas de larga duración en la región.

El plan Biden tiene dos motivaciones principales. Por un lado, busca intentar someter a Irán por todos los medios disponibles, considerándolo el principal impulsor de la Resistencia en la región. Sin embargo, los intentos de sometimiento de Irán mediante métodos como la presión diplomática, las sanciones o la amenaza militar simplemente no han tenido éxito, como se puede observar. Por otro lado, se pretende aceptar la idea de los dos estados (una idea que excluye el derecho al retorno de cientos de miles de palestinos expulsados, lo que destaca su complicidad con el colonialismo) siempre y cuando en Palestina se establezca un gobierno que no cuestione el statu quo impuesto por el sionismo. 

En conclusión, tanto Sullivan, Biden y Friedman representan ejemplos de articulaciones políticas agotadas, que consideran factible volver a configurar un discurso hegemónico en la región sin tener en cuenta el rechazo de una parte significativa de su población. 

Este rechazo, como se ha evidenciado, tiende a ser ignorado y no forma parte de la visión estratégica de Estados Unidos. La voluntad de desafiar y obstaculizar esa rearticulación política estadounidense es crucial para comprender lo que se ha denominado como la tradición de Resistencia.

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