La historia de “El príncipe verde”, el hijo de uno de los fundadores de Hamas que se convirtió en informante de Israel para salvar vidas
Mosab Hassan Yousef publicó en el 2010 “Hijo de Hamas” donde relata cómo trabajó encubierto para el servicio de inteligencia israelí y dio información que ayudó a prevenir masacres. Asegura que al grupo terrorista “no le importa el pueblo palestino ni la vida humana”
“Podría haber sido un héroe y hacer que mi gente se sintiera orgullosa de mí. Sabía qué tipo de héroe estaban buscando: un luchador que dedicara su vida y su familia a la causa de una nación. Incluso si me hubieran matado, habrían contado mi historia a las generaciones venideras y habrían estado orgullosos de mí para siempre, pero en realidad, no habría sido un gran héroe. En cambio, me convertí en un traidor a los ojos de mi pueblo”.
Mosab Hassan Yousef es el hijo mayor de uno de los siete fundadores de Hamas, Hassan Yousef, que fue una figura destacada durante la Segunda Intifada palestina y sigue siendo un líder clave del grupo en Cisjordania.
En su libro publicado en el 2010, titulado Hijo de Hamas, Mosab cuenta cómo pasó de idolatrar y servir durante varios años como estrecho colaborador de su padre, a proporcionar información clave que ayudó a Israel a frustrar atentados suicidas y otros ataques. Durante casi una década, trabajó como informante para Israel, operando en altos niveles dentro del propio Hamas. Nadie en la organización terrorista lo sabía, hasta que publicó su libro.
“Aunque una vez les traje orgullo, ahora sólo les traigo vergüenza”, dice en la introducción a su familia. “Aunque una vez fui el príncipe real, ahora soy un extraño en un país extranjero que lucha contra el enemigo de la soledad y la oscuridad. Sé que me ven como un traidor; por favor, comprendan que no fue a ustedes a quienes elegí traicionar, sino a su comprensión de lo que significa ser un héroe”.
Mosab nació en el pueblo de Ramallah, en Cisjordania, y formo parte de una de las familias islámicas más religiosas de Medio Oriente. El más grande de nueve hijos, antes de cumplir la mayoría de edad vio cosas que nadie debería ver jamás: pobreza abyecta, abuso de poder, tortura y muerte. Fue testigo de los tratos entre bastidores de los principales líderes de Oriente Medio que aparecen hace años en los titulares de todo el mundo. Los niveles más altos de Hamas confiaban en él y participó en la llamada Intifada: “Me mantuvieron cautivo en las entrañas de la prisión más temida de Israel. Y como verán, tomé decisiones que me convirtieron en un traidor a los ojos de las personas que amo”.
Es que Mosab fue encarcelado en 1996 por los israelíes cuando todavía ni había terminado el colegio, y vivió bajo las rejas en un ala penitenciaria controlada por Hamas. Allí presenció cómo Hamas torturaba y asesinaba a cientos de prisioneros sospechosos de haber sido reclutados por el Shin Bet, el servicio de inteligencia israelí. ¿Qué valores compartía con una organización que le hacía eso a sus propios miembros?
Esta experiencia influyó directamente en su decisión de espiar para Israel.
“Los musulmanes tradicionales se encuentran al pie de la escalera, viviendo con culpa por no practicar realmente el Islam. En la cima están los fundamentalistas, esos que se ven en las noticias matando mujeres y niños para la gloria del dios del Corán. Los moderados están en algún punto intermedio. Sin embargo, un musulmán moderado es en realidad más peligroso que un fundamentalista porque parece inofensivo y nunca se puede saber cuándo ha dado el siguiente paso hacia la cima. La mayoría de los terroristas suicidas comenzaron como moderados”, denuncia en el libro.
Mosab vio desde adentro la evolución de un grupo que comenzó con simples actos de desobediencia civil como tirar piedras y quemar neumáticos a fomentar los coche bomba y los atentados suicidas, y comenzar a desafiar el dominio de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), fundada en 1964 para representar al pueblo palestino.
A medida que las armas reemplazaron rápidamente a las piedras, los graffitis y los cócteles Molotov, Israel se enfrentaba a un nuevo problema: una cosa era hacer frente a los ataques de la OLP desde Jordania, Líbano y Siria, pero ahora los ataques procedían del interior de sus propias fronteras.
Israel y Yasser Arafat entablaron negociaciones clandestinas que culminaron en los Acuerdos de Oslo de 1993. El 9 de septiembre, Arafat escribió una carta al primer ministro israelí Yitzhak Rabin, reconociendo oficialmente “el derecho del Estado de Israel a existir en paz y seguridad” y renunciando “al uso del terrorismo y otros actos de violencia”. En respuesta, Rabin reconoció formalmente a la OLP como “el representante del pueblo palestino”, lo que llevó al presidente Bill Clinton a levantar la prohibición para que EEUU se relacione con la organización.
El 13 de septiembre, el mundo observó con asombro cómo una fotografía mostraba a Arafat y Rabin dándose la mano en la Casa Blanca. En ese momento, una encuesta indicó que una mayoría significativa de palestinos en Cisjordania y Gaza respaldaban los términos de los Acuerdos, también conocidos como Declaración de Principios (DOP). Este acuerdo allanó el camino para el establecimiento de la Autoridad Palestina (AP), inició la retirada de las fuerzas israelíes de Gaza y Jericó, otorgó autonomía a estas áreas y previó el regreso de Arafat y la OLP de su exilio en Túnez.
Pero Hamas no estaba de acuerdo. “Hamas y sus partidarios estaban enojados porque Arafat se había reunido en secreto con Israel y había prometido que los palestinos ya no lucharían por la autodeterminación. Nuestros hombres todavía estaban en prisiones israelíes. No teníamos un Estado palestino. La única autonomía que teníamos era sobre la ciudad de Jericó en Cisjordania (una pequeña ciudad sin nada) y Gaza, un gran campo de refugiados superpoblado en la costa”, escribió Mosab.
“Para Hamas, el problema fundamental no eran las políticas de Israel. Era la existencia misma del Estado-nación de Israel”.
Los actos de terrorismo continuaban, y Mosab no podía reconciliar la imagen que tenía de su padre con la organización en la cual ejercía como uno de sus mayores líderes políticos.
Hassan Yousef, el padre de Mosab, era tan querido por su comunidad porque era como todos los demás. No se consideraba superior a aquellos a quienes servía: “Vivía como ellos vivían, comía lo que ellos comían, oraba como ellos oraban. No vestía ropa elegante. Recibió un pequeño salario del gobierno jordano (apenas suficiente para cubrir sus gastos) que financió la operación y mantenimiento de sitios religiosos. Su día libre oficial era el lunes, pero nunca lo tomó. No trabajó por un salario; Trabajó para complacer a Allah. Para él, éste era su deber santo, el propósito de su vida”.
“Amaba profundamente a mi padre y admiraba mucho quién era y lo que representaba. Pero para un hombre que no se atrevía a hacer daño a un insecto, obviamente había encontrado una manera de racionalizar la idea de que estaba bien que alguien hiciera explotar a personas en trozos de carne, siempre y cuando él personalmente no se ensangrentara las manos”.
“Mi padre nunca me había enseñado a odiar (...) nunca habló contra el pueblo judío, como lo hicieron algunos líderes racistas de Hamas. Estaba mucho más interesado en el dios del Corán que en la política. Alá nos había dado la responsabilidad de erradicar a los judíos, y mi padre no lo cuestionó, aunque personalmente no tenía nada en contra de ellos”.
Su ideología había empezado a flaquear. Pero, cuando el Shin Bet le ofreció ser un colaboracionista, su plan en realidad era fingir serlo para “matar a los israelíes desde adentro”. Ser un doble espía. Jugar el juego. Con el tiempo, sin embargo, entabló una relación de amistad con Gonen Ben Yitzhak, un agente del servicio de inteligencia que estaba a cargo de Mosab y a quien él conocía simplemente como “Loai”. Empezó a considerar a estos israelíes como sus amigos. Vio cómo lo trataban con respeto y gentileza. No con odio ni desprecio.
El palestino, conocido como el “Príncipe Verde” dentro del servicio de inteligencia israelí, proporcionó a Israel información invaluable sobre ataques planeados y células terroristas durante la Segunda Intifada, el levantamiento palestino contra Israel.
Pero su trabajo era peligroso. Si dentro de Hamas alguien se llegaba a enterar, las consecuencias podían ser terribles: “Su vida se acababa. La vida de su familia había terminado”.
Durante una década cumplió diligentemente su trabajo encubierto pero llegó un punto en el que ya no podía seguir más. Contra las objeciones del Shin Bet, que deseaba que siguiera, y de su propia familia, que no tenía idea de este rol, Mosab viajó a Estados Unidos, donde reside actualmente.
Escribió Hijo de Hamas, en el que reveló su papel al mundo. Antes de su publicación, le había confesado a su padre la verdad. Más tarde, lo desheredó, aún sabiendo que eso implicaba una sentencia de muerte si algún día caía en manos de Hamas.
Durante un tiempo estuvo por ser deportado, después de que su solicitud de asilo político fuera denegada. Su regreso a Cisjordania era una probable sentencia de muerte. Pero el 24 de junio de 2010, el agente israelí Gonen Ben Itzhak reveló su identidad para testificar en nombre de Mosab en una audiencia de inmigración. Lo describió como un “verdadero amigo” que “arriesgó su vida todos los días para prevenir la violencia”.
El 30 de junio de 2010, se determinó que Mosab podría permanecer en los Estados Unidos.
“La paz en Medio Oriente ha sido el santo grial de diplomáticos, primeros ministros y presidentes durante más de cinco décadas. Cada rostro nuevo en el escenario mundial cree que será él o ella quien resolverá el conflicto árabe-israelí. Y cada uno fracasa tan miserable y completamente como los que los precedieron”, escribe Mosab. “El hecho es que pocos occidentales pueden acercarse a comprender las complejidades de Medio Oriente y su gente”.
Esta semana, en medio del conflicto entre Israel y Hamas. Mosab volvió a hablar. Durante una entrevista con el canal de noticias Fox, denunció: “Nací en el corazón del liderazgo de Hamas... y los conozco muy bien. No les importa el pueblo palestino. No tienen en cuenta la vida humana. Vi su brutalidad de primera mano en 1996, cuando pasé aproximadamente un año y medio en la prisión de Megiddo. Mataron a tantos palestinos en ese momento, y fue entonces cuando decidí que no podía estar junto a este movimiento”.
Mosab explicó que “Hamas no es un movimiento nacional; es un movimiento religioso cuyo objetivo es establecer un Estado islámico. (...) Están utilizando la causa palestina sólo para lograr sus objetivos”.
En su libro, Mosab trata de ser optimista desde su propio exilio, pero no es fácil: “¿Cuántas personas aprecian lo que he hecho? No tantas. Pero está bien. Creí en lo que hice y sigo creyendo, que es mi único combustible para este largo viaje. Cada gota de sangre inocente que se ha salvado me da esperanza para seguir adelante hasta el último día. Yo pagué, ustedes pagaron y, sin embargo, siguen llegando facturas de guerra y paz”.
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