Will Robinson (Maxwell Jenkins) junto a su inseparable robot en una escena del remake de la serie televisiva de los 60, 'Lost in Space'
© Netflix
Interacción
Niños y robots: ¿una amistad para toda la vida?
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Por
Montse Hidalgo Pérez
A ti ya te pillan mayorcito, pero los más jóvenes tienen todas las papeletas para que los robots sociales se conviertan en una parte más de su existencia, como fuente de compañía y apoyo emocional
16 JUN 2019 - 02:55 CEST
Hace un par de navidades estuvimos haciendo memoria. Rescatamos del olvido a los robots con los que jugaban las generaciones pasadas y los comparamos con los de ahora. Nuestra historia empezaba con una autómata de los años cincuenta, y cobraba cierta vida hacia finales de los ochenta, con la llegada de las impresionantes mascotas robóticas capaces de dar media vuelta al chocar con una pared, si no las tumbaba el golpe. Para los millennials y sus mayores, los robots de la infancia eran un juguete tan poderoso como lo fuera su imaginación. La relación que podías establecer con ellos no era tanto más compleja que la que ofrecía un osito de peluche.
Para que un robot sea social te tiene que transmitir que hay vida en su interior
Los robots de hoy en día son harina de otro costal: te ven, entienden tus palabras, no van a gastarse las pilas en chocar con las paredes. Más que un juguete, son un compañero lleno de posibilidades. "El móvil ya nos ha cambiado, y no deja de ser un móvil. Los robots pueden tener un potencial de cambio todavía mayor, porque -en el caso de los robots sociales- te tocan en tu fuero interno", afirma José Manuel Del Río, director ejecutivo de Aisoy.
¿Cómo lo hacen? Siendo todo lo humanos que pueden. "Para que un robot sea social y, en nuestro caso, emocional, te tiene que transmitir que hay vida en su interior. En algunas ocasiones tiene que hacerte olvidar que estás delante de un dispositivo electrónico", precisa Del Río. Ahí entran ciertas marcas de comunicación verbal y no verbal e incluso sensores de tacto que permiten al robot reaccionar de manera más natural ante su entorno. "Eso son las bases, pero si no tratas de que el propio robot analice la información y reaccione de forma más o menos inteligente, de forma que transmite que hay alguien ahí dentro tomando decisiones, es difícil que creas que ahí hay inteligencia".
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El potencial de estos robots ha sido objeto de estudio para un equipo de investigadores de la universidad de Washington. "Rodeados de tecnología desde su nacimiento, los adolescentes de hoy en día son los más propensos a tener relaciones con tecnología de alto nivel, incluidos robots en sus futuros empleos, su educación y sus hogares", señalan en el estudio publicado en el International Journal of Social Robotics.
En el artículo se identifican los robots sociales como un valioso interlocutor en la relación con los adolescentes, que retratan como "una población única y vulnerable, mucho más propensa a sufrir estrés, depresión y ansiedad". En este sentido, se destaca el potencial de estos compañeros robóticos como un medio para prestar apoyo emocional e incluso recopilar datos relativos a la salud mental de los estudiantes. "Los participantes de nuestro estudio reconocieron sus propias experiencias de estrés y su deseo de expresar sus sentimientos negativos con nuestro prototipo", recogen.
Niñez, adolescencia y más allá
¿Significa esto que las edades más avanzadas se quedan fuera del reparto? Todo lo contrario. Que los robots hayan llegado más tarde a nuestras vidas no elimina su potencial utilidad. "En las personas más mayores se da un problema principalmente de soledad. Ahí los beneficios son enormes. Al fin y al cabo somos seres sociales. En el momento en que pasas mucho tiempo solo, la actividad social se ve disminuida y eso acaba afectando a tu estado anímico", explica Del Río.
De hecho, el director ejecutivo de Aisoy encuentra similitudes en las necesidades que los robots sociales pueden cubrir en uno y otro grupo de edad. "Siempre que hay una necesidad de relación social o bien una carencia desde el punto de vista emocional, el hecho de tener una herramienta que ayuda a equilibrarlas es bueno", continúa. Donde sí hay cambios es en la estrategia a seguir, que debe adaptarse a las singularidades de cada caso y cada edad. "Por ejemplo, se estima que una de cada dos personas se verá afectada por algún tipo de deterioro cognitivo. En los niños se trabaja más la prevención. En los adultos ya no será tanta prevención sino contención de ese deterioro".
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Refuerzo robótico
En este contexto, los robots sociales tendrán dos papeles. Por una parte, servirán bálsamo mientras llega la ayuda humana. "En el caso de los mayores, no hay tantas personas que puedan dedicar tiempo a combatir este problema, sean profesionales o no", señala Del Río. Por otro, explotarán su naturaleza, a fin de cuentas, inhumana para tender puentes y abrir camino. "Parece contradictorio, porque lo lógico sería que el mejor antídoto sean las propias personas, pero en algunos casos no somos capaces de llegar a la cabeza de quienes están afectados. Y un robot a lo mejor lo tiene más fácil para hacer esa primera parte del recorrido".
De hecho, estos androides ya han probado su efectividad en las fases iniciales de diagnóstico. "Si estamos ante un caso de introspección, si hay un problema de bullying, si hay problemas con otras personas, maltrato... Ahí es muy probable que el diagnóstico se acelere un montón si incluyes a un robot en la fase de identificación del problema", asegura el director ejecutivo de Aisoy. "Cuando ha habido un daño como consecuencia de la relación con otra persona, es más rápido que el robot alcance un nivel de confianza con el niño que establecer una relación de confianza con otro adulto".
Fronteras
Pese a lo prometedor de estas interacciones, los robots sociales no pueden sustituir a la ayuda profesional ni al valor del apoyo de otra persona. "Estos robots son un complemento y una extensión de las personas: no son sustitutivos lógicamente, si alguien no tiene a nadie, pueden ejercer ese rol, pero no son lo ideal. Lo ideal es que esto ayude a mantenerte a ti en un contexto social", explica Del Río.
También es fundamental la cuestión de la privacidad. En Aisoy procuran respetar los estándares de la industria y aplicar buenas prácticas que minimicen los riesgos. "Hay parte de la información que nunca sale del robot, de modo que está en un ámbito de seguridad. Las imágenes no salen del robot. Tendría que haber un agente malicioso que fuera a buscarlas allí, y tendría que sortear los mecanismos de seguridad que cada uno tenga en su entorno. Además, hay otros componentes que sí hacen uso de servicios en la nube. Ahí utilizamos los estándares de la industria y procuramos no enviar información nominal, que esté asociada a una persona en concreto"
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