Los llamamientos a la paz de los facilitadores occidentales de Israel son una farsa cínica
Para Occidente, las vidas libanesas son tan prescindibles como las palestinas. Sus llamamientos a un alto el fuego no son más que una farsa.
No se puede negociar un alto el fuego, y mucho menos la paz, con un hombre que prefiere hacer la guerra.
Ese es el enigma al que se enfrentan una serie de líderes occidentales repentinamente preocupados, encabezados por el presidente estadounidense saliente, Joe Biden, quienes insisten –al menos públicamente– en que están trabajando arduamente para evitar que otra guerra cataclísmica envuelva al Medio Oriente.
Supongamos por un momento que sus “preocupaciones” son sinceras. Entonces, esos mismos líderes occidentales deberían reconocer finalmente que son, en gran medida, responsables de ese acuciante enigma.
Mucho antes del 7 de octubre de 2023, Biden y compañía han permitido, armado y proporcionado cobertura diplomática a cada paso a su “hombre” en Tel Aviv: el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y su gobierno extremista.
Netanyahu ha respondido diciéndoles a los tontos de Washington, Londres, París, Berlín, Bruselas y Ottawa que, a cada paso, lo han permitido, armado y proporcionado a él y a su fanático gobierno de coalición cobertura diplomática que –permítanme decirlo de la manera más educada que pueda– se vayan a pasear.
Fiel a su obstinado estilo, Netanyahu ha rechazado los esfuerzos para lograr un alto el fuego de 21 días entre Israel y Hezbolá con vistas a elaborar una tregua más sostenible.
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El viernes, Netanyahu, pavoneándose, dejó en claro su oposición a cualquier acuerdo negociado en un discurso típico, al estilo de “soy el tipo más duro del barrio”, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde advirtió a Irán que el “largo brazo de Israel” puede “alcanzar… todo el Medio Oriente”.
Los tontos de Washington, Londres, París, Berlín, Bruselas y Ottawa han fingido sorpresa y decepción ante la irritante intransigencia de Netanyahu. Ahora, tardíamente, Biden y compañía quieren jugar a ser “pacificadores” cuando, desde el principio, se han mantenido fieles a la doctrina que define a Occidente en Oriente Medio: matar primero, pensar después.
A esta predecible maniobra se han sumado últimamente las organizaciones de noticias occidentales que, a pesar de su historial de apoyo flagrante a la desastrosa política de “matar primero, pensar después”, desean que Netanyahu deje de hacer lo que ha estado haciendo, con su aprobación explícita y cordial.
Y si no lo pueden detener, algunos quieren derrocarlo para evitar que “el Líbano se convierta en Gaza”.
Es muy gracioso. Netanyahu –el santo convertido en un aparente pecador– no se irá a ninguna parte. La mayoría de los israelíes apoyan lo que su amado primer ministro ha hecho y está haciendo en Gaza y en la Cisjordania ocupada con sed y celo evangélicos.
Si es necesario golpear al Líbano hasta que se parezca a Gaza y causar la muerte de decenas de miles de inocentes, pues que así sea. Los libaneses “se lo pidieron” y también van a recibir un duro golpe de “la ira de Israel”.
Netanyahu no va a “cambiar de rumbo” porque es incapaz de hacerlo. Sabe que la guerra es su boleto dorado para seguir siendo primer ministro y, por una coincidencia conveniente, lo ayuda a evitar esas problemáticas acusaciones penales pendientes.
El tiempo también puede ser su aliado. Netanyahu cuenta con que el expresidente estadounidense Donald Trump regrese pronto a la Oficina Oval. Si eso sucede, las vacuas reservas retóricas de Estados Unidos respecto de su destrucción genocida de Gaza y su planeada invasión del Líbano se evaporarán.
Netanyahu también se muestra reacio a entregarle a la oponente de Trump, la vicepresidenta Kamala Harris, una “victoria” en política exterior en vísperas de las elecciones presidenciales.
Harris repite una y otra vez, como si fuera un metrónomo, que ella y el presidente están “trabajando sin descanso” para lograr un alto el fuego entre Hamás e Israel. Es una pantomima ridícula y Harris, sospecho, se da cuenta de ello.
Los tontos de Washington, Londres, París, Berlín, Bruselas y Ottawa abrazaron a Netanyahu, sabiendo muy bien que su desagradable hombre de Tel Aviv tiene desde siempre una alergia a la diplomacia.
Aun así, lo estrecharon contra su pecho acogedor y le dijeron, una y otra vez, que, en efecto, podía matar a tantos palestinos como quisiera, durante el tiempo que quisiera y cuando quisiera.
El destino del Líbano quedó sellado en ese instante, pero los tontos de Washington, Londres, París, Berlín, Bruselas y Ottawa no tuvieron el buen sentido ni la previsión de reconocer lo que inevitablemente vendría después.
Recuerden, estos son supuestos “estadistas” y “estadistas” que hacen alarde de sus credenciales fantasma como “expertos” en política exterior. Es muy gracioso, segunda parte.
Pero, como ya he dicho antes, no estoy convencido de que Biden y sus complacientes aliados estén realmente tan molestos por los planes de Netanyahu de matar a más personas en más lugares, ya que comparten el mismo objetivo geopolítico de “destruir” a Hezbolá. Con ese fin imposible, Israel ha asesinado a Hassan Nasrallah, el secretario general de Hezbolá, lo que demuestra que la estrategia occidental de matar primero y pensar en las consecuencias después para la región en llamas sigue vigente.
La muerte de más de 41.000 palestinos y el número sigue aumentando –la mayoría de ellos niños y mujeres– no ha llevado a Biden y sus amigos a dejar de armar, defender y dar sombra diplomática a Israel en las Naciones Unidas.
La semana pasada, Alemania, el Reino Unido y Canadá se abstuvieron de votar en una moción de la ONU –patrocinada por el Estado de Palestina– que exigía que Israel pusiera fin a su ocupación ilegal de la Franja de Gaza y Cisjordania. Estados Unidos votó en contra.
La resolución se basó en un fallo de la Corte Internacional de Justicia de julio que dijo que la presencia de Israel en el territorio palestino es ilegal y debe terminar.
La supuesta “división” entre Israel y sus aliados incondicionales en Occidente es un ejercicio de postura cínica y egoísta. Es un espejismo diseñado para sugerir que las capitales occidentales están preocupadas por el destino de personas por las que nunca se han preocupado tanto.
La verdad es que, así como los presidentes y primeros ministros occidentales se han contentado con permitir que Israel dé rienda suelta, sin restricciones, a su “furia asesina” y bombardee Gaza hasta convertirla en polvo y en memoria, permitirán que Netanyahu haga lo mismo con el Líbano a su debido tiempo y deliberadamente.
Los civiles libaneses son tan olvidables y desechables como los civiles palestinos. Sus vidas, sus esperanzas y sus sueños no importan. Lo único que importa es el “derecho de Israel a defenderse”.
Así pues, Benjamin Netanyahu seguirá pavoneándose mientras siguen muriendo inocentes palestinos y libaneses.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente la postura editorial de Al Jazeera.
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