Todos los caminos conducen a Libia (LA CONEXIÓN LIBIA CON EL ESTADO ISLÁMICO)
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El Mundo
27 May 2017 - 9:00 PM
Mateo Guerrero Guerrero
Los terroristas habían advertido hacía varios meses que estaban a las puertas de Europa. Después de los ataques en París, Bélgica y Londres, atacaron en Mánchester, a donde llegaron miles que huyeron del régimen de Muamar Gadafi.
Mánchester tiene más de 6.000 habitantes procedentes de Libia. / AFP
A mediados de 2011, un reportero de la BBC transmitió desde Mánchester la celebración de un grupo de inmigrantes tras la caída de Gadafi. Uno de los jóvenes de ascendencia libia le contaba a la cámara sobre el trabajo que hacía poco tenía en el país de sus padres, sobre cómo se sintió asqueado por la corrupción de la que fue testigo y sobre el orgullo que le inspiraba el pueblo libio y los rebeldes que derrotaron al régimen. El reportero cortaba el entusiasmo con una pregunta que aún hoy sigue siendo inquietante: “¿No es demasiado pronto para celebrar?”.
Inspirados por los levantamientos populares de Egipto y Túnez, en febrero de 2011 cientos de manifestantes salieron a las calles de Trípoli y Bengazi para protestar contra el régimen que desde 1969 mantenía en el poder al coronel Muamar Gadafi. La versión libia de la Primavera Árabe se esparció por todo el país mientras milicias rebeldes, auxiliadas por cientos de exiliados que durante años esperaron la oportunidad de derrocar al régimen, empezaron a disputarle el poder a las fuerzas de seguridad del gobierno.
En julio de ese año, un grupo de países compuesto por delegados de Naciones Unidas, la Liga Árabe y la OTAN reconoció al Consejo Nacional de Transición (CNT), el mayor grupo opositor libio, como la máxima autoridad de ese país. Tres meses después, el cuerpo de Gadafi, que alguna vez soñó con la unificación de África y aterrorizó a Occidente con atentados terroristas que se le atribuyen a su gobierno, era exhibido por los rebeldes mientras el CNT anunciaba que Libia había sido oficialmente liberada y convocaba a elecciones para 2012.
Las esperanzas de un nuevo comienzo para Libia duraron poco. En todo el país, las milicias que ayudaron a derrocar al régimen, y que van desde organizaciones fundamentalistas hasta grupos paramilitares que se proclaman protectores de pozos petroleros, empezaron a mostrar inconformidad con el electo Congreso General de la Nación.
Después de dos años de gobierno llenos de escándalos y destituciones, en junio de 2014 se llevaron a cabo nuevas elecciones que, dadas las pocas garantías de seguridad y ante el riesgo casi inminente de ser saboteadas, convocaron muy pocos votantes. Ante estos resultados, el Congreso electo en 2012 se negó a cederles el poder a los nuevos representantes y estalló la guerra civil.
Libia quedó divida entre las fuerzas del antiguo Congreso y las del Parlamento elegido en 2014, cada una con el apoyo de milicias y de distintas facciones del Ejército. Y como si tener dos gobiernos no fuera suficiente, en 2016 desembarcó un tercero auspiciado por Naciones Unidas, instalado en una base naval en Trípoli y sin el reconocimiento de ninguna de las dos partes enfrentadas desde las elecciones de 2014.
El vacío de poder dejado por el antiguo régimen fue aprovechado por el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). En 2015 se tomó la ciudad portuaria de Derna e incluso llegó a ocupar Sirtre, la ciudad natal de Gadafi.
La presencia del califato en los puertos libios del Mediterráneo se volvió una inmejorable fuente de dinero. Información de la Acnur revela que sólo en 2015, ISIS se habría quedado con el 30 % de los ingresos que produce el tráfico de refugiados que zarpan desde costas libias con rumbo a Grecia e Italia. El flujo de inmigrantes, del que ellos mismos son responsables, deja cuantiosas sumas si se considera que, según el diario El País, el Estado Islámico le cobra 1.600 euros a cada persona que sale de las costas que controla y además se queda con el 50 % de las ganancias percibidas por los traficantes.
A los beneficios económicos hay que añadir el hecho de que los asentamientos de ISIS en Libia no reciben la misma presión militar que las ciudades que ha venido ocupando en Siria y en Irak. Lo anterior les ha permitido establecer centros de entrenamiento separados de Europa por una franja de agua que apenas supera los 150 kilómetros.
Los enredos de la caótica situación que atraviesa Libia desde 2011 también tienen hilos que la conectan directamente con varios ataques yihadistas en los últimos años. Aunque los responsables de los atentados de París en 2016 entraron a Europa a bordo de una lancha que llegó a Grecia desde Turquía a finales de ese año, Estados Unidos anunció que terroristas vinculados a los ataques habrían muerto en un bombardeo realizado cerca de la capital libia.
También se sabe que el autor del atentado de esta semana en Mánchester, que terminó con la vida de 23 asistentes a un concierto, habría estado en Libia una semana antes del ataque.
En este último caso, las conexiones con Libia son todavía más profundas. Los padres de Salman Abedi, el terrorista que se inmoló en el Manchester Arena, hacían parte de los cientos de exiliados libios que llegaron a Europa huyendo del régimen de Gafadi.
Según el periódico El Mundo, los Abedi vivían en el barrio de Fallowfield, al sur de Mánchester, donde habita la mayoría de los 6.000 inmigrantes libios que componen una de las comunidades extranjeras más grandes del Reino Unido.
Después de años de vivir en Inglaterra y de haber visto nacer allí a sus cuatro hijos, Ramadan Albedi, el padre del autor del atentado, regresó a su país para unirse al Grupo Islámico Combatiente Libio, una de las milicias que ayudaron a derrocar el régimen de Gadafi en 2011 y que, según el Departamento de Estado de EE. UU., tiene vínculos con Al Qaeda.
Pocas horas después del atentado en Gran Bretaña, Ramadan fue capturado por las autoridades libias junto con su hijo menor, Hashem, quien habría confesado hacer parte del Estado Islámico y conocer detalles de los planes de su hermano Salman en Manchester. Adicionalmente, en el momento de su captura, Hashem Abedi habría estado en medio de preparativos para realizar atentados en Trípoli.
El autor de la masacre en el concierto de Ariana Grande había estado bajo el radar de los servicios de inteligencia británicos, pero no levantó mayores sospechas. Sin embargo, el ex primer ministro libio y miembro del Parlamento en Tobruk Abdulah al Thini reveló que su país había advertido al gobierno inglés de que albergaba en su territorio células yihadistas procedentes de Libia. En particular, de peligrosos miembros del Grupo Islámico de Combate de Libia, al que pertenecía el padre del terrorista.
“Desde nuestro gobierno advertimos al gobierno británico de que albergaba terroristas libios. Pero el Reino Unido (prefirió) seguir dando protección a los miembros del LIFG y de los Hermanos Musulmanes”, agregó Al Thini.
Las advertencias también habían llegado por parte de miembros de la comunidad libia de Mánchester, quienes habían denunciado el comportamiento errático de Abedi.
De acuerdo con el general David Rodríguez, que encabeza el Comando África de EE. UU., ISIS tiene campos de entrenamiento en el este de Libia, donde podría haber hasta 200 combatientes, algunos de los cuales habrían participado en el atentado del viernes en la provincia de Minia, a 300 kilómetros de El Cairo, en el que murieron 28 personas.
Horas después, el presidente egipcio, Abdel-Fattah al Sisi, respondió con bombardeos a territorio libio. “Egipto no dudará en atacar los campos terroristas, dentro o fuera del país” explicó.
Según el analista Mazzimo di Ricco, la situación de Libia demuestra cómo la presencia de Gadafi, aunque incómoda para las potencias de Occidente, había ayudado a contener muchas de las fuerzas que hoy están desatadas en el país del norte de África.
Hoy ese país es una tierra de nadie donde el Estado Islámico encontró terreno fértil para entrenar terroristas que hoy están cruzando el Mediterráneo.
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