El palacio de Sintra en Portugal. Foto de Alamy

La economía de Portugal ha registrado un comportamiento más que notable en los últimos diez años. El PIB ha crecido a un ritmo razonable, el desempleo ha caído mínimos de las últimas décadas, las finanzas públicas han encontrado el equilibrio, permitiendo que la deuda pública caída en más de 30 puntos en dos años, y todo ello manteniendo también un saldo estable con el exterior (se espera que este 2023 arroje un superávit por cuenta corriente equivalente al 1,2% del PIB). Ni la pandemia ha logrado hacer descarrilar esta trayectoria. Sin embargo, un enemigo inesperado podría poner a prueba el 'milagro' económico de Portugal.

Todos los 'éxitos' señalados anteriormente han sido fruto de los esfuerzos del pasado (reformas, devaluación interna...), el rigor presupuestario y las políticas pro-crecimiento del presente y de la estabilidad política que ha caracterizado al país vecino, sobre todo si se compara con España o Italia. Pero contra todo pronóstico, este último pilar podría comenzar a tambalearse tras la dimisión del Primer Ministro Antonio Costa. El capitalismo de la sardina se enfrenta a lo desconocido, lo que ha empezado a pesar en las previsiones de Bruselas.

Este apodo simpático para la economía de Portugal (el capitalismo de la sardina) se impuso hace ya varios años entre la prensa anglosajona para describir el 'milagro' económico portugués. De una forma muy resumida, este tipo de capitalismo se caracteriza por la elevada internacionalización de la economía (las exportaciones e importaciones son muy altas respecto al PIB), la importancia del turismo y la captación de inversión extranjera, gran estabilidad política, combinando dichos factores con un control del gasto público por el gobierno de Costa.

El capitalismo de la sardina... o del bacalao, en peligro

La publicación Foreign Policy decía lo siguiente: "Siendo 34ª economía más grande del mundo, conocida principalmente por las sardinas, el fútbol y el vino de Oporto hasta hace poco, Portugal ha logrado desafiar los estereotipos sobre las naciones del sur de Europa (supuestamente perezosas e imprudentes) y los países gobernados por socialistas (ineficientes y poco competitivos) para combinar crecimiento, cohesión social y calidad de vida". Quizá, los españoles deberíamos habernos adelantado y apodar a la economía de Portugal el 'capitalismo del bacalao'.

Lionel Laurent, columnista de Bloomberg, comentaba la semana pasada que "la sardina está entrando en aguas revueltas. La economía se está desacelerando, los tipos de interés más altos están golpeando... Y ahora el aura de estabilidad política se está resquebrajando después de que las investigaciones de corrupción en varios proyectos de infraestructura derrocaran la semana pasada al primer ministro Antonio Costa, en el cargo desde 2015 y reelegido con mayoría el año pasado. Eso deja a sus socialistas sin rumbo y en evidente desventaja de cara a unas elecciones anticipadas en marzo que pueden dejar a Portugal sin ganador claro", explica este experto.

Estas turbulencias han tenido cierto impacto en el bono portugués a 10 años, cuyo diferencial con el español se ha reducido en 10 puntos básicos desde que se comenzase a especular con la posible dimisión de Antonio Costa. La estabilidad política generaba un plus de confianza en la economía lusa, ahora que el futuro gobierno está en el aire parece haber comenzado a desaparecer. No obstante, aún es pronto para extraer conclusiones. Primero, porque en las próximas elecciones de marzo podría haber un vencedor claro que aportase estabilidad. Segundo, porque hasta entonces Portugal va a mantener la misma senda que estaba presentando hasta ahora.


Esa senda es la que conduce a la reducción de la deuda. De continuar todo como hasta ahora, el ratio deuda/PIB de Portugal caerá hasta alrededor del 88% en 2028, su nivel más bajo desde 2009. Además, esta caída supondrá una notable reducción de 26 puntos porcentuales desde 2022, impulsada por los superávits presupuestarios primarios previstos, que ascenderán a una media del 2,1% del PIB entre 2023 y 2028, aseguran los analistas de Scope Ratings en una nota.

Pero la situación política ha pasado de la noche a la mañana de punto fuerte a punto débil del capitalismo sardina. La inversión extranjera en Portugal ha experimentado un auge durante la última década y representa el 71% del PIB, según la OCDE; sin ella, el ya de por sí bajo nivel de inversión del país sería aún menor. "El limbo político y la lucha contra la corrupción no auguran nada bueno para atraer más", asegura el experto de Bloomberg.

Laurent cree que podría haber ciertos cambios en el panorama político portugués que pudieran influir en la economía: "Se puede ver un auge del joven partido de extrema derecha Chega, que promete cambios impredecibles si tiene la posibilidad de unirse a una coalición o un bloque de votantes de derecha. Liderado por un ex experto en deportes, Chega quedó tercero el año pasado y es probable que consiga avances ahora. Aunque no está tan establecido como, digamos, el partido de Marine Le Pen en Francia, Chega ha aprovechado el sentimiento antiinmigrante y el resentimiento entre los portugueses por los escándalos de corrupción".

La política amenaza a Portugal

La agitación política tampoco no parece el mejor escenario para solucionar los males de largo plazo del país: falta de inversión en áreas como educación, baja productividad en relación con otros países, el lastre de una población que envejece y una deuda aún alta, sostiene el columnista de Bloomberg.

Hasta hace dos semanas, Portugal era una excepción en el convulso sur de Europa. Los analistas de Scope Ratings decían lo siguiente, en un informe que compara a España y Portugal, antes de que se conociera la dimisión de Antonio Costa: "A más largo plazo, es en España donde hay más incertidumbre sobre el crecimiento económico sostenido, a pesar de contar con una economía grande y diversificada y del éxito de las recientes medidas sobre el mercado laboral y las pensiones. El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, tiene hasta el 27 de noviembre para formar un nuevo Gobierno de coalición, pero los compromisos necesarios para contar con el apoyo de varios partidos políticos diferentes pueden complicar la puesta en marcha de reformas fiscales y económicas más favorables al crecimiento".

Ahora, España tiene Gobierno (otra cosa es qué clase de Gobierno tiene), mientras que Portugal podría enfrentarse a la inestabilidad política. Pese a todo, Portugal es un país que se ha caracterizado en las últimas décadas por el sosiego, la perseverancia y la continuidad. De modo que no sería de extrañar que la dimisión de Antonio Costa desembocase en otro Gobierno estable y con mayoría absoluta. Si hay que destacar algo de Portugal en los últimos años son los avances de su economía. Las aguas turbulentas, en lugar de matar a la sardina, podrían hacerla más fuerte.