Tres mitos que debés considerar antes de opinar sobre Venezuela
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Por Willy McKey, columnista invitado (*). No todos los hechos que servirían para explicar la crisis política actual en Venezuela alcanzaron, en su momento, una dimensión que despertara el interés de la opinión pública internacional. Al menos, no tanto como ahora.
Por Willy McKey, columnista invitado (*). No todos los hechos que servirían para explicar la crisis política actual en Venezuela alcanzaron, en su momento, una dimensión que despertara el interés de la opinión pública internacional. Al menos, no tanto como ahora.
Hoy, cuando la administración Trump decide entrar en el juego, la mayoría de los análisis se mudan de lugar para enfocar una potencial invasión militar de Estados Unidos. Es comprensible: lo seductor que puede resultar para un analista ese escenario hipotético hace que muchos dejen de lado algunos hechos ('facts' dicen los periodistas) que derrumbarían algunos mitos y lugares comunes de la opinión.
La intención de estos párrafos será contribuir a la posibilidad de considerar un contexto un poco más amplio para que las interpretaciones sean un asunto menos simple o, al menos, no tan repentista.
1. ¿Izquierda vs. Derecha?
Aunque a estas alturas parezca innecesario insistir en estas nociones, a veces resulta pertinente subrayar lo obvio. Así que la primera idea que hay que evaluar acá es que en Venezuela ni toda la Derecha apoya a la oposición ni toda la Izquierda está del lado de Nicolás Maduro. Traduciéndolo a la esfera política global, consideremos lo siguiente: a estas alturas, Nicolás Maduro sólo cuenta con el apoyo del Alto Mando Militar, el cuestionado Tribunal Supremo de Justicia y la coalición de los partidos de gobierno, más los entes públicos y la petrolera estatal.
Es decir: ninguna de las fuerzas que suelen acompañar a un movimiento de reivindicaciones populares se han puesto del lado de Nicolás Maduro. No cuenta con el apoyo de los transportistas ni de los sindicatos, ni de las maestras ni de los educadores, ni de las enfermeras ni de los trabajadores de la salud, ni de los campesinos ni de los agricultores. Además, es necesario considerar que parte de los partidos políticos que representan a la izquierda y a la centroizquierda, como Bandera Roja o Causa R, forman parte de la coalición que en la Asamblea Nacional han apoyado la Presidencia Encargada de Juan Guaidó.
Nicolás Maduro cuenta con otro apoyo visible, además de la estructura del alto mando militar y los jueces del Supremo, ambas instancias con una amplia tradición conservadora. Se trata de una buena parte de los empresarios que tienen acceso a divisas a precios preferenciales y, gracias a eso, tienen el monopolio de la importación de alimentos, medicamentos, materias primas y otros activos que luego el madurismo reparte. Es decir: un sector que está ganando bastante dinero y al cual no se le puede etiquetar precisamente de "progresista". Y las razones del apoyo de estos empresarios son las mismas que las de China y Rusia: tienen negocios grandes con el Estado que no son del todo transparentes... y ese Estado les debe dinero.
Ni toda la Derecha apoya a la oposición ni toda la Izquierda está del lado de Nicolás Maduro.
De manera que "eso" que sucede en Venezuela es algo que no calza en aquella polarización de la Guerra Fría. Aunque el aparato de propaganda chavista, durante años, hizo una labor muy eficaz a la hora de conseguir la solidaridad automática de las fuerzas progresistas de la región, acusando de "derecha apátrida", "fascista" o "lacayo del Imperio" a cualquiera que le hiciera oposición, en la política interna de Venezuela no hay sino cúpulas cuya unión con Nicolás Maduro está en los bolsillos y no en las ideas.
Sin embargo, varias fuerzas y varios liderazgos han brindado su apoyo por solidaridad ideológica automática a los responsables de una crisis social, económica y política que ya adquirió niveles de crisis humanitaria. Ese apoyo hoy justifica cerca de cuarenta asesinados por fuerzas policiales mientras protestaban por comida, salud y respeto a la vida. Y ésa será una mancha difícil de lavar si la izquierda insiste en apostar sin ver.
2. ¿Un gobierno paralelo?
Una de las múltiples lecturas de la principal acción tomada por la Junta Directiva de la Asamblea Nacional ha sido la de pretender fundar un Estado paralelo. Es necesario irvarios años atrás para explicarlo. Nicolás Maduro ganó unas elecciones presidenciales en 2013, con una muy cuestionada ventaja inferior al 2%. Ese período presidencial terminó el 10 de enero de 2019. Hasta ahí todo claro.
Dos años después, en diciembre de 2015, la oposición ganó unas elecciones parlamentarias por un margen bastante amplio. Además, consiguió los votos suficientes para la mayoría absoluta: más de dos tercios de las curules. El gobierno de Nicolás Maduro acusó mal la derrota e impidió que los diputados electos por Amazonas ejercieran sus funciones, afectando así la proporción. Aún así comenzó un período legislativo que debe terminar en 2020.
A pesar de la zancadilla, la oposición se fortaleció. De modo que en 2017 Nicolás Maduro decidió anular las competencias de la Asamblea Nacional electa por el voto popular y llamó a elegir una asamblea paralela: la constituyente. Una elección que fue convocada bajo argumentos inventados por el gobierno y fuera de la Constitución, pero con el apoyo del Consejo Nacional Electoral.
Hubo alguien que se encargó de edificar un Estado paralelo y fuera de la Constitución Bolivariana de Venezuela: Nicolás Maduro
La oposición a Nicolás Maduro decidió no participar. Y el resultado fue el previsto: una asamblea inventada e inconstitucional, electa con vicios y usurpadora de las funciones legislativas, pero leal a Maduro. Es necesario acotar que, durante este proceso, el partido de Nicolás Maduro decidió retirar de la Asamblea Nacional su fracción parlamentaria, que aunque era minoría tenía el deber de estar representando a sus votantes en el Poder Legislativo.
Esa asamblea paralela fue la que eligió al nuevo Tribunal Supremo de Justicia y, además, al nuevo Consejo Nacional Electoral, ambas competencias de la Asamblea Nacional. Sólo allanaban el camino para lo que venía: adelantar las elecciones presidenciales para el 20 de mayo de 2018, evitando que Nicolás Maduro se viera obligado a medirse en diciembre de 2018. ¡Consideren que se calculaba que el año cerraría con un millón por ciento de inflación! Sí: un millón por ciento.
La oposición y la comunidad internacional declararon ese llamado a elección comofraudulento. La coalición opositora decidió no participar en esas elecciones, pero Nicolás Maduro logró que otras dos candidaturas lo pusieran en competencia.
Muy poca gente salió a votar e incluso, al final del proceso, uno de sus "contrincantes" impugnó las elecciones. En lugar de juramentarse ante la Asamblea Nacional, como manda la ley, lo hizo delante de su Tribunal Supremo de Justicia hecho a la medida. Y aunque varios países lo desconocieron, aun así se dio por reelecto. En efecto, hubo alguien que se encargó de edificar un Estado paralelo y fuera de la Constitución Bolivariana de Venezuela: Nicolás Maduro
3. ¿Un golpe de Estado?
Desde el 23 se enero de 2019, cuando se juramentó en su condición de Presidente Encargado, Juan Guaidó ha comunicado tres objetivos políticos: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres. ¿Se trata, visto así, de un Golpe de Estado? Veamos. Si la oposición y la comunidad internacional decidieron declarar la elección del 20 de mayo de 2018 como fraudulenta, entonces para la Asamblea Nacional electa en 2015 el período presidencial de Nicolás Maduro se terminó el 10 de enero de 2019.
Según la Constitución, las elecciones debían hacerse en diciembre de 2018. Aquello no sucedió. En consecuencia, Nicolás Maduro está usurpando la Presidencia de la República, pero la idea de la usurpación va mucho más allá.
Cuando la Asamblea Nacional electa por el pueblo asume las funciones del Ejecutivo, como lo ordena la Constitución, no sólo se trata de que Juan Guaidó se convierta en Presidente Interino hasta que haya elecciones libres. Las funciones del Ejecutivo Nacional van más allá de la Presidencia de la República: ministros, cancillería, embajadores y todos los entes que dependen de la Presidencia de la República entran en este nuevo espacio de acción politica.
Y eso no es todo. ¿Recuerdan las condiciones en las cuales la asamblea paralela eligió de manera inconstitucional al Tribunal Supremo de Justicia y a los rectores del Consejo Nacional Electoral? Eso también sucedió con autoridades de entes como el Banco Central de Venezuela. De modo que la usurpación del cargo no sólo incluye a Nicolás Maduro, sino a toda la estructurada derivada de su negación a acatar mandatos democráticos como la separación de poderes y otras normas del juego.
Nicolás Maduro está usurpando la Presidencia de la República
Entonces, aunque parezca un ejercicio de realismo mágico caribeño, los argumentos que sostienen Nicolás Maduro y sus adeptos para conservar el poder se basan en unEstado paralelo construido con la intención de no entregar el poder ni reconocer sus derrotas electorales y el mandato de la Asamblea Nacional. Mientras que la Asamblea Nacional y su Junta directiva, liderada ahora por el Presidente Encargado Juan Guaidó, lo único que pretenden es devolver el clima político venezolano a los límites de la Constitución y replantear un nuevo juego democrático. Y también unas elecciones libres, es cierto, pero después de haber asegurado el cese de la usurpación y establecido un gobierno de transición.
De modo que antes de considerar los escenarios hipotéticos, siempre tan seductores como el deseo y la lotería, quizás convenga prestarle atención a los hechos que nos condujeron a este trance político que no va de ideologías, gobiernos paralelos ni golpes de Estado, sino de un país que se muere de hambre y de mengua porque desde hace veinte años es gobernado por quienes han preferido mantener el Poder que mantenernos con vida y derecho a elegir.
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