En el Foro Económico Mundial de Davos (Suiza), que este año parecía un sepelio, el Secretario de Estado Mike Pompeo, exmandamás de la CIA, alabó los "desarrollos positivos para el mundo": desde EEUU hasta Brasil, pasando por Italia, con el regreso de un nacionalismo en el que también los "países cuentan".
Davos, donde solía brillar como nadie el megaespeculador George Soros, se rehúsa todavía a realizar sus exequias higiénicas, mientras que el sepulturero estadounidense Pompeo les recomendó su entierro expedito.
Era esperado que Pompeo citara al nuevo presidente de Brasil, Jair 'Messias' Bolsonaro: conspicuo representante del "
evangelismo sionista" y hermano simbiótico del
trumpismo, con o sin Trump.
Llamó la atención que invocara a Italia, en el mero corazón europeo, donde Mateo Salvini, vice primer ministro italiano y ministro del Interior, emprende una cruzada nacionalista antimigratoria —al unísono del premier húngaro Viktor Orban (enemigo acérrimo del húngaro-israelí-británico-estadounidense George Soros) y la feroz opositora francesa Marine Le Pen de Agrupación Nacional (ex Frente Nacional)— que busca atraer al ex premier de Polonia y presidente del partido Ley y Justicia, el católico Jaroslaw Kaczynski, para conformar un eje "soberanista/nacionalista", según el portal Breitbart, muy cercano a Trump.
Bolsonaro fue de las pocas figuras relevantes que asistieron a Davos, donde
exclamó que "la izquierda no prevalecerá", mientras se doblegaba ante la
élite plutocrática para fomentar la privatización de Brasil a gran escala.
Pompeo defendió el mantra de Trump "Hagamos a EEUU Grande de Nuevo" (MAGA, por sus siglas en inglés): se pronunció a favor de la "seguridad económica" y rechazó la influencia de los organismos internacionales que no toman en cuenta los intereses del pueblo, por lo que "en todo el mundo, los votantes se han desconectado de los políticos y las alianzas políticas que no representan sus intereses" en "Ohio, Río de Janeiro y Roma", donde se cuestionan los beneficios de la "globalización económica".
Pompeo aduce que las "fronteras fuertes son clave para hacer países fuertes" cuando la "seguridad económica es seguridad nacional" ya que, sin una economía robusta, los países pueden ser presa de las superpotencias con deuda extrema, desigualdad de la riqueza y pérdida de la libertad.
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El encargado de la política exterior de EEUU —una de las principales superpotencias junto con Rusia y China, coincidentemente países que reclaman también el nacionalismo con sus propias peculiaridades—, se manifestó por "impuestos bajos, regulaciones simplificadas y reforma comercial". Guste o disguste: los mandatarios de las 3 superpotencias globales (Putin, Xi y Trump) son "soberanistas".
Más que nada, Pompeo profirió sin tapujos "la muerte del globalismo" en el sepelio de Davos de 2019, que está
más muerto que nunca, como se notó por la ausencia de los grandes líderes del planeta y por la asistencia de personajes muy menores, con algunas excepciones.
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Los portavoces del globalismo en Gran Bretaña, The Economist y Financial Times, controlados por los banqueros Rothschild y George Soros, se retuercen del dolor cuando el control economicista de las "elites (sic) occidentales" se desfonda: en el mismo Londres, con el despliegue caótico del "nacionalismo económico" del Brexit que fracturó al país; en París, con la fronda rural de los indomables 'chalecos amarillos' que han puesto al borde de la guillotina al presidente Macron, anterior empleado de la banca Rothschild; en Washington, donde el trumpismo, con o sin Trump, otra manifestación de la revuelta rural contra los globalistas urbanos y de las costas, despliega una mezcla insólita de 'nacionalismo económico', evangelismo sionista y supremacismo racista blanco de los WASP (blancos protestantes anglosajones); y en Berlín, donde la última mohicana del globalismo, la desangelada canciller Angela Merkel ha sido puesta en jaque por el nacionalismo antinmigrante con el ascenso de AfD.
No es un asunto menor que las cuatro principales capitales del mundo occidental —Washington, Londres, París, Berlín— sufran los embates rurales en contra del globalismo que dislocó a sus sociedades para beneficiar a su insaciable plutocracia.
El exparlamentario británico George Galloway, quien sufrió un choque de conciencia debido a la catástrofe humanitaria de la invasión a Irak por el entonces primer ministro Tony Blair, expone el "eje de la crisis mundial ("Caída de los Imperios: Londres, Washington y París al Borde del Colapso") y los socavados pilares del globalismo, que reduce solo a 3 capitales, dejando de lado a Berlín.
Galloway enuncia que "el viejo orden está muriendo; y el nuevo todavía no ha nacido". Este axioma es muy relativo ya que justamente la "muerte del globalismo", no se diga de su principal foro en Davos, es inversamente proporcional al ascenso del nacionalismo, en sus diferentes variantes, que es denostado por los multimedia globalistas, que aún conservan el control mundial de su 'única verdad', y confunden en forma deliberada con el 'populismo', que a su vez, tiene diferentes acepciones desde EEUU, pasando por Europa hasta Rusia, no se diga en Latinoamérica. Las guerras también son semióticas.
Martin Wolf, turiferario consuetudinario del 'globalismo elitista', quien menosprecia al populismo, que confunde con el nacionalismo y lo cataloga de 'autoritarismo', afirma que las "elites (sic) deben considerar su responsabilidad (sic) ante el resurgimiento mundial de hombres fuertes".
Wolf hace una "ensalada Macedonia", donde mezcla a varios mandatarios del mundo que no profesan el globalismo y que lo combaten mediante su antídoto: el nacionalismo, que no necesariamente es populista (whatever that means) ni 'autoritario' ni una 'seudodemocracia' cuando proviene de la voluntad popular mayoritaria.
En forma atroz, el presidente galo Macron
distorsiona la semántica universal cuando fustiga igual al nacionalismo de "traición": el "patriotismo es el opuesto exacto del nacionalismo, ya que el nacionalismo es traición (sic)".
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La canciller Ángela Merkel, en vías de ser despedida por el electorado alemán, no se resigna a la "muerte del globalismo" y defendió a contracorriente en Davos al multilateralismo de las instituciones globales, tipo FMI, Banco Mundial, OMC. Sentenció en forma fatalista que otra cosa, que no sea el multilateralismo, "solo acabará en miseria" cuando —en una crítica velada a Trump, quien desdeñó la reunión de Davos—, definió la fase presente como "la fragmentación del mundo multilateral".
Es evidente que el globalismo financierista benefició a Alemania, pero Merkel no consigue asimilar que la fase geopolítica actual constituye el '(Des)Orden Global en la Era Post-EEUU' donde predominan los nacionalismos idiosincráticos de Rusia/China/EEUU del trumpismo, con o sin Trump: una genuina transición geoestratégica de la "muerte del globalismo" a la nueva eclosión de los nacionalismos y sus singulares variantes y características.
En su libro de 2014 'La Revuelta del Público y la Crisis de Autoridad en el Nuevo Milenio', Martin Gurri —exanalista y exgerente del DNI Open Source Center de la CIA— aduce que la tecnología ha trastocado el equilibrio de poder de la información entre las élites (sic) y el público empoderado por las redes sociales que han puesto de cabeza a los gobiernos/instituciones/partido políticos/multimedia de la primera y segunda revoluciones industriales.
Hoy la masiva información digitalizada ha movilizado a millones de ciudadanos en todo el planeta que han tomado desprevenida a la élite globalista reinante.
¿Cómo podría sobrevivir el globalismo, un modelo congénitamente plutocrático de las élites que solo benefició al 1% de los habitantes de los países dislocados, cuando el 99% de la masa de ciudadanos irrumpe y participa con sus redes sociales, eminentemente antiglobalistas por su naturaleza propia?
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