El escalofriante caso de Genie Wiley, la niña que vivió 13 años atada a una silla, aislada y sometida a horribles abusos
Desde su nacimiento en 1957, la pequeña había vivido bajo el control absoluto de su padre, Clark Wiley. Convencido de que su hija padecía algún tipo de retraso mental, Wiley la confinó a una pequeña habitación cuando tenía 1 año
En una tranquila mañana del 4 de noviembre de 1970, una trabajadora social en Los Ángeles, California, recibió a una madre con su hija en las oficinas de servicios sociales. A primera vista, la niña de aspecto frágil y demacrado no parecía tener más de seis o siete años, aunque en realidad tenía 13. Así comenzaba a develarse uno de los casos más estremecedores de la historia contemporánea: el de Genie Wiley, una niña que había pasado casi toda su vida encerrada, aislada y sometida a horribles abusos.
El descubrimiento de Genie se produjo de manera fortuita. Su madre, Irene, casi ciega, huyó de la casa donde vivían con la esperanza de encontrar ayuda para ella y su hija.
Al presentarse en los servicios sociales, la trabajadora social que las atendió pronto se percató de que algo no estaba bien. Genie no podía hablar, caminaba con dificultad y su comportamiento era desconcertante. Fue entonces cuando las autoridades comenzaron una investigación que revelaría los detalles espeluznantes de su vida.
Atada a una silla desde los 20 meses de vida
Desde su nacimiento en 1957, Genie había vivido bajo el control absoluto de su padre, Clark Wiley. Convencido de que su hija padecía algún tipo de retraso mental, Wiley la confinó a una pequeña habitación a los 20 meses de vida.
La pequeña pasaba la mayor parte del día atada a una silla adaptada con un orinal, con las extremidades restringidas y sin posibilidad de moverse libremente. Durante la noche, era encerrada en una cuna con barrotes de alambre, más propia de una prisión que de un hogar.
Clark Wiley era un hombre marcado por su propia historia de sufrimiento y abuso, habiendo crecido en varios orfanatos y familias adoptivas. Tras su servicio en la Segunda Guerra Mundial, desarrolló una personalidad agresiva y controladora, exacerbada por la muerte de su madre adoptiva en un accidente de tráfico.
A pesar de su aversión a los niños, tuvo cuatro hijos con Irene, de los cuales solo dos sobrevivieron: John y Genie. Mientras John podía moverse por la casa bajo estrictas condiciones, Genie vivía en total aislamiento, con su madre y hermano igualmente sometidos al miedo y la intimidación constante.
La vida de Genie antes de ser descubierta era un calvario de privación absoluta. No conocía el mundo exterior, ni el contacto humano más allá del violento trato de su padre.
Su habitación estaba herméticamente cerrada con chapas de metal y solo recibía escasa luz a través de una ventana bloqueada. El más mínimo ruido provocaba terribles castigos por parte de Clark, quien utilizaba su pistola para mantener a su familia bajo control... La pequeña solo podía ver un pedazo del cielo y parte de la casa vecina, sin entender que existía un mundo más allá de su diminuta prisión.
Cuando la trabajadora social y las autoridades descubrieron a Genie, la escena era desgarradora. La niña no podía hablar, caminaba encorvada con movimientos torpes y mostraba un comportamiento salvaje. Estaba severamente desnutrida, pesaba apenas 26 kilos, y presentaba un retraso significativo en su desarrollo físico y mental. Sus ojos reflejaban un vacío inmenso, consecuencia de años de aislamiento y maltrato.
Ambos padres fueron acusados de abuso infantil, pero Wiley se suicidó un día antes de su comparecencia ante el tribunal, dejando una nota en la que decía: “El mundo nunca lo entenderá”. Irene, por su parte, fue exonerada de los cargos, aunque se le retiró la custodia de sus hijos. Este trágico y espeluznante hallazgo marcó el comienzo de una serie de intervenciones científicas y médicas que intentarían no solo rehabilitar a Genie, sino también comprender las profundas cicatrices que el aislamiento y el abuso habían dejado en su mente y cuerpo.
La polémica fascinación por la niña salvaje
¿Qué impacto tendría en la comunidad científica el caso de Genie Wiley? ¿Podría alguna vez superar su trágica infancia y desarrollar habilidades de lenguaje y sociales normales? Estas preguntas empezarían a ser respondidas mientras Genie, bajo el cuidado de expertos, comenzaba el arduo camino hacia la recuperación, en medio de un intenso escrutinio mediático y académico.
Tras el impactante descubrimiento de Genie, la comunidad científica se movilizó rápidamente. El Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) proporcionó fondos para investigar el caso, considerando que podría ofrecer una oportunidad única para estudiar el desarrollo del lenguaje y los efectos del aislamiento extremo en el cerebro humano.
Un equipo de psicólogos y expertos en lenguaje, liderado por el psicólogo David Rigler, se encargó de la rehabilitación de Genie. Entre ellos estaba Susan Curtiss, una joven lingüista fascinada por las posibilidades de aprendizaje que Genie podía ofrecer.
A su llegada al Hospital de Niños de Los Ángeles, Genie era una niña extremadamente dañada. Pesaba solo 27 kilos y se movía de manera extraña, como con “pies de conejo”. Apenas podía enderezar los brazos y las piernas, y no hablaba.
Las evaluaciones iniciales mostraron que su desarrollo cognitivo era comparable al de un bebé de un año. Sin embargo, Genie comenzó a mostrar progresos notables en ciertas áreas. Aprendió a utilizar el inodoro, a vestirse sola y a disfrutar de la música clásica.
Su curiosidad por el mundo exterior, que exploraba con una intensidad sorprendente, evidenciaba su deseo innato de aprender y conectarse con su entorno.
Genie comenzó a adquirir nuevas palabras y a usarlas en combinaciones sencillas, mostrando un progreso alentador. Sin embargo, su capacidad para desarrollar la gramática y formar oraciones complejas permaneció limitada. Esto parecía apoyar la hipótesis del período crítico, sugiriendo que la habilidad para adquirir las estructuras gramaticales del lenguaje se perdía después de cierta edad. A pesar de estos desafíos, Genie mostraba una notable capacidad para comunicarse de manera no verbal, utilizando dibujos y gestos que conmovían a quienes la rodeaban.
Pero no todo fue progreso y descubrimientos. Las diferencias entre los investigadores sobre el tratamiento y cuidado de Genie comenzaron a generar tensiones. Jean Butler, una de las profesoras de rehabilitación, se convirtió en una figura protectora para Genie, restringiendo el acceso de otros miembros del equipo. Esta disputa, junto con la falta de avances científicos rápidos, llevó al NIMH a retirar la financiación en 1974. Genie fue entonces trasladada a una serie de hogares de acogida, donde lamentablemente volvió a experimentar abuso y negligencia.
En 1975, Genie regresó a vivir con su madre biológica, pero debido a la avanzada edad y mala salud de Irene, su estancia fue breve. A partir de entonces, Genie pasó por múltiples casas de acogida, enfrentando nuevamente situaciones de maltrato. Su madre biológica demandó al Hospital de Niños de Los Ángeles y al equipo de investigación, acusándolos de haber sometido a su hija a pruebas excesivas sin un verdadero beneficio terapéutico.
El impacto del caso de Genie fue devastador no solo para ella, sino también para aquellos que intentaron ayudarla. Susan Curtiss, quien había desarrollado un vínculo especial con Genie, se sintió impotente al no poder mantener contacto con ella tras ser institucionalizada. La situación de Genie continuó deteriorándose, y volvió al Hospital de Niños, donde los avances que había logrado desaparecieron debido a sus experiencias traumáticas recientes. Regresó al silencio y mostró signos de miedo extremo.
Hoy en día, Genie vive en un hogar de cuidado para adultos en algún lugar secreto del sur de California. Su paradero exacto y su condición actual son desconocidos para la mayoría, ya que la institución que la alberga mantiene su ubicación en secreto para protegerla de más explotación.
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