sábado, 29 de junio de 2013

De São Paulo a Estambul, una lección de economía política del WSJ

June 27, 2013, 1:18 p.m. ET
De São Paulo a Estambul, una lección de economía política

http://online.wsj.com/article/SB10001424127887323873904578571632322960960.html?mod=WSJS_inicio_MiddleFirst


Por MICHAEL J. CASEY

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Multitudes se manifiestan en Rio de Janeiro el 17 de junio.

La erupción espontánea de ira por parte de miles de jóvenes manifestantes en Turquía y Brasil durante el último mes fue algo desconcertante para los observadores extranjeros.

Hasta hace muy poco, ambos países eran considerados ejemplos brillantes de progreso en los mercados emergentes, lugares de rápido crecimiento donde una creciente clase media podía aspirar a un futuro más promisorio.

Entonces,
¿por qué tanta angustia?
¿Por qué los beneficiarios de esta clase media emergente de repente se sublevaron?
¿Y qué significa para la continuidad del crecimiento mundial?

No hay respuestas fáciles, pero un buen punto para empezar es la intersección entre cuatro vías: la desigualdad económica, los privilegios políticos, la inflación y la desaceleración del crecimiento mundial.

Hasta ahora, la globalización ha hecho un trabajo aceptable de beneficiar a todos en los mercados emergentes.
 A nivel mundial, la pobreza ha caído y la mortalidad infantil, la alfabetización y el bienestar han mejorado.
Pero los avances se han producido de manera muy desigual dentro y entre los países. Y mientras la capacidad de hacer dinero se ha incrementado entre aquellos en posiciones de poder, también lo ha hecho la corrupción y el enriquecimiento a través de distorsiones del mercado creadas por el gobierno.
Esta desigualdad no sólo se vuelve más notoria a medida que avanza el crecimiento, sino que la historia demuestra que una clase media más educada y más activa políticamente, con el tiempo, incrementará sus expectativas y exigirá cambios.

Según esos parámetros, Brasil estaba maduro para una agitación. Aunque los niveles de desempleo se ubican en un mínimo récord, su coeficiente Gini —un indicador de la desigualdad— se ubica en 54, uno de los más altos del mundo.
No es sorprendente, entonces, que un gráfico diseñado por Eurasia Group haya mostrado que las principales preocupaciones entre los votantes brasileños encuestados pasaron de ser la "ausencia de empleo" en 2005 a temas de "calidad de vida" —relacionados con salud, transporte, crimen y educación— en 2013.

En tanto, Turquía y Brasil tienen una tasa de inflación anual incómodamente alta, de 6,5%.
Y el efecto se siente aún más en los sectores sensibles como viviendas y alimentos de las grandes ciudades.
 Los alquileres en Río de Janeiro y São Paulo en ciertos momentos se han aproximado a los de Nueva York; Estambul se ubica entre las ciudades más caras del mundo emergente, por encima de Shanghai, Beijing y Mumbai, según un índice de costo de vida elaborado por el sitio de servicios a emigrantes Expatistan.com. Se trata de una receta para el descontento.

Las divisiones sociales creadas por esas distorsiones tienden a desarrollarse con el tiempo, pero la ira y el activismo generalmente llegan como una explosión, desencadenados por lo que pareció ser un evento aislado, casi inocuo; el aumento de 10 centavos estadounidenses en las tarifas de los autobuses públicos en São Paulo, o el plan de remodelación del Parque Gezi en Estambul. Hay que destacar que estos eventos suelen surgir cuando la economía comienza a empeorar.

A esto se suma la desaceleración en China, que está deteniendo el crecimiento mundial, mientras Europa y Estados Unidos continúan luchando para recuperarse de sus respectivas crisis. El avance de los ingresos promedio en los mercados emergentes, un fenómeno que data de una década y que sólo fue interrumpido brevemente por la crisis financiera mundial, ahora se está estancando. Es como si la música se hubiera detenido y la clase media de los países emergentes se diera cuenta repentinamente que todas las sillas están reservadas para los ricos.

Años atrás, la teoría económica solía obviar estos temas.
La desigualdad social era considerada una preocupación moral pero sin consecuencias para el desempeño económico; mientras que la corrupción, aunque repudiable, frecuentemente era considerada un mal necesario que aceitaba las ruedas del comercio.
Ahora, no obstante, hay toneladas de investigaciones que demuestran el efecto perjudicial de ambos en el potencial de crecimiento de un país. Los funcionarios deben resolverlo o corren el riesgo de un estancamiento económico.

Sin embargo, hacerlo no es tarea fácil. Como destaca el economista de Harvard Edward Glaeser, aplacar a los iracundos manifestantes con medidas retrógradas —como la marcha atrás en el aumento de las tarifas de autobuses en Brasil— a veces puede tener un efecto adverso debido a que introduce mayores distorsiones en el mercado, lo cual a su vez lleva a mayores ineficiencias y desigualdades.

La verdadera solución es eliminar los subsidios y tratamientos tributarios más favorables que los gobiernos otorgan a las elites privilegiadas; es decir, a la clase que persigue la renta, como la denominan los economistas.
En Brasil, eso significa sacarse de encima a las industrias favorecidas por décadas con financiamiento estatal subsidiado.
En Turquía, los objetivos son los capitalistas amigos que prosperaron por décadas a expensas de un estado militarizado y los cuales, más recientemente, han aprovechado las relaciones islámicas con el gobierno de Recep Tayyip Erdogan.

Pero, para atacar plenamente la desigualdad y las barreras que ésta impone al progreso, se requieren medidas a nivel mundial. Las políticas de impuestos y subsidios preferenciales en los países desarrollados son las culpables de crear mismas clases privilegiadas; solo hay que ver los exorbitantes salarios pagados por los bancos multinacionales, los bancos demasiado grandes para fracasar. Y aunque el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, lo siga negando, hay evidencia contundente de que los programas de "flexibilización cuantitativa" de los países ricos han impulsado burbujas inmobiliarias que han marginado a las clases pobres y de menores ingresos en lugares como São Paulo.


Debido a que las economías maduras y cargadas de deudas del mundo desarrollado enfrentan límites para el crecimiento futuro, necesitamos el crecimiento de los mercados emergentes más que nunca. Resolver lo que irrita a los ciudadanos de São Paulo e Estambul debería ser una meta compartida por todos.

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