miércoles, 18 de mayo de 2016

EE.UU. se equivoca cuando ataca a Alemania por no elevar el gasto fiscal. por Greg Ip encontrado en el WSJ

EE.UU. se equivoca cuando ataca a Alemania por no elevar el gasto fiscal

http://lat.wsj.com/articles/SB12537817972257693530204582074821859731072?tesla=y


El sector privado alemán se ha demorado en aumentar los salarios, lo que ha contenido la demanda.


El sector privado alemán se ha demorado en aumentar los salarios, lo que ha contenido la demanda. PHOTO: JOHN MACDOUGALL/AGENCE FRANCE-PRESSE/GETTY IMAGES



Por GREG IP

miércoles, 18 de mayo de 2016 19:42 EDT

El Departamento del Tesoro de EE.UU. dio a conocer recientemente una nueva lista de países que podrían manipular sus divisas. La mención de los nombres de China y Japón no es ninguna sorpresa; ambos países han aprovechado el debilitamiento de sus monedas para apuntalar sus exportaciones y son notoriamente hostiles a las importaciones.


No obstante, la inclusión de Alemania es desconcertante. Alemania no puede manipular su moneda porque no la tiene, se la ha delegado al Banco Central Europeo. Tampoco puede discriminar contra las importaciones porque la política comercial de los miembros de la Unión Europea no se decide en Berlín, sino en Bruselas.

Lo que sí comparte Alemania con Japón y China es un gran superávit de cuenta corriente, que mide los intercambios comerciales y los ingresos de un país con el resto del mundo. El año pasado, dicho superávit alcanzó casi US$300.000 millones, equivalente a 8,5% del Producto Interno Bruto alemán, compartiendo con China el primer lugar del mundo.


Por definición, un superávit de cuenta corriente significa que un país consume menos de lo que produce.

En un entorno caracterizado por la debilidad de la demanda, esto es un problema serio. De allí que el gobierno del presidente Barack Obama haya llegado a la conclusión de que Berlín está actuando de manera irresponsable al no permitirse un mayor déficit fiscal. “Alemania tiene un adecuado espacio de política pública para proporcionar apoyo adicional a la demanda”, dijo el informe del Departamento del Tesoro.


EE.UU. se equivoca. El problema de Alemania no es el sector público, sino el privado: las empresas tienen que invertir más y los trabajadores necesitan ganar más, y esto sencillamente no se logra con un incremento del gasto público.


El superávit de cuenta corriente de China es producto de decisiones gubernamentales, a menudo poco transparentes, caprichosas y perjudiciales para sus vecinos. Basta con mencionar el caso del acero barato que sus fábricas subutilizadas están vendiendo a precios de liquidación en los mercados globales, una práctica conocida como dumping.

Alemania, en cambio, está obsesionada con las normas: su oposición a los rescates financieros, a la compra de bonos por parte del BCE y a una rebaja de la deuda griega enloquece a sus socios de la zona euro. El presidente del BCE, Mario Draghi, resume la postura germana en una frase “nein zu allen”, o “no a todo”.

En sus esfuerzos por lograr que la inflación de la zona euro ascienda a 2%, Draghi vería con muy buenos ojos un poco de estímulo fiscal. El problema es que los países que más lo necesitan, como Francia, Italia y España, están demasiado endeudados como para proveerlo.
Alemania podría hacerlo, pero no lo necesita. Esto no tendría ninguna importancia si los integrantes de la zona euro tuvieran una responsabilidad compartida respecto de la deuda y los impuestos, como ocurre entre los distintos estados de EE.UU. Pero la zona euro dista mucho de ser una unión fiscal y mientras no lo sea no puede esperarse que los políticos alemanes endeuden a su país sólo para ayudar sus vecinos.


Alemania registró el año pasado un superávit fiscal equivalente a 0,7% del PIB. Este año, dicho superávit será borrado por la combinación de un aumento del gasto para el reasentamiento de los refugiados y la reducción de impuestos a la renta.

El Fondo Monetario Internacional reiteró a principios de mes a Alemania su pedido para que invierta más en infraestructura, un rubro en el que la inversión no ha acompañado el ritmo del desgaste normal. Ello daría un fuerte impulso al crecimiento futuro de la economía pero, según calcula el propio FMI, un alza de la deuda equivalente a 1% del PIB sólo recortaría el superávit de cuenta corriente en 0,6% del PIB.

La verdad es que una reducción significativa del superávit de cuenta corriente vía una política fiscal requeriría déficit fiscales mucho más grandes que los que Alemania puede justificar en estos momentos. Con un desempleo de 4,2% (el más bajo de la post-reunificación), una economía operando por encima de su capacidad normal, tasas de interés en cero y un euro débil, el estímulo fiscal es completamente innecesario.

Además, la fuerza laboral germana está envejeciendo y se está reduciendo, erosionando la capacidad del fisco para pagar la deuda y elevando el costo de los futuros pensionados. El gobierno estima que de no mediar cambios en la tasa de natalidad, la inmigración o las pensiones, la deuda pública alemana se elevará de 71% del PIB en la actualidad a 220% en 2060.

El problema de Alemania no es su sector público, sino su sector privado. Un reporte realizado por el centro de estudios DIW Berlin encontró que entre 1990 y 2012 el stock total de edificios, equipos y otras formas de capital creció menos en Alemania que en Gran Bretaña, EE.UU. o el resto de la zona euro.

“Las empresas que pueden invertir lo hacen fuera de Alemania”, señala Marcel Fratzscher, presidente de la entidad.

Lo que disuade a los empresarios alemanes de invertir en su propio país es la regulación excesiva, la cambiante política energética, la escasez de mano de obra calificada y la falta de infraestructura pública adecuada.


El factor que más contribuyó al superávit de cuenta corriente es que a inicios de la década de 2000 Alemania flexibilizó mucho más su mercado laboral, impulsando el empleo al tiempo que contenía los salarios. Cuando no había una moneda común, esa política habría sido neutralizada por la fortaleza del marco alemán, pero al interior de la zona euro, eso se tradujo en una Alemania mucho más competitiva y dio pie a los crecientes desequilibrios comerciales con sus vecinos.

Luego de la crisis, éstos han tratado de recuperar su posición competitiva a través de una “devaluación interna”, manteniendo precios y salarios por debajo de los de Alemania. No obstante, los costos laborales alemanes, ajustados por productividad, aumentan menos de 2% al año.

Para que los vecinos de Alemania puedan hacer una devaluación interna exitosa y que el BCE alcance su meta de 2% de inflación, los precios y costos alemanes tendrían que subir más de 2% al año. En este sentido, los políticos alemanes no están exentos de culpa: han atacado repetidamente las políticas monetarias expansivas del BCE a las que incluso han llegado a culpar por el ascenso de los populistas de derecha en Europa.


En lugar de quejarse, podrían ayudar al BCE, alentando a los trabajadores alemanes a pedir aumentos de salarios y a las empresas a concederlos. Con el tiempo, esto aumentaría el gasto en importaciones, reduciendo así el superávit en cuenta corriente y acelerando la recuperación de los otros miembros de la zona euro. Incluso podría detener el flujo de consejos no solicitados de Washington.

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