Las
elecciones en Perú refuerzan el cambio político en Latinoamérica
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El Congreso
peruano pasa a tener un dominio claro de la derecha fujimorista y el
liberalismo
CARLOS
E. CUÉ
JACQUELINE
FOWKS
Lima
11 ABR 2016 - 23:19 CEST
Una mujer
indígena camina junto a un graffiti en contra de Fujimori. Rodrigo Abd AP
Perú, un país de historia convulsa,
siempre ha tenido dinámicas propias dentro de Sudamérica. Pero los resultados
de la primera vuelta de las presidenciales del domingo muestran que este país
consolida una tendencia iniciada en Argentina en noviembre, continuada en
Venezuela y rematada ahora aquí a la espera de lo que suceda en Brasil: un giro claro a la derecha que acaba con la era dorada de la
izquierda latinoamericana.
Aunque no ganara Keiko Fujimori en
segunda vuelta, va a controlar el Congreso, que se eligió el domingo.
Y el otro
candidato, Pedro Pablo Kuczynski, es un liberal de centro-derecha.
El grupo de
izquierda de Verónika Mendoza, incluso aunque entrara de rebote en segunda
vuelta –el recuento al 80% apuntaba lo contrario- solo tendría 21 escaños de
130.
Aunque en Perú nadie considera ya a Ollanta Humala de izquierdas por su
política económica liberal, el actual presidente fue elegido así en
2011, como un líder de la izquierda que se declaraba amigo de Fidel Castro y
Hugo Chávez. Eran otros tiempos, la izquierda latinoamericana vivía aún sus
momentos de mayor éxito y la victoria de
Humala en Perú frente a Keiko Fujimori se consideró internacionalmente como un
nuevo hito de esa ola.
Entonces,
aunque la segunda vuelta fue muy disputada, Fujimori se
quedó en un 23,5% de los votos en la primera mientras Humala lograba un 31,6%. El liberal Kuczynski, que
también se presentó, llegó al 18%.
Las cosas
han cambiado mucho desde ese día.
Humala empezó a alejarse de la izquierda antes incluso de
ganar.
En la campaña
de la segunda vuelta recibió el apoyo de Mario Vargas Llosa y garantizó, para
frenar la campaña que lo asociaba con el chavismo, que no cambiaría las líneas
maestras de la política económica liberal. Y no lo hizo.
Perú siguió
siendo una isla de ortodoxia en la que
se hacían grandes negocios y la economía crecía mucho y bajaba la pobreza,
aunque la población no llegaba a sentir de todo ese boom y se iba gestando un
malestar que ahora puede acabar dándole el poder a Fujimori.
“La gente
pasa de ganar 800 soles (206 euros) a 1.200 soles (310
euros), formalmente sale de la pobreza, se compra un televisor a plazos,
pero la vida no le cambia mucho, la educación y la sanidad sigue mal y la
calidad de vida no mejora. El Estado no le resuelve sus problemas. De ahí el
fastidio a pesar de que la economía peruana está incluso mejor de lo previsto a
estas alturas”, señala David Rivera, director de la
revista mensual Poder.
Las cosas
han cambiado mucho desde que ganó Humala en 2011.
Su partido, que controla el Congreso, está desarmado y no ha logrado ni siquiera presentar
candidato. Él parece ya una pequeña gota en la historia peruana, con la valoración por los suelos. Nadie le hace caso.
Y el giro a la derecha se ve en los resultados del domingo. Si Keiko tuvo en 2011
un 23% frente al 31% de Humala, ahora va a estar cerca del 40%, lo que la
coloca como gran favorita.
Pero más
significativo aún es el Congreso. Los Fujimori –Kenji, el hermano pequeño, es
el congresista más votado de Lima- pueden tener finalmente unos 65 parlamentarios de 130, según las estimaciones con
el recuento ya muy avanzado. El grupo del liberal PPK
tendría otros 23 y otro de centro-derecha como el APRA llegaría al 11.
En el otro lado, el partido de Mendoza, Frente Amplio, se quedaría con unos 21.
Por eso aunque hubiera pasado a segunda vuelta tendría muchísimas dificultades
para gobernar. Y aun así, esos 21 se considera un resultado histórico porque
venían de la nada.
La política
peruana es tan extraña que en realidad todo podría haber cambiado con pequeñas
variaciones. La eliminación de varios candidatos es la que ha permitido que a
última hora Kuczynski, que estaba casi desahuciado,
pueda ser presidente si agrupa todo el
antifujimorismo y la izquierda le vota como mal menor. Pero además hay otra
clave. Mendoza se ha convertido en una revelación de la izquierda
latinoamericana a sus 35 años, es seguida también con interés en España y tiene
todo el futuro por delante. Muchos dicen que dentro de cinco años podría ser
presidenta por su tirón popular y su biografía intachable. Y se va a quedar a
muy pocos puntos de entrar en segunda vuelta. Menos del 4 al 80% escrutado, una
distancia que bajará al final.
El
candidato en prisión preventiva por presunta corrupción, Gregorio Santos, que
es de izquierda, ha
sacado alrededor de un 4% y ha ganado en su provincia,
Cajamarca, donde es un héroe que lucha para
oponerse a las grandes mineras.
Si no se hubiera
presentado, esos votos habrían ido a Mendoza y la historia sería muy diferente.
Las cosas
han cambiado mucho desde que ganó Humala en 2011. Su partido, que controla el
Congreso, está desarmado y no ha logrado ni siquiera presentar candidato
“Lo que ha
pasado es que en el último momento se ha movilizado la derecha para que no entrara Verónika y unos cuantos votos de
Barnechea (de centro) se han pasado a PPK y así nos han superado. Pero esto
es mucho más de lo que se podía esperar hace unos meses, es algo histórico”,
sentenciaba a pocos metros del escenario donde hablaba Mendoza un histórico
dirigente de la izquierda peruana y ahora probable parlamentario, Manuel Benza Pflucker. Barnechea, indignado, hablaba
en la noche electoral de la “izquierda infantil” en referencia a Mendoza. Sus
votos han sido claves para que ella no pasara.
“El
resultado de Mendoza, aunque no pase, es un éxito.
Arrancó en el 1%”, explica el analista político
Santiago Pedraglio. A la izquierda se le está abriendo un espacio propio que
antes no tenía. Mendoza es claramente una persona de izquierda. Humala venía de
una tradición de nacionalismo militar aunque se apoyó en la izquierda para
ganar. La izquierda peruana se disolvió en los 90, dividida. Y si no fuera por
el voto de Santos habría podido entrar”, asegura. Pedraglio, como todos los
analistas peruanos, recuerdan que para entender el éxito de Fujimori no hay que pensar solo en el buen recuerdo de
la política asistencialista de su padre entre las clases populares. Ella, desde
que perdió en 2011, ha hecho un trabajo para construir
un partido en todos los pueblos del Perú.
El
fujimorismo es ya el gran partido peruano y no tiene rival. Sus medios son abrumadores si se
compara con la campaña casi amateur y voluntarista de Mendoza.
Ahora queda
una dura batalla en segunda vuelta que girará en torno
a fujimorismo y antifujimorismo. Por eso Keiko ya en la noche electoral
hablaba de “reconciliar al país”, para intentar frenar ese voto de rechazo.
Pero la imagen de su padre encarcelado, su autogolpe, su autoritarismo y su
corrupción es muy fuerte. Ella se ha comprometido a no repetir sus terribles
delitos y a no buscar la reelección si gana. Queda por saber cuántos millones
de peruanos le creen. Lo que es seguro es que gane ella o Kuczynski, Perú estará en el grupo cada vez más numeroso de países
latinoamericanos que siguen la ortodoxia económica.
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