Google
controla televisores que lo espían a ud para informar a las compañías de
seguros y a la policia , da un diagnóstico psicológico inmediato de las personas que les
llaman por teléfono en busca de empleo , tiene tecnologías de reconocimiento
facial que memorizan nuestro rostro y crean bases de datos biométricos de cada
uno de nosotros, controla la Gigapan, de altísima definición –más de mil
millones de píxeles–, permiten obtener, con una sola fotografía y mediante un
vertiginoso zoom dentro de la propia imagen, la ficha biométrica del rostro de
cada una de las miles de personas , sin embargo una sociedad consciente de estar permanentemente
vigilada se vuelve enseguida dócil y timorata,
Google
lo sabe todo de ti
http://www.monde-diplomatique.es/?url=editorial/0000856412872168186811102294251000/editorial/?articulo=2dea492b-db8d-4d34-a23c-844915d6e6ab
Nº: 244 Febrero 2015
Ignacio
Ramonet
En nuestra
vida cotidiana dejamos constantemente rastros que entregan nuestra identidad,
dejan ver nuestras relaciones, reconstruyen nuestros desplazamientos,
identifican nuestras ideas, desvelan nuestros gustos, nuestras elecciones y
nuestras pasiones; incluso las más secretas. A lo largo del planeta, múltiples
redes de control masivo no paran de vigilarnos. En todas partes, alguien nos
observa a través de nuevas cerraduras digitales. El desarrollo del Internet de
las cosas (Internet of Things) y la proliferación de objetos conectados (1)
multiplican la cantidad de chivatos de todo tipo que nos cercan. En Estados
Unidos, por ejemplo, la empresa de electrónica Vizio,
instalada en Irvine (California), principal
fabricante de televisores inteligentes conectados a Internet, ha revelado
recientemente que sus televisores espiaban a los usuarios por medio de
tecnologías incorporadas en el aparato.
Los
televisores graban todo lo que los espectadores consumen en materia de
programas audiovisuales, tanto programas de cadenas por cable como contenidos
en DVD, paquetes de acceso a Internet o consolas de videojuegos… Por lo tanto,
Vizio puede saberlo todo sobre las selecciones que sus clientes prefieren en
materia de ocio audiovisual. Y, consecuentemente, puede vender esta información
a empresas publicitarias que, gracias al análisis de los datos acopiados,
conocerán con precisión los gustos de los usuarios y estarán en mejor situación
para tenerlos en el punto de mira (2).
Esta no es,
en sí misma, una estrategia diferente de la que, por ejemplo, Facebook y Google utilizan habitualmente para conocer
a los internautas y ofrecerles publicidad adaptada a sus supuestos gustos.
Recordemos que, en la novela de Orwell 1984, los televisores –obligatorios en
cada domicilio–, “ven” a través de la pantalla lo que hace la gente (“¡Ahora
podemos veros!”). Y la pregunta que plantea hoy la existencia de aparatos tipo
Vizio es saber si estamos dispuestos a aceptar que nuestro televisor nos espíe.
A juzgar por
la denuncia interpuesta, en agosto de 2015, por el diputado
californiano Mike Gatto contra la empresa surcoreana Samsung, parece que no. La empresa fue acusada de
equipar sus nuevos televisores también con un micrófono oculto capaz de grabar
las conversaciones de los telespectadores, sin que éstos lo supieran, y de
transmitirlas a terceros (3)… Mike Gatto, que preside la Comisión de protección
del consumidor y de la vida privada en el Congreso de California, presentó
incluso una propuesta de ley para prohibir que los televisores pudieran espiar
a la gente.
Por el
contrario, Jim Dempsey, director del centro Derecho y Tecnologías, de la
Universidad de California, en Berkeley, piensa que los televisores-chivatos van
a proliferar:
“La tecnología permitirá analizar los
comportamientos de la gente. Y esto no sólo interesará a los anunciantes.
También podría permitir la realización de evaluaciones psicológicas o
culturales, que, por ejemplo, interesarán también a las compañías de seguros”.
Sobre todo
teniendo en cuenta que las empresas de recursos humanos y de trabajo temporal
ya utilizan sistemas de análisis de voz para establecer un diagnóstico psicológico inmediato de las personas que les llaman por
teléfono en busca de empleo…
Repartidos
un poco por todas partes, los detectores de nuestros actos y gestos abundan a
nuestro alrededor, incluso, como acabamos de ver, en nuestro televisor: sensores que registran la velocidad de
nuestros desplazamientos o de nuestros itinerarios; tecnologías de reconocimiento facial que memorizan la impronta de nuestro rostro y crean, sin que lo sepamos, bases de datos biométricos de cada uno de nosotros…
Por no hablar de los nuevos chips de identificación por radiofrecuencia (RFID)
(4), que descubren automáticamente nuestro perfil de consumidor, como hacen ya
las “tarjetas de fidelidad” que generosamente ofrece la mayoría de los grandes
supermercados (Carrefour, Alcampo, Eroski) y las grandes marcas (FNAC, el Corte
Inglés).
Ya no
estamos solos frente a la pantalla de nuestro ordenador. ¿Quién ignora a estas
alturas que son examinados y filtrados los mensajes electrónicos, las consultas
en la Red, los intercambios en las redes sociales? Cada clic, cada uso del
teléfono, cada utilización de la tarjeta de crédito y cada navegación en
Internet suministra excelentes informaciones sobre cada uno de nosotros, que se
apresura a analizar un imperio en la sombra al servicio de corporaciones
comerciales, de empresas publicitarias, de entidades financieras, de partidos
políticos o de autoridades gubernamentales.
El necesario
equilibrio entre libertad y seguridad corre, por tanto, el peligro de romperse.
En la película de Michael Radford, 1984, basada en la novela de George Orwell,
el presidente supremo, llamado Big Brother, define así su doctrina: “La guerra
no tiene por objetivo ser ganada, su objetivo es continuar”; y: “La guerra la
hacen los dirigentes contra sus propios ciudadanos, y tiene por objeto mantener
intacta la estructura misma de la sociedad” (5). Dos principios que,
extrañamente, están hoy a la orden del día en nuestras sociedades
contemporáneas. Con el pretexto de tratar de proteger al conjunto de la
sociedad, las autoridades ven en cada ciudadano a un potencial delincuente. La
guerra permanente (y necesaria) contra el terrorismo les proporciona una coartada
moral impecable y favorece la acumulación de un impresionante arsenal de leyes
para proceder al control social integral.
Y más
teniendo en cuenta que la crisis económica aviva el descontento social que,
aquí o allí, podría adoptar la forma de motines ciudadanos, levantamientos
campesinos o revueltas en los suburbios. Más sofisticadas que las porras y las
mangueras de las fuerzas del orden, las nuevas armas de vigilancia permiten
identificar mejor a los líderes y ponerlos fuera de juego anticipadamente.
“Habrá menos
intimidad, menos respeto a la vida privada, pero más seguridad”, nos dicen las
autoridades. En nombre de ese imperativo se instala así, a hurtadillas, un
régimen de seguridad al que podemos calificar de “sociedad de control”. En la
actualidad, el principio del “panóptico” se aplica a toda la sociedad. En su
libro Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, el filósofo Michel Foucault
explica cómo el “Panóptico” (“el ojo que todo lo ve”) (6) es un dispositivo
arquitectónico que crea una “sensación de omnisciencia invisible” y que permite
a los guardianes ver sin ser vistos dentro del recinto de una prisión. Los
detenidos, expuestos permanentemente a la mirada oculta de los “vigilantes”,
viven con el temor de ser pillados en falta. Lo cual les lleva a
autodisciplinarse… De esto podemos deducir que el principio organizador de una
sociedad disciplinaria es el siguiente: bajo la presión de una vigilancia
ininterrumpida, la gente acaba por modificar su comportamiento. Como afirma
Glenn Greenwald: “Las experiencias históricas demuestran que la simple
existencia de un sistema de vigilancia a gran escala, sea cual sea la manera en
que se utilice, es suficiente por sí misma para reprimir a los disidentes. Una sociedad consciente de estar permanentemente vigilada se
vuelve enseguida dócil y timorata” (7).
Hoy en día,
el sistema panóptico se ha reforzado con una particularidad nueva con relación
a las anteriores sociedades de control que confinaban a las personas
consideradas antisociales, marginales, rebeldes o enemigas en lugares de
privación de libertad cerrados: prisiones, penales, reformatorios, manicomios,
asilos, campos de concentración… Sin embargo, nuestras sociedades de control
contemporáneas dejan en aparente libertad a los sospechosos (o sea, a todos los
ciudadanos), aunque los mantienen bajo vigilancia electrónica permanente. La contención digital ha sucedido a la contención física.
A veces,
esta vigilancia constante también se lleva a cabo con ayuda de chivatos
tecnológicos que la gente adquiere libremente: ordenadores, teléfonos móviles,
tabletas, abonos de transporte, tarjetas bancarias inteligentes, tarjetas
comerciales de fidelidad, localizadores GPS, etc. Por ejemplo, el portal Yahoo!, que consultan regular y voluntariamente unos
800 millones de personas, captura una media de 2.500 rutinas al mes de cada uno
de sus usuarios. En cuanto a Google, cuyo número de usuarios sobrepasa los mil
millones, dispone de un impresionante número de sensores para espiar el
comportamiento de cada usuario (8):
el motor Google Search, por ejemplo, le permite saber dónde se
encuentra el internauta, lo que busca y en qué momento.
El navegador
Google Chrome, un megachivato, envía
directamente a Alphabet (la empresa matriz de Google) todo lo que hace el usuario
en materia de navegación.
Google Analytics
elabora estadísticas muy precisas de las consultas de los internautas en la
Red.
Google
Plus recoge información
complementaria y la mezcla.
Gmail analiza la correspondencia
intercambiada, lo cual revela mucho sobre el emisor y sus contactos.
El servicio DNS (Domain Name System, o Sistema de nombres de
dominio) de Google analiza los sitios visitados.
YouTube, el servicio de vídeos más visitado
del mundo, que pertenece también a Google –y, por tanto, a Alphabet–, registra
todo lo que hacemos en él.
Google
Maps identifica el lugar
en el que nos encontramos, adónde vamos, cuándo y por qué itinerario…
AdWords sabe lo que queremos vender o
promocionar. Y desde el momento en que encendemos un
smartphone
con Android, Google sabe
inmediatamente dónde estamos y qué estamos haciendo. Nadie nos obliga a
recurrir a Google, pero cuando lo hacemos, Google lo sabe todo de nosotros. Y,
según Julian Assange, inmediatamente informa de ello a las autoridades
estadounidenses…
En otras
ocasiones, los que espían y rastrean nuestros movimientos son sistemas
disimulados o camuflados, semejantes a los radares de carretera, los drones o
las cámaras de vigilancia (llamadas también de “videoprotección”). Este tipo de
cámaras ha proliferado tanto que, por ejemplo, en el Reino Unido, donde hay más
de cuatro millones de ellas (una por cada quince habitantes), un peatón puede
ser filmado en Londres hasta 300 veces cada día. Y las cámaras de última
generación, como la Gigapan, de altísima definición
–más de mil millones de píxeles–, permiten obtener, con
una sola fotografía y mediante un vertiginoso zoom dentro de la propia imagen,
la ficha biométrica del rostro de cada una de las miles de personas
presentes en un estadio, en una manifestación o en un mitin político (9).
A pesar de
que hay estudios serios que han demostrado la débil eficacia de la
videovigilancia (10) en materia de seguridad, esta técnica sigue siendo
refrendada por los grandes medios de comunicación. Incluso una parte de la opinión
pública ha terminado por aceptar la restricción de sus propias libertades: el
63% de los franceses se declara dispuesto a una “limitación de las libertades
individuales en Internet en razón de la lucha contra el terrorismo” (11).
Lo cual
demuestra que el margen de progreso en materia de sumisión es todavía
considerable…
(1) Se habla
de “objetos conectados” para referirse a aquellos cuya misión primordial no es,
simplemente, la de ser periféricos informáticos o interfaces de acceso a la
Web, sino la de aportar, provistos de una conexión a Internet, un valor
adicional en términos de funcionalidad, de información, de interacción con el
entorno o de uso (Fuente: Dictionnaire du Web).
(2) El País,
2015.
(3) A partir
de entonces, Samsung anunció que cambiaría de política, y aseguró que, en
adelante, el sistema de grabación instalado en sus televisores sólo se
activaría cuando el usuario apretara el botón de grabación.
(4) Que ya
forman parte de muchos de los productos habituales de consumo, así como de los
documentos de identidad.
(5) Michael
Radford, 1984, 1984.
(6)
Inventado en 1791 por el filósofo utilitarista inglés Jeremy Bentham.
(7) Glenn
Greenwald, Sin un lugar donde esconderse, Ediciones B, Madrid, 2014.
(8) Véase
“Google et le comportement de l’utilisateur”, AxeNet
(http://blog-axe-net-fr/google-analyse-comportement-internaute).
(9) Véase,
por ejemplo, la fotografía de la ceremonia de la primera investidura del
presidente Obama, el 20 de enero de 2009, en Washington
(http://gigapan.org/viewGigapanFullscreen.php?auth=033ef14483ee899496648c2b4b06233c).
(10)
“‘Assessing the impact of CCTV’, el más exhaustivo de los informes dedicados al
tema, publicado en febrero de 2005 por el Ministerio del Interior británico
(Home Office), asesta un golpe a la videovigilancia. Según este estudio, la
debilidad del dispositivo se debe a tres elementos: la ejecución técnica, la
desmesura de los objetivos asignados a esta tecnología y el factor humano”.
Véase Noé Le Blanc, “Sous l’oeil myope des caméras”, Le Monde diplomatique,
París, septiembre de 2008.
(11) Le
Canard enchaîné, París, 15 de abril de 2015.
suscription
No hay comentarios:
Publicar un comentario