martes, 25 de agosto de 2020

¿Quiere EEUU la barbarie ucraniana en Bielorrusia?

 

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Occidente con EEUU a la cabeza ha tratado de aplicar su vieja y consabida fórmula para derrocar a un Gobierno, y esta vez le tocó al presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, quien olvidó el destino de los gobernantes que intentaron acercarse y complacer a Washington y Bruselas, seducidos por sus promesas de ayuda "desinteresada".

"No juegues con fuego", decía mi madre.
"No juegues con agua", decía mi padre. (Rasul Gamzatov, 1923-2003).

Parece que la experiencia de Muammar Gaddafi, asesinado en 2011, o de Sadam Husein, colgado en 2006, no le enseñó nada a Lukashenko, quien empezó a ser demasiado amistoso con Occidente tratando de equilibrar la OTAN y Moscú y denunciar inclusive a su hermano mayor, Rusia.  

Entonces, los estrategas de Washington decidieron que ya ha llegado la hora de que se vaya el presidente de Bielorrusia, y ordenaron a sus previamente preparados opositores bielorrusos y sus agentes externos: los vecinos polacos y lituanos, para iniciar una revolución de colores y poner en el poder a alguien más prooccidental y más radical.

Los opositores, guiados por el Grupo Central de Acciones Psicológicas de Polonia localizado en Bydgoszcz, Polonia, y controlado por la División de Inteligencia de la OTAN y la CIA, iniciaron violentos disturbios el pasado 9 de agosto en la mayoría del territorio nacional y en especial, en la capital, Minsk, cuando Alexandr Lukashenko fue proclamado el ganador de las elecciones presidenciales con más del 80% de votos.

Todo estaba listo para que la Unión Europea (UE) denunciara los resultados de las elecciones e impusiera sanciones a los principales funcionarios estatales bielorrusos. Entonces el secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, declaró su apoyo a las sanciones de la UE. El ministro de Finanzas de Alemania, Olaf Scholze, declaró que Lukashenko "tenía que irse".

A la vez, la candidata de la oposición para las elecciones presidenciales, Svetlana Tijanóvskaya, que obtuvo el 10,12% de los votos, declaró que hubo un fraude electoral y que fue ella la que había ganado la contienda. Enseguida Tijanóvskaya llamó a los bielorrusos a manifestarse contra Lukashenko. Desde aquel 9 de agosto la violencia se apoderó de la capital de Minsk y de la mayoría de las ciudades del país. Los provocadores bien organizados y dirigidos por las estaciones de TV Nexta Live y Nexta, creadas por la CGDP de Polonia, han estado transmitiendo desde Varsovia y la capital de Lituania, Vilnius, instrucciones a sus dirigentes provocadores tanto extranjeros como bielorrusos, informándoles sobre el desplazamiento de la Policía y en especial de las fuerzas antimotines y aconsejandoles cómo atacar y prender fuego a los policías. 

Se usaron piedras, cócteles molotov y fuegos artificiales, y se estrenó una nueva técnica de agresión contra la Policía y amenazas contra sus familiares. Los escuadrones de la Policía especial respondieron a la violencia también con excesiva fuerza y, como resultado, en los primeros 10 días de protestas, centenares de personas fueron heridas, entre ellas más de 150 policías y más de 6.700 manifestantes detenidos. Al decimoprimer día de protestas, la violencia empezó a disminuir pero algunas fábricas, complejos industriales y periodistas de varios canales de TV se declararon en huelga contestando al llamado de Svetlana Tijanóvskaya desde Vilnius, Lituania, donde se refugió, a iniciar una huelga indefinida para paralizar la economía, lo que obligaría a Lukashenko a renunciar. 

La oposición ya creó el Consejo de Coordinación para la Transferencia del Poder formado por 70 "verdaderos bielorrusos, conocidos ciudadanos y profesionales", según su declaración. La mayoría de los miembros de este consejo es antirrusa, prooccidental y partidaria del neoliberalismo. El Consejo de Coordinación subrayó en su documento sobre las pendientes reformas que "la situación dentro del país y fuera no es favorable a los intereses nacionales. El peligro principal para los opositores consiste en la creciente agresividad del Kremlin, la participación de Bielorrusia en el proyecto de integración bajo el dominio de Rusia, el control de Moscú sobre los medios de comunicación y el bajo nivel de conciencia de los bielorrusos".

El programa del Consejo, que se presenta como un gobierno provisional, y su Paquete de Reanimación consisten en las siguientes propuestas principales:

  • salir de todos los proyectos de integración con la participación de Rusia;
  • fortalecer la identidad nacional bielorrusa y el idioma nacional;
  • entrar en las estructuras políticas, económicas y militares de la Unión Europea (UE) y de la OTAN;
  • prohibir las organizaciones prorrusas y la transmisión de programas rusos;
  • la salida de los militares rusos de Bielorrusia; privatización del sector estatal;
  • instrucción y preparación de los militares nacionales en la OTAN.

La lista sigue, pero su toque neoliberal y antiruso es una analogía del programa de la oposición ucraniana puesto en marcha en 2014, con resultados que producen escalofrío, pues Ucrania seis años después de su Maidán se convirtió en un estado fallido sobreviviendo a costo de préstamos y dádivas de Washington y Bruselas que tiene que pagar como sea. 

¿Qué pasó en Bielorrusia para que surja una oposición neoliberal abiertamente antirusa y prooccidental y logre el apoyo de un gran sector de trabajadores? Hace poco Bielorrusia tenía cierto parecido con la Unión Soviética en los últimos años antes de la perestroika.

Su presidente durante 26 años en el poder vía elecciones legítimas nunca permitió la privatización de las empresas estatales, conservó los beneficios sociales de la época soviética y evitó la aparición de los oligarcas. Sin embargo, con el pasar del tiempo empezó a buscar todos los pretextos para retrasar la integración de Bielorrusia con Rusia, cuyo tratado fue firmado el 2 de abril de 1997. Poco a poco Lukashenko comenzó a imitar a su amigo, el presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan, que se oscila permanentemente, según circunstancias, entre Washington y Moscú. 

En 2014, Lukashenko percibió el Maidán o revolución de colores en Ucrania como una oportunidad de elevar la importancia de su país en términos geopolíticos tanto frente a Moscú como frente a Washington y Bruselas, y de paso aumentar su poder de negociador con Rusia. Bielorrusia nunca reconoció la integración de Crimea en la Federación de Rusia. Tampoco reconoció la independencia de Abjasia y Osetia del Sur. Con el tiempo, Bielorrusia empezó a convertirse, según Defense One, en un "aliado inestable de Putin".

En 2018, el subsecretario adjunto para asuntos europeos y euroasiáticos del Departamento de Estado norteamericano, George Kent, hizo "un esfuerzo deliberado para recuperar las relaciones con Bielorrusia". De acuerdo al análisis de Stratfor, una CIA privada, "Bielorrusia, el aliado más cercano de Rusia, empezó a portarse cada vez más amigablemente con Occidente". Precisamente aquel año la Administración Obama planteó trabajar en tres direcciones para convertir a Bielorrusia en una nueva Ucrania: preparó a la oposición para destituir a Lukashenko y tomar el poder, impuso a la sociedad bielorrusa valores occidentales y utilizó la fuerza blanda de las ONG, fondos, instituciones y partidos para implantar la influencia occidental en la élite nacional".

Para aquel entonces en Bielorrusia ya había penetrado una red de más de 1.000 ONG occidentales del total de 2.770 que estaban registradas por el Gobierno. El proyecto norteamericano elaborado desde la desintegración de la Unión Soviética en 1991 y que es vigente actualmente consiste en la creación de un cordón sanitario que se extiende del mar Báltico al mar Negro para contener a Rusia. Originalmente este proyecto bajo el nombre de Prometeísmo fue ideado por el primer mariscal de Polonia, Jozef Pilsudski, que dirigió el país de 1918 a 1935. Su propósito fue crear la Federación Intermarium (entre mares) incluyendo a Lituania, Letonia, Estonia, Finlandia, Bielorrusia, Ucrania, Hungría, Rumanía, Yugoslavia y Checoslovaquia bajo la dirección de Polonia. Así, según Pilsudski, la URSS y su sucesora, Rusia, estarían debilitadas. 

Lo interesante es que la idea del Prometeísmo y de la Federación Intermarium sigue en la mente de los actuales dirigentes de Polonia. El presidente del país, Andrzej Duda, declaró en agosto de 2015 que estaba pensando mucho en "la formación de un bloque de países que se extendiese desde el mar Báltico al mar Negro y al mar Adriático", y que sin duda alguna estaría bajo el mando de Polonia. Bielorrusia sería uno de los miembros de esta formación. No hay que olvidar que este país era parte de la Mancomunidad de Polonia-Lituania entre 1569 a 1795. 

Con este propósito crearon un Programa Polonia-Bielorrusia-Ucrania con un presupuesto anual de 183 millones de euros, que está funcionando ya más de 5 años. 

También están subsidiando la Universidad Europea Humanitaria (UEH) ubicada en Vilnius, Lituania, con capacidad para 1.500 estudiantes, de los cuales el 95% proviene de Bielorrusia. Por supuesto, todo esto se realiza bajo la dirección de la CIA y de los servicios de inteligencia europeos. Y la mayoría de los fondos proviene de EEUU, especialmente del Departamento de Estado vía USAid, las ONG, las fundaciones de Soros y de la Unión Europea y sus ONG. 

Lo interesante de todo esto es que la poderosa KGB bielorrusa, dirigida por un experimentado profesional de inteligencia, el general Valeri Vakulchik, no solamente conocía la existencia de esta red de ONG, sino que permitió su despliegue y sus actividades. También la KGB cerró los ojos frente a un visible despertar de nacionalistas en un ambiente de deterioro de las relaciones entre Minsk y Moscú, especialmente después de la visita del secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, que ofreció petróleo y ayuda desinteresada al Gobierno de Lukashenko. Es decir, ofrecieron el oro y el moro.

El show del arresto de 33 mercenarios rusos por la KGB que supuestamente se trasladaron a Bielorrusia junto con otros centenares de soldados de fortuna rusos para crear caos en Bielorrusia, de acuerdo a la información que recibió el servicio de inteligencia nacional de sus colegas del SBU ucranianos, demuestra o la incompetencia de la KGB, un acto deliberado para empeorar las relaciones entre Rusia y Bielorrusia o la penetración de esta organización por otros servicios. Basta una llamada del general Vakulchik a Moscú para saber que fue una provocación del servicio de inteligencia de Ucrania SBU. El general nunca lo hizo. 

En realidad, el intento de Bielomaidán, con sus protestas y violencia, es el resultado de la política de Alexandr Lukashenko de intentar jugar con Occidente olvidándose de la seguridad de su país, su soberanía y el bienestar de su pueblo, que depende mucho de Rusia. Más del 70% de sus productos de exportación va a Rusia, y este país siempre ha apoyado a su vecino. Ahora está pagando las consecuencias de su alejamiento de Rusia y su coqueteo con Occidente.

Y eso que Lukashenko en sus 26 años en el poder logró preservar los beneficios sociales de su pueblo heredados del socialismo y mantuvo un buen funcionamiento de su economía a pesar de carecer su país de recursos naturales esenciales. Lo que descuidó fue su aparato burocrático, que no percibió los cambios que se produjeron con la revolución tecnológica en los medios de comunicación en la mentalidad de su pueblo debido a la virtualización de la información, donde las fake news se entremezclan con los rumores reemplazando frecuentemente la verdad.

El acercamiento a Occidente hizo aflorar también las ambiciones personales de oportunistas, igual que pasó en la URSS y posteriormente en otros países exsocialistas que percibieron una oportunidad única de convertirse en oligarcas. Por eso no es de extrañar que varios directores de los complejos industriales de Bielorrusia, como el director de la planta de tractores de ruedas de Minsk, Alexéi Rimashevski, declarasen públicamente no reconocer los resultados de las elecciones y llamasen a los obreros a la huelga. Lo mismo hizo la autoproclamada presidenta, Svetlana Tijanóvskaya, desde su refugio en Vilnius para paralizar la economía y así castigar al régimen de Lukashenko

Los pretendientes a oligarcas no se dan cuenta de que si la oposición llega al poder todas estas empresas y fábricas van a ser desmanteladas o que, en el mejor de los casos, pasarán a manos de transnacionales y los obreros serán los primeros en ser sacrificados como pasó en Ucrania y en parte, en Rusia. Parece que el pueblo bielorruso ha empezado a darse cuenta de lo que realmente está pasando en su país y del futuro que le quiere dar la oposición al servicio de los más ricos y poderosos del planeta. No hay que olvidar que la bandera blanca y roja que están usando la oposición y los participantes en las protestas como símbolo de lucha contra el conocido como último dictador de Europa no es la bandera actual de Bielorrusia, sino la que fue usada por el Gran Ducado de Lituania y la Confederación Polaco-Lituana.

La usaban también durante la ocupación de Bielorrusia por los nazis (1943-1944) durante la Segunda Guerra Mundial unos 28.000 voluntarios de la Defensa Bielorrusa y los voluntarios bielorrusos de la 36 División de los Waffen-SS. El gauleiter (comisionado nazi) de Minsk, Wilhelm Richar Kube, fue el que autorizó el uso de esta bandera por el Consejo Central de Bielorrusia. 

Por eso no es de extrañar el pronunciamiento del Ministerio de Defensa de Bielorrusia: "Los militares no podemos ver con tranquilidad cómo bajo las mismas banderas que los nazis usaron durante las matanzas de bielorrusos, rusos, judíos y de otras comunidades se llevan a cabo acciones en los lugares sagrados. No podemos permitir que esto suceda". La oposición ya está advertida.

El presidente Lukashenko se dio cuenta del precio de sus jugadas y está haciendo todo lo posible para apaciguar al país. Se espera que los obreros y el pueblo en general tome conciencia de la marcha al precipicio al que la oposición está llevando al país y que el Gobierno de Rusia extienda la mano de ayuda y apoyo a Bielorrusia por el bien de ambos países

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