viernes, 27 de diciembre de 2019

«Las mutilaciones y violaciones en Chile son estrategias de un ejército de ocupación»

«Las mutilaciones y violaciones en Chile son estrategias de un ejército de ocupación»


Reconstruimos con Claudio Pulgar-Pinaud, urbanista chileno-francés, el origen y la evolución de las protestas que vive Chile desde hace dos meses y medio. «El miedo no venció y la gente volvió a salir para protestar con sus cacerolas, hacer barricadas y cortar las calles. Dispararon balas reales y siguieron saliendo, incluso de barrios burgueses de Santiago, algo que nunca había pasado», afirma. Por Patricia Simón.

Como muchos de sus compatriotas en la diáspora, hace semanas que Claudio Pulgar-Pinaud duerme poco y según franjas horarias de varios meridianos al sur de París, donde reside. Desde que miles de jóvenes decidieron dejar de pagar el metro en Santiago de Chile el 16 de octubre –en señal de protesta por la cuarta subida de su coste en dos años–, este urbanista compatibiliza su militancia por el derecho a la ciudad y a la vivienda, su participación en los chalecos amarillos de su barrio parisino, Belleville, y las acciones convocadas por la Asamblea de chilenos en París, con su candidatura a las elecciones municipales con Décidons Paris!, la versión francesa del municipalismo que surgió en España a raíz del 15-M.
-Una de las consignas más repetidas en las protestas de Chile es “No son 30 pesos, son 30 años”. Un resumen del sentir generalizado de que no es por el encarecimiento del metro, sino por las políticas neoliberales que han perpetuado el modelo instaurado por la dictadura de Pinochet.
-Desde la crisis de 1982, resultado de las políticas de reajuste estructural de la economía que llevó a cabo Pinochet, ha habido explosiones sociales en Chile de manera regular. La privatización de todas las empresas públicas, de la educación, de la sanidad, del sistema de pensiones, creó un grupo de ricos que no existía, provenientes del funcionariado y del círculo estrecho del régimen. Entre ellos, el ahora presidente Piñera, que se enriqueció con la privatización del banco de Talca y con el monopolio del sistema de tarjetas de crédito en el país. Su hermano José fue ministro de Economía de Pinochet.
Este año, Chile se ha acoplado a un proceso global de resistencia a este neoliberalismo tan profundo, que no es solo un modelo económico, sino también de gobernabilidad y de subjetividad, que es lo más profundo y menos visible. Hasta finales de los noventa, la gente había interiorizado que era normal pagar si querías no morirte en una lista de espera o endeudarte 50 años para tener un casa.
La transición a la democracia se basó en esa subjetividad, porque los partidos socialistas y demócrata-cristianos que gobernaron durante los siguientes 20 años, hasta que ganó Piñera en 2010, siguieron afinando la misma lógica: privatizando y manteniendo la Constitución de Pinochet, que sigue vigente hoy.
La historia oficial es que la dictadura se acaba porque hubo un plebiscito en 1988 en el que ganó el No, pero la verdad es que del 82 al 88 hay protestas populares sin cesar, que se apaciguaron con la democracia, y que reviven en el 99 con la crisis, cuando hay muchas ocupaciones de terrenos y los estudiantes y sindicatos se empiezan a organizar.
-Los estudiantes marcan los ciclos políticos en Chile.
-Sí, son los que lanzan la piedra e instalan la pregunta en la sociedad. En 2001, salen a la calle contra el alza del precio del transporte público. En 2006, tiene lugar la ‘revolución de los pingüinos’, un movimiento histórico en el que los estudiantes ocupan durante un mes la universidad. En 2011 termina de explotar, cuando rompen con la subjetividad neoliberal al plantear que nadie se puede lucrar con la educación porque es un derecho. Esto es tremendo porque hasta entonces, incluso los grupos radicales estudiantiles, solo habíamos sido capaces de exigir aranceles por ingresos. La gratuidad no estaba en nuestro horizonte, eso era cosa de Alemania y algunos otros países europeos. Estamos en el primer año de gobierno de Piñera, en el que hay siete meses de ocupación de las universidades y marchas multitudinarias en las que participan personas de todas las edades.
-Un año después del gran terremoto de 2010, con el que empieza su mandato Piñera. 
-El terremoto supuso un doble movimiento, telúrico y social. Telúrico porque se movió la tierra, pero también social porque frente a la emergencia de quedarse sin nada, la gente tiene que romper con esa subjetividad neoliberal individualista y salir a la calle, compartir con el vecino para sobrevivir, y protestar por condiciones básicas como un techo, luz y agua, porque el Estado no responde.
Lo interesante es que el terremoto permite a Piñera llevar su programa neoliberal más lejos: en lugar de dar cajas de víveres, reparten tarjetas de crédito para que la gente compre en las grandes cadenas, que se hacen con los fondos públicos. Lo mismo con las viviendas de emergencia, con las empresas para la reconstrucción… El gobierno aprovechó además para expulsar a las clases populares de determinadas zonas para gentrificarlas. Lo mismo que se hizo en Estados Unidos con el Katrina.
Piñera anuncia también la instalación de una central termoeléctrica en una reserva de la biosfera y después de la megarrepresa en la Patagonia. Así hace que la calle explote en marzo de 2011 de tal manera que se vuelve a ocupar la Alameda de Santiago, algo que estaba prohibido para las manifestaciones desde la dictadura.
Los movimientos estudiantil y sindical cogen mucha fuerza y la mantienen hasta 2015, cuando surge el ‘No Más AFP‘, que pide recuperar el sistema público de pensiones y que alarga sus acciones reivindicativas hasta 2018. Ya no son solo los jóvenes: se ha recuperado la identidad de clase obrera, que se encadena en los siguientes dos años con el movimiento feminista. Como en Argentina o España, ha sido increíble en Chile la fuerza que ha adquirido, su potencia en la calle, las ocupaciones no mixtas que ha hecho de universidades…
Así que las protestas actuales son resultado de una acumulación de todo esto: la subida del ticket del metro fue solo la gota que colmó el vaso.
-Una gota de consecuencias imprevisibles. 
-Es que fue muy rápido: los jóvenes empiezan el miércoles 16 de octubre a saltarse los torniquetes del metro, el viernes por la mañana ya lo hace mucha gente de distintas edades. Al mediodía el gobierno ordena el cierre de todo el transporte público dejando bloqueadas a toda esa clase popular que tiene que hacer viajes de entre una y tres horas para ir de sus casas al trabajo. Las protestas empiezan de manera instantánea. A las 6 de la tarde ya había un ambiente insurreccional. Por la noche, se distribuye la foto de Piñera cenando con su familia en una pizzería, lo que hace explotar aún más la rabia. Y a la una de la mañana, el presidente decreta el Estado de urgencia y saca a los militares a la calle. Esa respuesta le resta legitimidad porque nadie se la esperaba, ni siquiera la gente de derechas: por la dictadura, en nuestro imaginario es muy fuerte ver a los militares en las calles.
Aun así, el miedo no venció y la gente volvió a salir al día siguiente para protestar con sus cacerolas, hacer barricadas y cortar las calles. Dispararon balas reales y siguieron saliendo, incluso de barrios burgueses de Santiago, algo que nunca había pasado.
-¿Cómo es que el presidente Piñera no ha reculado en su respuesta represiva? ¿Por falta de inteligencia, por alejamiento de la realidad…?
-Creo que por una mezcla. Este tipo de dirigentes, como Macron en Francia, que también sacó a los militares por los chalecos amarillos, viven en un planeta aparte. Pero también son conscientes de la fuerza de estos movimientos y tienen miedo de perder su poder. Así que anuncian reformas supuestamente para apaciguar, pero que siempre vienen con letra pequeña para profundizar en el modelo neoliberal.
El problema ahora es que la extrema derecha, más extrema aún que Piñera, capitalice el descontento con el discurso de imponer el orden frente al caos, como hizo Bolsonaro en Brasil.
-¿Cuáles serían las claves para evitar el efecto boomerang de la salida reaccionaria?
-Si uno pudiera ser optimista de la voluntad y pesimista de la razón, la única salida es la que está teniendo lugar: la auto-organización en los barrios a través de las asambleas, los llamados cabildos. Ha habido un parón porque la clase política firmó un acuerdo de paz y de nueva Constitución en el que participaron tres partidos de los diez que forman el Frente Amplio, una coalición de izquierdas.
Tras la manifestación en Santiago el 26 de octubre, en la que participó más de un millón y medio de personas –un cuarto de la población de la ciudad–, Piñera convocó al Consejo de Seguridad Nacional, un resabio de la dictadura en el que están las Fuerzas Armadas. Empieza a temerse que estén planeando un autogolpe, y de ahí, el apoyo del Frente Amplio al acuerdo gubernamental para acabar las protestas. Pero fue un error histórico porque la ciudadanía estaba organizada en más de 15.000 asambleas en todo el país y los alcaldes habían convocado un plebiscito para el 15 de diciembre.
-En el que votaron más de dos millones de personas, el 90% a favor de una nueva Constitución.
-Claro, es que el acuerdo del gobierno implica un plebiscito en abril para votar si se celebra un congreso constituyente o una convención, porque no quieren llamarla asamblea, que es lo que la gente pide: que no haya cuotas de partidos o una salida pactada de la clase política. Mientras, Piñera aprobó un proyecto de ley contra las ocupaciones, contra que la gente tire piedras, que se pongan una capucha o que quemen supermercados… Obviamente, todo eso ya era ilegal, no hacía falta crear nuevas leyes, pero es una forma de ahondar en el autoritarismo.
-Ya son más de 300 las personas que se han quedado tuertas por la represión policial y cientos las denuncias por violaciones. ¿Hay una intención de marcar de por vida a estas personas?
-Las mutilaciones y las violaciones que se están cometiendo en Chile son estrategias de un ejército de ocupación: marcar sin matar para generar miedo colectivo y paralizar las protestas. Pero el movimiento sigue con mucha fuerza.
Fuente: La Marea

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