lunes, 6 de agosto de 2018

Terremoto en Lombok: “No sé si mi jefe vive o está muerto”

Terremoto en Lombok: “No sé si mi jefe vive o está muerto”

Al menos 91 personas han muerto en el sismo de magnitud 6.9 que sacudió la isla indonesia

Senggigi (Lombok, Indonesia) 
Una mujer ante los escombros, este domingo en Lombok. REUTERS - QUALITY
“En Lombok se ha parado cualquier actividad”, se lamenta Bansal, operario de una empresa de transporte en Senggigi, en el noroeste de esta isla indonesia. El seísmo que la sacudió la pasada noche, de magnitud 7 en la escala de Richter y el segundo de gran alcance en apenas una semana, ha golpeado con fuerza en esta zona y el resto de la mitad norte. Por el momento, ya están confirmados 91 muertos y se teme que el número suba según pasan las horas, según ha apuntado ya la Agencia Nacional de Gestión de Desastres (BNBP). Hay centenares de heridos, mientras que decenas de miles de viviendas han quedado derrumbadas. Las estructuras ya habían quedado afectadas en el sismo del pasado 29 de julio, y esta vez la sacudida ha sido mucho más fuerte.
En el pueblo de Bansal ha habido dos muertos, cuenta Bansal. Sus casas se vinieron abajo con ellos dentro. Su jefe está, cuando menos, entre los heridos. “Un cascote grande le cayó en la cabeza y se la abrió. Se lo llevaron al hospital. No sé si vive o no”, explica. Mira nervioso el teléfono, cada tanto recibe una llamada que da noticias de algún familiar. Su casa ha quedado muy dañada, cuenta este hombre robusto, piel requemada por el sol y de talante jovial. “El piso de arriba se cayó. Cascotes por todas partes. Hemos dormido debajo de una lona plástica, al raso. Mucha otra gente también; teníamos mucho miedo”.
Senggigi es la principal zona turística de Lombok, una isla que trata de competir con su vecina mucho más grande y famosa, Bali, a la hora de atraer visitantes. A estas alturas de la temporada alta, sus hoteles están llenos hasta las costuras y sus calles abundan en viajeros y vendedores ambulantes, que intentan inasequibles al desaliento vender pareos, colgantes, perlas cultivadas o excursiones turísticas. Hoy lunes, sin electricidad en la mayor parte del área —como en el resto de la zona afectada por el terremoto—, era una ciudad desierta, cruzada solo por algún comerciante que estudiaba con desespero o alivio los daños a su establecimiento. Las tiendas estaban cerradas; en todo Lombok se han suspendido las clases en las escuelas y la actividad administrativa. “La prioridad ahora es centrarse en nuestras familias”, explicaba Bansal, “los negocios quedan para más adelante”.
Mientras el Gobierno indonesio ha enviado un buque militar con suministros de urgencia para la isla, los turistas se dirigían en masa hacia el aeropuerto, para tratar de conseguir algún vuelo hacia Bali o sus lugares de origen. Otros, ante los daños en los hoteles en la zona —muchos han sido declarados poco seguros— se desplazaban al sur de la isla, donde los efectos del temblor han sido mucho menores. Las líneas aéreas indonesias, Garuda, han anunciado que proveerán vuelos extra para permitir que quienes lo deseen abandonen cuanto antes la isla.
“Nosotros intentaremos llegar a Bali”, decía Sam, un joven turista británico residente en Corea del Sur que aterrizó en Lombok apenas un día antes del desastre. Después de casi 20 horas de viaje, decidió relajarse con un masaje de pies. El seísmo le encontró en el salón de belleza. “Empezó todo a temblar. No me di cuenta de lo que era, no había vivido nunca ningún terremoto. Fueron las masajistas quienes empezaron a gritar que corriéramos, que nos marcháramos de allí. Salí por pies, literalmente… Iba descalzo. Solo al cabo de un rato me atreví a entrar otra vez a por los zapatos. Pero esta noche he dormido con ellos puestos, he aprendido la lección”, bromeaba, aún con la toalla que su hotel le proveyó como manta mientras intentaba dar una cabezada en el suelo del aparcamiento.
La Agencia de Búsqueda y Rescate indonesia intenta evacuar a casi un millar de personas atrapadas en las islas Gili, tres islotes paradisíacos que en días normales son un imán para los amantes del buceo y de las playas de arena blanca. La noche pasada, tras la alerta de tsunami después del terremoto, la escena era muy distinta. En la mayor de ellas y más popular entre los mochileros, Gili Traganwan, turistas y locales se agolpaban sobre la colina de mayor altura. En Gili Meno y Gili Air, casi totalmente planas, había quien recurría a subirse a los árboles.
“El proceso de evacuación de ciudadanos y extranjeros de Gili Traganwan va a desarrollarse gradualmente. Se calcula que se evacuará a unas 700 personas, utilizando balsas hinchable que se acerquen a los barcos” de rescate, ha tuiteado la agencia. El puerto, ha explicado esta institución, ha quedado dañado y no permite el acceso de barcos de gran tamaño, una complicación a la que se suma el fuerte oleaje.
En Mataram, la capital de la isla, donde se celebraba una reunión de responsables de Seguridad de los países asiáticos, los daños también son notables. Una mezquita ha perdido sus minaretes, sus cascotes esparcidos ahora por el suelo; los ladrillos de lo que fuera un pequeño restaurante bloquean parcialmente la carretera; en un cementerio, los fieles oran en torno a un ataúd, sin cerrar como manda la costumbre islámica. En los solares y los campos de cultivo entre edificio y edificio, alguien ha plantado una tienda de campaña. Más gente que tiene miedo de dormir bajo techo estos días en Lombok. 

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