miércoles, 11 de abril de 2018

Trump suspende su asistencia a la Cumbre de las Américas ante un posible ataque a Siria.

 Trump suspende su asistencia a la Cumbre de las Américas ante un posible ataque a Siria.

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La decisión del presidente echa al traste su primer viaje a Latinoamérica

JAN MARTÍNEZ AHRENS

Washington 11 ABR 2018 - 08:40 CEST
Donald Trump en la Casa Blanca.
Donald Trump en la Casa Blanca. NICHOLAS KAMM AFP


Los vientos de guerra barrieron a la diplomacia. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido suspender su esperado viaje a la Cumbre de las Américas y a Colombia ante la inminencia de un posible ataque militar al régimen sirio. La visita a Lima, prevista para este viernes y sábado, era su primer viaje a Latinoamérica, una región ante la que ha mostrado escaso interés y donde su popularidad toca mínimos históricos. Quedándose en Washington, Trump envió al mundo y, sobre todo a Rusia y Siria, una señal inequívoca: todo está listo para el golpe.


Cada vez quedan menos dudas de que Trump va a optar por la respuesta militar al ataque del sábado pasado a Duma, un reducto rebelde en la periferia de Damasco. La agresión, que acabó con la vida de al menos 60 civiles y causó cientos de heridos, fue supuestamente perpetrada con armas químicas por las tropas de Bachar el Asad. Aunque Moscú y Damasco niegan tajantemente su implicación, el presidente de EEUU la da por hecha y la considera un desafío a la línea roja que trazó hace un año, cuando ante una matanza similar del régimen sirio, arrasó con 59 misiles Tomahawk la base aérea de Shayrat, en la ciudad de Homs.

Aquella intervención fue unilateral y por sorpresa. Ahora, Trump, más experimentado, ha buscado una fórmula de mayor complejidad. Lo primero ha sido preparar el terreno con sucesivas declaraciones. El domingo acusó a El Asad de la matanza, responsabilizó a Putin por apoyarla y aseguró que Siria iba a pagar un “alto precio”. El lunes dio un paso más y afirmó: “Esto es una atrocidad, un acto bárbaro y no podemos consentirlo, sobre todo porque tenemos el poder para impedirlo. Si ha sido Rusia, si ha sido Siria, si ha sido Irán, si han sido todos juntos, lo vamos a resolver”. Hoy, en un gesto sin parangón, ha suspendido su viaje a la Lima, dejando la Cumbre de las Américas por primera vez sin un presidente de Estados Unidos.

Devoto de la escenografía bélica, Trump ha puesto plazo a su decisión. El lunes se dio de 24 a 48 horas para responder al reto sirio. Y con el reloj en cuenta atrás, convocó al Consejo de Seguridad de la ONU y recabó el apoyo de sus socios. Francia ha mostrado su pleno respaldo a una acción "coordinada y contundente”. Y el Reino Unido, cuya definición es todavía borrosa, ha declarado que todas las opciones están sobre la mesa.

Solo la posibilidad de que Rusia permitiese en el Consejo de Seguridad la creación de una comisión de investigación que determinase qué ocurrió en Duma podía frenar la sacudida. Pero esa salida, como ya ocurrió en noviembre pasado, hasido bloqueada por Moscú (China se abstuvo), que considera que un mecanismo de estas características sería parcial y quedaría sometido a los intereses occidentales.

El veto ruso, según los expertos, puede actuar ahora como un detonador y dar argumento a EEUU y sus aliados para atacar. Una opción tan difícil de frenar que la propia embajadora estadounidense en la ONU, Nikki Haley, llegó el lunes a considerar imparable, hubiese o no acuerdo en el consejo. “Quien atacó Duma es un monstruo. Apuntó a civiles, a mujeres y niños, y se aseguró que nadie les pudiese ayudar. Y no es la primera vez. Hace un año Rusia y Siria también negaron el uso de armas químicas y luego se demostró que el régimen de El Asad las había empleado. Hemos pedido un cese el fuego y se han negado, hemos solicitado un mecanismo de investigación y lo han rechazado. Estamos al borde del precipicio, y ha llegado el momento de que se haga justicia. Es la hora de actuar”, dijo Haley.

Los efectos de esta intervención, si cristaliza, serán profundos. Su primera consecuencia será una mayor implicación de Estados Unidos en el avispero sirio. Un abismo que tras siete años de guerra, 320.000 muertos y 10 millones de desplazados sigue sin tener vencedor. Se trata de una apuesta de riesgo, pero que ofrece un capital político del que el republicano puede sacar provecho.

Mientras que Barack Obama y su diplomacia quedaron paralizados ante la barbarie de El Asad y aceptaron la más que dudosa oferta rusa de retirada de su arsenal químico, Trump habría mostrado al mundo su contundencia en una causa que, si no comete torpezas, difícilmente se le puede venir en contra. Habría golpeado a un régimen renqueante y habría sacudido un status quo zonal que nadie aplaude.

Con las terribles imágenes de los niños gaseados jugando a su favor, podría lograr una victoria allí donde menos se lo esperaba. Paradójicamente, el presidente que ha hecho del aislacionismo su bandera y que desde sus tiempos de candidato abominó de la presencia estadounidense en Siria, habría hallado en tierra hostil su mayor éxito internacional.

Sería un cambio de escenario drástico. Hace tan solo una semana, Trump clamaba por salir del conflicto y repatriar a sus 2.000 soldados. “No sacamos nada de ello. No tenemos nada, excepto muerte y destrucción. Es una cosa horrible”, afirmó. Pocos días después, en un extraño giro, cuando los rebeldes de Guta perdían batalla tras batalla, se registró el ataque químico. Y el horror jugó su partida.

Trump se declaró espantado por la matanza y, en un salto cualitativo, señaló por primera vez desde que es presidente por su nombre al líder ruso, Vladímir Putin. “El presidente Putin, Rusia e Irán son los responsables de apoyar a El Asad, El Animal. […] Esto es un desastre humanitario sin razón alguna. ¡Enfermo!”, escribió en un tuit.

Esta reacción le ha puesto cara a cara con Moscú. Aunque el tono es más vitriólico que otras veces, no es un fenómeno nuevo. Ya el año pasado, tras el ataque estadounidense a la base aérea de Shayrat, ambos países escenificaron su desencuentro. Rusia, que también había negado cualquier evidencia de agresión química, denunció entonces la “ilegítima intervención” y arremetió contra EEUU en Naciones Unidas. La retórica vino acompañada con una suspensión de misiones aéreas conjuntas en Siria. Y poco más. Ningún soldado ruso había fallecido en el ataque y los puentes, poco a poco, volvieron a recomponerse. Siria quedó a merced de la guerra. Hundida en la barbarie.

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