martes, 17 de enero de 2017

La élite global afronta un año en el que la globalización está en peligro. Es más probable que la UE se desintegre, o al menos se reduzca.//Por STEPHEN FIDLER encontrado en el WSJ

La élite global afronta un año en el que la globalización está en peligro.  Es más probable que la UE se desintegre, o al menos se reduzca


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PHOTO: FABRICE COFFRINI/AGENCE FRANCE-PRESSE/GETTY IMAGES

Por STEPHEN FIDLER

lunes, 16 de enero de 2017 16:51 EDT

Este año es diferente. Mientras las élites financieras, empresariales y políticas del mundo acuden a la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos, el orden económico global tambalea. La pregunta es si se puede rescatar.

La historia comenzó un nuevo capítulo en 2016. El triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses y la decisión de los electores británicos de abandonar la Unión Europea, un proceso conocido como brexit, revirtieron la marcha hacia una integración económica del mundo cada vez más estrecha que había tenido lugar desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Los movimientos políticos que se oponen a la clase dirigente han ganado terreno en Europa continental, alentados por la anémica recuperación tras la crisis de la zona euro, donde los salarios están estancados y el desempleo sigue siendo alto en numerosos países. Su influencia podría aumentar en un año en que hay elecciones en Francia, Alemania, Holanda y posiblemente Italia.


Muchos interpretan estos acontecimientos como una señal de que las personas que habían estado al margen del proceso político están finalmente tomando el control de sus destinos. A otros, incluyendo la élite mundial que se congregará esta semana en Davos, les preocupa que esta clase de eventos termine por desarticular las conexiones internacionales que han producido una riqueza sin precedentes.



En el corazón del cambio radica un acontecimiento fundamental en la economía de la posguerra: la liberalización del comercio, una mayor interconexión y los acelerados adelantos de la tecnología han sacado a miles de millones de personas de la pobreza y creado una pujante clase media en los países en desarrollo.


Los países desarrollados también se han vuelto más acaudalados, pero los beneficios han ido a parar de manera desproporcionada a los bolsillos de una minoría, dejando a muchos rezagados o marginados. La globalización, caracterizada por el libre intercambio de bienes y capital y la aceptación nacional de normas internacionales, ha sido buena a la hora de generar riqueza, pero menos exitosa a la hora de maximizar el bienestar de la población.

 
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Algunos historiadores que han estudiado períodos previos de la globalización dudan de que la versión moderna pueda seguir adelante con todos estos problemas. “Mi intuición es que no vamos a salir del paso”, dice Harold James, profesor de la Universidad de Princeton.


Los colapsos de las etapas anteriores de la globalización, como la que ocurrió antes de la Primera Guerra Mundial, “se caracterizaron por el surgimiento de crisis súbitas e imprevistas que resaltaron nuevas fisuras”, indica. “El mundo es terriblemente vulnerable ahora” a acontecimientos como el asesinato del embajador ruso en Turquía el año pasado que pueden salirse de control, agrega.

En términos del bienestar general, la economía global ha tenido un buen desempeño. Un informe del Banco Mundial publicado en octubre muestra que la cantidad de personas que viven por debajo de la línea de pobreza cayó a 10,7% de la población global en 2013, el último año del cual hay cifras disponibles, tras alcanzar 35% en 1990, pese a que los habitantes del planeta aumentaron en casi 2.000 millones durante ese lapso.


Sin embargo, algo anda mal en muchos de los países ricos del mundo. Desde la crisis financiera, la inseguridad económica ha aumentado, al igual que las disparidades de ingresos y patrimonio.


El cambio tecnológico es, en parte, responsable de ello al beneficiar a los individuos mejor educados y con mayores destrezas. Los ganadores parecen concentrarse en los centros urbanos globalizados, dejando a los menos afortunados en las áreas rurales y ciudades más pequeñas.


Un informe del centro de estudios británico Resolution Foundation sugiere similitudes importantes entre el brexit y la victoria de Trump. Las zonas más pobres de Estados Unidos pasaron de votar por Obama en 2012 a hacerlo por Trump, mientras que las partes menos pudientes del Reino Unido tenían una mayor probabilidad de inclinarse a favor de la salida de la UE.


Las regiones con un alto número de electores de mayor edad votaron por Trump y tuvieron una mayor probabilidad de apoyar el brexit. La variable más importante fue la educación: mientras más bajo era el nivel educativo del elector, mayor era la probabilidad de que votara por Trump y el brexit.


Las tendencias en otras partes de Europa son parecidas. Los votantes de más edad y menos educados tienden a preocuparse más sobre la inmigración y el apoyo a los partidos antiglobalización es fuerte en muchas regiones postindustriales.
Una encuesta del centro de estudios estadounidense Pew Research Center concluyó el año pasado que “los europeos de mayor edad tienden a mirar más hacia adentro que los más jóvenes”. El promedio de edad de los electores europeos también está en aumento.


Las crecientes desigualdades han tenido varias manifestaciones en las diferentes economías. En el caso de EE.UU., el desempleo es bajo y el salario promedio ha subido desde la crisis, pero la participación en la fuerza laboral se ubica en los niveles más bajos en casi 40 años, lo que sugiere que numerosos adultos han dejado de buscar empleo.


En el Reino Unido, el desempleo es bajo y la participación laboral es alta, pero los salarios reales han descendido 10% desde la crisis, casi tanto como en la atribulada Grecia. En buena parte de Europa continental, a su vez, la desocupación sigue siendo muy alta.


Estos eventos, combinados con la ansiedad acerca de la inmigración y el terrorismo, han alentado una reacción en contra de la clase política y las élites asociadas.

Un motor detrás de esta tendencia, según funcionarios occidentales, es Rusia. Donald Tusk, quien preside las reuniones de los líderes de la UE, dijo en octubre que Rusia intentaba debilitar a la UE a través de “campañas de desinformación, ciberataques, interferencia en los procesos políticos de la UE y otras partes, herramientas híbridas en los Balcanes”, entre otros aspectos. En una evaluación sin precedentes, las agencias de inteligencia de EE.UU. acusaron a Moscú de intervenir en la elección estadounidense con el fin de ayudar a Trump.

Los beneficiarios han sido movimientos políticos o personas que apelan a una identidad cultural, a menudo mediante el uso de retórica antiinmigrante o xenofóbica, y lo combinan con un relato antiestablishment.


A pesar de sus posturas nacionalistas, estos grupos normalmente se apoyan. El líder del Partido de la Independencia del Reino Unido, Nigel Farage, quien aparece con frecuencia en compañía de otros políticos europeos antiestablishment, fue el primer político no estadounidense en reunirse con Trump después de la elección. Steve Bannon, el director de estrategia de Trump, quien sostiene que la globalización ha golpeado a los estadounidenses de menores recursos, se ha calificado como un “nacionalista económico” que ha “admirado los movimientos nacionalistas en todo el mundo”.

Un nacionalismo más enérgico se combina a menudo con políticas económicas que pueden venir de la derecha, de la izquierda, o de ambas. Durante la campaña, Trump prometió recortes de impuestos, una política considerada de derecha, y prometió preservar la seguridad social y atacar los pactos de libre comercio que considera nocivos para EE.UU., medidas vinculadas con la izquierda.

Los economistas discrepan sobre un sinnúmero de temas, pero la mayoría concuerda en que aumentar las barreras comerciales, una política que muchos países, incluyendo EE.UU., adoptaron en los años 30, perjudica el crecimiento. Sin crecimiento, las decisiones sobre la distribución del ingreso son más riesgosas.

Para muchos economistas, los remedios propuestos por los grupos populistas probablemente serán peores que la enfermedad, tal vez mucho peores.

La globalización también necesita un auspiciador.

El Reino Unido desempeñó ese papel durante gran parte del siglo XIX y EE.UU. lo ha hecho en la era actual. Ahora, sin embargo, EE.UU. parece volcarse hacia sus propios problemas aunque ha sido el país más influyente a la hora de establecer y supervisar las reglas del juego internacional. Eso ha dejado un vacío en Medio Oriente que otras potencias, en especial Rusia, han tratado de llenar.

Rusia ha despotricado desde hace tiempo contra el liderazgo de EE.UU., pero aunque se trata de una potencia geopolítica capaz de desestabilizar a sus vecinos, no cuenta con el suficiente poderío económico. A juzgar por las tendencias actuales, es más probable que la UE se desintegre, o al menos se reduzca, a que asuma el liderazgo de la economía global.


El único otro candidato a sustituir a EE.UU. es China. Durante la crisis financiera, muchos esperaron que el gigante asiático estabilizara la economía mundial, lo cual ayudó a hacer. En un gesto importante, mientras la asunción de Trump a la presidencia consume a EE.UU., Xi Jinping será el primer líder chino en asistir a Davos y presentar la visión de su país de un mundo globalizado.


No obstante, la preparación de China para asumir un rol de esta naturaleza está en duda, incluso si otros, como Trump, lo permitieran, lo que parece improbable. Se avecina un mundo marcado por una incertidumbre aún mayor.

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