Opinión:
La oportunidad que fermenta con la crisis económica de Brasil
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ANGELO CAVALLI/ROBERTHARDING/CORBIS
Por MICHAEL HASENSTAB, especial para Barron’s
jueves,
12 de mayo de 2016 19:08
EDT
La implosión
política de Brasil podría ser un factor de desaliento para los inversionistas
extranjeros pero, en realidad, es
probable que esta crisis facilite una muy necesaria ruptura de la combinación
tóxica del gasto sobredimensionado y una expansión excesiva del crédito
financiada por el Estado que hemos visto en los últimos años.
Tras haber
formado parte del cuarteto de países bautizados como BRIC que fue un motor del
crecimiento global,
Brasil
ha caído en su peor recesión desde los años 80.
El desempleo se ubica en su nivel más alto
desde 2009.
La inflación se
disparó a 10,7% a fines de 2015 tras haber
llegado a 4,92% a mediados de 2012.
Los rendimientos de los bonos del
gobierno pasaron de
menos de 9% en 2012 a más de 16% mientras que el
real se ha hundido frente al dólar desde 2011.
Las
tribulaciones de Brasil no se pueden achacar exclusivamente al derrumbe de los
precios de las materias primas. En lugar de ello son, en buena parte, el
resultado de una política económica deficiente y exageradamente pro cíclica.
Los préstamos dirigidos por los entes
del gobierno han sido excesivos y el crédito subsidiado por el Estado ha desplazado al sector privado y
dominado en forma abrumadora la expansión neta de crédito desde fines de 2011 a
fines de 2015. La política del banco central, asimismo, ha distado de ser
expansiva.
La tasa de
referencia real del banco central alcanzó un mínimo de 1% en 2013. El período
anterior de prudencia fiscal, donde la relación
deuda-PIB cayó de 79% en 2002 a 61% en 2011, fue abandonada.
La
nueva deuda acumulada a partir de 2011 equivale a casi 10% del PIB y es muy poco lo que el país puede
mostrar a cambio.
Michael
Hasenstab PHOTO: BARRON
La situación
parece sombría, pero las estadísticas no cuentan toda la historia. La crisis
representa una oportunidad para realizar las reformas difíciles que debieran
allanar el camino para que la economía se recupere.
El regreso a
una política fiscal y monetaria más responsable debiera permitirle a Brasil
hacer realidad su enorme potencial.
Sobre la
base de mejores políticas públicas, hemos advertido y seguimos advirtiendo una
oportunidad atractiva de largo plazo en bonos en moneda local, que han sido uno
de los activos de mejor desempeño en los mercados emergentes este año.
Antes de su implosión el año pasado,
nos gustaban los bonos locales indexados a la inflación, pero después del derrumbe del real
y de que se dispararan los rendimientos,
hicimos inversiones importantes en bonos en moneda local a tasa fija en
octubre de 2015. Consideramos que la crisis provocaría un cambio en la política
del gobierno, lo que ahora se ha expandido para abarcar un probable cambio de
régimen.
Para hallar
evidencia de cómo decisiones drásticas pueden sacar a un país del borde del
precipicio basta con mirar a Irlanda. En 2011,
el consenso entre los inversionistas era que el país había caído en la
insolvencia. Los rendimientos de los bonos soberanos estaban en la
estratósfera, lo que reflejaba un temor real a una cesación de pagos.
Los mercados
se equivocaron. El gobierno entendió que la recuperación era un objetivo
alcanzable si adoptaba medidas difíciles para reducir el déficit como
implementar las políticas de consolidación fiscal, la
mantención de bajas tasas de impuestos para captar inversión extranjera
directa, resistiendo la presión de muchos países europeos que pedían lo
contrario, y permitir que la flexibilización del
mercado laboral facilite la reducción necesaria
de los salarios reales necesaria para recuperar la competitividad de las
exportaciones y reactivar el crecimiento.
Fue una
receta dolorosa en el corto plazo, pero sacó a relucir los sólidos fundamentos
de Irlanda de largo plazo. El crecimiento de Irlanda ha vuelto a ser uno de los
más altos de Europa. El empleo crece, las exportaciones están en auge y la
inversión extranjera está llegando.
No es un
caso aislado. Hungría
es otro ejemplo. Durante la crisis de la zona euro, Hungría quedó al borde
de la insolvencia y las calificadoras de riesgo rebajaron su deuda a la
categoría de chatarra. El gobierno tomó decisiones impopulares que fueron la
estrategia adecuada para apuntalar la economía y estimular el crecimiento.
Entre las políticas figuraron obligar a
los bancos a asumir parte del costo de los irresponsables créditos hipotecarios
en francos suizos a reformar el sistema de seguro de desempleo y racionalizar los anticuados sistemas de salud, educación y
transporte de la era soviética.
Los cambios
surtieron efecto. Hoy, Hungría es junto a Irlanda una de las economías más
boyantes de la UE, los rendimientos de los bonos del gobierno son de un dígito
y la moneda es estable.
Brasil
afronta sus propios problemas, al igual que lo hicieron Irlanda y Hungría, pero
podemos divisar un sendero hacia la recuperación de la economía.
Si
Brasil acepta una
medicina amarga en el corto plazo para cosechar beneficios de largo plazo, hay
buenas razones para creer que también se recuperará. Durante los próximos años,
el país debería hacer realidad su potencial como una de las economías más ricas
en recursos naturales si el banco central sigue una
política monetaria lo suficientemente restrictiva para doblarle la mano a la
inflación y el gobierno vuelve a registrar un déficit fiscal primario.
Tales políticas también permitirán que la clase media vuelva a surgir como un
motor de la demanda de los consumidores.
¿Puede
Brasil mantener firme el volante mientras estas políticas se implementan y
surten efecto? Creo que sí. El gobierno
dispone de un nivel saludable de reservas en moneda extranjera, equivalente
a más de un año de importaciones, y aunque la relación
deuda-PIB ha aumentado, sigue siendo más baja que la de muchas economías
desarrolladas, llegando a 70% a fines de 2015.
Más
de 90% de esta deuda está denominada en moneda local, de modo que la
devaluación del real no la dispara.
Además, la inversión extranjera bruta en Brasil se ha
mantenido firme y representa 4,2% del PIB, más
que suficiente para contrarrestar el déficit en cuenta
corriente de 3,3% del PIB. La deuda es manejable y los bancos brasileños
están relativamente bien capitalizados y han aprobado las pruebas de
resistencia, lo que significa que Brasil tiene al tiempo de su lado.
Aunque las
recientes políticas del gobierno han sido desastrosas, las cosas están
cambiando. Una señal alentadora es que ya se aplicó el
freno a la irresponsabilidad fiscal y hay un creciente consenso político
acerca de la necesidad de hacer un serio esfuerzo de consolidación fiscal para
enderezar el rumbo de la economía.
El banco
central también ha dado pasos para recobrar su credibilidad y empezar a anclar
las expectativas inflacionarias.
Las
tasas de interés
subieron de un excesivamente expansivo 7,25% a un más apropiado 14,25%. Una recesión auto inferida fue dolorosa, pero
era la única manera de prevenir un desboque de la inflación que hubiese
producido un enorme aumento de la pobreza y la inestabilidad social. Esta
vigilancia debe seguir adelante.
Si se toma
el toro por las astas, una crisis puede ser el catalizador necesario para un
cambio positivo. Confiamos en que Brasil volverá a prosperar si no regresa a
las políticas fracasadas del pasado y, en su lugar, tomas las decisiones
necesarias para recobrar la salud fiscal y monetaria.
Es
importante que en Estados Unidos no
pasemos por alto las lecciones de Brasil, una política monetaria demasiado
expansiva y el exceso de gasto fiscal sólo conducirán a un auge de corto plazo
con nefastas consecuencias de largo plazo.
—Michael Hasenstab es director de inversiones de Templeton Global Micro, una unidad de Franklin
Templeton Investments. La columna fue publicada originalmente en Barron’s.
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