Los
mercados globales se preparan para un “aterrizaje forzoso” de la economía china
y años de crecimiento mediocre, la receta seria privatizar las obsoletas
empresas estatales que tiene un exceso de producción que nadie compra, pero eso
hará que haya una crisis económica muy grande y surja una ola de rebeliones sin
fin , por lo que el gobierno sigue apostando por esas empresas estatales zombis,
o también considera una aventura militar para
desviar el foco de la frustración popular.
La
economía de dos velocidades de China
http://lat.wsj.com/articles/SB10807765679961004832804581587483766212982?tesla=y
Liu Junxia,
una comerciante de chatarra que sufre con la crisis de las empresas
industriales de China. PHOTO: MARK LEONG FOR THE WALL STREET JOURNAL
Por ANDREW BROWNE
martes,
8 de marzo de 2016 19:40
EDT
Fushun, una
ciudad construida gracias al carbón y emplazada en el cinturón industrial del
noreste de China, está sumida en la recesión. Liu Junfen, una comerciante de
chatarra que junta bicicletas descartadas, restos de carrocería y cilindros de
gas desechados que vende a las fundiciones de acero, dice que desde que el mercado de bienes raíces cayó en picada en 2014, los
precios de la chatarra han caído cerca
de dos tercios, siempre y cuando encuentre un comprador.
Cuando se le
pregunta por las perspectivas para este año, suspira y responde “Gou Qiang”,
una expresión que podría traducirse como “insoportable”.
En el otro
extremo de China, mientras tanto, la ciudad costera de Shenzhen
registró el año pasado un crecimiento de 8,9%. Shenzhen alberga la sede
central de Tencent, la empresa de medios sociales con más de 800 millones de
usuarios, y el coloso de las telecomunicaciones Huawei. Vincent Hu, presidente
ejecutivo de Cloud Frame, una compañía que construye centros de datos, está
construyendo unas gigantescas instalaciones para Amazon. Hu dice que por ahora
no ve un límite a esta expansión, propulsada por consumidores que han abrazado
el comercio electrónico, la banca en Internet y el intercambio de videos. “Sólo
hay que usar la imaginación”, subraya.
Decir que la
segunda economía del mundo se está desacelerando—el año pasado se expandió
6,9%, el menor ritmo de los últimos 25 años—es perder de vista estos contrastes
regionales. La característica más llamativa de la China actual es la
divergencia entre desesperación y esperanza, sentimientos que coexisten por
igual. El gran problema es cómo manejar esta brecha, que amenaza con
convertirse en fuente de conflictos sociales.
El carril
lento de la economía china está atascado con empresas
estatales que operan en sectores ligados a la construcción, como acero, cemento, carbón y equipamiento industrial,
todas afectadas por un exceso de
producción. Muchas siguen a flote gracias a créditos bancarios
permanentemente renegociados y proyectos de obras
públicas sin sentido económico. Son zombies en una economía fantasma.
En la vía rápida, en cambio, están las empresas privadas que producen bienes y servicios para el
mercado de consumo que ha desplazado a las manufacturas como motor del
crecimiento chino. Estas empresas líderes se concentran en las grandes ciudades
del litoral oriental, como Shenzhen, Guangzhou,
Shanghai y Beijing, vinculadas a
las redes globales de conocimiento, finanzas y talento.
En un país
nominalmente socialista, un crecimiento tan desigual es un problema
especialmente complicado. El fallecido presidente Deng Xiaoping quiso
resolverlo al declarar que había que dejar que “algunas personas se enriquezcan
primero”. Hoy, sin embargo, los
trabajadores industriales con acceso a Internet no se dejarán tratar como
ciudadanos de segunda clase.
Algunos
anhelan un retorno al socialismo, otros buscan consuelo en la religión y cultos que desafían
el control del Partido Comunista. La ira generalizada ante las disparidades
podría debilitar aún más la voluntad de los líderes chinos para seguir adelante
con las reformas económicas prometidas, e incluso
animarlos a lanzar aventuras militares para desviar el foco de la frustración popular.
Fushun,
ubicada en Liaoning, una provincia de ese gran depósito de recursos naturales
antiguamente conocido como Manchuria, floreció durante la década pasada gracias
a la mayor ola de construcción de la historia china. Una voraz demanda nacional
de acero permitió soñar con la prosperidad incluso a personas como Liu, que
trabaja con los desechos de esa ola. Ella y su marido ahorraron lo suficiente
para comprar un departamento para ellos y uno para su hijo.
La provincia
de Liaoning llegó a expandirse 15% en 2007 y su
crecimiento siguió superando el promedio nacional hasta 2014. Luego, el mercado
inmobiliario empezó a desmoronarse.
La región
pagó un alto precio por el colosal exceso de construcción financiado por el
crédito barato con el que el gobierno trató de compensar las pérdidas de sus
mercados de exportación tras la crisis mundial de 2008. Liaoning apenas creció 3% el año pasado y la ciudad de Fushun está
achicándose.
Un
sentimiento de traición se suma a la angustia de una recesión prolongada. Una amplia avenida que conecta a
Fushun con la cercana capital provincial de Shenyang es testimonio de las
aspiraciones truncadas. En el medio de la avenida se construyó el carril para
un tren eléctrico ligero; a ambos costados, se levantaron residencias de lujo.
Pero el flujo de compradores previsto por los promotores inmobiliarios nunca se
materializó.
Ahora, la
gente no está viniendo a la zona sino huyendo de ella y los relucientes
tranvías corren prácticamente vacíos por barrios fantasmales engalanados con
nombres de fantasía como “Green Sunshine City” y “Thai Garden Bay”.
Gran parte del crecimiento de la
región provino de la construcción de infraestructura, no de la actividad
económica que generó.
La teoría del goteo fue una ilusión, al igual que la teoría que afirmaba que
las regiones interiores de China tendrían una era dorada a medida que el
aumento de los costos de la tierra y la mano de obra expulsara a los
inversionistas del litoral.
Para los inversionistas
internacionales, las dos velocidades de la economía china—una
moribunda, la otra acelerándose—genera enorme confusión y estrategias
divergentes. Si China sigue subvencionando a ciudades como Fushun, el sistema financiero podría estallar con el tiempo. La deuda total de
China, que hoy ronda 260% de su Producto Interno Bruto, se está
acercando a niveles de riesgo. Algunos fondos de cobertura de Wall Street están haciendo grandes apuestas contra el yuan y
los mercados globales se preparan para un
“aterrizaje forzoso” de la economía china y años de crecimiento mediocre.
Algunos, como George Soros, dicen que China ya está
estrellándose.
Al mismo
tiempo, algunos de los inversionistas más inteligentes están haciendo la
apuesta contraria., China captó US$37.000 millones en capital de riesgo en
2015, la mayor parte dirigido a los centros tecnológicos de la costa. La cifra
excede la inversión que EE.UU. recibe normalmente en un año y es varias veces
más que lo que recibe Europa.
Gary Rieschel,
fundador y director ejecutivo de Qiming Venture Partners, acaba de recaudar
US$648 millones de un grupo de inversionistas entre los cuales figuran las
universidades de Harvard, Princeton, Duke y el Instituto de Tecnología de
Massachusetts. El inversionista considera que los emprendedores chinos son
igual de capaces que los de Silicon Valley y cree que China liderará el mundo
en tecnologías como los autos eléctricos.
¿Quién tiene
la razón? La respuesta depende en gran medida de la
política. Hasta ahora, la situación está en un delicado equilibrio.
El
presidente Xi Jinping es a veces descrito como el líder chino más poderoso
desde Mao y su visión política corresponde a esa época. Xi se resiste a desmantelar las industrias socialistas en
descomposición que conducen a la economía china al desastre.
Hace dos
años, anunció un ambicioso programa de reformas económicas de 60 puntos para
dar a los mercados un “papel decisivo” en la asignación de recursos. Muchos
esperaban que mientras atacaba las redes de patronazgo que se tejen entre las
empresas estatales y los gobiernos locales, Xi cerrara empresas generadoras de pérdidas y abriera sectores protegidos
por el Estado como las telecomunicaciones y la banca a emprendedores privados.
Xi
parece haberse arrepentido. En lugar de cerrar compañías estatales, las está
fortaleciendo. Parece
temer que si deja que prevalezcan las fuerzas del mercado, las disparidades
regionales se consolidarán y una subclase perjudicada terminará erosionando la
legitimidad del Partido Comunista. En los tres años que lleva en el cargo, Xi ha dejado en
claro que su primera prioridad es salvar el partido; la economía
puede esperar. En este contexto político, el proceso de toma de decisiones
económicas parece haber perdido el rumbo.
Mientras tanto,
la economía de Shenzhen no se detiene. Los precios de los bienes raíces
aumentaron casi 50% el año pasado y la ciudad es un imán para empresas
innovadoras cuyos fundadores son multimillonarios.
Frank Wang,
un fanático de los modelos de helicópteros a radio control, dio en el clavo
hace tres años cuando lanzó un dron barato y liviano con cámaras incorporadas.
Su empresa, SZ DJI Technology Co., ahora vale más de US$8.000 millones.
El gobierno
ha postergado hacer frente a los problemas industriales durante demasiado
tiempo: los desequilibrios económicos han crecido de
manera monumental y podrían derrumbar la economía. Un reciente informe
de la Cámara de la Unión Europea de Comercio en China
dice que la capacidad de producción de acero de ese país es más del doble que
las de los cuatro siguientes productores del mundo—Japón, India, Estados Unidos
y Rusia—combinados. Algo similar ocurre con el cemento: en sólo dos años, 2011 y 2012, China produjo la misma
cantidad de cemento que EE.UU. durante todo el siglo XX.
Es cierto
que China se está urbanizando y que su stock de capital (fábricas, locomotoras,
puentes, etc.) por habitante es una fracción del de EE.UU. Esto significa que
la demanda de productos industriales básicos no se agotará de inmediato, pero
puede haber llegado a su máximo. La producción de carbón ya está disminuyendo.
Xi sueña con
usar los vastos excedentes industriales de China para construir nuevas rutas
comerciales a Europa. El proyecto incluye una serie de parques industriales
unidos por carretera, ferrocarril, gasoductos y oleoductos a través de las
zonas más remotas de Asia Central y Medio Oriente. Pero estas zonas están
infestadas por el terrorismo y el bandolerismo, lo cual hace improbable que se
concrete.
Si China
fracasa, no será por falta de inversión, talento o ambiciones. Será en gran
parte porque Xi se negó a abrir el interior del país a la competencia y a
asumir el riesgo de la agitación social, porque decidió rendirse a los fríos
vientos que soplan en Fushun en esta época del año.
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