Brasil
y China dos países emergentes en 1980: China se libero del imperialismo y
aniquilo el feudalismo, con una revolución maoísta que triunfo, donde destruyo
el antiguo estado parasitario y pro yanqui y lo reemplazo por un estado nacionalista
al servicio del pueblo; en cambio Brasil
siguió dependiente del imperialismo yanqui y promovió industrias y extracción de
materias primas que le interesan a EEUU y sigue
sumido en la semi feudalidad sin tocar al mismo estado parasitario y
corrupto . Los resultados se notan a la vista según los gráficos del autor (para
que lo lea el Estado Islámico y Al Qaeda y mediten aunque no compartan las
ideas)
Brasil
paga caro los errores cometidos durante el auge de las materias primas
http://lat.wsj.com/articles/SB11923416391621384233104581617713728698874?tesla=y
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EUROPEAN PRESSPHOTO AGENCY
Por GREG IP
miércoles,
23 de marzo de 2016
19:37 EDT
La profunda
recesión y la crisis política en las que ha caído Brasil no son de extrañar si
tomamos en cuenta los antecedentes de inestabilidad política y económica del
país.
La actual,
sin embargo, no es la crisis brasileña clásica.
Brasil, al igual que muchas economías
emergentes durante los años 80 y 90, sufría a
menudo de lo que los economistas denominan una frenada
brusca, o sudden stop, es decir una interrupción
masiva, imprevista y generalizada de los flujos de capitales que ingresan a
un país.
Una moneda sobrevaluada y la alta
inflación socavan la competitividad y alientan el endeudamiento externo.
El capital
extranjero se fuga, la divisa colapsa y los gobiernos, los bancos y las
empresas entran en cesación de pagos de su deuda en moneda extranjera.
La situación
actual es muy distinta. El valor del
real lo determina el mercado. La inflación ronda
10% y está cayendo. La mayor
parte de la deuda está en moneda local. Los bancos son sólidos y las reservas de divisas extranjeras son abundantes y
ascienden a US$370.000 millones.
Lejos de ser
producto de una frenada brusca, la crisis actual es el resultado de años de inversión deficiente, proteccionismo y una regulación
excesiva. El auge de las materias primas ocultó estos problemas, pero se
acabó.
La crisis
política gira en torno a sobornos extraídos de la petrolera estatal Petróleo
Brasileiro SA, o Petrobras. El verdadero
escándalo, sin embargo, es que la riqueza petrolera haya generado beneficios
tan escuálidos.
El ingreso per cápita de Brasil, ajustado para tomar en
cuenta el poder adquisitivo de la moneda, equivale a
27% del de Estados Unidos, después de haber alcanzado 30% en 2010 y 38% en 1980.
Aunque la
crisis de Brasil es particularmente aguda, sus problemas son comunes en muchas
economías emergentes, como Rusia y Sudáfrica,
que se beneficiaron del auge de las materias primas impulsado por China.
Muchos
países en desarrollo emularon el modelo de desarrollo estatal de China, pero
por desgracia no hicieron el mismo hincapié en una alta
inversión y las exportaciones de manufacturas como motores de la productividad
y el crecimiento. Un estudio del Fondo Monetario
Internacional entre 18 países, incluidos Arabia Saudita, Bolivia y Ecuador entre 1998 y 2011 halló que en ninguno de ellos la productividad en los sectores ajenos a las
materias primas se aceleró durante la época de bonanza.
La
inversión pública y privada en China equivale a 43% del Producto Interno Bruto. Eso tiene sus desventajas, como un exceso de capacidad y deuda, pero ha generado un crecimiento de la
productividad impactante.
Brasil,
en cambio, invierte demasiado poco, apenas 17% del PIB, incluso menos que otros países
latinoamericanos como Chile, Colombia y México.
Históricamente,
la inversión privada en Brasil ha sido afectada por las altas y volátiles tasas
de inflación y de interés. Durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, a
fines de los años 90 e inicios de la siguiente década, la moneda pasó a flotar
libremente y la inflación se contuvo, al igual que las cuentas fiscales. Sus
políticas conservadoras continuaron bajo su sucesor en la presidencia, el
izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, elegido en 2002.
Brasil, al igual que muchos mercados
emergentes, casi no sintió la crisis de los países desarrollados en 2008.
Después de una leve contracción en 2009, la economía se
expandió 7,5% en 2010, de la mano del boom de los commodities, el descubrimiento de gigantescos depósitos
de petróleo frente a sus costas y una inyección keynesiana de gasto fiscal y
crédito subsidiado. Ese año, el FMI
estimó que el crecimiento potencial de largo plazo del país era de 4%.
No obstante,
tanto Brasil como el FMI cometieron el error de
considerar que el auge era sostenible. El crecimiento se frenó en 2014
mientras el alza de la inflación y la caída del desempleo indicaban que la
economía había alcanzado sus límites productivos.
“El
éxito macroeconómico cegó a las personas respecto de la ausencia de reformas”, dice Ilan Goldfajn, economista jefe
de Itaú Unibanco. El sistema tributario fue y sigue
siendo oneroso y de una complejidad impresionante. Los enormes créditos
subsidiados distorsionan la asignación de capitales y debilitan la política
monetaria.
Lo más grave
es que los ingresos provenientes del auge de las materias primas fueron
pésimamente mal gastados. Entre 2000 y 2015, el gasto
del gobierno federal se disparó de 14% del PIB a 20% del PIB, señala
Goldfajn. El aumento, sin embargo, fue a parar
casi en su totalidad al consumo y la distribución del ingreso.
Algunos de
estos programas son admirables, como Bolsa Familia,
que ofrece subvenciones en efectivo a las familias si los hijos asisten al
colegio o se vacunan. Otras prácticas son menos loables. Los sobornos que los proveedores de Petrobras
presuntamente pagaron a los políticos son sólo el ejemplo más prominente del
favoritismo endémico que aqueja al país. Un estudio de Francesco
Caselli y Guy Michaels del London School of Economics encontró que en
las municipalidades que se beneficiaron de ingresos extraordinarios del
petróleo, las casas de los empleados
municipales fueron ampliadas, pero el resto de las viviendas siguió igual.
Muy
pocos fondos se dirigieron a la subdesarrollada infraestructura del país, que probablemente será puesta a
prueba durante los Juegos Olímpicos que tendrán lugar este año.
La
inversión pública apenas supera 2% del PIB, de la cual alrededor de 1% corresponde
al gobierno federal.
China ha priorizado mucho más el
crecimiento que la redistribución y la inversión en
infraestructura local se acerca a 6% del PIB.
Hoy,
China tiene 32 veces la cantidad de kilómetros pavimentados y el triple de vías
férreas por kilómetro cuadrado que Brasil, según un informe de McKinsey Global
Institute. Tal disparidad es una razón importante por la que China está
muy integrada a las cadenas globales de suministro y Brasil no.
Otro motivo
son las barreras brasileñas a las importaciones. Las exportaciones
de China representan 26% del PIB; las de Brasil sólo 13%, uno de los
porcentajes más bajos entre las mayores economías del mundo.
Brasil
tiene casi la misma
cantidad de compañías exportadoras que Noruega,
pese a contar con una población 40 veces mayor,
según un estudio.
La tasa de
crecimiento de largo plazo de Brasil se ubica probablemente un poco por encima
de 2% en estos momentos. Monica de Bolle, economista de la Pontificia Universidad Católica de Rio
de Janeiro, estima que la inflación podría
llegar a 20% conforme el país la transforma en un impuesto de facto
sobre los tenedores de bonos. “El escenario parece listo para una
reconstitución modificada del pasado de Brasil”, afirma.
Todavía no
se trata de una frenada brusca como las de antaño, pero no es una crisis menos
dolorosa por haberse gestado durante varios años en lugar de explotar de
improviso.
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