Los
secretos y oscuros tratados comerciales entre la Unión Europea y EEUU
terminarán de hacer polvo la economía de España
Peligro:
se negocian tratados
http://elpais.com/elpais/2016/02/12/opinion/1455281409_813983.html
La falta de información sobre dos
futuros acuerdos, el comercial entre UE y EE UU y el de servicios, va contra el
interés público
SOLEDAD
GALLEGO-DÍAZ
14
FEB 2016 - 00:01 CET
Los medios
de comunicación deberían tener un apartado que dijera: “¡Peligro!:
¡Tema importante sobre el que no es posible obtener la información necesaria!”.
Seguramente esa sección debería estar situada junto a la de Economía, o a la de
Acuerdos Internacionales, porque es en esos capítulos donde se están
produciendo grandes cambios sin que los ciudadanos, ni sus parlamentarios,
tengan la menor idea de qué se trata.
Sucedió con
la desregulación de los mercados financieros de los años ochenta y en esas
estamos otra vez, de nuevo, a ciegas,
dejando todo en manos de equipos técnicos negociadores que mantienen rigurosos
niveles de secretismo, pero que nos juran
que debemos estar tranquilos y esperanzados porque todo será por nuestro bien.
Quizás sea
así, no tiene tampoco sentido negar que la globalización puede suponer grandes
beneficios, pero la experiencia ya ha demostrado que las normas de
liberalización que se negocian sin debate público, sin conocimiento, no solo de
sus ventajas, sino también de sus peligros, tienen muchas posibilidades de
terminar funcionando en nuestra contra. Lo que importa es cómo se gobierna esa
globalización, qué reglas se le imponen, qué mecanismos existen para poder
garantizar que la democracia tiene algún contenido real.
La sección
de “¡Peligro!” debería incluir dos tratados internacionales que se negocian en
la actualidad. El más conocido es el Acuerdo de Libre
Comercio entre Estados Unidos y Unión Europea (TTIP), pero igualmente
importante es el Acuerdo sobre el Comercio
Internacional de Servicios (TiSA). Los dos pretenden favorecer la
globalización, negociando, en teoría, la armonización de las diferentes
normativas nacionales. En la práctica, esa armonización se hace de acuerdo con
criterios que benefician a los grandes conglomerados transnacionales, siempre
ávidos de desregulación. La cuestión es, pues, cómo preservar el interés público.
Las
liberalizaciones que se negocian sin debate público suelen acabar funcionando
en nuestra contra
En el caso
del TTIP asombra que no exista un estudio serio sobre las consecuencias que tendría para las
pequeñas y medianas empresas españolas, incluidas las agrícolas, que dan
empleo, pero que o no exportan o lo hacen al mercado europeo, sin competir con
las enormes empresas norteamericanas. Un silencio inexplicable que costará muy
caro, más todavía porque el Gobierno
español no ha pedido prácticamente sectores protegidos, como sí ha hecho, por ejemplo, el francés.
El
TiSA es todavía más
extraño. No se habla de él, pese a
que incluye sectores delicados como educación, sanidad,
transportes, agua o servicios financieros, y porque se conoce poco sobre
la marcha de las negociaciones: hubo una reunión de ministros “en los márgenes
del último foro de Davos”, en la que se acordó “estabilizar los textos para
julio” y acabar para finales de este año. Lo poco que se sabe es a
través de filtraciones de Wikileaks, nunca suficientemente agradecidas, y de un
papel fijando la posición de la Comisión Europea, hace dos años. Los
negociadores de la UE aseguran que el TiSA será un instrumento para gobernar la
globalización y que quedarán fuera todos
los servicios públicos.
El problema,
como advierte la profesora Adoración Guamán, es que esas excepciones solo
funcionan plenamente cuando se trata de servicios
públicos en condiciones de monopolio y gratuidad, cada vez menos frecuentes.
El TiSA, dice Guamán, trata a las personas solo como consumidores, no como
ciudadanos o trabajadores. La diferencia con los
tratados anteriores es que antes
se establecían listas de servicios liberalizados, mientras que ahora la lista
es de servicios expresamente excluidos de esa liberalización general y, además,
bajo la cláusula de no regresividad. Es decir, los Gobiernos solo podrán
reclamar como servicio público lo que figure como tal a la firma del tratado.
No hay vuelta atrás. Da igual que un Gobierno quiera extender después esos
servicios públicos. ¿Es eso democrático?
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