La
guerra mutante (Rusia reta a la OTAN en Siria)
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La guerra
siria deriva hacia un pulso internacional en el que Rusia reta a la OTAN
LLUÍS
BASSETS
10
FEB 2016 - 19:20 CET
Primero fue
una revuelta. Empezó el 15 de marzo de 2011 en el mimetismo de las primaveras
árabes. Si Ben Ali cayó el 14 de enero y Mubarak el 11 de febrero, Bachar el
Asad bien podía caer en marzo. No fue así. Cayó Gadafi, el 20 de octubre, el
único poderoso que terminó cadáver. Cayó también Ali Abdullah Saleh, el
presidente de Yemen, un año más tarde, el 12 de febrero de 2012, tras
sobrevivir a un bombardeo; aunque cayó de pie porque sigue políticamente vivo,
aliado ahora a los rebeldes Huthi que participaron en las manifestaciones para
derrocarle hace cinco años.
El Asad ha
ido más lejos que el yemení, aunque pertenece a la misma escuela de
supervivencia. Reprimió la revuelta con tanta furia como para convertirla en
guerra civil, que mutó enseguida en sectaria: no hay mejor geografía para tal
cosa: chiíes, suníes, drusos, alauitas, yazidíes,
fáciles presas del conflicto por procuración (proxy war) en el que cada facción
combate en nombre de un padrino exterior: Irán, Arabia
Saudí, Qatar, Turquía. Hasta llegar a la guerra abierta con
participación extranjera, en buena parte aérea, pero cada vez más con fuerzas
terrestres: Irán ya las tiene (son las libanesas
de Hezbolá en buena parte), Emiratos y Arabia Saudí ya
se han ofrecido, Turquía las dispone en la
frontera. Y, lo más importante, con efectos
internacionales de largo alcance en Europa —un millón de personas en demanda de
asilo— y en la posición de Rusia, que juega en Siria su partida como
superpotencia.
Cifras en
mano, los sirios que huyen despavoridos de Alepo no
temen tanto la degollina del Estado Islámico, como los bombardeos rusos, los
ataques aéreos con barriles explosivos de Bachar el Asad y las detenciones y
torturas de sus soldados y policías. De las 21.000 víctimas mortales
contabilizadas por la Red Siria de Derechos Humanos en 2015, el 75% lo ha sido a manos del Gobierno legítimo que apoya Moscú.
Siempre es incómodo elegir entre genocidas. Pero la peor decisión es no tomar
ninguna, que es lo que está haciendo la comunidad internacional ante la
destrucción de Siria y el genocidio que hay allí en marcha.
En cinco
años, el Consejo de Seguridad ha aprobado 15 resoluciones y cuatro más no han
sido adoptadas por el veto doble de Rusia y China,
para evitar las sanciones, la intervención armada internacional o que Bachar El
Asad fuera convocado en La Haya. Nada se ha hecho, salvo la intervención y de
mala manera: Rusia bombardea por encargo de El Asad y la coalición de 60 países
organizada por Estados Unidos ataca solo al Estado Islámico.
Faltaba la OTAN, a la que han apelado Alemania
y Turquía, hermanadas en la gestión imposible de los refugiados. Mandará
aviones AWACS, que ayudarán en las operaciones de ataque aéreo al Estado
Islámico, pero no sabe qué hacer con las masas que huyen de Siria a Turquía y
de Turquía a Europa, aunque al final entre en crisis la seguridad del
continente. Tampoco sabe qué hacer la UE y sus responsabilidades son más
concretas. Desde Moscú, Vladímir Putin se relame. Obama mira hacia el pivote
asiático. Rusia está ganando en Siria lo que perdió en Ucrania.
La guerra mutante sigue y entra sigilosamente en Europa.
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