Idea
de negocio para toda la Yihad Islámica:
inviertes 400 dólares en comprar hojas de coca y la transformas en cocaína valorizada en US$ 200,000 el Kg o (US$ 200 el gramo); la demanda subió desde
1998 en 50 % y la heroína de Afganistán subió en 200 % ¿Qué esperan? el mundo
es de los intrépidos, el negocio está más fuerte que nunca por la voluntad de
Allah. Por Tom Wainwright editor
británico de ‘The Economist’
Nota del autor del blog : el editor
de The economist no toma en cuenta que el combate contra las drogas de EEUU es
un instrumento de dominio imperial para
sanciones económicas a gobiernos que no son de su agrado , para vender
armas y para sumir a toda América latina en el subdesarrollo, al no dejar desarrollar
su industria ligera y prohibir toda clase de insumos químicos, en otras
palabras es un complot .
La
guerra contra las drogas debería ser librada por economistas
http://lat.wsj.com/articles/SB10091971825980644154604581558930155016662?tesla=y
Un
campesino mexicano
trabaja en un campo de amapola, la materia prima
de la heroína. PHOTO: PEDRO PARDO/AGENCE FRANCE-PRESSE/GETTY IMAGES
Por TOM WAINWRIGHT
miércoles,
24 de febrero de 2016
0:04 EDT
En
abril, representantes de todos los gobiernos del
mundo se reunirán en Nueva York para asistir
a una asamblea especial de La Organización de Naciones
Unidas. El objetivo de la reunión es discutir la forma de resolver el problema de las drogas. Las expectativas no
son muy altas: desde una reunión similar celebrada hace casi dos décadas, a la industria de los narcóticos le va mejor que nunca.
A partir de 1998, el número de personas que utilizan el
cannabis y la cocaína ha aumentado 50%, mientras que el número que consume heroína y otros opiáceos se ha
triplicado. Las drogas ilegales son un negocio que mueve hoy en día US$300.000 millones en todo el mundo, y los
diplomáticos de la ONU no están ni remotamente cerca de hallar la forma de
acabar con él.
Este fracaso
tiene una razón muy sencilla: los gobiernos continúan tratando el problema de
las drogas como una batalla que librar, no como un mercado que deben contener. Los carteles que manejan este negocio son monstruosos, pero
enfrentan los mismos dilemas que las empresas comunes, y tienen las mismas
debilidades.
En El Salvador, el líder de una de las dos principales
pandillas del país se quejó conmigo sobre los problemas de recursos humanos que
enfrenta debido a la alta tasa de
rotación de sus empleados (irónicamente, sus principales fuentes de
reclutamiento son las mismas prisiones que se supone deben reformar los jóvenes
delincuentes). En los pueblos de México, los carteles
proporcionan servicios públicos básicos e incluso construyen iglesias, una
versión cínica de la “responsabilidad social corporativa” que las empresas
tradicionales usan para limpiar sus imágenes. El cartel
de Los Zetas se expandió rápidamente mediante la afiliación de mafiosos
locales, de quienes retiene una parte de sus ingresos. Actualmente franquicia su marca al estilo de McDonald’s y enfrenta
disputas territoriales similares entre sus afiliados. Mientras tanto, en los
países más ricos los distribuidores callejeros están siendo superados en precio
y calidad por la llamada “web profunda”, de la misma manera en que las
tiendas físicas están siendo socavadas por Amazon.
Soldados y
agentes de policía han tenido un resultado bastante pobre en la regulación de
este complejo negocio global. En cambio, ¿Qué pasaría si la guerra contra las
drogas fuera librada por economistas?
Miremos el ejemplo de la
cocaína, uno de los grandes rompecabezas económicos del negocio de
los narcóticos. La guerra contra este estupefaciente se basa en una idea
simple:
si se restringe el suministro,
se presiona el precio al alza,
con lo que supuestamente ocasionará
que haya menos gente dispuesta a comprar.
Los
gobiernos andinos han desplegado sus ejércitos para arrancar las plantaciones
de coca que proporcionan la materia prima de la cocaína. Cada año, erradican cultivos que cubren un área equivalente a
14 veces el tamaño de Manhattan, lo que priva a los carteles de la mitad
de su cosecha. Pero a pesar de la
erradicación, el precio de la cocaína en Estados
Unidos no se ha movido mucho durante los últimos 20 años, de entre
US$150 y US$200 el gramo puro. ¿Cómo han logrado
esto los carteles?
En parte,
mediante una táctica que se asemeja a la que emplea Wal-Mart.
La mayor cadena minorista del mundo también parece a
veces inmune a las leyes de la oferta y la demanda al ser capaz de mantener sus precios bajos,
independientemente de la escasez o los excedentes de oferta.
Sus críticos
dicen que Wal-Mart puede hacer esto en algunos mercados porque su gran tamaño
le permite comportarse como un monopolio
de compras al por mayor. Del mismo modo que un monopolista puede imponer un precio a los consumidores porque éstos no tienen a
quién más comprarle, un monopolio de suministros
puede imponer el precio a sus proveedores, quienes no tienen a quién más
venderle sus productos.
El argumento sugiere que si
falla una cosecha, el costo es asumido por los agricultores, no por Wal-Mart o
por sus clientes.
En
los Andes, donde los
cultivadores de coca suelen tener solo un grupo armado a quien venderle, parece
estar ocurriendo lo mismo. El cruce de datos sobre la erradicación de
plantaciones con información sobre los precios locales de la coca muestra que en aquellas regiones donde la destrucción de plantas ha
creado una escasez del producto, los agricultores, contra lo que podría
esperarse, no aumentan sus precios. No
es que la erradicación de los cultivos no esté teniendo efecto, sino que el
costo es absorbido por los campesinos, no por los carteles ni por sus clientes.
Incluso si
el precio de la coca se elevara, no tendría mucho impacto en el precio de venta
de la cocaína en las calles. La hoja de coca necesaria
para obtener un kilogramo de cocaína en polvo cuesta en Colombia alrededor de
US$400.
En EE.UU., el
kilogramo, una vez fraccionado en gramos, se cotiza en unos US$150.000.
De modo que aún en el caso de que el precio de la hoja de coca se duplicara, de
US$400 a US$800, el precio de venta de la cocaína experimentaría a lo sumo un
aumento de US$150.000 a US$150.400 el kilo, un
alza de unos 40 centavos de dólar por gramo. No es un gran retorno por los
miles de millones invertidos en la destrucción de los cultivos. Imagínese si se
trata de aumentar el precio del arte elevando el costo de la pintura; sería un
esfuerzo inútil, porque el costo de la materia prima tiene poco que ver con el
precio final de una obra.
Un soldado
ingresa a una casa usada por los carteles de la droga en Ciudad Victoria,
México. PHOTO: EDUARDO VERDUGO/ASSOCIATED PRESS
La ciencia
económica apunta a un error fundamental en la guerra contra las drogas: la
mayor parte del dinero que se gasta en la lucha
antinarcóticos está dirigida a la interrupción de la oferta
(erradicación de plantaciones, combate contra los carteles, encarcelamiento de
los distribuidores, etc.). Centrarse en la demanda, en
cambio, sería más eficaz.
La demanda de drogas es inelástica, es decir, cuando los precios suben, la gente corta el
consumo relativamente poco (esto no es sorprendente, teniendo en cuenta que
las drogas ilegales son adictivas). Por lo tanto, aun cuando los gobiernos
logren aumentar los precios, los distribuidores siguen vendiendo casi la misma
cantidad que antes a precios más altos, lo cual a su vez significa que el valor
del mercado aumenta. La reducción de la demanda, por el contrario, provoca una
caída tanto en la cantidad consumida como en el precio pagado, lo cual afecta
el mercado ilegal en dos frentes.
Las
intervenciones del lado de la demanda no sólo son más eficaces; también son considerablemente más baratas que andar jugando
con helicópteros en los Andes. Un dólar gastado en educación sobre las
drogas en las escuelas de EE.UU. reduce el consumo de cocaína dos veces más que
el dólar que se invierte en la reducción de la oferta en América del Sur. El
gasto en el tratamiento de los adictos, reduce el consumo hasta 10 veces más.
Los programas de rehabilitación para adictos a los medicamentos contra el dolor
pueden parecer costosos, pero previenen que las personas se pasen al colosalmente
más caro problema de la adicción a la heroína. Donde la demanda no puede ser
reducida, puede ser redirigida hacia una fuente legal, como algunos estados de
EE.UU. han hecho con la marihuana. Esta alternativa ha infligido pérdidas más
grandes a los carteles que cualquier política de interrupción de la oferta.
En cualquier otra industria, un
enfoque similar como el seguido hasta ahora para controlar las drogas habría
sido identificado hace años como fallido. A pesar de los miles de millones de dólares gastados
y las miles de vidas perdidas, el negocio es más fuerte que nunca. Sin embargo,
la tendencia a tratar los narcóticos como una cuestión militar o policial
significa que la defectuosa teoría económica que está detrás de esos esfuerzos
permanece sin cuestionamiento. En momentos en que la ONU se apresta a celebrar
esta conferencia, los gobiernos deberían buscar el consejo de economistas en
lugar del consejo de sus generales.
—Tom
Wainwright es el editor británico de ‘The Economist’ y autor de ‘Narconomics’,
que acaba de ser publicado en EE.UU.
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