Una docena de atentados en Europa como el de París hundirá a la economía mundial en recesión. Se
agotan las herramientas para reactivar el crecimiento mundial, El G-20 (Hace 2
años) introdujo US$2 millones de millón en sus presupuestos para estimular el crecimiento
y ¿Dónde está el crecimiento? Y la inflación está repuntando en Europa; luego la
deuda de los mercados emergentes ha aumentado en US$28 billones para alcanzar
casi 200% de su PIB y están en déficit fiscal
de 4% aprox
Se
agotan las herramientas para reactivar el crecimiento mundial
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PHOTO: MURAD
SEZER/REUTERS
Por
IAN TALLEY
Lunes,
16 de Noviembre de 2015
0:05 EDT
ANTALYA,
Turquía—A los líderes
mundiales se les agotan las opciones para reanimar una endeble economía global.
Después de
aprovechar durante años el apoyo de sus bancos centrales, a las principales
economías del mundo les cuesta hallar medidas viables para combatir un panorama
cada vez más sombrío. También afrontan una serie de nuevos desafíos, desde
problemas políticos a crisis de seguridad, que nublan el horizonte y plantean
dudas acerca de su capacidad para evitar que la economía global caiga en un bache
de largo plazo.
Esta es la
realidad que enfrentan los líderes del Grupo de los 20
mayores países industrializados y en desarrollo, que este domingo
comenzaron su cumbre anual en Turquía. La
desaceleración de China y la agitación en los mercados emergentes han realzado
las preocupaciones durante meses. Ahora, la crisis de
refugiados en Europa y los renovados temores tras los atentados terroristas del
viernes en París desvían la atención de las dificultades económicas
subyacentes, que ya habían resultado difíciles de arreglar.
Frente al
desafío de la crisis financiera en 2009, el G-20 pasó a
ser la junta ejecutiva de la economía mundial. Logró coordinar una
respuesta de magnitud inusitada compuesta por inyecciones
de gasto público y el respaldo de los bancos centrales. Desde entonces,
sin embargo, estos países han tenido
dificultades para reactivar su anémico aparato productivo y sus capacidades
de coordinación muestran signos de agotamiento.
Hace dos
años, el G-20 puso en marcha un plan de US$2 billones
para impulsar el crecimiento mundial en dos puntos porcentuales mediante un
aumento de la inversión en infraestructura y
reformas para estimular la productividad y la competencia. El grupo se ha
visto obligado a retrasar el lanzamiento de las reformas prometidas en medio de
un aluvión de desafíos políticos. El Fondo Monetario Internacional, integrado
por 188 países, ha moderado varias veces sus perspectivas de crecimiento.
Se han
producido, en todo caso, avances menos ambiciosos. Funcionarios en Antalya
dicen que han implementado más o menos la mitad de las
1.000 políticas esbozadas por el G-20 el año pasado. Tales medidas,
calculan, deberían agregar 0,7 puntos porcentuales a la expansión en cinco
años.
El G-20
acordó el mes pasado un pacto internacional destinado a frenar la evasión de
impuestos de las multinacionales. Esto podría ayudar a prevenir la erosión de
ingresos públicos, estimada entre US$100.000 millones y US$240.000 millones al
año. Europa, por su parte, resalta su nueva supervisión
bancaria centralizada, que busca introducir el crédito necesario para
estimular el crecimiento, a pesar de que esa política se ha estado gestando
desde 2012.
Todas estas
iniciativas, sin embargo, proporcionarán escaso apoyo a una economía global en
franca desaceleración.
“La pregunta
que cada líder debería plantearse es: ‘¿dónde está el
crecimiento?’”, asevera Thomas Bernes, académico del Centro para la
Innovación de la Gobernanza Internacional, con sede en Canadá, y ex miembro de
la junta del FMI. “La estrategia que han adoptado (...) no ha
funcionado. ¿Qué sigue?”.
La avalancha
de estímulo fiscal que ayudó a impulsar el crecimiento en 2009 transformó una recesión global en una expansión en 2010, pero también
llevó los niveles de deuda a niveles peligrosos, dejando a los gobiernos con
pocas ganas de volverse a llevar la mano al bolsillo.
Los bancos
centrales de las economías desarrolladas obtienen ahora menos resultados por el
dinero que destinan a la compra de bonos. También
les cuesta más estimular un crecimiento a punta del crédito, conforme las tasas
de interés siguen en mínimos históricos. Algunos países han tratado de
empujar las tasas de interés a territorio negativo, cobrándoles a los
depositantes para mantener el dinero en sus cuentas, en un intento por
estimular el gasto y la inversión.
Los altos
niveles de deuda han dejado poco apetito para aumentar el gasto público.
Aunque los déficits fiscales se han
recuperado de sus niveles más tóxicos, en los países ricos siguen siendo el
doble que antes de la crisis.
Y aunque
Europa trata de dejar atrás su crisis de deuda, la llegada de refugiados de
Medio Oriente y África del Norte ejerce una renovada presión sobre los
presupuestos.
El único
país grande que podría generar una mayor demanda en la región, Alemania, ha
rechazado de plano los llamados a aumentar el gasto fiscal.
Mientras
tanto, los principales motores que sacaron a la economía mundial de la crisis —los mercados emergentes— enfrentan una serie de
problemas que limitan su accionar. El desplome de los precios de las materias
primas, la desaceleración de China y la fuga de los inversionistas ponen de
manifiesto debilidades profundamente arraigadas. Muchos han llegado al límite
de su capacidad para expandirse sin tener que hacer reformas fundamentales,
pero la política interna torna difícil esas reestructuraciones.
Con pocas
excepciones, estos dolores de cabeza los han dejado sin el dinero necesario
para reactivar la demanda.
Antes
de la recesión de 2009, las economías emergentes tenían en promedio superávits
fiscales. Ahora,
acumulan déficits promedio de 4% del Producto Interno
Bruto. Sus niveles de deuda en general se han disparado. El Instituto de
Finanzas Internacionales, un grupo de la industria global, estima que la deuda de los mercados emergentes ha aumentado en US$28
billones para alcanzar casi 200% de su PIB combinado, comparado con
alrededor de 150% en 2007.
El FMI
advierte que una ola de préstamos morosos no sólo limitará la capacidad
crediticia de los bancos, algo fundamental para impulsar el crecimiento, sino
que también puede pesar en los balances de los gobiernos.
Con un
panorama internacional tan severo, el mundo depende
ahora en gran medida de EE.UU. como consumidor de última instancia.
Maurice
Obstfeld, el nuevo economista jefe del FMI, no prevé una caída inmediata de la
economía global. “Pero un crecimiento claramente tibio y disparejo aumenta el riesgo de
caer en recesión”, indicó.
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