La
ISAF como parte del plan global de asesinatos de Barak Obama
Un almuerzo
polémico
Noam
Chomsky: “Obama está llevando a cabo una campaña global de asesinatos”
http://www.apertura.com/clase/Noam-Chomsky-Obama-esta-llevando-a-cabo-una-campana-global-de-asesinatos-20130708-0003.html
08-07-2013 - 13:15 -
Es el
activista político más prominente de los Estados Unidos. Polemista serial, sus
definiciones sobre el liderazgo de Barack Obama y Hugo Chávez no dejan a nadie
indiferente. A sus 84 años, demuestra que no hay reposo para el guerrero de la
palabra.
John
McDermott
Hay una
cápsula del tiempo cerca de los ascensores del Stata Center en el Massachusetts
Institute of Technology (MIT). Contiene objetos del Edificio 20, hogar de
avances fundamentales en el campo de la física en tiempos de guerra y donde, en
1995, un hombre de 27 años comenzó a transformar el entendimiento del lenguaje
de la Humanidad. El destartalado edificio original ya no está. Pero la
lingüística sigue ahí, caminando con una campera inflada color mostaza.
“Profesor
Chomsky”, lo llamo. Con 84 años, me recibe y caminamos a través del nuevo
edificio diseñado por Frank Gehry, espacioso y angular. Los estudiantes
sonríen, saludan y dejan más lugar que el que requiere el paso firme de
Chomsky. MIT es, en parte, un monumento a sus ideas, sugiero. Sus teorías de
gramática, que argumentan que el lenguaje es innato, revolucionaron la
psicología moderna, la informática y la ciencia cognitiva. “Una de las cosas
sobre este campo es que no hay mucho que se pueda hacer con eso”, dice de forma
inexpresiva, mientras pasamos al lado de programadores faltos de sueño (otro
ejemplo del humor de Chomsky: le dice Gato al perro de su asistente). Salimos
al amargo día de Cambridge, hacia el restaurante. Admite que una vez estuvo a
punto de ingresar a Berkeley, pero que en California hace demasiado calor para
él. “Me gusta el clima frío. Significa que uno puede hacer su trabajo”.
Le digo que
sentí lo mismo cuando estudié en Harvard. “Por allí no les gusto mucho”, dice.
Eso no pasa con el staff del lugar elegido por Noam Chomsky para el almuerzo.
En La Oveja Negra lo reciben como el cliente habitual que es. Un alegre mozo
nos lleva a la mesa en la esquina del cálido bistró. Quizá el nombre del
restaurante es adecuado, digo. “No en MIT, pero no tengo mucho contacto con
el mundo académico principal”.
Sin embargo,
la distancia de Noam Chomsky respecto de lo masivo no está restringida a su
trabajo académico. Referirse a él como un lingüista es un poco como decirle
fisicoculturista a Arnold Schwarzenegger. Podría decirse que Chomsky es el
activista político más prominente del mundo. Para sus oponentes, es un
maniático que ve al diablo personificado en Estados Unidos. Para quienes lo
apoyan, es un humanista valiente, sincero y constante; un Bertrand Russell
moderno.
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Bloomberg
Le estoy por
preguntar al profesor sobre Hugo Chávez, quien murió la noche anterior a
nuestro almuerzo, pero llega una camarera y nos toma el pedido. Chomsky elige
la sopa de almejas y una ensalada con nueces pecán, queso azul, manzanas y
muchos adjetivos. Yo me quedo con la sopa de tomate y la ensalada de salmón. Él
pide una taza de café y, ya que estamos por hablar sobre el fallecido líder
venezolano, ordeno otra.
En 2006,
Chávez le recomendó Hegemonía de la supervivencia: la cruzada americana por el
dominio global a la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas.
“Es una historia mezclada”, dice Chomsky del legado de Chávez. Apunta a la
pobreza reducida y a la alfabetización creciente. “Por otra parte, hay muchos
problemas”, como la violencia y la corrupción policial; también menciona la
hostilidad occidental (en particular, un intento de golpe de Estado en 2002
apoyado por el gobierno de los Estados Unidos). El comportamiento de ese país
hacia Caracas es obviamente importante en cualquier análisis del fenómeno
Chávez, pero su aparición es un indicador temprano de un patrón en una conversación
con Noam Chomsky: hable durante el tiempo suficiente sobre política con el
profesor y la probabilidad de que se mencionen la política internacional de los
Estados Unidos o el Socialismo Nacional se multiplican.
Menciono que
no se refirió a la política de derechos humanos de Chávez. Algunos de los
críticos de Noam Chomsky lo acusan de dejar pasar las faltas de los autócratas
mientras sean enemigos de los Estados Unidos. Lo niega con vehemencia: habló
contra la consolidación del poder de la emisora estatal; protestó por el caso
de María Lourdes Afiuni, una jueza que pasó más de un año presa esperando
juicio por emitir críticas al gobierno. “Y hago un millón de señalamientos
críticos como esos”.
Sin embargo,
Chomsky piensa bien con cuánta fuerza pegarle a sus objetivos. Admite eso
mientras llega nuestra sopa. “Supongamos que critico a Irán. ¿Qué impacto tiene
eso? El único impacto que tiene es fortificar a aquellos que quieren seguir con
políticas con las que no estoy de acuerdo, como los bombardeos”. Argumenta que
cualquier crítica sobre, por ejemplo, Chávez, invariablemente llegará a los
medios masivos, mientras que las que hace sobre los Estados Unidos ni se
informan. Este tratamiento injusto es el destino del disidente, según Chomsky.
A los intelectuales les gusta pensarse como iconoclastas, dice. “Pero
cuando uno mira la Historia, es exactamente lo opuesto. Los intelectuales
respetados son aquellos que están conformes y sirven a los intereses del
poder”.
En 1967, la
New York Review of Books (NYRB) publicó Las responsabilidades de los
intelectuales, un deslumbrante ensayo de Chomsky, de entonces 38 años. En él
denunciaba la sumisión al poder de la élite intelectual de Washington. Hoy
todavía concentra su ira contra los Estados Unidos aduciendo que tiene el mayor
poder y... que él es un ciudadano estadounidense. Esto tiene sentido, le digo,
pero su posición en otra comunidad, la izquierda antiguerra, ¿no significa que
también tiene el deber de llamar la atención sobre las cosas mal hechas por sus
líderes?
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“Quizá algún
pequeño porcentaje debería preocuparse por esa comunidad. Pero ni se acerca al
porcentaje preocupado por la responsabilidad del poder estatal y de los medios
masivos en los Estados Unidos”.
Chomsky ha dicho que, si fueran
juzgados bajo los principios impuestos en los juicios de Núremberg, cada líder
de posguerra de los Estados Unidos sería encontrado culpable de crímenes de
guerra.
Le pregunto sobre su visión
acerca de Barack Obama. ¿Qué hay con el presidente que se opuso a la guerra de
Irak? “Está llevando a cabo una campaña global de asesinatos”. Acá está el Chomsky vintage: una
idea provocativa en un fuerte tono, desafiando al interlocutor a responder.
Muerdo el anzuelo, y le pido que explique.
“Supongamos que un oficial alemán nazi hubiera estado llevando a cabo una
campaña de asesinatos globales en el Oeste: eso hubiera calificado en los
juicios de Núremberg‘. Aunque los dos todavía estamos tomando sopa, la moza nos
trae nuestros platos principales. Parece una señal para dejar por un rato los
crímenes de guerra. En un esfuerzo por incentivar la reflexión, le pregunto si
siente que cumplió con los estándares que postuló en su ensayo en NYRB hace
tantos años. “No realmente”, reconoce. “Hay muchas cosas en las que debería
haber hecho más”. Dice que comenzó a resistirse al involucramiento occidental
en Vietnam una década demasiado tarde y “ese es sólo un caso”. Desearía haber
hecho más: en el Congo oriental, en Sri Lanka y sobre el cambio climático, por
ejemplo.
Casi todo,
incluso sus reflexiones personales, parece, vuelven a la política. Chomsky
evidentemente tomó a fondo el dicho de Marx sobre el rol del filósofo (“Los
filósofos sólo interpretaron el mundo... La cuestión, sin embargo, es
cambiarlo”). Pero, ¿desearía haber pasado más tiempo haciendo investigación
pura? “Lo que realmente pasa no es la academia, es la vida personal”.
Transcurre 6 o 7 horas por día respondiendo e-mails, lo que le deja poco tiempo
para hobbies. “Lo único que descubrí en todo el camino es a conservar tiempo
para la familia”. Tiene tres hijos y cinco nietos, todos adultos, y un bisnieto
que ocasionalmente juega con los camiones de bombero de juguete del
restaurante. Carol Chomsky, su mujer y también lingüista, murió en 2008. “Desde
entonces me sumergí en el trabajo”. Le pregunto si esta fue una decisión
escapista deliberada. Luego de una pausa rara, dice: “Bueno, John Milton señaló
que la mente es un lugar extraño, así que, ¿quién sabe?”.
Entiendo la
indirecta y le pregunto sobre comida. “Siempre es buena acá. No soy un gran
gourmet, pero este es el único lugar al que voy”. Como el MIT, es familiar y
amigable. “Incluso me dan una bebida gratis cuando vengo a la tarde”. Su trago
preferido es el gin tonic. ¿No es un cóctel terriblemente colonial? “Bueno,
colonial británico”, concede, señalándose a sí mismo, “soy un buen
estadounidense”.
Justo
entonces, una mujer que estaba sentada en la mesa de al lado se acerca y dice:
“Gracias, muchas gracias”, y se aleja. La reacción de Chomsky es calma; sus
rasgos intensos no se mueven bajo la impactante mata de pelo blanco. “No sé
quién es”, confiesa. Le digo, chicanero, que es una celebridad. “Es un lugar
pequeño”. La comida acá es muy diferente a las porciones servidas por la madre
de Chomsky, una inmigrante de Bielorrusia, a Noam y su padre ucraniano, en su
casa en Filadelfia. Chomsky la recuerda con cariño, aunque “para los estándares
de hoy, todos dirían que era veneno: carne grasosa, crema ácida”.
Le pregunto
sobre su crianza: ¿el impulso político vino antes que la imaginación académica?
“Sí, de la niñez”. Antes de ser adolescente escribía en el diario escolar sobre
la difusión del fascismo en Europa. “Era bastante alarmante. Mis papás ponían
los discursos de Hitler en Núremberg en la radio. No entendía una palabra”.
Su historia
me recuerda, le digo, a la de los comienzos de The plot against America, de
Philip Roth, que imagina las repercusiones para una familia judía de la
victoria de Charles Lindbergh en las elecciones presidenciales de 1940. “Era
bastante cercano a eso”, asume el lingüista. Lo que me lleva a otra crítica a
Chomsky, enunciada por aquellos como el fallecido periodista británico
Christopher Hitchens: que oponerse a la guerra en Irak, que comenzó hace casi
exactamente 10 años, representó la contemporización del fascista moderno,
Saddam Hussein. “Por supuesto que no. Si uno piensa que él estaba en el mismo
nivel que Hitler, entonces hay que condenar primero a Reagan y Bush porque lo
apoyaron con bastante fuerza”. El profesor se lanza a fondo por el caso de la
acusación. Los lectores del libro 9/11: ¿Había una alternativa? van a reconocer
este estilo de argumentación: contrastar un evento perpetrado por un enemigo de
los Estados Unidos, como al-Qaeda, el 11 de septiembre de 2011, con un evento
donde estuvo involucrado Estados Unidos, como el derrocamiento del presidente
Salvador Allende, en Chile, el 11 de septiembre de 1973. “Simplemente, haga un
experimento de pensamiento sencillo sobre lo que llamamos 11 de septiembre...
Imagine que el avión que fue abatido en Pensilvania alcanzaba su objetivo, que
probablemente era la Casa Blanca. Y suponga que mató al presidente, disparó un
golpe militar que había sido planeado para derrocar al gobierno, asesinó a un
par de miles de personas, torturó a decenas de miles y estableció un centro de
terrorismo internacional que estaba ayudando a instalar gobiernos neonazis en
la región, llevando a cabo asesinatos... Hubiera sido mucho peor que 9/11, sin
ninguna duda. Y el hecho de que no podeamos verlo es un comentario de la sociedad
y la cultura occidentales”.
El campo de
la masacre comparativa me hace sentir bastante incómodo: el ejemplo del
profesor implica que hay una equivalencia moral, observo, entre los Estados
Unidos y al-Qaeda, y minimiza la responsabilidad del general Augusto Pinochet
durante los años de represión que se dieron luego del golpe en Chile. “Cuando
los comparo a los dos, no es en términos de responsabilidad, sino en términos
de la naturaleza de la atrocidad”, aclara. “Separado eso, viene la pregunta respecto
de la responsabilidad. No hubo estadounidenses que enviaran aviones para matar
al presidente chileno, pero los Estados Unidos hicieron lo que pudieron para
implementar el golpe de Estado allí”.
Ya estamos
sobrepasando el tiempo acordado para el almuerzo. Chomsky tiene a un estudiante
esperando, así que me salteo algunas preguntas planeadas y le formulo la más
enigmática en mi esfuerzo por entender su trabajo. ¿Cuál, si hay, es la
conexión entre su investigación académica y su activismo? Parece haber un
vínculo perdido, deslizo. “Tiene que ver con cuál es el centro fundamental de
la naturaleza humana”. Me explica que los pensadores del Iluminismo temprano
describieron cómo el carácter creativo es lo que separa a los seres humanos del
resto del mundo orgánico. Este carácter se manifiesta con mayor claridad en el
lenguaje. Los intelectuales que siguieron extendieron esta idea a la esfera
social. “Entonces, si hay algo que restringe la necesidad natural de una
persona de llevar a cabo su trabajo creativo bajo su propia dirección, es
ilegítimo”.
Cuando nos
levantamos de la mesa, le pregunto si siempre estará trabajando creativamente.
“Mientras esté en pie, hay mucho para hacer”. ¿Piensa en la muerte? “Solía
hacerlo cuando era niño. Pensaba que era terrorífico, pero pasé esa etapa”.
Le explico a
Chomsky que es costumbre que el Financial Times
pague la cuenta de estos almuerzos. “Brenda Anderson ya pagó”, dice la
camarera. El nombre no me es familiar y le sugiero a Chomsky que esto
probablemente esté rompiendo algún tipo de regla. “Es un lugar maravilloso”,
dice, sin sorprenderse, y poco preocupado por romper las reglas. Se va del
restaurante antes de que pueda encontrar a Anderson, quien resultó ser la
gerente general del restaurante. “Bueno, puede volver y dejarles una gran
propina. Son buena gente”.
En el camino
de vuelta al nuevo edificio del MIT, Chomsky señala que su oficina ahora mira
al edificio Koch, nombrado en tributo a los hermanos multimillonarios que
apoyan al Tea Party. “Son una fuerza letal”, dice. ¿Qué hay con respecto al
aula Lockheed Martin, que pasamos en el hall?, le pregunto. “Me las arreglé
para evitarla hasta ahora”. Explica que cuando se unió al MIT estaba financiado
casi 100 por ciento por el Pentágono, “pero nuestro laboratorio también era uno
de los principales centros del movimiento de resistencia antibélico”.
Llegamos a
la cápsula del tiempo. Le pregunto qué piensa que va a escribir sobre él un
futuro historiador. “Creo que va a tener temas más importantes sobre los que
escribir”, desliza Chomsky, antes de saludar con calidez al estudiante,
disculpándose por su tardanza.